Hugo se miró al espejo cuarteado y se dio
cuenta de que ya no era él. Había removido cada pelo de su cabeza y de su cara
y se había cambiado por una ropa que jamás en la vida había usado: tenía una
chaqueta de cuero negro, jeans bastante apretados y unas botas militares que
había tenido en el fondo del closet por años. Su ropa de antes, incluyendo la
corbata de la que alguna vez había estado orgulloso, estaba en una bolsa que
iba a tirar en un contenedor de la terminal. Limpió el espacio lo mejor que pudo,
tomó la bolsa y una mochila que había contra la pared y entonces se miró la
cara una última vez. Desde ahora era alguien más y ya nunca quién había sido
hasta entonces.
Ahora tenía documentos con el nombre de
Jefferson Martínez y ese era quién iba a ser. Como planeado, tiró la bolsa con
la ropa y algunas otras cosas a la basura y solo se quedó con su mochila que
tenía solo cosas que eran de Jefferson, y no de su nombre anterior. Para
él, ya todo había cambiado. Lo siguiente
era comprar un pasaje hacia otra ciudad y empezar a perderse por el mundo,
lejos de la ciudad que era su único enlace con una vida que ya no le
pertenecía. Era una vida que otros y él habían corrompido hasta el punto que ya
no servía para nada. Por eso la dejaba en la basura y tomaba una nueva, que era
totalmente nueva y solo de él. Compró un pasaje hacia una ciudad de frontera y
se subió al bus pocos minutos después. Cuando dejó la ciudad atrás, se sintió
en calma.
No había sentido la calma desde hacía años
pero se sacudía la cabeza y recordaba que eso que recordaba no era propio sino
de alguien más. Así que se dedicó a ver cual sería su siguiente paso al llegar
a la ciudad fronteriza. Lo mejor, creía él, era cruzar y en ese otro país
dirigirse a una ciudad de tamaño medio pero con vuelos internacionales. Desde
allí sería más fácil tomar un vuelo fuera del continente y entonces ya podría
pensar en asumir su nueva vida como debía ser. Se recostó en el asiento y vio
como los edificios desaparecieron y le daban paso al campo y las montañas que
surcaban el país por todas partes. El recorrido era entre valles y abismos,
cosa que siempre había odiado.
Cansado, se quedó dormido rápidamente y solo
se despertó cinco horas más tarde, cuando habían recorrido la mitad del
trayecto. Lo malo fue que la parada no era para comer o descansar sino por un
puesto del ejercito. Jefferson respiró hondo y bajó del bus. Cada hombre era
revisado en un lado, las mujeres del otro. Daban sus documentos y los
requisaban. Jefferson dio el suyo y el militar lo revisó sin mayor interés.
Pidió que siguiera el siguiente y así. Tras algunos minutos, todos los
pasajeros estuvieron de nuevo dentro del bus en camino a su destino. Jefferson
casi no podía creer que todo hubiese funcionado tan bien. Ahora sabía que su
nueva vida tenía un futuro.
Tras otras cuatro horas de viaje, el bus por
fin llegó a su destino. La ciudad era pequeña y olía a mal por alguna razón.
Pero eso a Jeff no le importaba nada. Se dirigió rápidamente al puesto
fronterizo e hizo sellar su pasaporte. Esa misma noche pasó y compro otro
pasaje, esta vez a una ciudad llamada Puerto Flor, que era la capital de
provincia y tenía un solo vuelo comercial al extranjero, hacia Estados Unidos.
Esa era la ruta perfecta ya que nadie revisaría en un aeropuerto tan pequeño.
Esperó frente a una tienda a que llegara el bus que lo llevaría a ese puerto.
Mientras esperaba notó algo extraño: había una camioneta negra impecable en el
pueblo, evidentemente propiedad de alguien que no vivía allí.
Lo que le llamó la atención fue más el hecho
de que ya había visto vehículos similares cuando casi lo… Cuando casi atrapan a
alguien que conocía. Esas camionetas habían estado frente a su casa y su
trabajo y de ellas salían tipos que eran del tipo que salen y hablan
amablemente. Recordaba como había visto golpear a gente que conocía y como esos
hombres creían tener derecho a hacer lo que quisieran, incluso torturar con sus
cigarrillos o con golpes certeros. Eran unos monstruos y Jeff sabía que no
podía esperar nada bueno si ellos estaban en la cercanía. Pero su miedo fue
infundado pues un hombre, ganadero por el aspecto, se subió a la camioneta poco
antes de que llegara el pequeño bus.
