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miércoles, 10 de octubre de 2018

Mareo


   De un golpe, todavía la habitación dio media vuelta y luego siguió girando despacio, como si el impulso inicial la hubiese dejado con fuerzas para seguir avanzando. Nada dentro de la habitación misma se movió. De hecho, ninguno de los objetos guardados allí parecía haber sido afectado por el violento giro que estaba dejando todo el cuarto casi al revés. Todo se movía pero al mismo tiempo nada lo hacía. Era, más que una acción real, una sensación peligrosa, resultado de la peor comida de su vida.

 La pobre chica tenía la cabeza contra la cama, tratando de ocultarla por completo de todo lo demás que ocurría. Pero no era suficiente con eso, puesto que allí debajo de las cobijas también se le seguía moviendo el mundo. Su cara tenía un tono verdoso nada normal para una chica joven como ella pero muy común en alguien que se ha intoxicado con algo de manera reciente. En este caso, había sido un inocente bizcocho que había tomado de la nevera, puesto que nadie más parecía quererlo.

 Es un poco fastidioso cuando pasa algo así. Cuando tomas algo y piensas que estás siendo muy brillante porque eres tú el que toma la iniciativa. Pero luego se revela que no fuiste nada inteligente sino todo lo contrario. Fuiste otro tonto que cayó en la trampa más profunda de todas y ahora tienes que patalear para poder salir. En el caso de la chica, no había hecho nada para salir del estado en el que estaba. De hecho, apenas había sentido los mareos, se había echado en la cama y ahora pensaba que otra cosa hacer.

 Trató de ponerse de pie de nuevo pero el movimiento de la habitación a su alrededor hizo que se cayera para atrás, quedando sentada sobre la cama. Cerrar los ojos no servía y mantenerlos muy abiertos parecía que tampoco. Pero sabía que no podía dejarse de algo tan extraño como eso. Debía de ponerse de pie y luchar contra sí misma si era necesario. Así que eso hizo: como pudo, se puse de pie y caminó como una niña pequeña hasta la puerta del baño. Abrió la llave de agua fría y se metió poco después.

 Nunca se bañaba con agua a esa temperatura, pero decían que era lo mejor por hacer. Le dolía ahora la cabeza más que nunca y sus brazos y piernas se estaban entumeciendo por lo fría que estaba el agua. De hecho, se sentía casi como si estuvieran cayéndole hielos sobre el cuerpo. Aguantó lo que más pudo y luego salió, secándose con una toalla que se envolvió alrededor del cuerpo. Caminar de vuelta a su habitación fue casi tan difícil como en el sentido inverso. El marea no se había detenido y, peor aún, estaba sintiendo unas ganas incontrolables de vomitar. Lo sentía cerca.

 Pero al final no pasó nada. Había sido una falsa alarma. Pero alarma al fin y al cabo. Tenía que hacer algo para evitar que le afectara más. Ese día tenía que salir y hacer muchas cosas y no podía quedarse en casa solo porque se había envenenado con un pastelillo viejo. Algo tenía que hacer fuera de lamentarse y quedarse sentada en el borde de la cama. Tenía que mover los brazos y las piernas y tratar de usar los ojos para ver algo más que la habitación moviéndose de un lado a otro.

 De golpe cayó en cuenta que tenía algunas hierbas aromáticas en la nevera, pues su madre se las había traído en su última visita. Las había comprado para su hija porque sabía lo mucho que comía cosas que muchas veces no le sentaban muy bien que digamos. En otras palabras, el pastelillo no había sido el único de la culpa, puesto quién se lo había comido tenía fama de comer y comer y comer sin mirar qué era lo que estaba comiendo. Era casi algo que la gente esperaba de ella.

 Por eso hacía ejercicio, para compensar algunos de sus hábitos menos saludables. Y sin embargo, con precauciones y demás, un pequeño pastelillo pasado había sido el que la había hecho sentirse peor. Quiso reírse de la ironía pero no podía ni hacer eso, pues estaba asustada de sentirse peor aún de lo que ya se sentía. De nuevo, se puse de pie como pudo y caminó hacia la cocina. Quedaba más lejos que el baño, así que tuvo que apoyarse ligeramente de la pared para poder llegar hasta allí.

