De un golpe, todavía la habitación dio media
vuelta y luego siguió girando despacio, como si el impulso inicial la hubiese
dejado con fuerzas para seguir avanzando. Nada dentro de la habitación misma se
movió. De hecho, ninguno de los objetos guardados allí parecía haber sido
afectado por el violento giro que estaba dejando todo el cuarto casi al revés.
Todo se movía pero al mismo tiempo nada lo hacía. Era, más que una acción real,
una sensación peligrosa, resultado de la peor comida de su vida.
La pobre chica tenía la cabeza contra la cama,
tratando de ocultarla por completo de todo lo demás que ocurría. Pero no era
suficiente con eso, puesto que allí debajo de las cobijas también se le seguía
moviendo el mundo. Su cara tenía un tono verdoso nada normal para una chica
joven como ella pero muy común en alguien que se ha intoxicado con algo de
manera reciente. En este caso, había sido un inocente bizcocho que había tomado
de la nevera, puesto que nadie más parecía quererlo.
Es un poco fastidioso cuando pasa algo así.
Cuando tomas algo y piensas que estás siendo muy brillante porque eres tú el
que toma la iniciativa. Pero luego se revela que no fuiste nada inteligente
sino todo lo contrario. Fuiste otro tonto que cayó en la trampa más profunda de
todas y ahora tienes que patalear para poder salir. En el caso de la chica, no
había hecho nada para salir del estado en el que estaba. De hecho, apenas había
sentido los mareos, se había echado en la cama y ahora pensaba que otra cosa
hacer.
Trató de ponerse de pie de nuevo pero el
movimiento de la habitación a su alrededor hizo que se cayera para atrás,
quedando sentada sobre la cama. Cerrar los ojos no servía y mantenerlos muy
abiertos parecía que tampoco. Pero sabía que no podía dejarse de algo tan
extraño como eso. Debía de ponerse de pie y luchar contra sí misma si era
necesario. Así que eso hizo: como pudo, se puse de pie y caminó como una niña
pequeña hasta la puerta del baño. Abrió la llave de agua fría y se metió poco
después.
Nunca se bañaba con agua a esa temperatura,
pero decían que era lo mejor por hacer. Le dolía ahora la cabeza más que nunca
y sus brazos y piernas se estaban entumeciendo por lo fría que estaba el agua.
De hecho, se sentía casi como si estuvieran cayéndole hielos sobre el cuerpo. Aguantó
lo que más pudo y luego salió, secándose con una toalla que se envolvió
alrededor del cuerpo. Caminar de vuelta a su habitación fue casi tan difícil
como en el sentido inverso. El marea no se había detenido y, peor aún, estaba
sintiendo unas ganas incontrolables de vomitar. Lo sentía cerca.
Pero al final no pasó nada. Había sido una
falsa alarma. Pero alarma al fin y al cabo. Tenía que hacer algo para evitar
que le afectara más. Ese día tenía que salir y hacer muchas cosas y no podía
quedarse en casa solo porque se había envenenado con un pastelillo viejo. Algo
tenía que hacer fuera de lamentarse y quedarse sentada en el borde de la cama.
Tenía que mover los brazos y las piernas y tratar de usar los ojos para ver
algo más que la habitación moviéndose de un lado a otro.
De golpe cayó en cuenta que tenía algunas
hierbas aromáticas en la nevera, pues su madre se las había traído en su última
visita. Las había comprado para su hija porque sabía lo mucho que comía cosas
que muchas veces no le sentaban muy bien que digamos. En otras palabras, el
pastelillo no había sido el único de la culpa, puesto quién se lo había comido
tenía fama de comer y comer y comer sin mirar qué era lo que estaba comiendo.
Era casi algo que la gente esperaba de ella.
Por eso hacía ejercicio, para compensar
algunos de sus hábitos menos saludables. Y sin embargo, con precauciones y
demás, un pequeño pastelillo pasado había sido el que la había hecho sentirse
peor. Quiso reírse de la ironía pero no podía ni hacer eso, pues estaba asustada
de sentirse peor aún de lo que ya se sentía. De nuevo, se puse de pie como pudo
y caminó hacia la cocina. Quedaba más lejos que el baño, así que tuvo que
apoyarse ligeramente de la pared para poder llegar hasta allí.
