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jueves, 4 de diciembre de 2014

Café en Júpiter

Lira trabajaba en una plantación de café. Era el trabajo que hacían sus padres y que sus abuelos habían iniciado en la región, así que era una tradición seguir con el mismo trabajo que por tres generaciones le había dado de comer a su familia.

A ella le encantaba recoger café ya que sentía que no era un trabajo duro sino todo lo contrario. Aunque obviamente había un esfuerzo físico e incluso mental, trabajar al aire libre le brindaba una paz especial que nada más le podía brindar. Sin embargo, las ambiciones de Lira iban mucho más allá de la plantación.

Desde que era pequeña, le encantaba quedarse afuera antes de acostarse, mirando el cielo. Al vivir en una región poco urbanizada, la noche siempre era estrellada. Un día que había acompañado a su padre a hacer algunas compras en la ciudad, le había pedido dinero para comprar un libro sobre constelaciones y demás temas de astronomía. Ese libro lo tenía consigo todas las noches al mirar el cielo, para identificar cualquier cosa que le llamara la atención.

Sin embargo, lo que más le gustaba era soñar. Y de mayor, este seguía siendo su mayor entretención. Había terminado la escuela hacía poco, sin honores pero tampoco desastrosamente, y había tomado la decisión de dejar la vida del café. Su familia, al comienzo, no compartió su entusiasmo. Sus hermanos le riñeron, argumentando que si ella tenía derecho a más ellos también, a lo que ella les preguntó porque nunca habían hecho lo que querían, si es que en verdad tenían otros deseos, alejados de los cafetales.

El dinero fue la razón con la que sus padres se negaron a pagar una educación superior que no involucrara su modo de vida actual. Ellos le proponían estudiar biología o agronomía, que en algunas universidades de la capital departamental podían resultar carreras más económicas. El sueño de Lira involucraba no solo un monto mucho mayor a pagar, sino también dejar el país y ellos no querían eso porque la temporada hacía que necesitasen de todas las manos que pudiesen conseguir.

Lira no se dio por vencida. Cada cierto tiempo le hablaba a sus padres de lo buena que era la carrera, lo prometedora que podría ser su vida si dejara el país para estudiar pero sus padres siempre volvían al tema del cultivo y cerraban el tema.

La chica empezó entonces a buscar y buscar opciones. Pero su familia pedía de ella más tiempo y casi no podía ni pensar. El trabajo había pasado de ser una distracción y un momento de tranquilidad a ser su mayor pesadilla al despertarse. Los pocos momentos que tenía para ella sola, los pasaba investigando.

Un fin de semana en el que su familia decidió dejarla tranquila, Lira subió en un bus y fue a la capital departamental. Allí pasó horas leyendo en la biblioteca y se llevó uno de ellos cuando sus ojos ya estaban demasiado cansados para seguir. Después de comprar un helado, pasó cerca a la universidad en la que sus padres querían que estudiara para seguir trabajando con café.

Aunque su subconsciente le pedía que entrara y echara un vistazo, su cuerpo se negó y siguió caminando. En un parque cercano se sentó y, mientras comía el helado, retomó su lectura. Era un libro dedicado al planeta Júpiter y sus lunas.

De nuevo empezó a imaginar, algo que no había hecho hacía mucho. Imaginaba que era una científica reconocida y que descubría el primer rastro de vida fuera de nuestro mundo. Soñaba despierta que era famosa e inteligente y que sus padres estaban orgullosos de ella.

De repente, un balón de fútbol la golpeó en la espalda y sus sueños desaparecieron. El dolor la hizo lanzar lo que quedaba del helado al suelo y cerrar su libro con fuerza. Cogió el balón, se puso de pie y lo pateó lejos, exactamente del lado opuesto al que estaban algunos estudiantes jugando. Muchos le gritaron cosas pero ella solo les hizo un gesto insultante con la mano y se fue de allí con su libro.

