Desde hacía unos cien años, os habitantes
del valle habían construido varios molinos altos y vistosos en las colinas que
rodeaban su hogar. Esto tenía dos funciones esenciales: la primera era tener
lugares para procesar la cosecha de trigo que era esencial para la vida en el
valle. La segunda razón, sin embargo, era mucho más particular: eran para
defensa. Los molinos eran estructuras altas, con cuerpo delgado y con una
escalera interna que llegaba hasta un piso superior desde donde se podían ver
kilómetros y kilómetros a la redonda.
Desde su construcción, la gente del pueblo
había asignado a una persona diferente por día para vigilar el valle desde la
parte alta de cada molino. Eran en total diez estructuras, cada una actuando
como vigía para prevenir cualquier invasión. Según un antiguo cuento que
todavía recordaban, se decía que un ejército de miles y miles de hombres había
arrasado el valle, dejándolo al borde de la extinción.
Pero el sitio se recuperó y ahora vivían una
vida idílica en uno de los lugares más hermosos del mundo. Incluso se creía que
muchos seres humanos habían olvidado lo que sabían del valle y por eso era que
desde los tiempos antiguos nadie invadía ni se atrevían a pasar por allí. Los
molinos eran estructuras que quedaban de esos tiempos. Sin embargo, seguían
asignando vigilantes para cada estructura como una tradición que no planeaban
dejar de lado.
El pueblito en el valle tenía forma estirada.
Las casas y negocios se acomodaban a lo largo del centro del valle, por donde
pasaban un riachuelo del que, todas las mañanas, los habitantes del pueblo
sacaban agua para diferentes cosas que necesitaban en el día. Había algunas
casas que quedaban en un sitio más alto que otras y normalmente aquellos que
vivían en esa zona más alta eran quienes tenían las casas más grandes y más
poder.
A pesar de ser un pueblo pequeño y de no tener una estructura política o social
demasiado estructurada, lo cierto era que las personas que plantaban más trigo
controlaban buena parte de los negocios que se daban en el pueblo, que no eran
mucho pero podían ser importantes de vez en cuando. Por otra parte, la mayoría
de vigilantes para las torres-molino de las colinas eran siempre personas de
las casas bajas. Era un trabajo demasiado simple para los demás pero al menos
daba cierto honor.
Un día, una tormenta se acercó rápidamente por
el sur, cubriendo el pequeño valle, las suaves laderas con campos de trigo y
las colinas con sus torres. Empezó a llover al mismo tiempo que anochecía. Al
comienzo la gente pensó que era una tormenta común y corriente, de las que
tenían cada mucho tiempo. Pero no era así.
Llovió por todo un día, sin parar. La fuerza
de la tormenta no aumentó en ese lapso de tiempo pero tampoco pareció calmarse.
El agua hizo que el riachuelo creciera y todos en el pueblo tuvieron que
trabajar para crear una barrera para impedir que hubiera un desbordamiento que
afectara de manera grave las casas de las personas. Usaron viejos sacos de los
cultivos pero llenos de tierra y los fueron poniendo en fila, a un lado y al otro del riachuelo, formando una barrera
que recorría el pueblo de la parte más alta, a la parte más baja, donde
empezaba el bosque en el que cazaban.
De ese bosque, el segundo día de la tormenta,
empezaron a salir criaturas que jamás habían salido en la noche. Algunos de los
habitantes del pueblo entraban cada cierto tiempo al pueblo para cazar o para
buscar hierbas medicinales para cuando había algunos enfermos graves o algo por
el estilo. Pero esta vez, los animales salían y no eran conejos o faisanes sino
criaturas enormes como osos de ojos rojos y lobos que parecían listos para
atacar en cualquier momento. De hecho, eso fue lo que hicieron y fue entonces
cuando el pueblo tuvo su primera tragedia.
El pobre atacado fue un niño que ayudaba a sus
padres a proteger las ventanas y a tapar todos los agujeros por donde se
pudiera entrar el agua. Por estar tan ocupados no vieron el lobo entre la
lluvia: la criatura se lanzó sobre el niño y los destrozó en poco tiempo. Los
gritos se oyeron hasta el molino más alto y todo en el pueblo sintieron una
profunda tristeza en sus corazones por lo que había pasado. Al fin y al cabo
que hacía muchos años que nadie moría así en el valle. La violencia no era
común.
