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lunes, 28 de agosto de 2017

Vaticano al desnudo

   Afortunadamente, era primavera. Las flores estaban en todas partes: en las terrazas de los apartamentos, en materas puestas al lado de ventanas en oficinas y en los costados de la avenida, cerca de los bancos donde era frecuente ver turistas y ancianos alimentar a las palomas. Pero de eso no había nada. No había gente, ni palomas ni se escuchaba el incesante tráfico romano. No había ningún otro ser vivo. Solo estaba Mario, desnudo en la mitad de la calle, sobre las frías piedras.

 Desde donde estaba se podía ver la majestuosidad de la basílica. Incluso en una situación tan extraña, era fácil encontrar majestuosa la arquitectura de la ciudad. El día acariciaba su piel con un sol amable, ni violento ni frío. Algunos papeles corrían por la calle empujados por el viento y, a lo lejos, se escuchaban los golpeteos de alguna ventana abierta. No todo estaba muerto, no todo se había ido. Mario caminaba despacio, hacia la iglesia, mirando hacia un lado y otro de la avenida.

 Por alguna razón, estaba seguro de que en algún momento alguien gritaría desde una esquina y la policía vendría corriendo a llevárselo quien sabe adonde por delitos relacionados con su desnudez. Pero no había nadie que pudiese gritar, no había policía. Cuando había despertado, hace menos de una hora, se había cubierto su pene con una mano por vergüenza. Pero mientras más se acercaba a la iglesia, más seguro estaba de que la situación no cambiaría de un momento a otro.

 Separó su mano de su miembro y la usó para formar una visera, pues el sol había empezado a brillar con más fuerza. Se sintió algo tonto al pensar que se sentía mucho placer al tomar el sol de esa manera. Además, el empedrado del suelo estaba frío y eso ayudaba a modular la temperatura del cuerpo. Una vez pisó el suelo de la plaza, sintió un frescor especial. No solo eso, se detuvo a contemplar una vez más las altas columnas y el enorme domo que se elevaba frente a él.

 El lugar en el que había despertado era un callejón al otro lado del puente Vittorio Emanuele. Yacía en el suelo, con sangre seca debajo de su cuerpo. Tenía la mejilla contra el suelo, lo que le había causado un ligero dolor de cabeza. Pero gracias al sol ese malestar se había ido. Se demoró en ponerse de pie porque creía que soñaba pero lo que sucedía era muy real. Al comienzo las piernas no le querían funcionar bien. Solo después de cruzar el puente pudo mantenerse de verdad estable. Su memoria era un caos. Había imágenes pero nada concreto.

 Ya había estaba allí antes. Eso sentía. Percibía que antes todo ese lugar había estado abarrotado de gente. Ahora no había nada. Estaban todavía los puestos de revisión de vestimenta y eso lo hizo reír. Su risa explosiva se expandió por la forma del lugar, pero nadie había allí para escucharla. En ese lugar hacían devolver a los turistas por tener pantalones cortos o camisetas que no cubrían los hombros. Y ahí estaba él, desnudo por completo, caminando como si fuera la cosa más normal.

 Pensó de inmediato en una estatua antiguo. Fue entonces cuando cayó en cuenta que él no era de Roma sino de alguna otra parte, porque había estado allí como turista. Su mente se inundó de recuerdos de varias esculturas de hombres y mujeres parcial o completamente desnudos. Sabía que todas esas obras estaban muy cerca de allí. Pero no recordaba si había venido con alguien o si había estado solo todo el tiempo. El caso era que estar desnudo, como esas esculturas, lo hacía sentir que encajaba a la perfección.

 El interior cavernoso de la basílica era impresionante. El poco sonido que había rebotaba contra todas las paredes. De hecho, se asustó al oír con claridad los latidos de su corazón. Sus pasos se dirigieron lentamente al centro del lugar, donde se quedó un rato admirando las incontables obras de arte que había por todos lados. Se sentía extraño allí, como un ser diminuto en un mundo de gigantes. Seguro era lo que millones habían sentido antes pero para él se sentía como la primera vez.

