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lunes, 6 de agosto de 2018

El otro


   Apreté su cuerpo, para sentir su calor de una manera más uniforme. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, si acaso sabíamos que había pasado con la vida del otro. Y sin embargo, el sexo era apasionado y lleno de calor en más de una manera. El acto de sentirlo mejor era respuesta a un largo periodo en el que yo había decidido no tener relaciones sexuales, a menos que tuviera algún interés en el otro, más allá de solo pasar un buen momento. Había roto mi propia regla pero tenía motivos de sobra para haberlo hecho.

 Él no era cualquier persona. De hecho, debería corregir lo que digo. Yo no era cualquier persona para él, pues había sido el primer hombre con el que había tenido sexo. Él había perdido su virginidad conmigo, muchos años después de que yo hubiese perdido la mía con alguien más. Probablemente yo significase para él mucho más de lo que él significaba para mí. Y, sin embargo, me encantaba tenerlo encima mío, me encantaba besarlo mientras recorría su cuerpo con mis manos, cada centímetro que podía.

 No, no estaba enamorado de él ni nada parecido. Y creo que el tampoco tenía esa clase de sentimientos por mí. Era obvio que yo le gustaba, y mucho, pero creo que ese gusto provenía de la más simple de las razones: él había tenido una vida sexual mucho menos variada que la mía y, seguramente, yo había sido su mejor compañero sexual hasta el momento. Por supuesto, eso me llenaba de orgullo y de ese egocentrismo característico del macho humano. No era algo característico de mi persona pero, ¿que se le va a hacer?

 La manera en la que me besaba, la manera en que me miraba e incluso como me hablaba al oído. No era que yo estuviera loco o me creyera más de lo que era. De verdad le gustaba y eso me hacía sentir bien. ¿Y a quien no le gusta tener al menos un seguidor o seguidora, al menos una persona que le guste verte no importa que pase o donde estés? Creo que por mal que nos sintamos con nuestro cuerpo o que tan buenos creamos estar, todos necesitamos la validación de otros para tener una vida sin crisis.

 La penetración fue el acto final de todo el momento. Tengo que decir que hice gala de mis mejores movimientos, como un artista que trata de lograr su mejor obra de arte. Y por lo que pude ver y oír, su respuesta a mi actuación fue muy positiva. Cuando todo terminó, nos acostamos uno al lado del otro. Él tocaba mi brazo y yo solamente descansaba, mirando el techo de la habitación. De pronto, él me preguntó si me importaba que estuviese casado. La pregunta me pareció extraña pero le respondí de todas maneras: no, no me había importado y estaba seguro que a él tampoco.

 Su desagrado por mi respuesta fue más que evidente. Dejó de tocarme y, al rato, se levantó de golpe de la cama y se fue directo al baño. Cerró la puerta de un portazo y no escuché más de él por un buen rato. Sé que lo más normal hubiese sido responder de una manera más corta o incluso no decir nada, pero la verdad era lo mejor o al menos eso pensaba yo. Nunca había sido del tipo de personas que le dan vueltas a algo o, peor aún, que evitan ver la verdad como si fuese una plaga que debe evitarse a toda costa.

 Yo sabía muy bien que estaba casado. Había visto sus fotos en mi portátil hacía tan solo unos meses. Había sido una boda bonita, pequeña, con amigos y familiares. Su marido era mayor que él, un hombre bastante común y corriente. Y sé que suena a celos, pero es la mejor descripción que puedo dar del hombre. Era de esas personas que no parecen tener características muy marcadas. Era solo un tipo de mediana edad que había logrado encontrar a un chico más joven, dispuesto a compartir su vida con él.

 Lo curioso del caso es que había sido él quién me había buscado, era él quien me hablaba cada vez que me veía en una fotografía. Me decía lo mucho que yo le gustaba y lo que quería hacer conmigo de ser posible. Yo le seguía el juego porque, al fin y al cabo, es una de las bellezas y bondades del internet. No hay que hacer nada físico sino solo lanzar al aire algunas palabras que pueden ser como un ungüento para persona en una mala situación. Y creo que funcionaron, al menos por un tiempo.