 Con esos, se daba cuenta de que todavía se estaba sintiendo horrible. El pasillo que llevaba a la cocina estaba más oscuro que el resto del lugar, y eso lo sintió ella como un bálsamo para sus sentidos. El mundo allí se le movía menos, por la simple razón de que casi no podía verlo. Se detuvo en seco a la mitad del recorrido para ver si se sentía mejor con esa ausencia de luz. Tal vez era una buena idea sentarse allí un rato o cerrar todas las cortinas de la casa para mantenerse en un estado de penumbra, al menos por unas horas.

 Pero cuando se fue a sentar en realidad no se sentó. Resbaló por el muro, cayendo sin control, hasta que se pegó un sentón en el suelo. Luego el cuerpo se convirtió en algo similar a un espagueti cocinado, cayendo sin gracia en el suelo, con los ojos cerrados y la boca medio abierta. La joven se había desmayado, pues su cuerpo seguramente no había aguantado más todo lo que estaba pasando. Quedó allí, envuelta en su toalla y totalmente estirada a lo largo del pasillo. En un raro el sol que venía de la sala tocó sus pies, y fue entonces cuando por fin volvió en sí.

 Habían pasado varias horas, pues la luz del sol era ya débil. Apenas se despertó, se dio cuenta que le dolía el costado. Al fin y al cabo su cuerpo había caído justo sobre el brazo. Como pudo, se sentó en el suelo y trató de respirar un poco. No fue sorpresa volver a sentir el mareo de más temprano, solo que ahora parecía un poco menos intenso. Quiso ponerse de pie pero sus piernas no parecían responder. Intentó varias veces pero simplemente no podía ponerse de pie por su propia cuenta.

 Fue entonces que empezó a llorar. No era de ese llanto que apenas suena y dura un momento. Era todo lo contrario, como si unas puertas interiores en su mente se hubiesen abierto y todo hubiese salido de golpe por allí, arrasando con todo por su paso. No podía detenerse, pensando sobre todo que no había nadie allí para consolarla o para ayudarla. Estaba completamente sola y no había manera de enmendarlo en ese momento y mucho menos en el tiempo necesario para que la ayudara a pararse del suelo.

 Pensó en quedarse dormida allí, pues lo que necesitaba más que nada era descanso. Pero recordó entonces lo de las hierbas aromáticas y se decidió por ir a la cocina primero. Como las piernas no respondían como debían, la chica casi se arrastró, un poco gateó hasta la cocina. La luz había bajado bastante y, pudo ver por la ventana, que la noche no estaba muy lejos. Había dormido mucho más de lo que había pensado. Todo el día se había ido a la basura por culpa de aquel estúpido pastelillo.

 En el suelo de la cocina, abrió uno de los cajones y sacó una olla pequeñita. Era entonces que debía de ponerse de pie, haciendo el esfuerzo real de querer mejorar. Más lágrimas resbalaron por su rostro, pues su cuerpo no quería responder. Por un momento pensó todo lo malo: que había quedado invalida de alguna manera, que no podría volver a moverse de manera independiente jamás y que ahora necesitaría toda la ayuda posible para desplazarse y poder vivir una vida tranquila y sin complicaciones.

 Pero no. Al final, con persistencia, la joven pudo ponerse de pie. Llenó de agua la pequeña olla y en poco tiempo tuvo agua hirviendo lista. Había echado antes las hierbas aromáticas y ahora el sitio olía muy bien, aunque de manera muy sutil. Sirvió el liquido en una taza y empezó a tomarlo de inmediato.

 Cuando terminó, volvió a su habitación rápidamente. No supo muy bien como había caminado de un lugar al otro. Lo cierto es que cayó rendida en la cama y decidió que lo mejor era dormir un rato y esperar mejoría. Así como estaba no había nada más que hacer. Tenía que hacerlo ella misma.

martes, 3 de enero de 2017

Oídos sordos

   No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.

 No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.

 Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.

 No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.

 Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño. 

 Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?

 No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.

 Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.

 Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".

 Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.

