Apreté su cuerpo, para sentir su calor de
una manera más uniforme. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, si acaso
sabíamos que había pasado con la vida del otro. Y sin embargo, el sexo era
apasionado y lleno de calor en más de una manera. El acto de sentirlo mejor era
respuesta a un largo periodo en el que yo había decidido no tener relaciones
sexuales, a menos que tuviera algún interés en el otro, más allá de solo pasar
un buen momento. Había roto mi propia regla pero tenía motivos de sobra para
haberlo hecho.
Él no era cualquier persona. De hecho, debería
corregir lo que digo. Yo no era cualquier persona para él, pues había sido el
primer hombre con el que había tenido sexo. Él había perdido su virginidad
conmigo, muchos años después de que yo hubiese perdido la mía con alguien más.
Probablemente yo significase para él mucho más de lo que él significaba para
mí. Y, sin embargo, me encantaba tenerlo encima mío, me encantaba besarlo
mientras recorría su cuerpo con mis manos, cada centímetro que podía.
No, no estaba enamorado de él ni nada
parecido. Y creo que el tampoco tenía esa clase de sentimientos por mí. Era
obvio que yo le gustaba, y mucho, pero creo que ese gusto provenía de la más
simple de las razones: él había tenido una vida sexual mucho menos variada que
la mía y, seguramente, yo había sido su mejor compañero sexual hasta el
momento. Por supuesto, eso me llenaba de orgullo y de ese egocentrismo
característico del macho humano. No era algo característico de mi persona pero,
¿que se le va a hacer?
La manera en la que me besaba, la manera en
que me miraba e incluso como me hablaba al oído. No era que yo estuviera loco o
me creyera más de lo que era. De verdad le gustaba y eso me hacía sentir bien.
¿Y a quien no le gusta tener al menos un seguidor o seguidora, al menos una
persona que le guste verte no importa que pase o donde estés? Creo que por mal
que nos sintamos con nuestro cuerpo o que tan buenos creamos estar, todos
necesitamos la validación de otros para tener una vida sin crisis.
La penetración fue el acto final de todo el
momento. Tengo que decir que hice gala de mis mejores movimientos, como un
artista que trata de lograr su mejor obra de arte. Y por lo que pude ver y oír,
su respuesta a mi actuación fue muy positiva. Cuando todo terminó, nos
acostamos uno al lado del otro. Él tocaba mi brazo y yo solamente descansaba,
mirando el techo de la habitación. De pronto, él me preguntó si me importaba
que estuviese casado. La pregunta me pareció extraña pero le respondí de todas
maneras: no, no me había importado y estaba seguro que a él tampoco.
Su desagrado por mi respuesta fue más que
evidente. Dejó de tocarme y, al rato, se levantó de golpe de la cama y se fue
directo al baño. Cerró la puerta de un portazo y no escuché más de él por un buen
rato. Sé que lo más normal hubiese sido responder de una manera más corta o
incluso no decir nada, pero la verdad era lo mejor o al menos eso pensaba yo.
Nunca había sido del tipo de personas que le dan vueltas a algo o, peor aún,
que evitan ver la verdad como si fuese una plaga que debe evitarse a toda
costa.
Yo sabía muy bien que estaba casado. Había
visto sus fotos en mi portátil hacía tan solo unos meses. Había sido una boda
bonita, pequeña, con amigos y familiares. Su marido era mayor que él, un hombre
bastante común y corriente. Y sé que suena a celos, pero es la mejor
descripción que puedo dar del hombre. Era de esas personas que no parecen tener
características muy marcadas. Era solo un tipo de mediana edad que había
logrado encontrar a un chico más joven, dispuesto a compartir su vida con él.
Lo curioso del caso es que había sido él quién
me había buscado, era él quien me hablaba cada vez que me veía en una
fotografía. Me decía lo mucho que yo le gustaba y lo que quería hacer conmigo
de ser posible. Yo le seguía el juego porque, al fin y al cabo, es una de las
bellezas y bondades del internet. No hay que hacer nada físico sino solo lanzar
al aire algunas palabras que pueden ser como un ungüento para persona en una
mala situación. Y creo que funcionaron, al menos por un tiempo.