 Sin embargo, era obvio que no había sido suficiente. Un día empezó a insistir en querer verme, cosa que no era rara pero lo extraño fue que, durante los siguientes días, empezó a ser incluso más insistente que de costumbre. Me decía más cosas, me enviaba fotos e imágenes que había visto, que le daban ideas. Incluso llegué a pensar que su esposo sabía todo lo que él hacía, que tal vez era un tipo de permiso que le daba. Tal vez eran una de esas parejas modernas con sus relaciones abiertas y todas esas estupideces.

 Y bueno, tal vez así sea. No me consta nada. El caso es que se día me lo encontré en una librería, mientras buscaba un regalo para un familiar. Hablamos un poco y, para mi sorpresa, él estaba solo. Propuso tomar algo y yo le invité a un café. Debo decir que fue agradable volverlo a ver y hablar como amigos, sin nada entre los dos. Al menos así fue durante esas horas. Cuando llegó la hora de partir, él dijo que quería conocer mi apartamento. Era pequeño y nada del otro mundo pero insistió tanto que lo invité sin más. Apenas entramos, empezó a quitarme la ropa.

 Cuando por fin se abrió la puerta del baño, salió visiblemente menos enfurecido. Al parecer había decidido no enojarse por la verdad. Empezó a vestirse y me dijo que le había encantado visitarme pero que no podía quedarse la noche. Eso me lo había imaginado pero no dijo nada por temor a causar otra reacción. Mientras se vestía, yo lo miraba fijamente. No solo miraba su cuerpo, que era muy hermoso, sino que pensaba en lo diferente que pueden ser las vidas, dependiendo de las decisiones de cada uno.

 Yo podía haber sido el que se casara con él. Tal vez tendríamos un apartamento más grande o tal vez uno igual pero más lejos del trabajo. Tendríamos un perrito pequeño o tal vez un par de gatos. Yo cocinaría para él y le causaría los mejores orgasmos de su vida. Y sin embargo, él podría terminar siendo quién me pusiera los cuernos. O tal vez yo lo haría, aburrido de ser el semental que él imaginaba que yo era. El punto es que la vida podía dar demasiadas vueltas y nunca había manera de predecirlas.

 Cuando estuvo casi vestido, sin medias ni zapatos, se me acercó y nos besamos un buen rato. Me gustó tocar su cuerpo de nuevo, incluso a través de la tela algo dura su pantalón. Sus besos eran menos salvajes, más dulces. Por un momento me imaginé siendo uno de esos que se casan y tienen hijos. Uno de esos que decide asentarse, como si eso fuese una opción real para mí. Por un segundo pensé que podía ser como todos aquellos que fingen no haber tenido una vida caótica en su juventud.

 Pero esa vida, ese caos, era mi presente y no quería que cambiara. Me gusta tener la libertad de elegir si quería tener relaciones casuales o más largas. Me gustaba poder saber que podía salir de fiesta sin sentirme demasiado mal al respecto. Algún día, tal vez, con la persona adecuada. Pero todavía no, no hasta que sepa que puedo tener la seguridad de que alguien se interese en mi de esa manera. Necesito sentir que las cosas están construidas sobre un suelo firme, antes de lanzarme a aventuras que, para mí, son impensables.

 Lo besé de nuevo en la puerta. Me preguntó si podía volver y, debo decir, que dudé por un segundo. Como dije, me gusta mi libertad y meterme con alguien que ya tiene compromisos no es mi idea de ser libre. Además, ¿me gustaría acaso que alguien me hiciera lo mismo que le hacíamos a ese pobre tipo?