 Lo que fuera que lo dirigía, le decía ahora que caminara hacia un costado y penetrara por una puerta que ya estaba abierta. Había señales por todas partes, así que era obvio que estaba permitido que la gente utilizara esos corredores que rápidamente se convirtieron en escaleras. Poco a poco se fue cansando y una sed desesperante invadió su cuerpo. Recordó ver una fuente pública en algún lugar de la calle y se lamentó no haberse detenido allí para recuperar el aliento.

 Sin embargo, siguió ascendiendo hasta que llegó a otro pasillo que lo condujo hacia un lugar espectacular. Estaba justo debajo de la cúpula, caminando por un pasillo estrecho que recorría toda la circunferencia. Se atrevió a mirar abajo y dejó salir un gemido de sorpresa que, como el grito en el exterior, se expandió por todos lados hasta que dejó de oírse poco después. El lugar era simplemente increíble. Tanto detalle, tanta mano de obra que había recorrido esos muros y suelos y techos y ahora ninguna de esas personas existía. Ni los creadores ni los millones de turistas.

 Siguió subiendo por otra escalera y fue entonces cuando cayó en cuenta de algo: de verdad ya no había nadie en el mundo. Era eso o algo muy grave había pasado en la ciudad de Roma. Trató de recordar algo de su pasado mientras ponía un pie adelante del otro pero no recordaba nada preciso, solo imágenes, unas claras y otras borrosas. Ninguna parecía hacer referencia a lo que él quería averiguar. No recordaba gente muriendo ni una explosión fenomenal ni nada por el estilo.

 La escalera se fue ajustando a la curva del domo hasta que Mario tuvo que agacharse un poco para no golpearse contra el techo. Por un momento, pensó que tal vez eso habría sido algo bueno pues tal vez ayudara con su mala memoria. Sin embargo, una contusión no era algo muy atractivo en que pensar, en especial cuando no sabía nada de lo que le había pasado. Más de una hora había transcurrido desde su despertar en aquel callejón y todavía no sabía nada nuevo, nada que le diera verdadera información.

 De pronto, sintió de nuevo el sol en la cara. Estaba ahora en una terraza cerca de la punta de la cúpula desde donde podía ver toda la ciudad o al menos buena parte de ella. Podía ver la plaza abajo, las columnas, la avenida que se extendía hasta el río e incluso el puente por el que había dado tumbos. El callejón estaba oculto por edificios pero sabía donde estaba. Se quedó mirando allí, por varios minutos, como esperando a que pasara algo que le indicara que era lo que estaba pasando.

 Pero pasaron cinco minutos y después veinte y nada pasó. Sentía el viento en su cuerpo y un escalofrío lo recorrió desde la punta de los pies hasta la punta de la nariz. Su estomago gruñó con fuerza y recordó que aún no había comido nada. Allí abajo, en los alrededores de la plaza, había varios restaurantes cerrados. Seguramente podría tomar algo de allí y a nadie le importaría, estuvieran muertos o no. Era primordial aliviar sus necesidades básicas para poder investigar más.

 Quince minutos más tarde estaba allí abajo, caminando despreocupadamente. Miraba las vitrinas y se decidió por una pastelería. Tubo que romper un vidrio para entrar pero todo lo que había estaba todavía bueno. Calentó agua para tomar té y, tras terminar, hizo uso del baño del lugar.


 Por un momento pensó en conseguir ropa pero después se dio cuenta que le gustaba estar desnudo, así que ignoró la idea. Fue justo entonces cuando se fijó en un puesto de periódicos y una portada atrajo su atención. No sabía italiano pero por fin comprendió qué era lo que había ocurrido y lo siguiente que tenía que hacer.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Hamburguesa

   Lo que yo buscaba no era solo algo de comer. Era más que eso, eran ganas de complacer mi gusto por la comida, de en verdad sentir que estaba dándole lo que quería a mi cuerpo. Normalmente, uno come y se deja llevar por un gusto pasajero. De pronto ese día dieron ganas de comer una ensalada o de comer un buen pedazo de carne de cerdo o tal vez lo que quería era algo de beber, algún jugo específico. Pero no, esa vez era algo que iba más allá de un simple gusto. Quería tener un momento en el que estuviera solo yo con lo que iba a comer.