 - "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"

Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Reír en un funeral

   No pude contener la risa que se acumulaba dentro de mi cuerpo. Fue como cuando se agita mucho una bebida gaseosa y está estalla porque tiene que haber una manera de liberar toda la presión generada. Así me sentía yo excepto que lo que había generado mi carcajada no era presión sino un recuerdo de lo más privado que había surgido en el peor momento posible. Estaba en un entierro, en el entierro de la persona con la que había compartido ese recuerdo. Más de una persona me miró como si yo mismo lo hubiese matado o algo peor.

 Lo habían matado sus ganas de aventura, su afán por estar en todas partes haciendo un poco de todo lo que hacían los demás. Él no podía quedarse atrás, no soportaba vivir una vida sin emociones ni nada que lo sacudiera de su asiento. El día que lo conocí me di cuenta de ello pues había acabado de llegar de un viaje de varias semanas por el Amazonas. Le contaba a todo el que quisiera sus aventuras por el río y por la selva. El contaba todo como si fuera muy gracioso pero había muchas anécdotas que no tenían nada de eso. Y sin embargo él se reía de sus propias vivencias.

 Le parecía muy chistoso que se hubiese cortado con una rama y que varias pirañas le hubiera mordido los pies antes de que lo hubiesen podido sacar del agua. Igual que casi haber pisado una anaconda y encontrarse con varias criaturas excesivamente venenosas. Él lo veía todo como una verdadera aventura y parecía ignorar el peligro en cada una de las situaciones. Cuando lo conocí mejor me di cuenta de que se preocupaba pero sus ganas de vivir eran mucho más grandes que eso. Quería estar y hacer todo lo que se pudiera y eso fue lo que me enamoró de él.

 Yo nunca fui ni parecido a como era él, tan lleno de vida y arriesgado en todas sus decisiones. De hecho, yo siempre he ido a lo seguro en mi vida. Por eso me sorprende recordar que fue él quién me llamó después de ese primer encuentro. Fue él quien quiso conocerme a mi y creo que ese es uno de los misterios más grande que jamás podré resolver. No me explico como alguien como él se interesó en alguien como yo. Y sin embargo empezamos a salir y nos divertimos mucho. Nuestras personalidades se complementaban bien, para mi sorpresa.

 Cada vez que se iba de viaje a algún lado o  cuando practicaba algún deporte peligroso, yo le pedía que solo me contara al respecto después de haberlo hecho todo. No quería que me dijera los detalles antes, no quería preocuparme por él. Pero cuando no lo veía igual me preocupaba así que todo daba lo mismo. Fue después de que se fracturara una pierna que me pidió que viviésemos juntos. Fue la mejor decisión que tomé y tuve la fortuna de poder compartir con él varios momentos en nuestro lugar común. Fue lo mejor para ambos.

 Y ahora esto aquí, tratando de reír todo lo que puedo en un cubículo del baño para no seguir riendo en mitad de la misa que su familia ha ofrecido. A él no le hubiese gustado para nada, pues no creía en lo mismo que ellos pero al parecer eso a su familia le daba lo mismo. Yo protesté pero mis derechos no eran los mismos, ni para ellos ni para la gente de la funeraria. Así que mi deseo de algo privado se fue un poco por la borda y tuve que aceptar lo que viniera con tal de poder asistir.

 Lo que me había hecho reír era su sonrisa. Normalmente nunca hubiese mirado el cadáver porque no creo que ese sea él. Tal vez fue el envase en el que venía pero la persona que adoré y sigo adorando ha dejado ese cuerpo hace tiempo y simplemente no está ahí. Sin embargo, me acerqué de nuevo porque me sentí obligado por las miradas acusadoras de su familia y amigos, que parecían desafiarme en todo. Nunca les había gustado porque en vez de atar a su hijo a un solo lugar, lo había dejado ser quien era. Creo que me culpaban de su muerte.

 Cuando vi su cara, maquillada y ligeramente sonriente, recordé cuando había visto esa sonrisa pícara antes. Por eso se me salió una carcajada y no pude parar ni estando en el baño. Nadie entendía mis razones y no tenían porque hacerlo ya que lo que yo recordaba nunca nadie lo iba a saber o al menos no era muy posible. Esa sonrisa era la misma que me había dirigido muchas veces cuando hacíamos el amor. Podíamos estar en el proceso durante varias horas y, en los momentos de descanso, él me dirigía esa misma sonrisa.