 Mis neuronas casi se sobrecargan con toda la información que estaba tratando de procesar. Fue entonces que él me miró a los ojos y recordé, como si lo pudiese olvidar, que yo era solo un hombre estúpido y egocéntrico. No era diferente a nadie. Por eso le guiñé un ojo y lo besé como nadie nunca lo haría.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Algo nuevo


   Él era aquella persona que llamaba o escribía cuando tenía demasiada energía contenida y necesitaba soltarla en alguna actividad. Y como con él todo iba sobre sexo, era perfecto para mis necesidades. La verdad, nunca hablamos, ni por un minuto, de nuestras preferencias en el sexo o de nuestros gusto físicos. Solamente hacíamos lo que hacíamos en su casa o en la mía y luego dejábamos de hablarnos por días hasta que algo nos reconectaba de nuevo, casi siempre el deseo de tener relaciones sexuales.

 Por supuesto, hubo muchas veces que no se pudo y alguno de los dos se sentía frustrado por eso. Pero creo que las cosas eran más así en el comienzo: tiempo después eso desapareció y ya no había lugar para criticas ni para reclamos. De hecho, nunca lo hubo y solo nos dimos cuenta de la verdadera naturaleza de nuestra relación. No éramos novios, ni amigos, ni compañeros, ni almas gemelas ni nada por el estilo. Se podía haber dicho que éramos amantes, si esa palabra no estuviese conectada con ese sentimiento.

 El amor era algo que iba y venía en su vida. A veces yo daba vistazos en su vida íntima, algo decía o algo pasaba que me revelaba un poquito de lo que pasaba cuando yo no estaba. Lo mismo pasaba con mi vida para él: yo siempre trataba de mantener todo separado pero es inevitable que algo que no salga en algún momento. De todas maneras, mi vida sentimental y sexual siempre ha sido mucho menos activa que la de él, o al menos eso fue lo que siempre pensé hasta hace muy poco tiempo.

 Fue hace unas semanas, justo después de que fuera a su baño después de una de nuestras sesiones de sábado por la noche. Él no había querido salir con sus amigos y yo no tenía nada que hacer pero si estaba molido por tanto trabajo que había tenido que hacer. Quería relajarme, no pensar en nada, y estar con él siempre me había calmado. Era como ir a una sesión de masajes intensos y era todavía mejor puesto que no tenía que pagar y el nivel de placer era ciertamente mucho más alto.

 Ese día lo llamaron al celular cuando yo estaba arreglándome y empezó a hablar en voz alta, algo que jamás había hecho antes. Fingiendo desinterés, me puse mi ropa con cierta lentitud mientras lo oía discutir con la que supuse era una amiga. Hablaban de alguien más y él decía que no quería verlo y que por algo había decidido no ir. Su amiga debía estar en el lugar al que lo habían invitado, porque era notorio el sonido musical que provenía del celular. Apenas tuve todo lo mío encima, me despido sacudiendo la mano frente a él, indicando que caminaría hacia la puerta.

 Sin embargo, no se despidió sino que me hizo una señal que claramente quería decirme que me quedara. Fue muy incomodo porque, así como hablar casi a gritos, nunca lo había hecho. Me quedé plantado frente a la puerta principal del apartamento mirando para todos lados, mientras él iba y venía por el pequeño lugar, tocando una cosa y otra. Yo resolví fingir que miraba algo en mi celular, pero la verdad era que nadie escribía ni llamaba y no tenía nada que hacer puesto que mis deberes en el trabajo estaban finalizados.

 Cuando por fin colgó, hablé en voz alta y le dije que tenía que irme puesto que era tarde y los buses no pasaban sino media hora más. Él sabía bien que yo no ganaba buen dinero y no quería ponerme a tirar dinero en taxis cuando podía ahorrar para gastar en cosas que valieran más la pena como pagar el arriendo o los servicios de mi pequeño lugar. Creo que se notó mucho el tono de desespero de mi voz porque su respuesta fue una frase casi ahogada. Me sorprendió que algo así saliera de él.

