Era el último de la semana, el cuarto si
había que contarlos todos. Era un buen momento para el tipo de trabajo que H
hacía, uno que no muchas personas aprobaban. De hecho, muchos ni sabían que
algo así existía. Claro que había que ser una cierta clase de persona para
saber al menos un poco del mundo en el que H se desarrollaba. Las personas con
las que se relacionaba seguido podían ser clasificadas como lo peor de lo peor,
el mugre aceitoso de la humanidad.
Lo que él hacía era matar gente y hacer que todo
pareciera un accidente desafortunado. Sus técnicas más frecuentes eran las de
ahogar a las victimas o envenenarlas sin que lo supieran. Esta última era algo
mucho más elaborado que se tomaba demasiado tiempo pero siempre tenía los
mejores resultados pues no había forma que nadie se enterara de cómo había
muerto en verdad su ser amado o su jefe o cualquiera que fuese su relación con
el muerto. El caso es que quedaba bien hecho.
Sin embargo, no había sido fácil empezar en el
negocio. Todo había sido consecuencia de una serie de errores que había
cometido. El primero, tal vez el más importante, había sido no trabajar tan
pronto como pudo cuando fue joven. Mientras otros lo hacían en panaderías o
tiendas de video, él se la pasaba mirando las estrellas o simplemente
cultivando su cerebro, algo que con el tiempo resultó ser algo que no llevaría
a ningún lado. Por eso surgió lo de las drogas.
Como no podía conseguir trabajo cuando ya
todos sus conocidos eran jefes o al menos ganaban una buena suma en algún lado,
H se desesperó y buscó por todas partes una opción para al menos tener un
ingreso mensual fijo. Lo que encontró fue una red de narcotráfico que buscaba
personas que vendieran la mercancía y él resultó ser la persona perfecta para
el trabajo: parecía universitario y no resaltaba en multitudes. Se podría
acercar a los estudiantes para ampliar el negocio.
Así empezó su carrera entre las sombras, pues
tuvo que hacer negocios que no le gustaron pues sabía en qué estaba metiendo a
jóvenes hombres y mujeres que se encontraban en un mal momento de sus vidas. Él
se estaba aprovechando de ellos, de su vulnerabilidad. Por un buen rato se
sintió bastante mal por ser aquella persona, un depredador, que se lucraba con
su afán de sentirse mejor. Con el tiempo, esa preocupación desapareció. Se fue
dando cuenta que todos ellos no eran niños sino adultos y era su decisión
consciente hacer lo que hacían. H jamás forzaba sus ventas.
H era un pésimo profesional en el campo que
había elegido estudiar en la universidad. Era un mediocre en aquello que se
suponía amaba y conocía bien. Se había pasado meses y meses, casi una década
entera, tratando de construir una estructura de conocimiento suficiente para
poder ser lo que más quería en la vida. El triste resultado se había derrumbado
a su alrededor y los escombros lo habían atrapado durante un buen tiempo hasta
que se metió en el negocio e las drogas.
En eso era el mejor. No solo vendía más y a
más gente sino que había ampliado la extensión de su zona de distribución e incluso
se había adentrado en negocios alternos para poder impulsar la venta de la
droga. En un mismo paquete muy bien cerrado, podían haber también medicamentos
de prescripción médica, así como alcohol y cigarrillos. Se le daba al cliente
lo que quisiera, como quisiera y dónde quisiera. No había limite alguno y esa
era la clave de toda la operación.
En poco tiempo fue el mejor vendedor de la red
de la ciudad y pronto se le pagó para que viajara a otros lugares para mejorar
las ventas. En muchos lugares los vendedores sufrían bastante para vender lo
poco que tenían pero con sus estrategias eso cambió bastante pronto. En poco
tiempo, la venta de narcóticos creció casi al doble de lo que era en el pasado.
Y fue en ese momento cuando H se dio cuenta de que su momento en ese negocio
había expirado.
Le explicó a sus jefes, hombres que casi nunca
se dejaban ver, que necesitaba hacer algo diferente, algo que lo desafiara más.
Ellos trataron de amenazarlo pero él les recordó que gracias a sus esfuerzos,
ellos eran más ricos de lo que jamás podrían imaginar. Aclaró que jamás le
diría nada a la policía porque obviamente eso iría en contra de sí mismo pero
sabía de la competencia y que a ellos les encantaría entender como fue que
ellos habían crecido tanto en tan poco tiempo.
Los hombres terminaron por aceptar su renuncia
pero fue entonces cuando le propusieron algo diferente, que tal vez le podría
interesar. Durante su tiempo vendiendo drogas, él había hecho lo opuesto a sus
clientes: había cuidado su cuerpo, entrenando varias horas a la semana para
poder ser ágil e intimidante. Por eso le propusieron ser uno de los nuevos
guardaespaldas de un narcotraficante que necesitaba con urgencia personas que
le colaboraran, después de un ataque particularmente fuerte de las fuerzas del
Estado. Aceptó la propuesta sin pensarlo dos veces.
No pasó mucho tiempo para que empezara a
destacarse entre los demás guardaespaldas. Podía ser muy calmado en un momento
y casi salvaje al siguiente. Era una máquina de fuerza y velocidad cuando
quería. Por eso su nuevo jefe lo enviaba a hacer ciertas tareas que él solo le
daba a sus más fieles empleados. Matar fue una de esas tareas y al comienzo no
fue nada fácil. Pero con el tiempo todo se hace más sencillo y terminó siendo
una máquina de la muerte muy refinada.
Los estudios del pasado le sirvieron para
refinar sus técnicas. Fue así que encontró varios venenos que la mayoría de
personas no conocían y que podían ser utilizados efectivamente para eliminar a
quienes necesitase eliminar. Pronto perdió la cuenta de sus victimas y matar
personas se volvió algo tan común y corriente para él como correr las cortinas
por la mañana y servirse jugo de naranja. Era algo oscuro y asqueroso pero ese
era él, ese había resultado ser su verdadero yo.
A veces se despertaba a la mitad de la noche o
simplemente no podía dormir. Y no era que viera las caras de los muertos en la
oscuridad sino que se sentía como en una caja que lentamente se iba cerrando a
su alrededor. Sin pensarlo mucho, le pidió a su jefe que lo dejara ir, pues
quería emprender su propio negocio por su parte. Le aseguró que no serían
competencia ni nada por el estilo. La idea era ofrecer el mismo servicio que le
ofrecía a él pero a otras personas.
Meses después, recibía contratos de varios
tipos de personas. Los narcotraficantes eran cosa del pasado. No había nada
mejor que trabajar para amas de casa desesperadas o para hombres de negocios
que se veían entre la espada y la pared. Había cierto interés casi morboso en
ver como personas que parecían ser normales, que parecían no herir una mosca,
podían convertirse en monstruos peores que él mismo en un abrir y cerrar de
ojos. Era algo digno de ver.
Con el tiempo, empezó a subir sus precios y a
hacer cada vez menos trabajos. Esa era la idea desde el comienzo. Después de
todo no iba a tener la energía de un joven toda la vida, su entrenamiento físico
solo podría mantenerse por un cierto tiempo.
Así fue como empezó a entrenar a otros en su
arte de la muerte. Cuando llegó su propio momento de morir, había otros que
seguirían su oficio para siempre pues con los seres humanos la muerte es segura
y, es aún más seguro, que las pasiones de un momento los hagan hacer lo que
nunca antes harían.