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lunes, 6 de agosto de 2018

El otro


   Apreté su cuerpo, para sentir su calor de una manera más uniforme. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, si acaso sabíamos que había pasado con la vida del otro. Y sin embargo, el sexo era apasionado y lleno de calor en más de una manera. El acto de sentirlo mejor era respuesta a un largo periodo en el que yo había decidido no tener relaciones sexuales, a menos que tuviera algún interés en el otro, más allá de solo pasar un buen momento. Había roto mi propia regla pero tenía motivos de sobra para haberlo hecho.

 Él no era cualquier persona. De hecho, debería corregir lo que digo. Yo no era cualquier persona para él, pues había sido el primer hombre con el que había tenido sexo. Él había perdido su virginidad conmigo, muchos años después de que yo hubiese perdido la mía con alguien más. Probablemente yo significase para él mucho más de lo que él significaba para mí. Y, sin embargo, me encantaba tenerlo encima mío, me encantaba besarlo mientras recorría su cuerpo con mis manos, cada centímetro que podía.

 No, no estaba enamorado de él ni nada parecido. Y creo que el tampoco tenía esa clase de sentimientos por mí. Era obvio que yo le gustaba, y mucho, pero creo que ese gusto provenía de la más simple de las razones: él había tenido una vida sexual mucho menos variada que la mía y, seguramente, yo había sido su mejor compañero sexual hasta el momento. Por supuesto, eso me llenaba de orgullo y de ese egocentrismo característico del macho humano. No era algo característico de mi persona pero, ¿que se le va a hacer?

 La manera en la que me besaba, la manera en que me miraba e incluso como me hablaba al oído. No era que yo estuviera loco o me creyera más de lo que era. De verdad le gustaba y eso me hacía sentir bien. ¿Y a quien no le gusta tener al menos un seguidor o seguidora, al menos una persona que le guste verte no importa que pase o donde estés? Creo que por mal que nos sintamos con nuestro cuerpo o que tan buenos creamos estar, todos necesitamos la validación de otros para tener una vida sin crisis.

 La penetración fue el acto final de todo el momento. Tengo que decir que hice gala de mis mejores movimientos, como un artista que trata de lograr su mejor obra de arte. Y por lo que pude ver y oír, su respuesta a mi actuación fue muy positiva. Cuando todo terminó, nos acostamos uno al lado del otro. Él tocaba mi brazo y yo solamente descansaba, mirando el techo de la habitación. De pronto, él me preguntó si me importaba que estuviese casado. La pregunta me pareció extraña pero le respondí de todas maneras: no, no me había importado y estaba seguro que a él tampoco.

 Su desagrado por mi respuesta fue más que evidente. Dejó de tocarme y, al rato, se levantó de golpe de la cama y se fue directo al baño. Cerró la puerta de un portazo y no escuché más de él por un buen rato. Sé que lo más normal hubiese sido responder de una manera más corta o incluso no decir nada, pero la verdad era lo mejor o al menos eso pensaba yo. Nunca había sido del tipo de personas que le dan vueltas a algo o, peor aún, que evitan ver la verdad como si fuese una plaga que debe evitarse a toda costa.

 Yo sabía muy bien que estaba casado. Había visto sus fotos en mi portátil hacía tan solo unos meses. Había sido una boda bonita, pequeña, con amigos y familiares. Su marido era mayor que él, un hombre bastante común y corriente. Y sé que suena a celos, pero es la mejor descripción que puedo dar del hombre. Era de esas personas que no parecen tener características muy marcadas. Era solo un tipo de mediana edad que había logrado encontrar a un chico más joven, dispuesto a compartir su vida con él.

 Lo curioso del caso es que había sido él quién me había buscado, era él quien me hablaba cada vez que me veía en una fotografía. Me decía lo mucho que yo le gustaba y lo que quería hacer conmigo de ser posible. Yo le seguía el juego porque, al fin y al cabo, es una de las bellezas y bondades del internet. No hay que hacer nada físico sino solo lanzar al aire algunas palabras que pueden ser como un ungüento para persona en una mala situación. Y creo que funcionaron, al menos por un tiempo.