 Antes que nada debo aclarar una cosa: el hombre del que hablamos mide unos veinticinco centímetros más que yo, tiene unos pies y manos enormes y sé muy bien que se ejercita porque he visto su ropa de gimnasio colgada varias veces en la zona de lavandería de su hogar. He visto su cuerpo y pueden creerme cuando digo que es un tipo grande y bien formado, con un aspecto fuerte y contundente. No es el tipo de persona que uno pensaría ahogando frases por una replica algo agresiva de alguien como yo, su opuesto.

 Por mi parte, soy bajito y jamás he pisado el interior de un gimnasio. No solo porque me da pereza el concepto de ir a hacer ejercicio a un lugar, sino que no soporto la personalidad de muchas de las personas que van a esos lugares. Simplemente no quiero ser participe de esa cultura, aunque respeto quienes quieran hacer de su vida lo que ellos quieran. El punto es que tengo un cuerpo que podríamos llamar más “natural”. A veces me pregunto porque los dos terminamos en este asunto.

 Él repitió la frase ahogada, en un tono aún algo débil pero mucho más fácil de entender. Me pedía que me quedara un rato más, para ver una películas y comer algo, como amigos. Mi respuesta fue igual de agresiva que la anterior: le dije que no éramos amigos y que no entendía porque me estaba pidiendo algo así luego de tanto tiempo de haber tenido una relación casi laboral entre los dos. Su respuesta ya no fue la de un niño débil sino la de un hombre, pues me miró a los ojos y me dijo que yo era mucho mejor polvo que ser humano. Debo confesar que, justo en ese momento, solté una potente carcajada.

 Para mi sorpresa, él hizo lo mismo. Nos reímos juntos un rato y entonces nos miramos a los ojos. Fue extraño porque creo que en todo ese tiempo que llevábamos de conocernos, desde la secundaria, nunca habíamos sostenido la mirada del otro de esa manera. Sus ojos eran de un tono verde mezclado con miel que me pareció tremendamente atractivo. Había visto sus ojos alguna vez pero ese día me parecieron simplemente más hermosos, brillantes y casi como si tuvieran algo que decir.

 Entonces me di cuenta de que no estaba siendo justo con él y no estaba siendo muy honesto que digamos conmigo mismo. Lo estaba tratando mal sin sentido aparente, a él que había sido la persona que había usado para desahogar mis frustraciones y libido sin usar. No tenía de derecho de hablarle de esa manera, sin importar las razones que tuviera. Y, en cuanto a honestidad, no sé a quién estaba mintiendo. Yo no tenía nada que hacer en mi casa y solo quería llegar a dormir doce horas seguidas.

 Exhalé y pregunté que película quería ver. Entonces hizo algo más que nunca había visto ni me hubiese esperado ver en mucho tiempo: sonrió de oreja a oreja. Era como si le hubiese dicho que le habían aumentado el sueldo a cuatro veces lo que ganaba normalmente, como si le hubiesen dicho que había ganado la lotería. Debo decir que su sonrisa, hizo que mi pecho se sintiera un poco más cálido que antes. Debí haber sonreído también pero la verdad es que no me acuerdo y no creo que tenga ninguna importancia.

 Una hora después, la pizza que había pedido había llegado y estábamos viendo las primeras escenas de la película que él había propuesto. Era una de ciencia ficción, de hace años. Es extraño y puede que parezca una tontería, pero es una de mis películas favoritas. No sé si él lo sabía o si solo fue una de esas raras coincidencias. El caso es que disfruté la noche, la comida, la película y su compañía. Podíamos dejar la tontería un lado y solo disfrutar de ese momento juntos, sin tener que llamarle a nada por ningún nombre.

 Cuando por fin iba de salida, me pidió un taxi y dijo que el viaje ya estaba pago por tarjeta de crédito. Había dado mi dirección, que yo ni sabía que él conocía. No le pregunté ese detalle ni nada más. No era el momento, o al menos eso sentía yo. Solo lo abracé como despedida y me fui.

