Pensaba que nadie nos había visto. Estaba
bastante oscuro y se suponía que todos en el salón estaban demasiado ocupados
viendo la película como para ponerse a mirar o escuchar lo que hacían los
demás. Cabe notar que hice mi mayor esfuerzo para no hacer ruido y que
estábamos en la última fila de uno de esos salones que son como un anfiteatro.
No me iba a atrever a tanto en otro lugar más arriesgado, pensé que no estaba
lanzándome al agua de esa manera y, sin embargo, cuando prendieron la luz, hubo
más de una mirada en mi dirección.
La verdad, aproveché el final de la clase a
para salir casi corriendo a mi casa. Menos mal era ya el final de mi día en la
universidad y podía volver a mi hogar donde había comida caliente y menos ojos
mirándome de manera extraña. A él no le dije nada y la verdad era que después
de nuestro beso, apenas nos tomamos la mano por un momento para luego
comportarnos como si jamás nos hubiésemos sentado juntos en la vida. Me hacía
sentir un poco mal hacer eso pero a él no era que pareciera afectarle así que
dejé de pensarlo.
El viaje a casa fue demasiado largo para lo
que quería. Apenas llegué comí mi cena con rapidez y, apenas acabé, subí a mi
cuarto y me puse la pijama. No solo tenía hambre desde la universidad sino
también sueño. Era viernes pero no tenía ganas de verme con nadie ni de hacer
nada. A mi familia se le hizo raro que me acostara tan temprano pero es que me
caía del sueño, no entiendo por qué. Apenas apagué la luz y encontré mi lugar en
la cama, me quedé profundamente dormido y no me desperté sino hasta que sentí
que había descansado de verdad.
Desafortunadamente, me
desperté varias veces durante la noche. Mi cerebro parecía estar obsesionado
con la idea de que había besado a Emilio en la oscuridad. Había sido un beso inocente,
simple, pero mi mente se inventó varios sueños y pesadillas alrededor de
semejante recuerdo tan simple. En uno de los momentos que me desperté, como a
las cuatro de la mañana, tengo que confesar que lo quise tener conmigo en mi
cama para abrazarlo y que me reconfortara. Pero entonces recordé que eso no era
posible y volví a dormir con dificultad.
Menos mal no tenía nada
que hacer el sábado. Solo investigué un par de cosas para la universidad y el
resto del día me la pasé viendo series de televisión y compartiendo con mi
familia. Los días así los disfrutaba mucho porque eran días simples, de
placeres simples. No tenía que complicarme la cabeza con nada. La noche del
sábado al domingo dormí sin sueño y me sentí descansado. Ya la del domingo al
lunes fue un poco más tensa, también porque tenía que madrugar para llegar a
una clase a las siete de la mañana.
A esa clase llegué contento por el buen fin de
semana pero a los diez minutos de haber entrado ya estaba a punto de quedarme
dormido. El profesor tenía una de las voces más monótonas en existencia y
muchas veces ponía películas tan viejas que no tenían sonido de ningún tipo.
Era como si fuera una trampa de una hora para que la gente se quedara dormida
en mitad de una clase. No tenía ni idea si a alguien lo habían echado de un
salón por dormir pero, si así era, seguramente estaba yo haciendo méritos para
que me pasara lo mismo.
Pero no ocurrió nada. La película se terminó y
todos nos movimos muy lentamente a la zona de la cafetería, donde pedí un chocolate
caliente y algo para comer que me ayudara a aguantar una hora hasta la próxima
clase. Fue en una de esas que llegó una amiga y se me sentó al lado con cara de
que sabía algo que yo no sabía. La verdad era que era demasiado temprano para
ponerme a adivinar. A ella le encantaban los chismes y a veces me ponía a
adivinarlos, cosa que odiaba con el alma pero al parecer a ella le encantaba
hacer así que no decía nada.
Esta vez, en cambio, se me sentó justo al lado
y me susurró al oído: “¿Es cierto?” Yo la miré con cara de confundido pues en
verdad no tenía ni idea de que era que me estaba hablando. Sin embargo, Liliana
parecía a punto de explotar con la información. Le dije que me contara si sabía
algún chisme porque no tenía muchas ganas de ponerme a adivinar haber quien
había terminado con quien o quien se había echado encima a otro o si una de las
alumnas se había desnudado y había corrido por todo el campus sin nada de ropa.
