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miércoles, 23 de noviembre de 2016

En común

   Cuando desperté, él ya no estaba ahí. No me dio indicios de que ser iría tan pronto pero la verdad es que no se me hizo raro. La noche anterior había sido perfecta pero, al parecer, quedaban muchas cosas por hablar, por resolver, antes de que las cosas funcionaran como yo quería. O bueno, tal vez él no deseaba tener ningún tipo de relación conmigo, ni siquiera algo casual. Eso era respetable pero no lo entendía pues había sido él el que había tomado la iniciativa el día anterior. No estoy diciendo que yo no quería nada, solo que él tomó el primer paso.

 Nos habíamos visto ya bastantes veces. Suele pasar cuando uno frecuenta siempre las mismas personas. Él siempre era muy amable, educado y a veces incluso gracioso. Sus chistes eran del momento, algo que a mi me gustaba bastante pues era lo que yo hacía con frecuencia. Pero no estuvimos juntos toda la noche, más bien al contrario. Era una de esas fiestas en las que había que ir circulando para en verdad aprovechar todo lo que se ofrecía. No solo comida y bebida sino un mundo de conexiones que, por lo menos a mi, me caían como anillo al dedo.

 Mi amiga Raquel lo había organizado todo. Ella era de esas persona que tienen tanto dinero que ni saben cuanto. Le encantaba trabajar, a pesar de eso, pero lo que más le gustaba era organizar fiestas y sin lugar a dudas era una de las mejores personas haciendo exactamente eso. No solo porque casi siempre ambientaba los encuentros de maneras que nadie se esperaba, sino que con frecuencia invitaba a la gente correcta en el momento correcto. Artistas, empresarios, gente del común que le caía bien,… Raquel era una mujer llena de sorpresas.

 De hecho, había sido en otra de sus fiestas, una mucho más pequeña en su casa, donde había visto por primera vez a Daniel. En esa ocasión no había hablado ni interactuado con él, ni siquiera a través de nuestras amistades en común. Solo nos habíamos echado algunas miradas a lo largo de la velada y nada más. La verdad es que siempre he sido bastante tímido y solo puedo suponer que él es igual en ese sentido. Hasta este momento no lo sé a ciencia cierta pero algo me dice que él es incluso más privado y reservado que yo, y eso es mucho decir.

 Esa vez también se fue de un momento a otro y le pregunté a Raquel quién era él. Ella me dijo que se llamaba Daniel y que era un músico que había conocido en una de sus muchas reuniones que los mejores cantantes e intérpretes de la ciudad. Al parecer Daniel tocaba muy bien la guitarra y otros instrumentos que usaba para acompañar a una gran cantidad de cantantes durante sus conciertos. Raquel dijo que era callado pero cuando hablaba decía siempre lo que uno estaba pensando. Era de esas personas que solo hablan cuando tienen algo importante que decir.

 Después fue que empecé a verlo más y nunca supe cual era la razón. Alcancé a pensar que había sido Raquel quién se había encargado de que en cada fiesta que yo iba, Daniel estuviese también. No, no era que me enojara que lo hiciera, todo lo contrario. Pero me preguntaba si él se daba cuenta de lo que nuestra amiga en común intentaba hacer. Además, estaba el pequeño inconveniente de que yo no sabía si yo le gustaba. O para ponerlo más claro, no tenía ni idea si a Daniel le gustaban los chicos o las chicas y eso era algo que yo debía saber para no perder el tiempo.

 La verdad es que mi interés por las cosas y por las personas tiene una duración que puede ser muy corta. Como nunca pasó nada en ninguna de esas reuniones, al final yo ya ni ponía atención si él estaba o no ahí. Después fue que tuve que viajar por un año, por asuntos de trabajo. Cuando volví y me reuní de nuevo con Raquel, estuvo contenta de contarme todos los chismes que había para contar. Después de hablarme de los más jugosos, recordó a Daniel y me contó que se había emparejado con uno de los chicos de una banda que ella siempre invitaba a las fiestas más grandes.