 Desde entonces, seguimos teniendo sexo pero debo decir que ha cambiado. Ahora sostenemos las miradas y los besos se han vuelto más largos. Hay un elemento que antes no estaba allí. Y no, no es amor. Es otra cosa, algo que no conozco. No importa. Ahora hay muchas más sonrisas.

lunes, 11 de septiembre de 2017

El engranaje del gran reloj

   Cuando tenía apenas diez años, Carlos tuvo que ir a una cita médica de urgencia por una hemorragia severa. Sin querer, su hermana menor le había dado un golpe con el codo directo a la nariz con una gran fuerza. La nariz estaba rota y la sangre había manchado ya varios cuartos de la casa antes de que los padres se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo. Para cuando llegó al hospital, el pobre niño estaba algo mareado y no sabía muy bien lo que pasaba a su alrededor.

Despertó muchas horas después y, por fortuna, no tuvo que quedarse mucho tiempo allí. Solo los días suficientes para que los vasos sanguíneos se sanarán y los médicos hicieran una simple cirugía para arreglar el daño causado. De ese acontecimiento de la niñez surgieron dos cosas. La primera fue un lazo de amistad muy cercano con su hermana Lucía. Carlos jamás la dejó atrás de ahí en adelante, metiéndola a todos los juegos e incluyéndola en conversaciones a las que normalmente no estaba invitada.

 Esto creó en ella una confianza sin par, que se vio relucir en sus años de adolescencia y más allá. La joven agradecía siempre a su hermano por todos sus éxitos y le dedicaba siempre algún tiempo para que compartieran confidencias. Más que hermanos, eran amigos muy cercanos que sabían todo del otro. Fue así como ella fue la primera en saber que a Carlos le gustaban los chicos, muchos después de que él mismo empezara a experimentar por su cuenta.

 La razón para una experimentación tan temprana eran fruto de la segunda consecuencia que había tenido el accidente de la nariz: los médicos habían hecho análisis de sangre exhaustivos para verificar que el niño no sufriera de algo grave, como hemofilia. De esos exámenes salió un resultado inesperado: el niño tenía un gen bastante raro que se había probado era inmune a una gran variedad de virus que afectaban al ser humano. Entre esos estaba el virus del VIH/Sida.

 No era común que a un niño le hicieran ese tipo de examen y los padres reclamaron al escuchar los resultados de los exámenes. Les ofendía que su hijo se convirtiera en un conejillo de indias o algo parecido, y mucho menos para investigar enfermedades que solo tenían los “enfermos sexuales”. Esas fueron las palabras exactas que escuchó Carlos a esa joven edad. Eso selló, de cierta manera, su manera de ser frente a sus padres. Ello nunca sabrían de su verdadera vida sino hasta muy tarde, cuando ya no tenía sentido acercarse pues la distancia había crecido demasiado.

 El tema de su sangre e inmunidad, intrigaron mucho al niño. Los médicos insistieron una y otra vez en hacerle más exámenes pero los padres se negaron. Como era menor de edad, los doctores se rindieron pues sin el consentimiento de los padres nada sería posible. Sin embargo, todo el asunto hizo que Carlos se interesara por su especial característica y empezó a averiguar todo lo que podía en la biblioteca más cercana y en el portátil que pedía prestado a su padre, alegando querer jugar cosas de niños.

 La única que sabía de sus investigaciones era su hermana, que parecía interesada a veces y otras de verdad que no entendía que era lo que buscaba su hermano con todo ese asunto. Pasados dos años, con mucho conocimiento encima y las hormonas a flor de piel, Carlos experimento su primer encuentro sexual con un chico algo mayor que él. Se habían conocido en el equipo de futbol del que él era parte y habían terminado en sexo sin protección en la casa de su compañero.