 Mi carcajada fue producida por el recuerdo particular de un día lluvioso, en el que él me dirigió esa sonrisa y traté de acercarse a mi como si fuera alguna especie de gran felino de la selva. Pero puso una de sus manos muy cerca del borde de la cama y se resbaló, golpeando su mentón en la cama y luego resbalando todo hacia el suelo, cayendo de la manera más graciosa que nadie hubiese caído antes. Esa vez también reí, mientras lo ayudaba a levantarse. Reí más cuando vi que tenía un ojo morado y varios cortes en la cara, como si hubiese estado en una pelea.

 La gracia del momento duró por mucho tiempo pues a cada rato tenía que inventar razones para el morado y todas ellas me hacían reír con ganas. Solo una vez dijo la verdad y la gente pensó que estaba bromeando, lo que me hizo reír aún más. Algo que me gustaba mucho era que él siempre me decía que le encantaba mi manera de reír. Me molestaba siempre preguntando si era una geisha, pues tengo la costumbre de cubrirme la boca al reír. Eso me causaba más gracia y nos acercaba siempre cada vez más. Creo que dormimos abrazados todo el tiempo que estuvimos juntos.

En el baño del cementerio, pude calmarme al fin. Me eché algo de agua fría en la frente y traté de relajarme lo que más pude. Uno de los lavabos goteaba y se oían los ruidos sordos de las voces de la gente al otro lado de la pared. Me di cuenta de repente que no quería estar con ellos, no estaba listo para volver. Y no porque me fueran a mirar como un alienígena de nuevo, sino porque necesitaba estar solo. Algo me hacía sentí vacío de pronto, como si me faltara algo.

 Obviamente, así era. Fue cuando empecé a llorar y dejé que mis lágrimas recorrieran mi rostro sin detenerlas. Me sequé los ojos después de un buen rato, cuando sentía que no podía llorar más, que ya estaba demasiado débil para seguir drenándome de esa manera. Igual antes ya había llorado mucho: en el momento en el que me avisaron de su muerte, cuando tuve que reconocer el cadáver, cuando llegué a casa y sus cosas por todas partes… No creo que la gente entienda en lo más mínimo como me sentí en aquel momento y ahora que lo vi de nuevo.

 Creo que a él le hubiese gustado que riera en su funeral. Estoy seguro de que hubiese reído primero y me hubiera besado con intensidad por hacerlo. Le encanta todo lo que era fuera de lo común, lo que se salía de las normas de la sociedad. Esa era su razón por haber decidido estar conmigo. Decía que, aunque yo no lo veía, era la persona más especial que existía en el mundo porque no era nada común. Decía que mi sonrisa me hacía un ser único e irrepetible y que no hubiese podido dejar pasar la oportunidad de estar conmigo.

 Yo siempre me reía cuando me decía todo eso. No le creía ni media palabra pero lo que sí creía era que me quería y yo ciertamente lo quería a él. Teníamos algunos planes para el futuro. De hecho el día que iba a regresar de su viaje, íbamos a empezar a buscar opciones para poder formalizar legalmente nuestra relación. No lo habíamos hecho porque era muy complicado pero de repente nos dimos cuenta que valía la pena afrontar todas esas barreras. Con tal de que lo hiciésemos juntos, no había nada que nos pudiese detener.