 Yo a esa banda la recordaba muy bien por dos razones: la primera era porque en verdad eran buenos. El tipo de música que tocaban era precisamente el que me gustaba, relajado pero con unos toques atrevidos donde se necesitaban. La otra razón es que el baterista y yo habíamos tenido relaciones sexuales en la van que usaban para guardar los equipos. Lo hicimos en una de esas fiestas y todo fue solo por un mirada. Nos entendimos, fue como un apretón de manos, un acuerdo sin una sola palabra. Minutos después, estábamos uno junto al otro.

 Bueno, de eso hacía mucho tiempo. Por eso no le dije nada a Raquel. Ya había vuelto a ver al tipo muchas veces después de esa ocasión y estaba claro que ninguno de los dos quería nada a raíz de ese momento hacía tanto tiempo. La primera vez que nos vimos luego de hacerlo nos miramos y asentimos. Las veces siguientes no hubo ni eso y nos dio igual a los dos. Hay veces que esa energía, ese deseo de algo más, sea lo que sea, simplemente no existe y no hay nada malo en ello. Incluso puede que sea algo bueno.

 El caso es que volví a ver a Daniel. Estaba tan cambiado: no solo se veía más guapo que antes sino que hablaba mucho más. Tanto así que me saludó de mano y mirándome los ojos en la primera fiesta a la que fui después de volver de mi viaje. Tengo que admitir que, por un momento, no me importó nada más en el mundo fuera de esa sonrisa tan hermosa y sus ojos tan amables y sinceros. Fue como si el tiempo se congelara por un momento, dejándome ser feliz por unos segundos.

 Lo malo fue que me presentó a su novio justo después, entonces se sintió como si me hubieran echado varios litros de agua fría encima. El tipo con el que estaba era simplemente perfecto, casi un modelo de ropa de alta costura. Dolían los ojos de verlo directamente, como si fuera el sol o algo por el estilo. Me dio un poco de rabia haberme puesto tan contento por un momento. Decidí que debía olvidarme de ese pequeño fragmento de tiempo pero, para mi sorpresa, fue muy difícil hacerlo así no más. Era casi imposible no pensar en ello, al menos una vez al día.

 Al pasar de los meses, lo logré. Y cuando lo vi de nuevo no sentí nada. No ofrecí mi mano ni una sonrisa, solo un movimiento de cabeza que pudo ser grosero pero la verdad no caí en cuenta en el momento. No me importaba. Ahora que lo pienso, lo que he hecho no ha sido de la mejor manera. No sé que es lo que espero que pase cuando yo mismo no he sido el mejor ejemplo de cómo hacer las cosas como se debe. Es un poco chocante darse uno mismo cuenta de las tonterías que hace, sea en el tiempo presente o en un pasado lejano.

 Varias veces nos vimos después de eso y fue cuando me di cuenta de su tendencia por los chistes. Con el tiempo me empecé a reír de ellos y me di cuenta de que no importaba si lo hacía, no me comprometía a nada con hacerlo. Solo quería disfrutar de esas veladas lo mejor posible y así lo hice. Volví a pasarlo bien y a no fijarme en tonterías. Ese fue un problema porque si hubiese estado más alerta hubiese visto las señales y hubiera podido hacer algo para prevenir lo que estaba por venir, algo que debí pensar mejor, con cabeza fría.

 Ocurrió en una de esas pequeñas reuniones en casa de Raquel. Daniel fue solo y todos preguntaron por su novio. Estaba enfermo, con gripa. Bebimos bastante y cuando era hora de irnos hablábamos, de la nada. Me dijo que nos podíamos acompañar a casa, pues vivíamos uno cerca del otro y no lo sabíamos. Caminamos en la noche húmeda, recién había llovido. Hablamos todo lo que jamás habíamos hablado y cuando llegamos a mi apartamento, lo invité a pasar. Él aceptó sin dudar un momento. Esa noche hicimos el amor como nunca antes con nadie más.