 Tras el suceso, supo que era homosexual y que le gustaba el sexo. Entendió que su inmunidad lo hacía especial de cierta manera, pues así había convencido a su amigo de no usar un preservativo, que él aseguraba poder robar de un cajón en la habitación de sus padres. Ese fue el inicio de la vida sexual de Carlos, que tuvo muchos personajes y varios momentos en los que el joven se dedicó a explorarse a si mismo, no solo de manera física sino en otros niveles igual de importantes.

 Apenas cumplió los dieciocho, aplicó a una beca para irse a estudiar a Europa. La verdad era que no resistía más vivir en casa, con la tensión clara con sus padres y una hermana que ahora tenía su propia adolescencia para vivir. Tan pronto le anunciaron que había ganado la beca por sus buenas notas y dedicación al estudio, Carlos lo anunció a sus padres que estuvieron muy orgullosos y lo apoyaron sin condiciones. Fue la vez que se sintió más cerca de ellos, en la vida.

 Los abrazó en el aeropuerto y le dio besos en las mejillas a su hermana. Sin duda la iba a extrañar pero le prometió escribirle un correo electrónico al menos una vez por semana con lujo de detalles sobre su vida en un país nuevo. Y así lo hizo. En los estudios le fue excelente, siendo siempre dedicado y cuidados con sus estudios. Pero en Europa descubrió con rapidez que podía ser un joven homosexual abierto, que podía dejar de esconderse de todo y podía vivir de manera libre, haciendo lo que quisiera sin los límites de su vida anterior.

 Usaba la historia del codazo siempre que quería ligar con alguien. Con el tiempo, se dio cuenta que ha muchos no les interesaba escuchar historias de infancia. Su vida universitaria la vivió entre el estudio entre semana y las sesiones de sexo los fines de semana. Era casi una rutina que había adquirido con los días y que solo se detuvo con el tiempo, unos años después de terminar la carrera y empezar a trabajar. Como en muchas cosas, la razón para este nuevo cambio fue el amor.

 Cuando vio a Juan por primera vez, no supo que hacer. Eso era bastante extraño pues siempre había sabido qué decir y como comportarse frente a otros hombres, en especial si buscaba tener algo con ellos. Pero entonces entendió que no quería tener sexo con Juan sino algo más. Tal vez era por haberlo conocido en un lugar diferente a un bar o a un club de caballeros, pero el punto era que por muchos días no pudo quitárselo de la cabeza hasta que lo volvió a ver, por pura casualidad.

 Fue en una farmacia. Carlos estaba detrás de Juan en la fila para preguntar por medicamentos. Solo se dio cuenta que era él cuando lo tuvo de frente y a la bolsita que tenía en la mano. Juan se veía nervioso y Carlos se puso igual. Los dos estaban así por razones diferentes pero sonrieron al darse cuenta que causaban un pequeño embotellamiento en la farmacia. Carlos, de la nada, le pidió a Juan que los esperara. Pidió su crema especial para el dolor de músculos y se apresuró a hablar con Juan frente a la farmacia. Lucía supo todo a las pocas horas.

 Fue así como empezaron hablar. Pocos días después tuvieron una primera cita. Luego otra y otra y así pasaron varios meses, escribiéndose mensajes tontos por el celular y yendo a ver películas para luego criticarlas comiendo comida chatarra. Las noches de películas se trasladaron a sus apartamentos y fue en una de esas noches, meses después de conocerse, en la que Carlos quiso tener su primer encuentro sexual con alguien que amaba de verdad. Pero Juan lo detuvo, con una mirada seria.

 Juan tenía VIH. Lo confesó con lágrimas en la cara. Era algo con lo que vivía hace mucho pero era la primera vez que se enamoraba de alguien y creía que las cosas no podrían seguir pues era algo demasiado serio, en especial en una pareja del mismo sexo.