 Pero él nunca llegó. Y ahora me tengo que enfrentar a las miradas frías de sus familiares y amigos, de gente a la que nunca vi en nuestros momentos más felices. Nunca lo vi cuando él me contaba con emoción todas sus locas vivencias, nunca los vi cuando compartimos nuestras preocupaciones y vivimos momentos difíciles que superamos juntos. Así que la verdad no me importa. Que me miren todo lo que quieran pues ellos nunca sabrán que hacer el amor con la persona que más he querido podía ser otra más de sus grandes aventuras.

viernes, 29 de julio de 2016

Los héroes se enamoran

   Cuando pude moverme, lancé a uno de los atacantes por el borde del edificio. Ya estaba harto de la pelea y no tenía tiempo para desperdiciar más tiempo. A algunos metros, Tomás estaba apresado contra el suelo por el Señor Siniestro y, un poco más allá, la pobre de Helena estaba a punto de ser arrojada por el borde del rascacielos. Tuve que actuar pronto y lo hice: ataqué primero a Siniestro, lanzándome sobre él y tocándole la cabeza con fuerza. Pude darle una descarga a su mente y dejarlo frito en el suelo.

 Apenas Tomás estuvo liberado, le dije que ayudara a Helena. En un segundo, congeló al tipo que estaba a punto de arrojarla y yo la bajé de sus brazos con mi mente. Para cuando llegó la policía, el hielo de Tomás apenas se estaba descongelando y Siniestro daba pequeñas sacudidas, indicando que estaba vivo a pesar de mi mejor esfuerzo. Nos agradecieron y nos fuimos por uno de los portales de Helena. No era mi modo de transporte favorito, pero al menos era rápido.

 Ella debió ir a su casa, nosotros a la nuestra. Tomás estaba un poco aturdido y lo tuve que llevar a la habitación de la mano. Allí, le quité su máscara y la dejé y la tiré en el suelo. Le pasé la mano por el cabello y le di un beso, ese que había estado esperando para darle por varias horas. Esos idiotas habían interrumpido el inicio de nuestras vacaciones y por su culpa habíamos perdido el vuelo para irnos de crucero por dos semanas. Podríamos alcanzar el barco pero ya no tenía sentido.

 Mientras llenaba a bañera de agua caliente, Tomás se sentó en la cama mirando al vacío. Parecía más aturdido de lo que lo había visto pero traté de no preocuparme. Al fin y al cabo, habíamos vivido cosas igual de duras antes y él siempre había salido bien librado. Cuando la bañera estuvo llena, fui a la habitación y lo encontré mirando exactamente el mismo punto que había estado mirando antes.

 Lo tomé de la mano y me miró. Una débil sonrisa se dibujó en su rostro y supe que tenía a mi Tomás en la habitación. Se levantó de la cama y me siguió al baño donde nos quitamos los uniformes y los dejamos encima del retrete. Tenían cortes y quemaduras, por lo que debíamos arreglarlos pronto o hacer unos nuevos. No dije nada en voz alta para no arruinar el momento pero sabía que eso era algo importante.

 Entramos juntos en la bañera. El agua caliente se sentía muy bien en nuestros cuerpos adoloridos. Le pregunté a Tomás si tenía alguna herida abierta y él solo movió la cabeza en gesto negativo. Tomé entonces una botellita de aceites para baño y la mezclé en el agua. Me habían dicho que eso relajaba la piel a través de las sustancias y del olor. Y la verdad es que parecía funcionar bastante bien.

 Por un momento cerramos los ojos y creo que nos dormimos un momento. Estábamos exhaustos pues la batalla había sido corta pero intensa. Helena se había aparecido en el momento adecuado para ayudarnos y le estuve agradecido pues Siniestro es de esos que no se las anda con rodeos. Durante mi breve siesta en la bañera, soñé que él se nos aparecía allí en el baño con una toalla alrededor de la cintura, un gorro de baño en la cabeza y un patito de hule amarillo. La imagen me hizo reír en el sueño y creo que me despertó en la realidad.

 Por lo visto Tomás tenía mucho más que soñar. Estaba profundo, respirando despacio con el agua apenas abajo del cuello. Traté de no mover mucho el agua al salir y secarme fuera de la bañera. Lo miré un rato, pues me encantaba verlo dormir desde siempre. Recordé las muchas horas de vigilancia conjunta que habíamos hecho en el pasado y como ese compañerismo había sido esencial para que se desarrollara la relación que teníamos ahora.

 La verdad es que, en el edificio, debí salvar primero a Helena. Era claro que estaba en más peligro que Tomás y podía haber muerto en los segundos que él se demoró en reaccionar para salvarla. Pero no lo hice por mi amor por él, porque sin él el que hubiese muerto era yo. Es muy cursi como suena pero esa es la verdad. No me comporté de una buena manera y creo que lo mejor era disculparme con Helena cuando la viera de nuevo.