 Lo que yo quería era una hamburguesa. Eso sí, quería la mejor hamburguesa. Muchos me dijeron después que podía haber comprado el producto congelado en el supermercado y después haber cocinado un par en casa si es que tenía mucha hambre. Pero no, es que el caso no solo era de hambre sino algo más allá de un estómago vacío. Es gracioso pero todavía es difícil de explicar, como si fuera algo que me superara. El caso es que esa vez no fui a ningún supermercado pues quería lo mejor y, tengo que admitir, que no soy tan buen cocinero.

 Además hay días que uno no quiere comer en casa. De vez en cuando es bueno salir y al menos observar cómo pasa el mundo mientras se alimenta al cuerpo. Eso sí, no soy bueno comiendo solo y prefiero que alguien me acompañe para poder charlar y llevar una agradable conversación que haga de la comida un momento todavía mejor. No todo el mundo es buena compañía para comer, en eso creo que la mayoría estará de acuerdo conmigo. Pero una buena conversación puede mejorar bastante el sabor de una comida.

 Pero volvamos a ese día. Tengo que confesar que el día anterior había salido con un amigo y habíamos bebido una buena cantidad de cervezas entre los dos. No había bebido tanto como para emborracharme pero me había hecho falta comer para que la bebida no me hubiera hecho dormir de la manera que lo hizo. Tan grave fue la cosa que llegué a mi casa hacia las dos de la madrugada y me desperté alrededor del mediodía. Nunca dormía tanto y menos por haber bebido sólo cerveza. Lo bueno era que no había resaca ni nada por el estilo.

 Es de entender entonces que tenía mucha hambre. Al levantarme fui a buscar ala cocina a ver que había pero era uno de esos días en que todo parece haberse evaporado. Había solo una caja de gelatina, unas manzanas y un paquete de pan que tuve que tirar porque estaba mohoso. Tomé una manzana y me comí la mitad. El hambre que tenía no era de manzana y por eso me detuve y la guardé para después. Era tan seria la cosa que me senté en la cama y me puse a pensar de que tenía hambre y cuál podría ser el plan del día.

 Así fue que me dio por una hamburguesa. Claro que tenía que ser de res. Las de pollo o de pescado no eran lo mismo y ni que decir de las vegetarianas. Nadie dice que sean feas ni nada parecido pero es que mi necesidad en ese momento era la de comer algo que me llenara no solo el estómago sino también el alma y nada lo iba a hacer igual que una hamburguesa de carne de res. Obviamente me la imaginé acompañada de papas fritas, que por alguna razón no había comida hacía bastante tiempo, más de un año incluso.

 Lo raro fue que, junto a la hamburguesa y las papas fritas, me imaginé también un recipiente plástico lleno de cierta bebida gaseosa de color negro, muy azucarada y con buena cantidad de hielo. Era extraño porque, francamente, a mi no me gustan las bebidas gaseosas. No tomo nunca y prefiero cualquier jugo de fruta antes que un vaso de ese veneno para el cuerpo. Y sin embargo ahí estaba ese vaso alto y frío en mi imaginación, seduciéndome de una manera que ningún ser humano nunca podría llegar a igualar.

 Me puse de pie y salí corriendo a la ducha. Me quité la ropa entusiasmado y me duché lo más rápido que pude. En mi cabeza seguí planeando: ¿adonde iría por la hamburguesa? Pensé en varios centros comerciales, en varios restaurantes e incluso en tiendas pequeñas donde vendían cosas para comer. Pero mientras me ponía ropa, fue cuando me di cuenta que no tenía una idea clara de adonde ir. Sí, tenía hambre y sabía muy bien lo que quería pero, como dije antes, no podía ser cualquier hamburguesa. Tenía que salir complacido de la experiencia, sin discusión.