 Sin embargo, Carlos lo besó y le contó su historia. Más o menos un año después, la pareja se casó en un pequeño balneario junto al mar. Se quedaron allí varios días, felices de haberse encontrado en la vida. Parecía algo imposible pero nadie podía estar más sorprendidos que ellos mismos.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Que puede haber de malo en ello?

   Según comprendía, tenía que sentirme apenado por lo que hacía todos los fines de semana, los tres días. Cada una de esas noches me rendía mis placeres terrenales y me veía con extraños para disfrutar de fiestas que la mayoría de la gente pensaba que habían quedado en la Antigüedad, en aquella época en que los romanos parecían ser las personas más libidinosas de todo el planeta. Pero lo cierto es que hay un mundo entero debajo de la superficie que la gente no ve o, tal vez, se niega a ver.

 Yo entré a ese mundo de una manera muy casual, nunca tuve la intención de ir a un sitio así. La verdad es que jamás se me había pasado por la cabeza, a pesar que desde el comienzo de mi pubertad había experimentado mucho más que la mayoría de mis compañeros de clase. En secreto me reía de sus conclusiones e hipótesis acerca del sexo y de los placeres de la carne, porque hablaban todos como niños y yo, en ese aspecto al menos, ya era un hombre. Y sin embargo, lo de las fiestas empezó después.

 A los dieciocho años todavía no había salido de la escuela. Me quedaba medio año más viendo esas caras que detestaba, las de mis profesores y las de los alumnos que asistían a ese colegio que tenía más cara de cárcel que de institución educativa. Tenía algunos amigos fuera de ese maldito espacio con los que ya fumaba y había experimentado las drogas en pequeñas dosis. En ese momento recuerdo que me sentía orgulloso de ser un drogadicto en potencia. Así de tonto es uno cuando es joven.

 Fue mi amiga Betty la que me llevó a la tienda de juguetes sexuales. Ella tenía veinte años y quería algo para mejor sus relaciones intimas con su novio que tenía cinco años más que ella. Mientras ojeaba ropa interior con encaje, yo me dirigí hacia los artículos para hombres. Vi objetos demasiado grandes y otros demasiado pequeños, si es que ustedes me entienden. Pero lo que no había notado era que alguien me veía a mi sin quitarme los ojos de encima. Me di cuenta cuando ya estaba muy cerca.

 Era un trabajador de la tienda. Al parecer era el único puesto que allí solo estábamos él, Betty y yo. Se presentó como Armando y me preguntó si necesitaba ayuda para encontrar algo. Yo le dije que no buscaba nada pero el sonrió, me miró de arriba abajo y me miró directos a los ojos. Me dijo que de seguro habría algo para mí en la tienda y entonces empezó a mostrarme de todo un poco. Yo me sentía incomodo y aún más cuando Betty se dio cuenta de lo que sucedía y se rió de mi. Lo peor es que me dejó solo con el tipo ese, pues había decidido no comprar nada.

 Me debatía entre salir corriendo y quedarme hasta que el tipo se callara. Pero entonces me di cuenta de que no era el único que había visto a Betty salir pues el tipo cambió un poco su tono de voz y me preguntó si tal vez no estaría interesado en otros productos. Su manera de decirlo me intrigó y, debo admitirlo, me excitó. Al mirarlo mejor, Armando podía ser un poco amanerado pero tenía un muy buen cuerpo y de cara era bastante guapo, moreno y lampiño.

 Se habrá dado cuenta de cómo lo miré porque caminó hacia la caja registradora y, de un cajón junto a ella, sacó una cajita de madera de balso. La abrió y me mostró lo que contenía: eran drogas pero ninguna que yo hubiese consumido para ese momento. Solo fumaba marihuana con mis amigos y a alguna vez habíamos consumido cocaína, pero era demasiado cara para niños de colegio y universidad como nosotros, sin un trabajo estable ni nada para mantener esos vicios de alto nivel.

