La torre explotó en mil pedazos. Los
extremistas habían ganado el día. Su plan, desconectar a la región de la red de
telecomunicaciones, había sido un éxito completo. La resistencia no había
podido organizarse bien y estaban demasiado ocupados viendo quien ocupaba el
puesto de mando para notar que sus mayores enemigos estaban a la puerta y con
nada más y nada menos que una bomba. Los pedazos de la torre, doblados y
quemados, cayeron por los alrededores, sellando el futuro inmediato de la
región.
Los que resistían debieron de pasar a la
oscuridad, a escondites lejanos y profundos en los que los extremistas no
pudiesen encontrarlos. Los nuevos lideres se alzaron con rapidez e impusieron
pronto sus ideas para un mejor país y una mejor sociedad. Se prohibieron las
reuniones en el primer día del nuevo gobierno y para el segundo, se forzó a
todos los hombres jóvenes a unirse a las fuerzas armadas. Al fin y al cabo,
solo tenían autoridad sobre una región y lo que querían era tener control sobre
todo lo que había sido el país.
Un país lleno de hipócritas e imbéciles que
había caído en varias trampas hasta que la última de verdad les pasó la cuenta
de cobro. El comienzo del final fue una votación en las urnas, cosa que nadie
hubiese previsto. Fueron las personas mismas las que eligieron su destino, el
desorden y el caos completo en el que se sumió el país en meses. La guerra fue
rápida y destructiva y dio por nacidas regiones aisladas, únicamente enlazadas
por torres de comunicación que los extremistas derrumbaron a la primera
oportunidad.
Lo hicieron para tomar el control de formar
más fácil, impidiendo que los demás pudiesen meterles ideas “raras” a la gente
en la cabeza. Y como estas personas eran tontas, ignorantes y, de nuevo,
hipócritas, jamás se resistieron a que los extremistas tomaran el poder. Se
quedaron de brazos cruzados mientras que otros, pocos, se escondían entre el
mugre de la guerra. Pronto los tuvieron marchando, cultivando a la fuerza y
aprendiendo lecciones que no eran más sino un elaborado conjunto de mentiras.
Incluso alguno que habían resistido se
devolvieron a las ciudades con el tiempo, cansados de esconderse y de estar
lejos de sus familias. Les importaba más su propio bienestar que la
supervivencia de una sociedad decente y educada. Fueron los más grandes
traicioneros de la historia del país, cosa que la historia jamás les
perdonaría. Los verdaderos resistentes poco a poco huyeron hacia las zonas
despobladas, donde el gobierno no ejercía autoridad alguna. Se escondieron
entre el monte y aprendieron por vez primera como sobrevivir en lo salvaje, sin
todo lo que habían tenido antes.
Algunos, los más brillantes de entre ellos,
crearon pequeñas antenas, de apenas unos cuantos metros de altura, para poder
comunicarse con regiones que todavía no hubiesen sido conquistadas por los
extremistas. Pero los esfuerzos parecían ser inútiles, pues nadie contestaba.
Sus vidas eran tristes, cazando bajo la constante lluvia que ahora reinaba en
los bosques o tratando de mantener casitas que podían caerse con el mínimo
soplo del viento. Era una vida difícil, que los frustraba constantemente.
Sus únicos momentos de paz, de una
tranquilidad relativa, eran las noches en las que algunos contaban historias
del pasado. Los más mayores todavía recordaban como era el mundo antes de la
guerra. Siempre repetían que nunca había sido perfecto pero que muchas cosas
indicaban que la humanidad podía llegar a ser mucho más de lo que era, pero que
simplemente los seres humanos parecían estar más interesados en cosas personales
o en temas que a nadie le ayudaban a nada. Eso generaba su presente.
A los adultos les gustaban las historias sobre
los personajes históricos y las grandes civilizaciones. Les fascinaba escuchar
de los acontecimientos más importantes de la humanidad, así que como de sus
curiosidades más interesantes. A los niños, por lo contrario, les parecían más
graciosas y entretenidas las historias de ficción que se habían creado en esos
tiempos. Ya nadie generaba ficción, por lo que para ellos era un mundo completamente
diferente, una ventana abierta a mundos que les fascinaban.