 Salí del baño con la toalla por la cintura y me eché en la cama cansado. Lo mío no era dormir en la bañera sino en una superficie más suave, más blandita. Un par de minutos después de dejarme caer en la cama, estaba durmiendo tan profundo como Tomás. Ya no vi a Siniestro en toalla sino que vi a Helena reclamandome por no salvarla. Era algo muy incomodo porque ella insistía en que yo quería que muriera y eso no era cierto. Quería hacerle entender pero ella no dejaba

 Ese sueño dio paso a otro, en el que Tomás estaba con su uniforme y no me veía a su lado. Lo seguía a través de lo que parecían ruinas y al final llegábamos a un sitio hermoso a través de las vigas retorcidas y los pedazos de vidrio y metal. Era muy extraño ver el prado verde y el cielo azul allí, a pocos metros del lodazal y un cielo turbio.

 Fue entonces cuando solté un gemido bastante audible y me desperté a mi mismo. No sabía que eso podía pasar. Estaba todavía en la cama pero Tomás estaba detrás mío. Era evidente que ya se sentía mejor o al menos ya se sentía dispuesto a hacer otras cosas. No era poco común que después de una batalla le diese por hacer el amor.

 Cuando se dio cuenta que yo estaba despierto, siguió haciendo lo que había empezado pero con más intensidad. Yo me sentía en la novena nube y estaba seguro de no haberme sentido así en un buen tiempo. Al rato, Tomás se detuvo para acercarse más a mi. Nos miramos por un momento muy breve antes de besarnos y cuando empezamos parecía que no podíamos despegarnos. Su cuerpo todavía estaba húmedo y pude suponer que no se había secado al salir de la bañera. Definitivamente estaba algo raro.

 Empezó a besarme el cuello y yo sentía cosas que no había sentido en mucho tiempo. No era que no hiciéramos el amor, claro que lo hacíamos. Pero no con ese nivel de intensidad. Parecía que para él era algo de vida o muerte, casi ni respiraba y no decía nada. Solo era su respiración sobre mi piel y eso era más que suficiente para mí. No sé cuánto tiempo estuvimos así allí, solo supe que en algún momento mi toalla había ido al suelo y ahora estaba gimiendo de placer, sin vergüenza ni restricción.

 Hicimos el amor como nunca antes. Sentí una conexión especial con él, algo que no habíamos tenido nunca. Me pregunté, en ese breve instante máximo, si eso era el verdadero amor. Si esa era la prueba reina de que lo adoraba y él a mí y de que estábamos hechos el uno para el otro. Es una duda que todas las relaciones tienen y creo que estaba siendo respondida a través de nuestros cuerpos, que necesitaron de una ducha después para despejar el calor excesivo.

 Cuando terminó, me puse sobre su cuerpo con mis manos sobre su pecho y lo miré por lo que me parecieron varios minutos. Él hizo lo mismo, sin decir nada. Entonces bajé la cabeza y lo besé y sentí todo de nuevo, como si fuera la primera vez. Esa vez en la que, mientras yo sangraba de un labio y de mi brazo, él se me había acercado jurando que me iba a salvar y me dio un beso. Fue el primero de tantos y lo adoré por hacerlo entonces porque lo necesitaba.

 Mi cuerpo se fue amoldando al suyo y me terminó rodeando con sus brazos y yo me dejé porque no había mejor lugar en el mundo para mi en ese momento. Todo era perfecto.  Fue entonces cuando su respiración cambió y me dijo algo al oído: “Te amo”.


 Sentí como si un líquido desconocido recorriera todo mi cuerpo, como un elixir de vida que regeneraba cada una de mis células. Lo apreté contra mi y le dije que lo amaba también. Era un privilegio sentirme así, protegido y querido, después de años de lucha contra enemigos letales y estar a punto de morir tantas veces. Había empezado a ser un héroe porque no tenía a nadie y ahora lo tenía todo. Se sentía muy bien.