 Recurrí a internet para averiguar cuál era la mejor hamburguesa de la ciudad. Las opciones eran varias, ninguna de las cuales me llamara mucho la atención. Para la mayoría de esas listas, la presentación era lo más importante, sin importar si la hamburguesa era solo un pequeño bocado y la cantidad de papas no era suficiente ni para llenar a un bebé. No, esa no era la manera de afrontar la situación. Dejé el portátil de lado, me puse una chaqueta y decidí salir al centro comercial más grande de la ciudad, donde tendría varias opciones a elegir.

 No demoré mucho en llegar y sin embargo mi hambre había aumentado a niveles casi críticos. El estómago rugía mientras subía al último piso del centro comercial por las escaleras eléctricas. Puedo jurar que una pareja se me quedó mirando después de que mi estómago había hecho una imitación perfecta de una morsa. Decidí hacerme el tonto mirando para otro lado. Esos momentos incomodos podían esperar otro día. En ese momento lo que urgía era la comida.

 La zona de comidas del centro comercial estaba a reventar, al fin y al cabo que era sábado en la tarde. No había pensado en ese inconveniente: hacer fila en el sitio de mi elección prolongaría mi agonía. Pero no, primero había que encontrar el lugar y después sí pensaría en como hacer para no enloquecerme por la espera. Me di una vuelta en circulo por todos los locales. Muchos vendían cosas que yo no quería, así que fue fácil descartarlos. Pero cada vez que veía la palabra “hamburguesa” o su imagen, lo anotaba mentalmente.

 Al finalizar el recorrido, tenía contabilizados veintisiete lugares donde vendían hamburguesas. De esas fácilmente se podían eliminar más de la mitad pues estaban en lugares donde ni  la carne de res ni las hamburguesas eran una especialidad, así que no tenía sentido alguno pedir de allí. También eliminé los lugares que ofrecían otros acompañantes diferentes a papas fritas. No había manera de no cumplir también con esa parte. En fin, tras eliminar algunos, quedaron sólo cinco lugares.

 En cada uno de ellos se veía todo muy rico y el olor en general me estaba volviendo loco. Fue raro pero por un momento me sentí abrumado y tuve que recostarme contra una columna para tomar aire. Creo que había sido una combinación de falta de hambre con la ansiedad de saber que comer. Me dio un poco de risa en ese momento, pues me di cuenta de que estaba siendo demasiado dramático con todo el asunto. Era tan sencillo como elegir un lugar y simplemente probar. Además, seguramente una sola hamburguesa no sería suficiente para mi hambre.

 Me decidí al final por un lugar que visitaba bastante de niño. La clientela no era ni poca ni mucha y parecían ofrecer gran variedad de ingredientes en la hamburguesa. Como el hambre me pedía más y más, decidí ordenar la de doble carne. Cuando la cajera me ofreció agrandar las papas fritas, le dije que sí casi al instante y de un grito, creo que la asusté. Me recosté en la misma columna de antes esperando a mi pedido. Mientras tanto me invadió la emoción de que ya casi iba a obtener lo que había querido desde el inicio del día. Creo que todo el mundo sabe cómo se siente.


 Recogí el pedido minutos después y elegí una silla alta, como de bar, para sentarme a comer. Desenvolví la hamburguesa y me llegó de ella un olor que hizo que todo mi cuerpo vibrara de emoción. Sin ánimo de darle más largas al asunto, le di una buena mordida. Creo que nunca me he sentido mejor en mi vida. El sabor recorrió cada célula de mi cuerpo y, por un momento, puedo decir que fui la persona más feliz en la faz de la Tierra. Y no, no creo que esté exagerando. Fue una de esas comidas que jamás podré olvidar, por una gran cantidad de razones.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Renacer

   Para él, no era difícil sacar la bala de donde estaba alojado en su abdomen. El dolor era tremendo pero a la vez que sentía dolor, también había una extraña sensación que parecía envolver su mano mientras sus dedos exploraban la cavidad hecha por la bala. Cuando por fin dio con los restos de metal que quería sacarse, tuvo mucho cuidado al ir sacando los dedos para que la bala no se resbalara y volviera a quedar alojada dentro de su cuerpo. Lo que sacó era un pedazo pequeño de metal, arrugado al meterse en su cuerpo. Lo tiró al suelo.