El dolor había despertado su rabia. Pero no era solo con los idiotas que le habían pegado sino con todo lo que sucedía a su alrededor: estaba amarrada una maldita plantación de café y no podría nunca salir de allí a menos que escapara y esa no era una opción sensata. Tendría que aguantar el resto de su vida el olor del café, que para ella ya era algo desagradable.

De pronto alguien le puso una mano en el hombre y ella gritó y se dio vuelta. Era uno de los chicos que jugaban fútbol en el parque. Ella lo miró con rabia e iba a seguir caminando cuando el se disculpó y preguntó si todavía le dolía la espalda. El chico mencionó que estudiaba medicina y podría llevarla a una revisión a la universidad, si no tenía algo que hacer.

Ella le respondió, en voz bastante alta, que no le interesaba ninguna ayuda de alguien que obviamente no tenía el más mínimo interés en la seguridad de nadie. Además, le dijo que ojalá nunca llegara a ser médica ya que temería por sus pacientes.

Lira se alejó pero el chico la siguió y le pidió disculpas por lo que había pasado.

 - Déjame invitarte algo de tomar. Solo eso.

Ella lo miró con rabia pero aceptó. No había podido terminar su helado en paz y la verdad era que hacía bastante calor.

Caminaron un poco hasta llegar a una cafetería pero ella se negó, diciendo que no quería nada con café. Entonces el chico se dio cuenta que al otro lado de la calle había una tienda de jugos y la invitó allí. El lugar era pequeño pero muy bonito y con varios sabores de jugos y batidos. Lira pidió uno de fresa con banano y él uno de lulo.

 - Mi nombre es Felipe.
 - Lira.

El asintió y tomó un poco de jugo. Miró el libro que la joven había puesto sobre la mesa y sonrió.

 - Estudias física o química?

Lira, que estaba bebiendo algo de jugo, lo miró directo a los ojos, pero ya no con rabia sino con sorpresa, como si Felipe le hubiera dado una idea.

 - Porque lo preguntas?

Él le explicó que la mayoría de jóvenes de la universidad que leían esos libros era porque estudiaban alguna de esas dos carreras o incluso ambas. Le contó de un chico en especial, uno de esos "niños genios", que tenía 15 años y estudiaba allí. Decía que su sueño era trabajar en un telescopio de los que había en Chile o Hawai.

Entonces Felipe le preguntó a ella que si le gustaba lo mismo o era solo por leer que tenía el libro. Ella le respondió hablando por varios minutos, en los que él puso atención a cada una de las palabras que ella decía, palabras apasionadas referentes a su sueño de ser una científica famosa, descubridora de mundos y secretos universales.

Cuando terminó, el chico tenía una tonta sonrisa en la cara y su jugo estaba terminado. Entonces Lira empezó a bombardearlo con preguntas sobre la universidad y Felipe las contestó como pudo. Al final, parecía que la chica estaba complacida. intercambiaron correos electrónicos y prometieron seguir en contacto, cada uno por razones distintas pero sin revelarlas al otro.

Camino a casa en el bus, Lira se dio cuenta de que había encontrado a la respuesta a sus problemas. Y, en efecto, sus padres finalmente aceptaron sus estudios fuera de la rama de lo agrícola para dedicarse a una doble carrera de física y química en la universidad donde estudiaba Felipe.
De allí se graduó de ambas carreras con honores, siempre estando dedicado al 100% a sus estudios y ayudando en casa cuando podía.

Lira se convirtió en una reconocida figura del mundo científico pero, a pesar de los años, nunca pudo retomar su relación con el café, que no podía oler sin que lo relacionara con sus deseos fallidos del pasado.

martes, 23 de septiembre de 2014

The Real Mrs. Humphries

Helena Humphries lived with her dog Alan and her crow Lena. They had been together for several years and weren't planning to separate any time soon. Her husband Harvey had died five years ago and both animals were greta companions for an elderly lady like Helena.