En dos horas estuvo en el aeropuerto
provincial pero tendría que pasar la noche allí: el vuelo a Estados Unidos era
hasta el mediodía siguiente. Era casi la una de la mañana pero a él las horas y
los horarios le habían dejado de importar hace mucho. No tenía nada de sueño
porque había decidido que dormir era un privilegio que no todo el mundo tenía y
menos él que todavía debía estar pendiente de sus movimientos y de los
movimientos de los demás. Tenía que andarse con cuidado y por eso, aunque
hubiese querido, no podía dormir. El aeropuerto estaba desierto y se sentó en
unas sillas, en la oscuridad. Allí, tuvo por un momento un sentimiento de culpa
que se asentó sobre su cuerpo.
Esto no era porque
había dejado a ese otro hombre en su pasado sino porque había dejado mucho más.
El dinero y todos los objetos que había tenido no eran lo más importante, sino
las personas. Su familia seguramente estaba fragmentándose y con un dolor
inmenso. No era todos los días que un hijo moría de forma tan horrible y
después de descubrirse tantas cosas tan feas de él. Pero así había ocurrido y
para ellos su familiar, su querido hijo y hermano, estaba muerto y no había
nada que pudieran hacer para traerlo de vuelta. Jeff había tenido que matarlo y
hacerlo bien para que nadie nunca más preguntar por él o por lo que había
hecho.
Cuando abrieron las tiendas, Jeff compró algo de
comer y de tomar y así hizo que pasara el tiempo mientras era la hora de su
vuelo. Cuando fue a limpiarse y a orinar al baño después de comer, vio de nuevo
algo que lo inquietó: era uno de los hombres de las camionetas. Se lavó las
manos, no se las secó y salió de allí con paso acelerado. Cruzó los mostradores
de emigración y se sentó en la sala de espera ya que, aunque faltaban todavía
seis horas, le parecía mejor esperar en un lugar más seguro que la parte
exterior de la terminal. No podía sentarse ni hacer nada más que no fuera
caminar de un lado a otro y pensar mil veces en lo mismo: era ese uno de
hombres que lo habían querido inculpar de tantas otras cosas? Él había sido
ladrón pero nunca nada más que eso.
Él junto con otros habían desarrollado un plan
ingenioso para robarle a la gente sus bienes sin que se dieran cuenta, para
luego revenderlos y así ganar dinero. Las personas solo se daban cuenta tiempo
después y jamás sabían que les había pasado y porqué. Solo se lo hacían a gente
con dinero y luego fueron escalando, aliándose con personas que les pagaban por
hacer ese mismo truco. Pero entonces uno de sus aliados se comprometió con el
hombre equivocado y entonces todo se fue derrumbando. En ese momento aparecieron
los hombres de las camionetas. Seguramente eran de algo parecido al FBI pero
nunca mostraban identificación y hacían lo que querían antes de que llegase la policía.
Jeff, o más bien quién era antes, escapó
milagrosamente de todo eso y ahora era una persona totalmente diferente a quien
había sido por treinta años. Al hombre de antes nunca se le hubiese visto sin
los zapatos bien lustrados, sin corbata o sin un destino fijo en la vida. Ese
tipo sabía lo que quería y tenía todo meticulosamente planeado, incluso cuando
iba a hacer algo que no estaba particularmente bien con el resto del mundo. Ese
hombre era controlador y prefería ser dominante y tener el poder. Por eso había
hecho las cosas como las había hecho y la verdad era que jamás lo hubiesen
cogido si no hubiese sido por los errores de otros, mucho menos inteligentes y
controladores que él.
Por fin anunciaron el abordaje del vuelo y Jeff
hizo la fila pronto para entrar rápidamente. Cuando estuvo en el avión seguía
preocupado: era le hombre que había visto en el baño de los mismos que lo
acosaban o había sido solo una visión que su cabeza le había puesto, jugando
con él y con su miedo a dejar de ser por completo? La puerta del avión fue
cerrada y al poco tiempo ya estaban en la pista, rodando y despegando hacia un
lugar lejano de allí en el que Jeff sentía que por fin podría vivir en paz.
Hallaría alguna profesión en la que pudiese ser bueno y entonces viviría
tranquilo, sin estar mirando sobre su hombro a cada rato.
El avión entonces explotó, solo unos cinco
minutos después de despegar. En el estacionamiento del aeropuerto, dos hombres
vestidos de negro y corbata, recostados en una camioneta negra, veían los
pedazos volar y la gente correr de un lado a otro, gritando. Se sonrieron
mutuamente y entraron a la camioneta. Ni Hugo ni Jeff nunca supieron con
quienes se habían metido y quienes habían sido los artífices de su muerte. Y
nunca nadie lo sabría pues eran seres de las sombras y de la muerte.