Porque será que siempre queremos más? Porque
será que nunca nada es suficiente, nada nunca parece ser lo que queremos?
Cuando anhelamos algo y lo obtenemos, como seres humanos, nos sentimos felices
un momento pero después lo dejamos de lado y buscamos otra meta, otro lugar
hasta donde llegar. No se trata siempre de romper records o de superarse a uno
mismo. Si así fuera, no habría problema con querer más. Pero resulta que esas
ocasiones son la minoría. La mayoría de veces queremos más por varias otras razones,
mucho menos honorables.
Todo empieza desde que somos pequeños, incluso
bebés. Se supone que un infante no sabe nada y está en un proceso de enseñanza
permanente. Aprende de todo y todos a su alrededor y esto es algo que la gente
frecuentemente olvida. Muchos padres creen que los hijos solo oyen y ven cuando
ellos quieren y no cuando los hijos quieren y ese es un gran error. Los padres
no quieren que los oigan pelear o tener sexo pero, sin embargo, los hijos no
anulan sus oídos. Los pequeños no pueden evitar ver cuando algo pasa, cuando el
padre se siente feliz por algo y la madre triste por otra cosa o viceversa.
Desde ahí se sabe que es bueno y que es malo, que da placer y que no debería
darlo.
Es un aprendizaje
rápido y efectivo pero no siempre correcto o realista. Cada familia, viendo la
diversidad en seres humanos, es de verdad única. Esto, en su origen, su base.
Pero las familia suelen mutar rápidamente para ser como otras, para no
resaltar. Nadie quiere ser la excepción sino la norma y convertirse en esa
norma requiere de reglas y metas y ahí empieza todo. Desde ese anhelo por
convertirse en un ser perfecto e ideal, los niños se dan cuenta que hay cosas
que deben conseguir para ser considerados deseables, buenos y admirables.
En el colegio, se trata de tener buenas notas.
Todo va alrededor de eso. Nadie aplaude a un niño que sepa hablar de sus
sentimientos o que haga amigos porque tienen una conexión especial. No, la
gente aplaude al niño que tiene muchos amigos, así no sepa ni el nombre de cada
uno. Aplaude al niño popular y aplaude al niño inteligente, así este sea
marginado por sus compañeros. El punto de todo es tener la aceptación de
alguien, no importa de quién sea y tanto el atleta como el nerd tienen esa
aceptación.
Y que pasa con los
otros niños, los que a veces llaman “promedio”, los que estigmatizan por no
entender todas sus asignaturas, por ser malo en deporte, por no ir en la línea
de las normas que la sociedad tiene establecidas hace años? Pues sencillo.
Tienen dos caminos: pueden retomar la senda y tener el mismo objetivo que los
nerds y los atletas. Es decir, querer llegar a la meta de ambos estilos, o ser
el mejor estudiante o ganar medallas e imponerse físicamente frente a otros. El
otro camino, el que por mucho tiempo fue menos recorrido, es simplemente
hacerse un camino distinto con metas diferentes, pero igual de ambiciosas.
Hay que tener claro que todo el mundo tiene
sus metas, sean las que sean y eso no tiene nada de malo. Mueve a la gente y la
hace soñar y hacer y que hay mejor que esas dos cosas? Lo malo no es tener
metas sino pedir más de la vida cada vez que se alcanza una meta. Lo malo es
creer que se es mejor porque se ha alcanzado más o, incluso, nunca sentirse
satisfecho con los logros que alcanza.
Esto nace de la competencia. Y ella existe
desde que tenemos uso de razón. Que quién camino más joven, quién hablo más
pronto, quién salió más rápido de la escuela, quién tuvo las mejores notas,
quién eligió la mejor carrera,... Considerando esto, no es extraño que hace
algunos años, no muchos, los hijos primogénitos fueran los favoritos de los
padres. Eran, al fin y al cabo, los que hacían todo primero y se esforzaban
más. Todo con ellos es nuevo y un logro. Hoy los padres no dicen nada al
respecto pero sigue siendo algo recurrente.
Cuando llegamos a la universidad, aprendemos a
tener criterio. Esto le ayuda, a la mayoría, a definir mejor sus metas y como
alcanzarlas pero también para hacer un plan de vida que es casi lo mismo que un
plan de juego pero a largo plazo. La gente quiere conseguir, quiere tener,
incluso m ás que solo ser. Si se tiene se es y esas es la
idea de la sociedad actual. No es de extrañarse que, con una primera paga o
unos primeros ahorros, la gente ya no quiera comprar un carro o una casa como
primera compra. No. Ahora hay objetos más pequeños, más evidentes y económicos
para evidenciar el estatus.
