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jueves, 4 de junio de 2015

Cuadrados de limón

   Lo primero que hizo Amanda al llegar a casa fue ir al patio y cruzarlo todo hasta donde estaba el lago. En el muelle que había se subió a una pequeña barquita y remó sola hasta que estuviese lejos de la orilla. Entonces, sacó el arma del bolso y la dejó caer suavemente sobre el agua. Sabía muy bien que no era un lago profundo pero nadie tenía porque sacar nada de allí. Menos mal había usado guantes al momento del disparo, evitando tener que limpiar el arma lo que le hubiera tomado mucho más tiempo. La neblina de estas horas de la mañana había cubierto su pequeño paseo por el lago. Remó de vuelta a casa antes de que la vieron algunos ojos imprudentes.

 Cuando entró en casa vio en el reloj de la cocina que era las nueve de la mañana. Quién sabe si ya habrían descubierto el cuerpo. Pero no, no era algo en lo que tuviese que pensar. La verdad era que no se arrepentía pero preocuparse no era algo fuera de lo común. Subió a la habitación y se sentó en la cama a revisar que el bolso no oliera a humo o algo por el estilo. Lo guardó cuando no encontró nada. Se quitó los zapatos altos y la ropa bonita con la que había ido a la reunión de padres a las siete de la mañana. De eso hacía ya dos horas pero parecía más el tiempo.

 Revisó también el estado de su ropa pero no había rastro de pólvora o sangre o suciedad de ningún tipo. Al parecer sí había sido tan cuidadosa como lo había pensado. Se quitó todo y se puso algo más cómodo y entonces empezó su rutina de todos los días: limpió el polvo de todos los cuartos de la casa, aspiró después y barrió las hojas de la entrada y el patio trasero. Al mediodía, cuando ya se había bañado luego de sudar por hacer tanta limpieza, empezó a hacer el almuerzo. Tenía varios libros de recetas y hoy era el día ideal para hacer pasta ya que su marido cumplía años y era su comida preferida.

 Empezó a picar tomates y cebollas y fue mientras lo hacía que sonó su celular. Lo había traído después de ducharse de su cuerpo y lo cogió después de limpiarse las manos. Era la escuela para preguntarle si estaba bien. Ella respondió que sí e indagó sobre la razón de la llamada. La mujer del otro lado de la línea estaba a punto de llorar, diciéndole que habían encontrada muerta a la señora Palma, una de las mamás más dedicadas en el colegio y una de las más queridas también. Inconscientemente, Amanda apretó la mano con la que sostenía el celular, sus nudillos tornándose blancos. La mujer del colegio le dijo que, al parecer, la había asaltado en la calle y le habían disparado.

 Al rato colgó, un poco impaciente de haber escuchado a la mujer llorar como una magdalena y como si hubiese estado hablando de una virgen o una santa o quién sabe que. Le daba rabia pensar que, ahora más que nunca, pusieran en un pedestal a ese mujer ridícula. Pero Amanda tomó un respiro y prosiguió con el almuerzo, que era más importante. Puso algo de música y prosiguió picando tomates y cebolla, calentado agua y cocinando una rica lasaña. Tenía carne molida y muchas verduras, tal como le gustaba a su esposo. Ella podía decir, con toda seguridad, que seguía tan enamorada como en el primer día. Él era su príncipe azul y siempre lo había sido, desde el primer momento en el que se había conocido. Tenía dos hijos: un chico de trece años y una nena de siete. Eran su adoración.

 Pensando en su familia, tuvo el almuerzo listo para cuando llegó la pequeña Lisa del colegio. Le sirvió un pedacito de lasaña, la mayoría guardada para la noche. En el comedor, hablaron juntas del día en el colegio de Lisa y lo que había aprendido. La verdad era que Amanda siempre había querido tener una hija, una pequeña mujercita con quién hablar y compartir secretos tontos y hablar de tonterías. Sabía muy bien la razón: cuando ella era pequeña tenía muchas amiguitas pero en casa solo a un hermano mayor que obviamente no compartía sus mismos gustos. Ahora en cambio, en la tarde, las dos chicas se la pasaban haciéndose peinados u hojeando revistas, eso sí, después de haber hecho la tarea.

 Después del almuerzo, Lisa subió a hacer los pocos deberes que tenía y Amanda lavó los platos. Entonces se le vino a la mente de nuevo lo sucedido: como había seguido a la mujer hasta su casa, caminando, y le había disparada sin mayor contemplación. Su arma tenía silenciador y por eso no había alertado a nadie. El arma había sido un regalo de su padre, un gran aficionado a las armas y a la caza. La verdad era que a ella todo eso nunca le había gustado pero no se podía negar que las armas de vez en cuando tenían una utilidad y eso había sido comprobado esa misma mañana.

