Eran cómo triángulos, solo que volaban en
silencio muy alto en el aire, como viendo que había debajo pero sin acercarse
demasiado. Ramón no pudo sacar sus binoculares a tiempo para verlos más de
cerca. La espesura del bosque nos protegía, así que no había caso en
preocuparse por nada. Además, parecían ser naves de búsqueda y no bombarderos
ni nada por el estilo. Sin embargo, había que ser cuidadoso. Nos quedamos
quietos mientras los tres aviones triangulares surcaron el cielo.
Desaparecieron de un momento a otro.
Ramón me contó que el ejercito probaba desde
hace años con tecnología de otros países, algo así como lo que les daban por
regalar pedacitos del país a diestra y siniestra. Ya había varios campos
fracturados por las máquinas para buscar gas y petróleo en áreas dónde nadie
nunca había buscado antes. Me dijo que incluso era posible que los aviones
estuviesen vigilando las zonas donde estaban esos puntos de extracción, y que
nada tenía que ver con nosotros. Al fin y al cabo, puede que ni supieran de
nosotros.
Lo único que habíamos hecho era fingir nuestra
desaparición, planeada por completo con todas las personas que conocíamos, las
más cercanas en todo caso. Nos había llegado la noticia de que íbamos a ser
arrestados, llevados a la cárcel sin juicio alguno. Era lo que ocurría en esos
tiempos, sobre todo cuando se trataba de defender aquellas cosas por las que la
gente ya ni peleaba. La mayoría quería ignorar todo lo que pasaba a su
alrededor, pero nosotros estábamos hartos y queríamos hacer algo para hacerlos
reaccionar.
Se nos ocurrió perdernos. Pero no solo eso,
sino perdernos con una ruta determinada, buscando los lugares que nadie quería
que viéramos. Ya habíamos tomado fotos de las maquinarias en varios lugares y
de los cráteres y fisuras en el suelo, que habían ya hecho un daño irreparable
a los bosques y las demás áreas vírgenes del país. La idea era seguir así, con
un perfil bajo, puesto que ninguno de ellos sabía que nosotros estábamos allí.
No tenían porqué encontrarnos, puesto que no nos estaban buscando.
Mi madre fue la que tuvo la idea de fingir
nuestra muerte. Al comienzo, tengo que admitirlo, me pareció que la idea era un
poco exagerada y que no era para tanto. Pero después ella empezó a explicar su
plan, basado en algo que había visto en la televisión. Eso no fue lo que más me
impactó, sino su pasión por lo que nosotros queríamos hacer. Estaba claro que
solo seríamos Ramón y yo pero ella se encargó de que todos tuviesen esa misma
pasión por nuestro proyecto y por eso terminamos ejecutando su idea. Y, hay que
decirlo, fue un éxito rotundo. Para el resto del mundo, estábamos muertos.
Ramón se dejó crecer la barba y se me hacía
raro verlo así todos los días, pues no estaba acostumbrado. Incluso él se quejó
mucho los primeros días, puesto que le picaba mucho y no podía cortar los
pelitos que le molestaban. No habíamos echado en las mochilas nada para el
cuidado del vello facial. Pero con el pasar de los días se fue acostumbrando,
tanto que luego no le importaba mojarse la barba o que se untara de comida. Su
sonrisa ocasional era la que me recordaba que las cosas estaban bien.
Claro que no todo estaba bien porque allí
estábamos, durmiendo en suelos húmedos o ni siquiera cerrando los ojos porqué
no había donde hacerlo de manera segura. Habíamos cruzado montañas, bosques y
pantanos y pronto tendríamos que llegar a las zonas más calurosas, que
presentaban problemas particulares. El clima era diferente, claro está, pero
eso requería cambios de ropa, cosa que podía ser un problema pues teníamos un
surtido limitado de cosas que ponernos y donde guardar las prendas.
Lo otro, era que antes de llegar a las selvas
habría planicies de pastos bajos y pocos poblados. Eso quería decir que nuestra
detección podía ser extremadamente sencilla, si es que alguien se molestaba en
pensar un poco más de la cuenta. Por eso tuvimos que idear otra mentira que
pudiésemos actuar a cabalidad, para poder llegar a nuestro destino real. Me
alegré un poco cuando dejamos el frío atrás, tal vez porque sentía que no estaba
muy lejos de resfriarme. Ramón en cambio, era el hombre más resistente del
mundo.