Para la tercera noche, la gente supo ya que
debían quedarse en casa y esperar. Lo malo era que las reservas de comida de
cada familia estaban aminorando y si la tormenta no amainaba, no podrían cazar
nada ni pescar en el riachuelo ni procesar el trigo que habían logrado guardar
antes de la lluvia. Porque los campos, como estaban, ya no servían para nada.
Pero los molinos seguían procesando el trigo puesto que no podían dejar de lado
su modo de vida por un montón de agua.
Sin embargo, la cuarta noche trajo algo que
ninguno nunca esperó: al pueblo entraron tres hombres a caballo. Dos de ellos
escoltaban a uno de capa púrpura y mirada penetrante. Aunque ocultaba su cara
bajo la capa, su mirada era intimidante. Los dos otros, sus guardaespaldas,
llevaban armaduras finamente decoradas, complementadas con sendas espadas y
escudos, también adornados con varios glifos y diseños. Entraron al pueblo a la
vez que la lluvia pareció calmarse un poco y la gente los pudo ver, a la luz
del día, merodeando por ahí.
El hombre de la capa miraba a los habitantes
del pueblo con una expresión de susto pero cuando llegó a la parte más alta del
valle, decidió quitarse la gorra de la capa y revelar su rostro completo. Sus
ojos no solo eran penetrantes por si solos sino que tenían un color lila que
parecía internarse en la mirada de cualquiera que lo mirara directamente. Tenía
una larga cicatriz en una mejilla y, en general, parecía cansado y asustado al
mismo tiempo.
Se bajó de su caballo y trepó por la escaleras
del molino más alto. Cuando llegó al último nivel, miró al vigilante con sus
ojos poderosos, haciendo que el pobre hombre se escurriera del miedo,
efectivamente desmayándose. Entonces, sacó un palo de madera de su bolsillo,
muy parecido a una ramita sin hojas, y se apunto con él a la garganta. El palo
brilló por un instante. Entonces el hombre habló y su voz sonó atronadora a lo
largo y ancho del valle. Quien no estaba en la calle, salió a ver que era lo
que ocurría.
El hombre se presentó como Jordred. Era el
consejero real de un reino lejano. Había viajado por años buscando un objeto
fantástico, que se creía legendario, para devolverlo a su reino pues su rey lo
necesitaba para terminar con una guerra que había durado ya casi cien años,
causando millones de muertos y devastación por millones de kilómetros cuadrados
en ese lado del mundo.
Según él, el objeto debía estar en un valle
abandonado en el que un antiguo dragón había posado su último huevo. Dentro del
huevo estaba la clave que buscaban, aquello que solucionaría todos sus
problemas. Entonces Jordred apuntó su varita al cielo y la lluvia se detuvo.
Las nubes se retiraron con celeridad y revelaron al sol que brillaba
alegremente sobre el húmedo valle. La gente entendió que lidiaban con alguien
muy poderoso.
Jordred les pidió que se reunieran en el
pueblo y así lo hizo la gente. Los mayores le dijeron que conocían una historia
similar a la del dragón pero la verdad era que nadie nunca la había creído como
cierta y menos aún se sabía nada del paradero del famoso huevo. Le dijeron al
mago que podía buscar por todas partes, cuanto quisiera, pero que ese objeto
tan especial jamás había sido visto por nadie allí. Frustrado, Jordred se
reunió con sus guardaespaldas y partieron al instante, no sin antes disculparse
por los daños causados. Él necesitaba ese huevo y necesitaba que ellos
colaborasen.
Cuando se fue, todo volvió a la normalidad en
el valle. El trigo se recuperó, los molinos comenzaron de nuevo su trabajo de
siempre y las familias no temieron más al bosque. Sin embargo, todos tenían una
expresión de risa constante. Eso era porque todos sabían que lo que Jordred buscaba,
jamás lo obtendría. La leyenda del valle decía que el huevo del dragón tenía
dentro nada más y nada menos que al primer habitante del valle. Y ese era un
anciano que había hablado con Jordred, a la cara. Era un hombre de casi
quinientos años pero aparentaba muchos menos. La gente rió por mucho tiempo
hasta que la llegada de Jordred al valle también se convirtió en leyenda.