 La lluvia caía de manera torrencial y ayudaba, en gran medida, a que sus heridas no se sintieran como tales. Los que sabían de su resistencia al dolor, creían que él no sentía nada de nada y eso era una mentira. Cada vez que le pasaba algo, lo sentía en el alma pero el asunto era que podía resistir la cantidad de dolor que fuera. No había un límite a lo que pudiese aguantar. Una vez, explorando el límite de sus poderes, había cogido un cuchillo y se lo había clavado en la mano. Por supuesto que le había dolido, pero no tanto como para aguantar varias clavadas más.

 Respirando pesadamente, caminó bajo la lluvia siguiendo una carretera solitaria. Era un lugar alejado de todo, envuelto por bosques de árboles que crecían muy cerca los unos de los otros, con follaje espeso y una altura que era capaz de cubrir una zona extensa como si fuera un techo natural. Allí fue donde se escondió, dando cada paso con dolor pero si dudar un segundo de que lo que tenía que hacer era alejarse lo más rápido posible de toda la gente, de la civilización como tal. Sentía que ya no pertenecía con ellos. De hecho, sentía que jamás se había integrado como tal.

 Encontró de repente una zona rocosa, en la que el bosque parecía subir de nivel. En ese lugar había una pequeña cueva y fue donde se dejó caer para descansar. La idea era solo quedarse un par de horas pero estaba tan exhausto que solo se despertó hasta el otro día. Lo hizo de un sobresalto. Por esos días, casi siempre tenía pesadillas horribles relacionadas con las extrañas habilidades que, de un día para el otro, habían surgido en su cuerpo. Solo llevaba pocos meses sabiendo lo que podía hacer y era todo demasiado extraño.

 La lluvia había parado durante la noche pero el bosque seguía húmedo y frío. La ropa del hombre estaba muy mojada pero no tenía otra para ponerse. Además, no era algo que le importara mucho ahora. Salió de la cueva y caminó por el linde de la ladera de la montaña, siempre cuidado no caminar por un claro ni nada parecido. No sabía si alguien estaría buscándolo ni que métodos estarían usando para encontrarlo. Tenía que ser cuidadoso. Estaba claro que nunca volvería a sentirse de verdad seguro. Tenía que aprender a sobrevivir así, en movimiento.

 Su estómago de pronto rugió. Tenía mucha hambre pues no comía nada hacía más de un día. Se revisó los bolsillos del pantalón y encontró un papel y nada más. En el bolsillo de la chaqueta tenía un billete de baja denominación y un par de monedas. Era lo único que tenía y de todas maneras no podía usarlo como si nada, menos como estaba en ese momento pues cualquiera empezaría a preguntar de dónde había salido. Así que guardó bien el dinero y siguió caminando, esperando que se le presentara alguna manera de calmar el estómago.

 Los árboles empezaron a separarse un poco, lo que lo puso nervioso, pero solo era porque en la cercanía había un lago. Era bastante grande y parecía que no había nadie cerca. El agua era limpia pero desde la orilla tenía un color azul oscuro profundo, casi negro.  El hombre se quedó mirando, desde la línea de árboles, como el viento acariciaba la superficie del agua. Era un viento frío, que traía la temperatura de la parte más alta de la montaña. El hombre miró hacia el cielo: no habían nubes ni parecía haber nada fuera de lo común.

 Despacio, se fue quitando la chaqueta. La dobló con cuidado y la puso en el suelo. Allí tenía su dinero y no quería que cualquier criatura del bosque pudiese sacar las monedas brillantes o el único billete que tenía. Luego se quitó la camiseta, que tenía una gran mancha de sangre oscura, y la puso doblada encima de la chaqueta. Cuando se fue a agachar para quitarse las botas cubiertas de barro, se dio cuenta que ya no tenía el hueco de la bala en su abdomen. Dolía un poco todavía pero la piel estaba lisa, sin rastro de que nada le hubiese pasado.