Las sesiones de historias empezaban, más o
menos, a las ocho de la noche. Como no había electricidad ni relojes, la gente
confiaba en el suave sonido de un ave de plástico para notificar que la sesión
de la noche iba a empezar. El ave era un artículo encontrado en la selva,
probablemente dejado atrás por alguien que huía. Sabían bien que el bosque
estaba probablemente repleto de gente huyendo de las fuerzas extremistas, pero
no era la mejor idea buscarlos y unirse porque eso podría llamar la atención
del enemigo.
Solo una persona contaba historias cada noche.
La idea era que tuvieran historias para siempre y que todos aprendieran bien lo
que habían escuchado, porque tal vez serían los encargados de repetir la
historia en el futuro. Dependiendo del orador, se podían demorar entre dos y
ocho horas contando una sola historia, dependiendo de su complejidad y del
número de preguntas que hiciesen los espectadores. Por supuesto, la cosa siempre
mejoraba cuando había muchas preguntas que responder. Eso le daba un nivel más
a las historias, una realidad que las hacia más cercanas.
En las ciudades, la gente no tenía el lujo de
contarse historias en la noche. De hecho, cada familia debía permanecer en su
unidad de vivienda todo el día, excepto durante las horas asignadas para el
trabajo. Y todos trabajaban, sin excepción. No importaba la edad o el genero,
no importaban las enfermedades o afecciones físicas, todo el mundo trabajaba en
algo. Era la idea del gobierno que todos colaboraran para volver a tener una
sociedad que funcionara como una máquina y eso solo podrían lograrlo entre
todos.
Se pensaría que la imagen del gobierno sería
mejor entre la gente que gobernaban que entre los resistentes, pero la verdad
esto no era así. Muchos llegaban a sus hogares a criticar al gobierno y a
hablar pestes de lo que hacían y como lo hacían. Por eso ellos instauraron un
sistema en el que si alguien delataba a un vecino, amigo o familiar, serían
recompensados con una ración más grande de comida y otros objetos personales.
Por supuesto, muchos vieron allí una oportunidad y las cárceles empezaron a
abarrotarse.
Con los nuevos ingresos gracias al trabajo de
la mano de obra forzada, el gobierno pudo ampliar sus cárceles, así como su
presencia en las ciudades. En cada esquina se instaló una cámara de seguridad
de última generación, capaz incluso de ver a través de los muros más densos. No
iban a meter cámaras en las casas de las personas, pues no querían tener
títeres sino solo aquellos que de verdad quisieran el mismo país que ellos
tenían en la mente. Y en poco tiempo, la mayoría de mentes contrarias estaban
en las cárceles o en la selva.
Allá lejos, más allá de las carreteras y las
últimas conexiones eléctricas, los pequeños poblados rebeldes se mantuvieron.
No crecieron en número ni en tamaño, tampoco que movieron mucho más de lo que
ya se habían movido. No construían estructuras vistosas ni se internaban cerca
de las regiones controladas por el gobierno. Simplemente vivían y no querían
saber nada de quienes los habían traicionado. Había mucho dolor todavía, mucho
resentimiento que jamás podría ser propiamente curado.
En ese mundo, los rebeldes nunca quisieron
retomar las ciudades ni nada por el estilo. No se enfrentaron al gobierno de
manera frontal ni buscaron tomar su lugar. Eran personas que solo querían una
vida tranquila y, de una manera o de otra, habían conseguido tenerla sin tener
que recurrir a la guerra, a la muerte.
Y como el poder aumentaba para los
extremistas, se terminaron confiando demasiado y ese siempre es el problema con
aquellos que se embriagan de poder. Creyeron que el enemigo había huido, cuando
ellos mismos lo fueron creando poco a poco en las partes más oscuras de las
cárceles más sórdidas.