Lo primero que hizo Amanda al llegar a casa
fue ir al patio y cruzarlo todo hasta donde estaba el lago. En el muelle que
había se subió a una pequeña barquita y remó sola hasta que estuviese lejos de
la orilla. Entonces, sacó el arma del bolso y la dejó caer suavemente sobre el
agua. Sabía muy bien que no era un lago profundo pero nadie tenía porque sacar
nada de allí. Menos mal había usado guantes al momento del disparo, evitando
tener que limpiar el arma lo que le hubiera tomado mucho más tiempo. La neblina
de estas horas de la mañana había cubierto su pequeño paseo por el lago. Remó
de vuelta a casa antes de que la vieron algunos ojos imprudentes.
Cuando entró en casa vio en el reloj de la
cocina que era las nueve de la mañana. Quién sabe si ya habrían descubierto el
cuerpo. Pero no, no era algo en lo que tuviese que pensar. La verdad era que no
se arrepentía pero preocuparse no era algo fuera de lo común. Subió a la
habitación y se sentó en la cama a revisar que el bolso no oliera a humo o algo
por el estilo. Lo guardó cuando no encontró nada. Se quitó los zapatos altos y
la ropa bonita con la que había ido a la reunión de padres a las siete de la
mañana. De eso hacía ya dos horas pero parecía más el tiempo.
Revisó también el estado de su ropa pero no
había rastro de pólvora o sangre o suciedad de ningún tipo. Al parecer sí había
sido tan cuidadosa como lo había pensado. Se quitó todo y se puso algo más
cómodo y entonces empezó su rutina de todos los días: limpió el polvo de todos
los cuartos de la casa, aspiró después y barrió las hojas de la entrada y el
patio trasero. Al mediodía, cuando ya se había bañado luego de sudar por hacer
tanta limpieza, empezó a hacer el almuerzo. Tenía varios libros de recetas y
hoy era el día ideal para hacer pasta ya que su marido cumplía años y era su
comida preferida.
Empezó a picar tomates y cebollas y fue
mientras lo hacía que sonó su celular. Lo había traído después de ducharse de
su cuerpo y lo cogió después de limpiarse las manos. Era la escuela para
preguntarle si estaba bien. Ella respondió que sí e indagó sobre la razón de la
llamada. La mujer del otro lado de la línea estaba a punto de llorar,
diciéndole que habían encontrada muerta a la señora Palma, una de las mamás más
dedicadas en el colegio y una de las más queridas también. Inconscientemente,
Amanda apretó la mano con la que sostenía el celular, sus nudillos tornándose
blancos. La mujer del colegio le dijo que, al parecer, la había asaltado en la
calle y le habían disparado.
Al rato colgó, un poco impaciente de haber
escuchado a la mujer llorar como una magdalena y como si hubiese estado
hablando de una virgen o una santa o quién sabe que. Le daba rabia pensar que,
ahora más que nunca, pusieran en un pedestal a ese mujer ridícula. Pero Amanda
tomó un respiro y prosiguió con el almuerzo, que era más importante. Puso algo
de música y prosiguió picando tomates y cebolla, calentado agua y cocinando una
rica lasaña. Tenía carne molida y muchas verduras, tal como le gustaba a su
esposo. Ella podía decir, con toda seguridad, que seguía tan enamorada como en
el primer día. Él era su príncipe azul y siempre lo había sido, desde el primer
momento en el que se había conocido. Tenía dos hijos: un chico de trece años y
una nena de siete. Eran su adoración.
Pensando en su familia, tuvo el almuerzo listo
para cuando llegó la pequeña Lisa del colegio. Le sirvió un pedacito de lasaña,
la mayoría guardada para la noche. En el comedor, hablaron juntas del día en el
colegio de Lisa y lo que había aprendido. La verdad era que Amanda siempre
había querido tener una hija, una pequeña mujercita con quién hablar y
compartir secretos tontos y hablar de tonterías. Sabía muy bien la razón:
cuando ella era pequeña tenía muchas amiguitas pero en casa solo a un hermano
mayor que obviamente no compartía sus mismos gustos. Ahora en cambio, en la
tarde, las dos chicas se la pasaban haciéndose peinados u hojeando revistas,
eso sí, después de haber hecho la tarea.
Después del almuerzo, Lisa subió a hacer los
pocos deberes que tenía y Amanda lavó los platos. Entonces se le vino a la
mente de nuevo lo sucedido: como había seguido a la mujer hasta su casa,
caminando, y le había disparada sin mayor contemplación. Su arma tenía
silenciador y por eso no había alertado a nadie. El arma había sido un regalo
de su padre, un gran aficionado a las armas y a la caza. La verdad era que a
ella todo eso nunca le había gustado pero no se podía negar que las armas de
vez en cuando tenían una utilidad y eso había sido comprobado esa misma mañana.