Ella negó con la cabeza y lo dijo sin tapujos:
“Dicen que te vieron dándole un beso a Emilio.” Obviamente yo no le creí. Ella
sabía del beso porque yo mismo le había contado durante el fin de semana, por
el teléfono. Ella no tenía esa clase conmigo y no tenía manera de saber. Pero
esa fría mañana, me dijo que yo no había sido el primero en contarle sino que
otra chica, que sí estaba conmigo en esa clase del viernes, dijo que lo había
visto o que por lo menos alguien le había contado justo cuando había pasado. El
caso es que todo el mundo sabía algo.
La mayoría era seguro que no habían visto
absolutamente nada pero los rumores siempre crecen gracias a los que son
netamente chismosos. Por un momento, no me preocupé. Así fuese verdad que todo
el mundo sabía, creo que era más que evidente para el cuerpo estudiantil que a
mi no me gustaban las mujeres más que para una amistad. Porque tendría que
preocuparme por lo que ellos supieran o no? Ya no estábamos en el colegio donde
todo era un dramón de tamaño bíblico.
Y fue entonces que me di cuenta que yo no era
la única persona metida en el problema. Los chismes podrían hablar mucho de mí
pero también era sobre Emilio y él había comenzado la carrera con una novia. Y
no era un hecho que solo yo supiese o un pequeño montón de gente. Su situación
había saltado a la vista durante un año pues la novia era de aquellas chicas
que aman estar enamoradas y que no pueden vivir un segundo de sus vidas
despegadas de sus novios. Siempre me pregunté si estudiaba o algo porque no lo
parecía.
Emilio había terminado con ella hacía unos
meses y fue entonces cuando empezamos a conversar y nos dimos cuenta que había
un gusto que nunca nos hubiésemos esperado. Lo del salón, lo admito, fue culpa
mía. Yo fui quien le robé el beso porque cuando lo medio iluminado por la
película italiana que veíamos, me pareció de pronto el hombre más lindo que
jamás hubiese visto. Tenía una cara muy linda y unos ojos grandes. No me pude
resistir a acercarme un poco y darle un beso suave en los labios que, al
parecer, resultó en boca de todos.
El martes, que tenía clase con él, no lo vi.
Lo que sí vi fue un grupito de idiotas que me preguntaran que donde estaba mi
novio. Los ignoré pero la verdad era que yo también me preguntaba donde se
habría metido Emilio. Él siempre venía a clase y tenía un grupo nutrido de
amistades con los que se sentaba en los almuerzos. Fue ese mismo grupo de
personas que me miraron como si estuviese hecho de estiércol cuando pasé al
lado de ellos con mi comida de ese día.
Mi amiga, pues yo solo tenía una cantidad
cuantificable en una mano, me dijo que no hiciera caso de lo que oyera o viera
o sino en cualquier momento podría explotar y eso no ayudaría en nada a Emilio
o a mi. Tenía que quedarme callado mientras hablaban y yo sabía que el tema era
yo. El resto de esa semana fue insoportable hasta llegar al viernes, día en que
me encontré con Emilio en la misma clase en la que lo había besado la semana
anterior. No me dio ningún indicio de estar enojado conmigo porque se sentó a
mi lado, como pasaba desde comienzo de semestre.
El profesor reanudó la película italiana, pues
no la habíamos acabado de ver. Y cuando Sofía Loren lloró, sentí una mano sobre
la mía y, cuando me di cuenta, Emilio me besó y esta vez sí que todos se dieron
cuenta. Bocas quedaron abiertas y ojos estallados, pero en mi nació una llamita
pequeña que me ayudó a tomarle la mano a Emilio hasta la hora de salida,
momento en que nos fuimos juntos a tomar algo y a hablar de lo que había
ocurrido en la última semana. Mi corazón palpitaba con fuerza pero sabía que no
tenía nada de que preocuparme.