Con esos, se daba cuenta de que todavía se
estaba sintiendo horrible. El pasillo que llevaba a la cocina estaba más oscuro
que el resto del lugar, y eso lo sintió ella como un bálsamo para sus sentidos.
El mundo allí se le movía menos, por la simple razón de que casi no podía verlo.
Se detuvo en seco a la mitad del recorrido para ver si se sentía mejor con esa
ausencia de luz. Tal vez era una buena idea sentarse allí un rato o cerrar
todas las cortinas de la casa para mantenerse en un estado de penumbra, al
menos por unas horas.
Pero cuando se fue a sentar en realidad no se
sentó. Resbaló por el muro, cayendo sin control, hasta que se pegó un sentón en
el suelo. Luego el cuerpo se convirtió en algo similar a un espagueti cocinado,
cayendo sin gracia en el suelo, con los ojos cerrados y la boca medio abierta.
La joven se había desmayado, pues su cuerpo seguramente no había aguantado más
todo lo que estaba pasando. Quedó allí, envuelta en su toalla y totalmente
estirada a lo largo del pasillo. En un raro el sol que venía de la sala tocó
sus pies, y fue entonces cuando por fin volvió en sí.
Habían pasado varias horas, pues la luz del
sol era ya débil. Apenas se despertó, se dio cuenta que le dolía el costado. Al
fin y al cabo su cuerpo había caído justo sobre el brazo. Como pudo, se sentó
en el suelo y trató de respirar un poco. No fue sorpresa volver a sentir el
mareo de más temprano, solo que ahora parecía un poco menos intenso. Quiso
ponerse de pie pero sus piernas no parecían responder. Intentó varias veces
pero simplemente no podía ponerse de pie por su propia cuenta.
Fue entonces que empezó a llorar. No era de
ese llanto que apenas suena y dura un momento. Era todo lo contrario, como si
unas puertas interiores en su mente se hubiesen abierto y todo hubiese salido
de golpe por allí, arrasando con todo por su paso. No podía detenerse, pensando
sobre todo que no había nadie allí para consolarla o para ayudarla. Estaba
completamente sola y no había manera de enmendarlo en ese momento y mucho menos
en el tiempo necesario para que la ayudara a pararse del suelo.
Pensó en quedarse dormida allí, pues lo que
necesitaba más que nada era descanso. Pero recordó entonces lo de las hierbas
aromáticas y se decidió por ir a la cocina primero. Como las piernas no respondían
como debían, la chica casi se arrastró, un poco gateó hasta la cocina. La luz
había bajado bastante y, pudo ver por la ventana, que la noche no estaba muy
lejos. Había dormido mucho más de lo que había pensado. Todo el día se había
ido a la basura por culpa de aquel estúpido pastelillo.
En el suelo de la cocina, abrió uno de los
cajones y sacó una olla pequeñita. Era entonces que debía de ponerse de pie,
haciendo el esfuerzo real de querer mejorar. Más lágrimas resbalaron por su
rostro, pues su cuerpo no quería responder. Por un momento pensó todo lo malo:
que había quedado invalida de alguna manera, que no podría volver a moverse de
manera independiente jamás y que ahora necesitaría toda la ayuda posible para
desplazarse y poder vivir una vida tranquila y sin complicaciones.
Pero no. Al final, con persistencia, la joven
pudo ponerse de pie. Llenó de agua la pequeña olla y en poco tiempo tuvo agua
hirviendo lista. Había echado antes las hierbas aromáticas y ahora el sitio
olía muy bien, aunque de manera muy sutil. Sirvió el liquido en una taza y
empezó a tomarlo de inmediato.
Cuando terminó, volvió a su habitación rápidamente.
No supo muy bien como había caminado de un lugar al otro. Lo cierto es que cayó
rendida en la cama y decidió que lo mejor era dormir un rato y esperar mejoría.
Así como estaba no había nada más que hacer. Tenía que hacerlo ella misma.