 Armando, de repente, sacó una bolsita de plástico y puso en ella algunos de los artículos. Me pidió un monto muy bajo por todo lo que había allí y dijo que era su precio especial para chicos guapos. Yo me sonrojé y al oír el halago solo saqué mi billetera y le pagué. Hasta después me di cuenta de que ese dinero debía de utilizarse para otros gastos y no para entretenimiento. Pero no me había podido resistir. Armando además escribió algo en un papel, lo metió a la bolsa y me guiñó el ojo, deseándome “muchas diversiones”.

 Lo cierto es que no demoré mucho en probar lo que había en la bolsa. Mis padres se iban seguido los fines de semana por varias horas en las mañanas, entonces aproveché. La experiencia fue genial, nunca había sido capaz de explorar mi cuerpo de la manera que lo hice aquella vez. Hoy me doy cuenta que tal vez fue demasiado para alguien tan joven pero la verdad es que no me arrepiento y, en cierta medida, me parece bien que un hombre de esa edad sepa lo que quiere.

 En medio de mi sesión vi el papelito que me había dejado Armando en la bolsita. Era un número de teléfono. Abajo pedía que lo agregara en una aplicación para el celular y lo saludara allí si me había gustado la bolsita que él había inventado para mi. En ese momento no tenía mucho criterio, así que le escribí en segundos. Luego me quedé dormido profundamente, hasta que llegaron mis padres, que no se dieron por enterados de nada de lo que había hecho. Era lo normal, nunca se daban cuenta de mucho aunque pasara debajo de sus narices. No los culpo.

 Esa noche vi que Armando me respondió con una carita feliz y me agregó a un grupo de conversación. Había montones de hombres, más de treinta o cuarenta. Hablaban de una reunión, una fiesta o algo así. Y entonces empezaron a enviar fotografías y fue entonces cuando me decidí: iba a ir a esa fiesta pasara lo que pasara. Quería seguir experimentado, quería seguir explorando quien era con personas nuevas. Ya había sido suficiente de mis novios marihuaneros. Era hora de algo diferente.

 Es gracioso. Estaba muy emocionado pero les puedo decir, con toda franqueza, que no sabía a lo que iba. En mi mente, era una fiesta con muchas personas donde todos nos drogaríamos y tal vez nos besaríamos un poco, nada más. En mi mente no pasaba nada de lo que vería entonces, cuando entrara por esa puerta metálica y cada uno de todos esos hombres se me quedara mirando de maneras distintas. Algunos como los leones mirando a una gacela, otros preguntándose que hacía yo allí.

 El dinero para pagar el permiso de entrada lo conseguí vendiendo algo de lo que me había dado Armando en la bolsa a mis amigos de la marihuana. Habían pagado muy bien por ello y lo que me había quedado era suficiente. Además, después de la fiesta, ya no me importaba quedarme con nada más porque había vivido algo que iba mucho más allá de las simples drogas. Había vivido el físico éxtasis, el de verdad, el que se basa en el cuerpo y en los más bajos instintos.

 Desde ese momento hasta mi salida de la universidad, fui asistente asiduo de esas fiestas. A Armando lo llegué a conocer muy bien e incluso todavía le hablo hoy en día, aunque no nos veamos muy seguido. Ahora vivo lejos y asisto a otras fiestas. Los pocos que saben de mi afición piensan de una manera y sé como es: es algo inseguro, peligroso de muchas maneras y simplemente sucio. Esa es la palabra clave. Les parece sucio e inmoral y no quieren saber nada de ello.

 Cuando me subo al metro por las noches, los vagones casi vacíos, miro las pocas caras a mi alrededor y me pregunto si debería sentirme avergonzado, si debería sentirme sucio y renunciar a una vida que está al limite e incluso puede que más allá.


 Pero no. Mi conclusión es siempre la misma: no me siento sucio sino todo lo contrario. Me siento liberado, me siento limpio de todos los prejuicios y cargas de la sociedad. Lo que hago me hace sentir mejor, me hace vivir y sentir la vida. Así que, ¿que puede haber de malo en ello?