 Sin embargo, era obvio que no había sido suficiente. Un día empezó a insistir en querer verme, cosa que no era rara pero lo extraño fue que, durante los siguientes días, empezó a ser incluso más insistente que de costumbre. Me decía más cosas, me enviaba fotos e imágenes que había visto, que le daban ideas. Incluso llegué a pensar que su esposo sabía todo lo que él hacía, que tal vez era un tipo de permiso que le daba. Tal vez eran una de esas parejas modernas con sus relaciones abiertas y todas esas estupideces.

 Y bueno, tal vez así sea. No me consta nada. El caso es que se día me lo encontré en una librería, mientras buscaba un regalo para un familiar. Hablamos un poco y, para mi sorpresa, él estaba solo. Propuso tomar algo y yo le invité a un café. Debo decir que fue agradable volverlo a ver y hablar como amigos, sin nada entre los dos. Al menos así fue durante esas horas. Cuando llegó la hora de partir, él dijo que quería conocer mi apartamento. Era pequeño y nada del otro mundo pero insistió tanto que lo invité sin más. Apenas entramos, empezó a quitarme la ropa.

 Cuando por fin se abrió la puerta del baño, salió visiblemente menos enfurecido. Al parecer había decidido no enojarse por la verdad. Empezó a vestirse y me dijo que le había encantado visitarme pero que no podía quedarse la noche. Eso me lo había imaginado pero no dijo nada por temor a causar otra reacción. Mientras se vestía, yo lo miraba fijamente. No solo miraba su cuerpo, que era muy hermoso, sino que pensaba en lo diferente que pueden ser las vidas, dependiendo de las decisiones de cada uno.

 Yo podía haber sido el que se casara con él. Tal vez tendríamos un apartamento más grande o tal vez uno igual pero más lejos del trabajo. Tendríamos un perrito pequeño o tal vez un par de gatos. Yo cocinaría para él y le causaría los mejores orgasmos de su vida. Y sin embargo, él podría terminar siendo quién me pusiera los cuernos. O tal vez yo lo haría, aburrido de ser el semental que él imaginaba que yo era. El punto es que la vida podía dar demasiadas vueltas y nunca había manera de predecirlas.

 Cuando estuvo casi vestido, sin medias ni zapatos, se me acercó y nos besamos un buen rato. Me gustó tocar su cuerpo de nuevo, incluso a través de la tela algo dura su pantalón. Sus besos eran menos salvajes, más dulces. Por un momento me imaginé siendo uno de esos que se casan y tienen hijos. Uno de esos que decide asentarse, como si eso fuese una opción real para mí. Por un segundo pensé que podía ser como todos aquellos que fingen no haber tenido una vida caótica en su juventud.

 Pero esa vida, ese caos, era mi presente y no quería que cambiara. Me gusta tener la libertad de elegir si quería tener relaciones casuales o más largas. Me gustaba poder saber que podía salir de fiesta sin sentirme demasiado mal al respecto. Algún día, tal vez, con la persona adecuada. Pero todavía no, no hasta que sepa que puedo tener la seguridad de que alguien se interese en mi de esa manera. Necesito sentir que las cosas están construidas sobre un suelo firme, antes de lanzarme a aventuras que, para mí, son impensables.

 Lo besé de nuevo en la puerta. Me preguntó si podía volver y, debo decir, que dudé por un segundo. Como dije, me gusta mi libertad y meterme con alguien que ya tiene compromisos no es mi idea de ser libre. Además, ¿me gustaría acaso que alguien me hiciera lo mismo que le hacíamos a ese pobre tipo?

 Mis neuronas casi se sobrecargan con toda la información que estaba tratando de procesar. Fue entonces que él me miró a los ojos y recordé, como si lo pudiese olvidar, que yo era solo un hombre estúpido y egocéntrico. No era diferente a nadie. Por eso le guiñé un ojo y lo besé como nadie nunca lo haría.