 No la odiaba ni nada por el estilo. La verdad de las cosas era que no la conocía tanto como para odiarla. Pero sí resentía esa actitud de superioridad, esas ganas de controlar todas las reuniones de padres como si ella tuviera más derecho que otros de opinar. Era una mujer prepotente y desagradable y la única razón por la que muchas otras se le acercaban era porque sabían lo llena de dinero que estaba. Y no era que ella les fuera a dar nada sino que podían colarse, gracias a ella, a uno de los varios clubs a los que estaba afiliada y que eran una razón de estatus en el barrio, que era de gente de clase media alta. La mujer era considerada rica y esa era la única razón por la que la mayoría de la gente la trataba como si fuese realeza.

 Secando los platos, Amanda pensó que eso había terminado. Sí, la mujer estaba casada y tenía hijos. Pero ese no era el problema de Amanda, eso debía haber pensado esa mujer antes de burlarse de ella y de sus postres cada vez que hacía algo para las ventas de caridad que organizaba el colegio. Y la vez pasada, hacía solo una semana, había sido la gota que había rebosado el vaso. Amanda había hecho unos deliciosos cuadrados de limón, una receta que su madre le había enseñado y que, con los años, había innovado para hacerla más interesante y deliciosa. Pero esa estúpida mujer y algunas de sus rapaces amigas habían venido a su puesto en una de las ventas de caridad solo para burlarse de lo simplón de su receta. Ellas no tenían que cocinar nada porque estaban a cargo de la supervisión de todo el evento pero aún así esa mujer había traído unos bocados de café con chocolate y todos los alababan a pesar de ser secos y amargos.

 La burla hacia Amanda había durado toda la tarde, con una mirada de superioridad y habiéndose vestido con la ropa más cara que tenía para que todas las otras mamás le preguntaran donde había comprado eso y otras preguntas estúpidas que no venían al caso. Al final del evento, Amanda era uno de las mejores vendedoras pero no ganó ninguno de los premios porque esa mujer los daba y mientras lo hacía pasaba frente a ella tentándola y repitiendo algún comentario mordaz sobre sus cuadrados de limón. Amanda no lo había tomado bien y había guardado ese rencor muy profundo hasta que esa mañana había explorado.

 Lisa bajó al rato para jugar. Se peinaron el pelo mutuamente y pusieron una película de las que le gustaba a su hija. En esas llegó su hijo a quien le preguntó como había ido el colegio. Como típico adolescente, respondió con un gruñido y subió de una vez a su habitación, sin decir nada más. Su hijo era más como su esposo o al menos como él decía que había sido cuando joven: algo tímido, huraño y con intereses fuera de los que tenían la mayoría de chicos a esa edad. Amanda entendía ya que esa era parte difícil del proceso de crecer. A veces hablaba con él y él se abría lo suficiente pero por periodos cortos de tiempo. En todo caso, no había que empujar.

 A las siete de la noche llegó su marido. Se dieron un beso en la entrada y apenas entró en la casa lo recibieron con la canción de cumpleaños y una torta hecha por Amanda el día anterior adornada con varias velitas. El hombre las sopló todas y les agradeció a todos por la bienvenida. Se sentaron a la mesa y Amanda sirvió la lasaña para cada uno, esta vez una porción generosa. Para beber, los mayores tenían vino tinto y los pequeños jugo de naranja. Comieron y bebieron contentos, todos recordando anécdotas de otros cumpleaños. Cuando llegó la hora del pastel, los dos niños le entregaron regalos a su padre, así como Amanda que le dio un reloj nuevo que había comprado con algunos ahorros. El hombre estaba muy contento.

 La fiesta terminó tarde. Los niños se fueron a dormir y los dos adultos quedaron solo. Amanda besó aún más a su esposo, en parte por el alcohol y en parte porque quería tenerlo cerca. Pero él interrumpió todo con la noticia de la muerte de esa mujer. Amanda le comentó de la llamada que había recibido del colegio. Él solo dijo que la mujer nunca le había caído muy bien y prosiguió a besar a su esposa. Así estuvieron por un buen tiempo hasta que Amanda le dijo que debía limpiar mientras él se ponía cómodo en la habitación. Amanda lo hizo todo lo más rápido posible para estar con su marido que siempre había sido un excelente amante.


 Pero después de tener sexo, cuando él ya se había dormido, ella seguía despierta, con los ojos muy abiertos. Seguía pensando en esa mujer y en como viva o muerta seguía en su cabeza, como un tumor que se negaba a desaparecer.