 Se pasó los dedos varias veces, sin creer lo que veía. No entendía que le pasaba y por qué le pasaba precisamente a él, un tipo común y corriente que nunca había querido ser especial de ninguna manera. Lo único que había querido en la vida había sido un trabajo estable y vivir en paz con los demás. eso era lo que quería. Pero la vida no le había dado nada de eso y menos aún en los últimos días. Era como si tuviera que superar alguna prueba o algo por el estilo pero él no comprendía por qué. Nunca le había hecho nada malo a nadie y ahora estaba huyendo.

 Se sentó en el húmedo suelo del bosque para quitarse las pesadas botas, cubiertas de barro que ya estaba endurecido. Sus pies olían bastante mal pues el agua de lluvia lo había mojado todo y no había secado sus pies en mucho tiempo. Las medias también estaban embarradas. Las dejó dentro de las botas y a estas las puso al lado de la demás ropa. Se quitó los pantalones, unos jeans ya viejos. Al hacerlo, sintió como si se quitara una armadura de encima del cuerpo. Se sentía vulnerable.

Después de doblar los jeans, los puso sobre la camiseta. Se quedó quieto un buen rato, pensando que de pronto no tenía mucho sentido lo que estaba haciendo. ¿Que tal si alguien llegara y lo viera así? Tal vez le quitarían la ropa y lo obligarían a morir sin nada puesto. Sería algo muy humillante. Pero ese era su subconsciente que estaba obsesionado con la idea de morir desde hacía unos días. Sentía que su muerte llegaría pronto y a cada rato se imaginaba alguna nueva manera en que eso ocurriría, casi siempre de manera trágica.

 Sacudió la cabeza, como espantando una mosca, y terminó de quitárselo todo al retirar con cuidado sus calzoncillos. Los dejó en una de las botas. Entonces se envolvió con sus brazos y empezó a caminar hacia la orilla del lago. Respiraba pesadamente como si estuviera a punto de meterse a un baño de ácido o algo por el estilo. Era el miedo de que algo que no veía venir pasara en cualquier momento. Se podría decir que ahora el pobre hombre tenía miedo hasta de su propia sombra, de cualquier ruidito, de todo lo que pudiera llevarlo a la muerte.

 Sus pies tocaron el agua. Estaba muy fría pero sintió algo más: se sentía vivo al sentir el líquido. Despacio, se fue metiendo al agua hasta que estuvo cubierto hasta la cintura. En parte se sentía congelándose pero a la vez su cuerpo parecía calentarse desde de adentro. Era una sensación muy extraña pero placentera. Sentía casi como si se estuviese recargando. Avanzó un poco más y el agua le llegó hasta el pecho. Cuando se dio vuelta para mirar a la orilla, se dio cuenta que se había alejado bastante y que no pasaba nada de peligroso.

 Tal vez ya no lo buscaban. Tal vez ya se hubiesen dado por vencidos. Al fin y al cabo habían visto como un hombre corría después de dispararle. Eso debía haberlos asustado o algo. Era como si el optimismo fuese llenando su cuerpo, gota a gota. Entonces miró a su alrededor y, sin dudar, se hundió en el agua por completo. Aunque dejó de sentir el suelo rocoso del lago por un momento, no se preocupó porque todo de repente parecía sentirse perfecto. Sentía que ahora sí lo entendía todo y que comprendía que le pasaba y porqué.


 Así estuvo una hora, emergiendo del agua y sumergiéndose de nuevo. Cuando por fin regresó a la orilla, parecía un hombre nuevo. Se veía que algo había cambiado en su interior pero era difícil saber que era. En su interior, sentía como si estuviese lleno de energía. Antes de cambiarse, hizo el intento. Tomó una piedra y la apretó con una mano lo más fuerte que pudo. Cuando abrió el puño, solo había un polvillo gris que flotó lejos con la suave brisa que soplaba. Era hora de salir del bosque.

miércoles, 31 de agosto de 2016

A oscuras

   Las gruesas gotas que lluvia que cayeron esa tarde fueron suficientes para despertarme. Sin querer, me había quedado dormido a la mitad de una película. Tenía las arrugas de la sabana marcadas en mi cara y parecía que ya era bastante tarde, muy tarde para en verdad aprovechar lo que quedaba del día. Por el cansancio particular que sentía todas las tardes, me había perdido de nuevo de la mitad del día. Lo que menos me gustaba del caso es que, en algún punto de la noche, debía obligarme a dormir.