La larga línea de teléfonos móviles y
computadores, que cada semana tienen algo nuevo y aparentemente innovador, es
solo una de las muchas maneras para que la gente compre su estatus. Así se
puede ir ascendiendo y con estos artículos aprendemos que nunca nada es
suficiente. Mi teléfono hoy es de lo mejor y más popular pero en un año ya no
lo será y si lo sigo teniendo y otros han avanzado, me iré quedando atrás. Esto
funciona más en quienes están atrapados de lleno en la red de los medios y la
sociedad de consumo.
Los conocemos. Son esas personas que creen
todo lo que se les dice y cuya educación está basada en repetición y no en
conocimiento y esa es una diferencia que hay que hacer. Ellos, básicos de
mente, saben bien que existen escalones que hay que subir y los suben cada día,
buscando llegar a una meta que nunca tocarán porque siempre cambia. Quieren un
trabajo que idealizan pero cuando lo consiguen quieren ganar más dinero y
cuando lo ganan deciden que su felicidad reside en tener una familia y cuando
la tienen buscan placer y así hasta la muerte.
El buscar más, el querer más se da simplemente
porque la meta simplemente pierde su encanto una vez es alcanzada. Además, la
mayoría de las personas organizan su mente de manera que la felicidad resida en
esas metas, como si la felicidad tuviera algo que ver con lograr algo. Siempre
hemos tenido en la cabeza que, por ejemplo, lograr el cuerpo que idealizamos es
algo que nos hará felices. Pero eso es incorrecto. No solo porque el físico es
algo irrelevante en la realidad, sino porque la felicidad debería estar en el
proceso, más no en la meta final de ese proceso.
Las personas siempre están felices con los
resultados. Está comprobado que la mayoría de las personas odian su trabajo y
lo hacen de mala gana, casi siempre. Pero cuando les llega el día de pago,
están felices porque los premian por esos días de mala cara. No debería ser al
revés? No debería uno estar alegre trabajando, sintiendo que cada momento es un
aprendizaje y luego sentirse extraño al ser remunerado por hacer algo que
adora? Obviamente puede ser algo idealista este concepto pero sin duda sería
mejor que lo que tenemos ahora.
Cada vez hay más problemas físicos por el
famoso estrés, que no es más que cansancio que puede llegar a ser un problema
para el sistema nervioso, si llega a ser muy grave. Y ahora todo el mundo lo
sufre porque tiene afán de llegar a ser alguien, de llegar a algún lado o a
obtener alguna cosa. Ese estrés, esos nervios, ese cansancio yace en nuestro
afán por querer más, por correr sin sentido hacia todos los lados sin en verdad
saber adonde vamos.
Hagan el intento alguna vez. Pídanle a alguien
que deje por un día sus obsesiones, metas, ideas, de lado para disfrutar de un
día común y corriente. Parece un experimento inocente pero evidencia el colapso del ser
humano ante un sistema que solo busca exprimirlo pero no enaltecerlo o darle
una sensación de logro, de haber cumplido con sus ideas. Ya nadie cumple nada
porque nunca llegan a nada. Las cosas desaparecen y la memoria no ayuda a
recordar porque queríamos algo o si en verdad lo queríamos en un principio.
Y esto es con todo. Los gimnasios viven hoy en
día llenos de personas que quieren quemar calorías, grasa. Quieren deshacerse
de algo que son para convertirse en su ideal, en su meta. Pero quienes han llegado
a esa meta de piernas torneada, bustos firmes, traseros duros y cuerpos
marcados, se dan cuenta que necesitan más. No dejan de ir al gimnasio para
seguir ejercitándose en casa. Argumentan que ya no seguirían el ritmo pero la
verdad es que quieren más. Porque sienten que hay más cosas por mejorar y
siempre las habrá.
Además, si algo nos gusta a los seres humanos,
es que nos digan que hacer. Muy pocos se quejan de las normas de la sociedad
porque a la mayoría le gusta que le digan que hacer en vez de darse cuenta por
ellos mismos. Así funcionan las campañas electorales. Le creemos a uno y nos
dejamos convencer porque pensar y discernir es mucho trabajo. No. Mejor dejarle
lo de pensar a otros y así es como perdura la sociedad, sin libertad verdadera.
Nos ofendemos cuando nos dicen animales pero
somos iguales, entrenados, amaestrados y dóciles en la mayoría. Incluso los que
se rebelan, no saben como hacerlo, perdidos en un mar de objetivos ilusorios
que atraen por su estabilidad y aparente importancia. Y la vida ya noes vida sino una continuación de eventos sin importancia que no llevan a nada. Solo unos pocos pueden decir que han vivido cuando todos deberíamos poder decirlo.