Cruzamos el primer tramo de planicie y
llegamos a un pequeño poblado, poniendo así en marcha nuestro plan para llegar
a la selva. Dijimos que éramos estudiantes investigando para nuestra tesis. Que
viajábamos por la región investigando una muy particular especie de pájaro que
pasaba por allí durante su migración. Era una historia simple e inocente, que
estaba más que todo recargada en el conocimiento que tenía Ramón de la biología
del país y de todo lo que tenía que ver con el mundo natural.
Él era un artista, un actor de teatro que yo
había conocido por pura casualidad. Fue en una fiesta antes de Navidad, hace
muchos años. Creo que bebí un poco más de lo que debí y él hizo lo mismo.
Hablamos como tres horas seguidas en un balcón, mientras bebíamos aún más y
comíamos cualquier cosa que pudiésemos encontrar en la casa de una amiga en
común. Al otro día, todavía no recuerdo muy bien cómo, amanecimos en la misma
cama, abrazados el uno al otro. A veces todavía pasa lo mismo en las mañanas.
Sonrío siempre que recuerdo lo graciosa que puede ser la vida, cuando quiere.
Nuestra mentira pareció funcionar. Nos
quedamos dos días en ese poblado, argumentando que nos documentábamos de la
mejor forma posible y luego seguimos a otro poblado y luego a otro más, hasta
que por fin dimos con una ciudad de tamaño medio, en la que había un aeropuerto
con vuelos comerciales a la ciudad más grande de la selva. Ese era nuestro
destino, puesto que entrar a la selva por cualquier otra parte sería suicidio.
Lo bueno era que no necesitábamos ningún tipo de identificación, siendo un
vuelo domestico.
En un momento pensamos que nos iban a pedir
algo, pero Ramón sacó el actor que tenía adentro y le dijo a la mujer que
vendía los boletos que debíamos estar allí pronto porque nos esperaba nuestro
grupo, después de que perdiéramos varias maletas con equipo muy importante. La
mujer se creyó todo lo que dijo, sin siquiera verificar si algo así había
pasado de manera reciente. Nos dio los boletos con los nombres falsos que le
dimos, pagamos en efectivo y a la media hora estábamos adentro del aparato.
Mientras volábamos sobre el verde tapete que
parece ser la selva impenetrable, tomé la mano de Ramón y la apreté algo
fuerte. Él no se quejó ni dijo nada, porque sabía qué era lo que yo quería
decir. Estaba contento con el avance que habíamos tenido, pero a la vez estaba
nervioso de que todo estuviese saliendo tan bien. En algún momento tendríamos
que estrellarnos contra un muro, contra algún obstáculo que no pudiésemos
franquear o que al menos pareciera imposible de superar. Tuve razón.
Cuando llegamos al aeropuerto, el ejercito
revisaba los boletos y los documentos de los pasajeros que se bajaban del
avión. Éramos unas cincuenta personas y tarde o temprano llegarían a nosotros.
Yo miraba de un lado al otro, esperando que apareciera alguien que nos salvara
la vida. Pero mientras la fila avanzaba, me daba cuenta de que no iba a pasar
nada. Ellos verían que no teníamos identificaciones, nos llevarían a la
estación de policía y allí se darían cuenta que no estábamos tan muertos como
se creía.
Sin embargo, las cosas de nuevo se dieron a
nuestro favor. Un trío de aviones triangulo apareció en el cielo. Nadie los
hubiese visto sino fuera porque uno de ellos explotó causando un estruendo
tremendo, los pedazos cayendo en llamas entre los altos árboles de la espesa
selva.
Los policías corrieron, no sé si a ayudar o
solo a mirar, y nosotros aprovechamos para correr con los demás pasajeros a la
terminal. Allí nos escabullimos y penetramos la selva sin mayor contemplación. Estábamos
allí, gracias a algo que parecía casual, pero era todo menos eso.