 Me puse de pie, cerré el portátil y me acerca a la ventana más cercana. Afuera no se veía nada. Estaba muy oscuro y solo se oían los constantes truenos y relámpagos que eran algo muy común de estas tormentas. Cada cierto tiempo un trueno iluminaba la noche y marca un espacio por un momento pero después cambiaba de sitio y jamás era lo mismo en toda la noche.

 Caminé en la oscuridad al baño, donde oriné tratando de despertarme por completo pero me di cuenta que, al menos en parte, eso no era posible. No porque estuviese cansado ni nada por el estilo sino porque siempre habían partes y cosas que yo no conocía, pequeñas sorpresas que mantenían siempre ocupado. Intenté usar agua para despertarme y eso fue lo único que funcionó, a medias porque al salir del baño patee sin querer el guarda escobas, lo que me causó un gran dolor. 

 Caminé a la cocina medio cojeando y allí busqué algo de comer pero no había casi nada. Lamentablemente, ninguno de mis clientes me había pagado hasta ahora y sin ese dinero no tenía absolutamente nada. Tomé lo último de jamón y de queso que tenía, sin la mantequilla que me encantaba, y me hice un sándwich con un pan duro que encontré en la alacena. Me dolió la mandíbula después de comer pero definitivamente eso era mejor que aguantar hambre y yo tenía mucha.

 Comí en silencio y a oscuras. No quería prender la luz porque me había quedado dormido en la oscuridad y sabía que mis ojos se habían acostumbrado a esa cantidad de luz.  Si prendía las luces de la casa, sería demasiado para mis ojos y dormir de nuevo sería casi imposible. Por eso me quedé un largo rato en la oscuridad después de comer mi sándwich, pensando sobre todo y nada.

 La verdad, el tema del dinero me tenía pensativo. Normalmente yo pedía un adelante siempre que hacía trabajos para la gente pero esta vez el cliente no había podido hacer eso por mi pero no era suficiente razón para negarle mis servicios. Al fin y al cabo que necesitaba el trabajo. Y ahora estaba terminado y la persona no aparecía. No era la primera vez y no sería la última, no con la gente como es.

 Decidí volver a mi habitación y tomar la billetera. No tenía mucho, más bien casi nada allí. Solo algunas monedas, nada importante. En el cajón en el que guardaba todo, mi caja de seguridad en cierto modo, tenía un billete que había pasado por alto o, mejor dicho, que había dejado para emergencias como un accidente o algo por el estilo. Pero ya que no me había pasado nada en tanto tiempo, decidió arriesgarme. El hambre que tenía era enorme y prefería vivir ahora y no después, si es que eso tiene razón.

 Mi barrio es algo oscuro y las luces de la calle no son muy brillantes, lo cual es perfecto para mi. Salí con mi viejo pero confiable paraguas. La tienda a la que iba estaba en la cuadra siguiente. Tomé una pizza congelada y una lata de mi bebida gaseosa favorita. Además, unas galletas de chocolate para comer en otro momento, tal vez antes de dormir.

 Cuando salí de la tienda estaban cerrando. Era medianoche. Tenía mucha suerte al vivir en un barrio lleno de fiestas y jóvenes en el que el comercio abría hasta tarde. Si no hubiera sido por eso no hubiese podido comer como lo hice después, pasada la una de la madrugada. Caminé alegremente bajo la lluvia con mi bolsita de provisiones y fue al cruzar la única calle que tenía que cruzar cuando pasó lo que debía pasarme por vivir distraído o por estar demasiado contento bajo la lluvia.