Sin embargo, era obvio que no había sido
suficiente. Un día empezó a insistir en querer verme, cosa que no era rara pero
lo extraño fue que, durante los siguientes días, empezó a ser incluso más
insistente que de costumbre. Me decía más cosas, me enviaba fotos e imágenes
que había visto, que le daban ideas. Incluso llegué a pensar que su esposo
sabía todo lo que él hacía, que tal vez era un tipo de permiso que le daba. Tal
vez eran una de esas parejas modernas con sus relaciones abiertas y todas esas
estupideces.
Y bueno, tal vez así sea. No me consta nada.
El caso es que se día me lo encontré en una librería, mientras buscaba un
regalo para un familiar. Hablamos un poco y, para mi sorpresa, él estaba solo.
Propuso tomar algo y yo le invité a un café. Debo decir que fue agradable
volverlo a ver y hablar como amigos, sin nada entre los dos. Al menos así fue
durante esas horas. Cuando llegó la hora de partir, él dijo que quería conocer
mi apartamento. Era pequeño y nada del otro mundo pero insistió tanto que lo
invité sin más. Apenas entramos, empezó a quitarme la ropa.
Cuando por fin se abrió la puerta del baño,
salió visiblemente menos enfurecido. Al parecer había decidido no enojarse por
la verdad. Empezó a vestirse y me dijo que le había encantado visitarme pero
que no podía quedarse la noche. Eso me lo había imaginado pero no dijo nada por
temor a causar otra reacción. Mientras se vestía, yo lo miraba fijamente. No
solo miraba su cuerpo, que era muy hermoso, sino que pensaba en lo diferente
que pueden ser las vidas, dependiendo de las decisiones de cada uno.
Yo podía haber sido el que se casara con él.
Tal vez tendríamos un apartamento más grande o tal vez uno igual pero más lejos
del trabajo. Tendríamos un perrito pequeño o tal vez un par de gatos. Yo
cocinaría para él y le causaría los mejores orgasmos de su vida. Y sin embargo,
él podría terminar siendo quién me pusiera los cuernos. O tal vez yo lo haría,
aburrido de ser el semental que él imaginaba que yo era. El punto es que la
vida podía dar demasiadas vueltas y nunca había manera de predecirlas.
Cuando estuvo casi vestido, sin medias ni
zapatos, se me acercó y nos besamos un buen rato. Me gustó tocar su cuerpo de
nuevo, incluso a través de la tela algo dura su pantalón. Sus besos eran menos
salvajes, más dulces. Por un momento me imaginé siendo uno de esos que se casan
y tienen hijos. Uno de esos que decide asentarse, como si eso fuese una opción
real para mí. Por un segundo pensé que podía ser como todos aquellos que fingen
no haber tenido una vida caótica en su juventud.
Pero esa vida, ese caos, era mi presente y no
quería que cambiara. Me gusta tener la libertad de elegir si quería tener
relaciones casuales o más largas. Me gustaba poder saber que podía salir de
fiesta sin sentirme demasiado mal al respecto. Algún día, tal vez, con la
persona adecuada. Pero todavía no, no hasta que sepa que puedo tener la
seguridad de que alguien se interese en mi de esa manera. Necesito sentir que
las cosas están construidas sobre un suelo firme, antes de lanzarme a aventuras
que, para mí, son impensables.
Lo besé de nuevo en la puerta. Me preguntó si
podía volver y, debo decir, que dudé por un segundo. Como dije, me gusta mi
libertad y meterme con alguien que ya tiene compromisos no es mi idea de ser
libre. Además, ¿me gustaría acaso que alguien me hiciera lo mismo que le hacíamos
a ese pobre tipo?
Mis neuronas casi se sobrecargan con toda la información
que estaba tratando de procesar. Fue entonces que él me miró a los ojos y
recordé, como si lo pudiese olvidar, que yo era solo un hombre estúpido y egocéntrico.
No era diferente a nadie. Por eso le guiñé un ojo y lo besé como nadie nunca lo
haría.
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