 Eso fue ayer. Ahora tengo un dolor de cabeza enorme y una culpabilidad igual de grande. No sé porqué esperaba algo más de él cuando tiene a alguien que lo necesita, con el que ha estado tanto tiempo. Yo soy solo una pausa, una que yo mismo pude haber prevenido. Supongo que fue su tacto, su manera de tocarme la que hizo pensar que todo podía ir más allá. Fue como vivir, de nuevo, en ese espacio suspendido que había mencionado antes. Todavía podía sentirlo y de eso no creo poderme olvidar.

lunes, 31 de octubre de 2016

Beso a la italiana

   Pensaba que nadie nos había visto. Estaba bastante oscuro y se suponía que todos en el salón estaban demasiado ocupados viendo la película como para ponerse a mirar o escuchar lo que hacían los demás. Cabe notar que hice mi mayor esfuerzo para no hacer ruido y que estábamos en la última fila de uno de esos salones que son como un anfiteatro. No me iba a atrever a tanto en otro lugar más arriesgado, pensé que no estaba lanzándome al agua de esa manera y, sin embargo, cuando prendieron la luz, hubo más de una mirada en mi dirección.

 La verdad, aproveché el final de la clase a para salir casi corriendo a mi casa. Menos mal era ya el final de mi día en la universidad y podía volver a mi hogar donde había comida caliente y menos ojos mirándome de manera extraña. A él no le dije nada y la verdad era que después de nuestro beso, apenas nos tomamos la mano por un momento para luego comportarnos como si jamás nos hubiésemos sentado juntos en la vida. Me hacía sentir un poco mal hacer eso pero a él no era que pareciera afectarle así que dejé de pensarlo.

 El viaje a casa fue demasiado largo para lo que quería. Apenas llegué comí mi cena con rapidez y, apenas acabé, subí a mi cuarto y me puse la pijama. No solo tenía hambre desde la universidad sino también sueño. Era viernes pero no tenía ganas de verme con nadie ni de hacer nada. A mi familia se le hizo raro que me acostara tan temprano pero es que me caía del sueño, no entiendo por qué. Apenas apagué la luz y encontré mi lugar en la cama, me quedé profundamente dormido y no me desperté sino hasta que sentí que había descansado de verdad.

Desafortunadamente, me desperté varias veces durante la noche. Mi cerebro parecía estar obsesionado con la idea de que había besado a Emilio en la oscuridad. Había sido un beso inocente, simple, pero mi mente se inventó varios sueños y pesadillas alrededor de semejante recuerdo tan simple. En uno de los momentos que me desperté, como a las cuatro de la mañana, tengo que confesar que lo quise tener conmigo en mi cama para abrazarlo y que me reconfortara. Pero entonces recordé que eso no era posible y volví a dormir con dificultad.

Menos mal no tenía nada que hacer el sábado. Solo investigué un par de cosas para la universidad y el resto del día me la pasé viendo series de televisión y compartiendo con mi familia. Los días así los disfrutaba mucho porque eran días simples, de placeres simples. No tenía que complicarme la cabeza con nada. La noche del sábado al domingo dormí sin sueño y me sentí descansado. Ya la del domingo al lunes fue un poco más tensa, también porque tenía que madrugar para llegar a una clase a las siete de la mañana.

 A esa clase llegué contento por el buen fin de semana pero a los diez minutos de haber entrado ya estaba a punto de quedarme dormido. El profesor tenía una de las voces más monótonas en existencia y muchas veces ponía películas tan viejas que no tenían sonido de ningún tipo. Era como si fuera una trampa de una hora para que la gente se quedara dormida en mitad de una clase. No tenía ni idea si a alguien lo habían echado de un salón por dormir pero, si así era, seguramente estaba yo haciendo méritos para que me pasara lo mismo.

 Pero no ocurrió nada. La película se terminó y todos nos movimos muy lentamente a la zona de la cafetería, donde pedí un chocolate caliente y algo para comer que me ayudara a aguantar una hora hasta la próxima clase. Fue en una de esas que llegó una amiga y se me sentó al lado con cara de que sabía algo que yo no sabía. La verdad era que era demasiado temprano para ponerme a adivinar. A ella le encantaban los chismes y a veces me ponía a adivinarlos, cosa que odiaba con el alma pero al parecer a ella le encantaba hacer así que no decía nada.