 Mi pie derecho, por alguna razón, se deslizó mucho hacia delante. Perdí el equilibrio y caí al suelo, en la mitad de la calle. El susto grande no fue ese sino ver que un carro se me acercaba y paraba justo a un metro o menos de donde estaba yo tirado. Me levanté como pude pero no podía apoyar el pie pues me había hecho daño al apoyarlo mal sobre el piso mojado. El del coche no salió a ayudarme ni nada por el estilo. Al contrario, uso el claxon del vehículo para apurarme.

 Mojado y con dolor, tiré la sombrilla a un lado y me puse de pie como pude. El idiota del coche siguió su camino. Quise darme la vuelta e insultarlo y recordarle a su madre con algún insulto, pero no se me ocurrió nada en el momento. Estaba muy ocupado cojeando para apoyarme sobre el muro de un edificio, recogiendo mi bolsa y mi paraguas del piso.

 Allí me quedé un rato, sin pensar en nada, solo en el dolor que sentía. La puerta de mi edificio estaba solo a unos metros pero no me moví hasta pasado un cuarto de hora. La lluvia me caía encima y se mezcló con mis lágrimas. Mi caída había causado que algunos sentimientos guardados de hacía tiempo salieran sin control. Pero los controlé como pude para poder regresar a mi casa y seguir mi noche.

 Apenas entré en la casa, eché la pizza al horno y la bebida al congelador. Abrí el paquete de galletas y me comí un par, como para que el sabor dulce me ayudara para superar el tonto suceso que había acabado de vivir. Me limpie las lagrimas y me senté en el sofá, pensando que era una tontería pensar en mi soledad solo porque me había caído al piso. Porque cuando me puse de pie en la calle, pensé que hubiese sido ideal estar con alguien para que me ayudara y se compadeciera de mi.

 Pero eso jamás lo había tenido y, la verdad, no era algo que hubiese buscado nunca activamente. Por eso llorar por semejante cosa era tan estúpido. Sin embargo me hizo sentir mal, muy solo y patético. Tenía que admitir que pensaba que todo sería mejor con una persona a mi lado, alguien que no me dejara dormir en las tardes, que pudiese abrazar en las noches, que me acompañara a la tienda y que me ayudara a levantarme del suelo si me caía en la mitad de la calle.

 Había vivido ya muchos años pensando que era algo que no quería, que mi libertad era más importante que compartir mi vida con alguien pero ahora me daba cuenta que una cosa no tiene que ver con la otra. Podía haber optado por un poco de ambos. Hay gente que entiende lo de ser libre y es capaz de respetar eso en la vida de alguien más. ¿Porqué me había limitado tanto? ¿Porqué había hecho que las cosas fueran de un color o de otro en mi vida, cuando no tenía porqué ser así?

 El timbre del horno avisando que la pizza ya estaba lista me sacó de mis pensamientos. La saqué y la puse en un plato. Tomé la bebida y me senté en mi mesa de cuatro sillas a comer casi en la oscuridad. Afortunadamente entraba la luz de otros hogares y del tráfico de la calle, lo que era suficiente para poder cortar la pizza y comer con tranquilidad.

 Mientras comía, me daba cuenta que también había estado solo tanto tiempo porque nadie se había interesado en estar conmigo. Es cierto que había decidido no tener nada con nadie pero tampoco era que rechazara a gente todos los días. De hecho, era muy poco común que alguien me dirigiera un piropo o al menos unas palabras amables, claramente coqueteo. Eso solo había pasado un par de veces en mi vida y ambas cuando era muy joven.


 Creo que la gente ve en mi algo que les asusta, algo que les dice que no es seguro acercarse. Tal vez solo quieren estar un rato e irse o ni siquiera acercarse en primer lugar. No sé que es lo que piensan porque casi siempre siento que no me ven, que soy invisible. Pero no importa. Habiendo terminado mi pizza y mi bebida, vuelvo a la cama con las galletas. Gracias al dolor en mi tobillo, me quedo dormido rápidamente.