For years, she had taken care of a small shop, located just below her apartment. The place had been the property of Harvey's family but they all died out fast and he was the last one. So he gave the shop to Helena in his will.

To be honest, she had not been very happy when she realized she had to take care of business. She was 74 years old and planned to live the rest of her days in peace and tranquility. The shop was too much to do, too much to pay attention to. She had always thought the place was perfect for her husband, an innate businessman. But she didn't have it in her.

They had met in high school and from then on she was only a wife. They never had children and, to be honest again, she didn't resent it. She thought children should only come to the world if they were "looked for" and if they were guaranteed love.

Helena had suffered from depression when she was younger and Harvey had taken care of her with love and friendship. For that, she had always been thankful and decided to be the best wife she could and she had been: beautiful cakes every birthday, delicious dinners after a hard day at work and kisses and hugs in bed.

Harvey had died a happy old man. He was 80 and died from a heart attack, a disease that plagued his family, made mainly of larger people.

So Helena had to take the shop in her hands. She sold everything: groceries, candy and even hardware.

One day, a particular windy one, a woman called Virginia entered the store. She browse around but didn't appear to be really interested in anything. Helena had recognized her: people of the neighborhood said she was a prostitute and that she had a son out of one of her clients.

 - Might I help you?

Virginia looked at Helena and started crying. The older woman didn't know what to do, so she grabbed some hankies, the one she sold, and gave them to the woman. She cleaned her face, tainted by ruined make up, and blew her nose.

Helena asked if she was fine and the woman started her story: it was true. She was a prostitute as she had been laid off from her job at a brewery and she found herself with no husband and a child. But the child was not a consequence of her new work, more like the cause of it. She did it for him, so he could have food and a better life.
But she was tired of her living and wanted to stop. But her procurer forced her to keep doing it and she didn't wanted to.

At the edge of tears, Helena told her no woman should be forced to do nothing, as her Harvey had said. He had always encouraged Helena to be more than his wife but she had settled in it so well, she didn't wanted to pursue dreams that may not come true.

 - Work here. I have an extra room for you and the baby. Turn your life around.

This had two purposes: help Virginia and also separate herself from the store so she could have some peaceful elderly years.

The younger woman moved in with her son and life was good and quiet for a week or so until a man named Gregory came into the store, with a body guard as big as Mrs. Humphries wardrobe. They started pushing things to the floor and insulting Virginia for failing to do her job. She asked for forgiveness and told Gregory she would pay any debts. The big man grabbed her by an arm and almost broke it.

Suddenly a loud bang was heard. No one really knew what it was until Gregory fell dead on the floor. Mrs. Humphries had come down from her apartment, where she was taking a nap next to Virginia's baby, with her rifle.

It has to be said that Harvey had always been cautious and didn't trust the authorities too much, as his younger brother had been drafted illegally by military men and then died in a faraway land. So when he married Helena, he taught her how to shoot and use all kinds of guns. On saturdays, they would share an evening at the shooting range and then have milkshakes for desert. Helena had always loved those days as she felt strong and with purpose.

The tall big man dropped Virginia and attempted to leave but Mrs. Humphries shot again, this time pointing at his knee. The man screamed of pain.
In a matter of minutes, the police was there, picking up the bodies and summoned the women for interrogation. As it was self defense during property invasion, they let them go.

From then on Mrs. Humphries took care of Virginia as if she was a daughter and Virginia learned to think of the older lady as a mother. She proposed Helena to close the store for remodeling in order to turn it into a nice little café, which could attract more clients. Virginia was skilled at baking and pastries and had always wanted to do it for a living.

The new café was a success. Every person in town wanted to have one of Virginia's pastries for dessert. Helena helped too and, finally, gave in to her Harvey's wish of her becoming more than a wife. She became a proper owner, a good hostess and a great surrogate mother for Virginia and her baby.

They had difficulties and great moments but they were together, as a family, and that was all that mattered.