No la odiaba ni nada por el estilo. La verdad
de las cosas era que no la conocía tanto como para odiarla. Pero sí resentía
esa actitud de superioridad, esas ganas de controlar todas las reuniones de
padres como si ella tuviera más derecho que otros de opinar. Era una mujer
prepotente y desagradable y la única razón por la que muchas otras se le
acercaban era porque sabían lo llena de dinero que estaba. Y no era que ella
les fuera a dar nada sino que podían colarse, gracias a ella, a uno de los
varios clubs a los que estaba afiliada y que eran una razón de estatus en el
barrio, que era de gente de clase media alta. La mujer era considerada rica y
esa era la única razón por la que la mayoría de la gente la trataba como si
fuese realeza.
Secando los platos, Amanda pensó que eso había
terminado. Sí, la mujer estaba casada y tenía hijos. Pero ese no era el
problema de Amanda, eso debía haber pensado esa mujer antes de burlarse de ella
y de sus postres cada vez que hacía algo para las ventas de caridad que
organizaba el colegio. Y la vez pasada, hacía solo una semana, había sido la
gota que había rebosado el vaso. Amanda había hecho unos deliciosos cuadrados
de limón, una receta que su madre le había enseñado y que, con los años, había
innovado para hacerla más interesante y deliciosa. Pero esa estúpida mujer y
algunas de sus rapaces amigas habían venido a su puesto en una de las ventas de
caridad solo para burlarse de lo simplón de su receta. Ellas no tenían que
cocinar nada porque estaban a cargo de la supervisión de todo el evento pero
aún así esa mujer había traído unos bocados de café con chocolate y todos los
alababan a pesar de ser secos y amargos.
La burla hacia Amanda había durado toda la
tarde, con una mirada de superioridad y habiéndose vestido con la ropa más cara
que tenía para que todas las otras mamás le preguntaran donde había comprado
eso y otras preguntas estúpidas que no venían al caso. Al final del evento,
Amanda era uno de las mejores vendedoras pero no ganó ninguno de los premios
porque esa mujer los daba y mientras lo hacía pasaba frente a ella tentándola y
repitiendo algún comentario mordaz sobre sus cuadrados de limón. Amanda no lo
había tomado bien y había guardado ese rencor muy profundo hasta que esa mañana
había explorado.
Lisa bajó al rato para jugar. Se peinaron el
pelo mutuamente y pusieron una película de las que le gustaba a su hija. En
esas llegó su hijo a quien le preguntó como había ido el colegio. Como típico
adolescente, respondió con un gruñido y subió de una vez a su habitación, sin
decir nada más. Su hijo era más como su esposo o al menos como él decía que
había sido cuando joven: algo tímido, huraño y con intereses fuera de los que
tenían la mayoría de chicos a esa edad. Amanda entendía ya que esa era parte
difícil del proceso de crecer. A veces hablaba con él y él se abría lo
suficiente pero por periodos cortos de tiempo. En todo caso, no había que
empujar.
A las siete de la noche llegó su marido. Se
dieron un beso en la entrada y apenas entró en la casa lo recibieron con la
canción de cumpleaños y una torta hecha por Amanda el día anterior adornada con
varias velitas. El hombre las sopló todas y les agradeció a todos por la
bienvenida. Se sentaron a la mesa y Amanda sirvió la lasaña para cada uno, esta
vez una porción generosa. Para beber, los mayores tenían vino tinto y los
pequeños jugo de naranja. Comieron y bebieron contentos, todos recordando
anécdotas de otros cumpleaños. Cuando llegó la hora del pastel, los dos niños
le entregaron regalos a su padre, así como Amanda que le dio un reloj nuevo que
había comprado con algunos ahorros. El hombre estaba muy contento.
La fiesta terminó tarde. Los niños se fueron a
dormir y los dos adultos quedaron solo. Amanda besó aún más a su esposo, en
parte por el alcohol y en parte porque quería tenerlo cerca. Pero él interrumpió
todo con la noticia de la muerte de esa mujer. Amanda le comentó de la llamada
que había recibido del colegio. Él solo dijo que la mujer nunca le había caído
muy bien y prosiguió a besar a su esposa. Así estuvieron por un buen tiempo
hasta que Amanda le dijo que debía limpiar mientras él se ponía cómodo en la
habitación. Amanda lo hizo todo lo más rápido posible para estar con su marido
que siempre había sido un excelente amante.
Pero después de tener sexo, cuando él ya se
había dormido, ella seguía despierta, con los ojos muy abiertos. Seguía pensando
en esa mujer y en como viva o muerta seguía en su cabeza, como un tumor que se
negaba a desaparecer.