 Esta vez, en cambio, se me sentó justo al lado y me susurró al oído: “¿Es cierto?” Yo la miré con cara de confundido pues en verdad no tenía ni idea de que era que me estaba hablando. Sin embargo, Liliana parecía a punto de explotar con la información. Le dije que me contara si sabía algún chisme porque no tenía muchas ganas de ponerme a adivinar haber quien había terminado con quien o quien se había echado encima a otro o si una de las alumnas se había desnudado y había corrido por todo el campus sin nada de ropa.

 Ella negó con la cabeza y lo dijo sin tapujos: “Dicen que te vieron dándole un beso a Emilio.” Obviamente yo no le creí. Ella sabía del beso porque yo mismo le había contado durante el fin de semana, por el teléfono. Ella no tenía esa clase conmigo y no tenía manera de saber. Pero esa fría mañana, me dijo que yo no había sido el primero en contarle sino que otra chica, que sí estaba conmigo en esa clase del viernes, dijo que lo había visto o que por lo menos alguien le había contado justo cuando había pasado. El caso es que todo el mundo sabía algo.

 La mayoría era seguro que no habían visto absolutamente nada pero los rumores siempre crecen gracias a los que son netamente chismosos. Por un momento, no me preocupé. Así fuese verdad que todo el mundo sabía, creo que era más que evidente para el cuerpo estudiantil que a mi no me gustaban las mujeres más que para una amistad. Porque tendría que preocuparme por lo que ellos supieran o no? Ya no estábamos en el colegio donde todo era un dramón de tamaño bíblico.

 Y fue entonces que me di cuenta que yo no era la única persona metida en el problema. Los chismes podrían hablar mucho de mí pero también era sobre Emilio y él había comenzado la carrera con una novia. Y no era un hecho que solo yo supiese o un pequeño montón de gente. Su situación había saltado a la vista durante un año pues la novia era de aquellas chicas que aman estar enamoradas y que no pueden vivir un segundo de sus vidas despegadas de sus novios. Siempre me pregunté si estudiaba o algo porque no lo parecía.

 Emilio había terminado con ella hacía unos meses y fue entonces cuando empezamos a conversar y nos dimos cuenta que había un gusto que nunca nos hubiésemos esperado. Lo del salón, lo admito, fue culpa mía. Yo fui quien le robé el beso porque cuando lo medio iluminado por la película italiana que veíamos, me pareció de pronto el hombre más lindo que jamás hubiese visto. Tenía una cara muy linda y unos ojos grandes. No me pude resistir a acercarme un poco y darle un beso suave en los labios que, al parecer, resultó en boca de todos.

 El martes, que tenía clase con él, no lo vi. Lo que sí vi fue un grupito de idiotas que me preguntaran que donde estaba mi novio. Los ignoré pero la verdad era que yo también me preguntaba donde se habría metido Emilio. Él siempre venía a clase y tenía un grupo nutrido de amistades con los que se sentaba en los almuerzos. Fue ese mismo grupo de personas que me miraron como si estuviese hecho de estiércol cuando pasé al lado de ellos con mi comida de ese día.

 Mi amiga, pues yo solo tenía una cantidad cuantificable en una mano, me dijo que no hiciera caso de lo que oyera o viera o sino en cualquier momento podría explotar y eso no ayudaría en nada a Emilio o a mi. Tenía que quedarme callado mientras hablaban y yo sabía que el tema era yo. El resto de esa semana fue insoportable hasta llegar al viernes, día en que me encontré con Emilio en la misma clase en la que lo había besado la semana anterior. No me dio ningún indicio de estar enojado conmigo porque se sentó a mi lado, como pasaba desde comienzo de semestre.


 El profesor reanudó la película italiana, pues no la habíamos acabado de ver. Y cuando Sofía Loren lloró, sentí una mano sobre la mía y, cuando me di cuenta, Emilio me besó y esta vez sí que todos se dieron cuenta. Bocas quedaron abiertas y ojos estallados, pero en mi nació una llamita pequeña que me ayudó a tomarle la mano a Emilio hasta la hora de salida, momento en que nos fuimos juntos a tomar algo y a hablar de lo que había ocurrido en la última semana. Mi corazón palpitaba con fuerza pero sabía que no tenía nada de que preocuparme.