El espejo era enorme. Cubría toda una pared
del cuarto de baño, que era del tamaño de mi apartamento o tal vez más grande.
No solo había un gran espacio libre de todo sino que había varios lavamanos y
una bañera circular enorme, con una vista envidiable. Era de día, por lo que
pude ver tan lejos como era posible. La luz del sol entraba suavemente por la
ventana y acariciaba mi piel recién bañada. No me había demorado mucho pero los
aceites y jabones eran perfectos para mi piel.
El agua resbalaba el suelo, mojándolo todo.
Pero no me importaba porque no era mi hogar. De hecho, estaba seguro de que no
podría volver en mucho tiempo, si es que volvía alguna vez. Ese pensamiento se
atravesó en mi mente y me hizo alejarme de la ventana y tomar una de las toallas
mullidas que había cerca de la entrada. Revisé mi cara y mi cuerpo en el espejo
enorme. Me miré por largo rato, como muchas veces hacía en casa aunque no con
tanto esplendor a mi alrededor.
Dejé caer la toalla y detallé cada centímetro
de mi cuerpo. Mi pies, mis piernas, en especial mis muslos. Mi pene, mi
cintura, el abdomen, los costados e incluso me di la vuelta para verme la
espalda aunque eso era algo difícil. Terminé por el pecho y luego mis ojos
oscuros mirándome en el espejo. Les faltaba algo pues veían algo apagados. Tal
vez era porque toda la vida me había mirado en el espejo viendo mis defectos,
viendo lo que creía que todo el mundo detallaba en mí.
Sin embargo, muchos decían que jamás se habían
dado cuenta de las estrías, de la grasa extra o de las cosas de más o de menos.
Siempre pensé que lo decían por cortesía, tratando de seguir en lo que
estábamos en vez de enfocarnos en la pésima percepción que tenía de mi mismo.
Pero tal vez eran honestos conmigo, tal vez no habían visto nada de eso que me
hacía sentir a veces tan pequeño e insignificante, tan tonto y a la vez más
inteligente que los demás. Me alejé del espejo tras un largo rato.
Me sequé el cuerpo lo mejor que pude y
aproveché la toalla para secar un poco del piso que había mojado. No quería que
él viniera después y encontrara todo hecho un desastre, aunque eso no podía ser
muy probable ya que sabía que tenía empleados que limpiaban y ordenaban todo a
su gusto. La casa era enorme y era apenas obvio que muchas personas ayudaban a
que todo estuviese perfecto, casi como un museo. Por muy interesante e
inteligente que fuese el dueño, sabía que con su trabajo no pasaría mucho
tiempo allí. Por eso debía salir pronto.
Sin ropa, pasé del baño a la habitación
principal. Mi ropa ya no estaba en el suelo, como la había dejado al entrar a
bañarme, sino que estaba toda en una silla, cuidadosamente doblada. Incluso las
medias estaban, cada una, dentro del zapato correspondiente. Mi billetera
también estaba en el montoncito Revisé mi chaqueta y me di cuenta de que mis
otras pertenencias estaban allí. No quería desconfiar en semejante lugar pero
igual abrí la billetera para ver que todo estuviera bien.
Después de revisar, me vestí lo más rápido que
pude. Era evidente que no estaba solo en la casa. Toda la habitación estaba
impecable: la cama debidamente tendida y las persianas corridas para dejar
entrar la luz. Incluso parecía como si hubiesen aspirado, aunque eso podía
hacer parte de mi imaginación puesto que el ruido fácilmente hubiese llegado al
baño. Lo último que me puse fueron los zapatos, con cierto apuro porque quería
salir de ese lugar cuanto antes.
La chaqueta la llevaba en la mano pues todavía
tenía el calor del baño en el cuerpo. Al salir de la habitación, recordé que la
anoche anterior había llegado a la casa con algunos tragos de más en el cuerpo,
por lo que esperaba reconocer el camino de salida. Accidentalmente entrar en un
baño, la cocina o la habitación de alguna otra persona no era una opción. De
repente una horrible sensación de vergüenza y desespero me invadió el cuerpo y
quise salir corriendo de allí.
Bajé una hermosas escaleras que se retorcían
hasta lo que parecía la entrada principal. Todo era bastante minimalista, cosa
que recordaba pues había un chiste a propósito de ese detalle la anoche
anterior. Sabía que a él le había gustado porque recordaba muy bien su risa y
el aspecto de su rostro al sonreír. Era un hombre muy guapo y eso me hacía
sentir bien y mal al mismo tiempo. Al fin y al cabo había sido algo pasajero,
algo que seguramente no hubiese ocurrido en otras instancias.
Bajé de la manera más silenciosa que pude pero
cuando estaba a solo un metro de la puerta, una voz hizo que mi cuerpo quedara
congelado. Era una mujer. Voltee a mirarla, sin opción de hacer nada más. Ella
estaba en lo que parecía ser una de las salas, tal vez donde habíamos estado
bebiendo la noche anterior pero yo no lo recordaba claramente. Más que todo
porque estaba concentrado en él y por eso me había sentido mal antes, porque
sabía que me gustaba mucho más de la cuenta y eso era algo que no podía
permitirme. Sin embargo, tuve que caminar hacia ella y saludar.
Su respuesta fue una pregunta. “¿Se conocían
de antes?” Sus palabras me dejaron frío, con los ojos muy abiertos puestos en
ella. La mujer se dio la vuelta y se sentó en uno de los sofás. Había estado
bebiendo algo de color amarillo con hielos. Tomó un sorbo y me miró de nuevo,
con una expresión que parecía de regaño, como si quisiera reprenderme. Pero era
claro que se estaba reprimiendo. Su cuerpo parecía contraerse en si mismo,
tratando de no decir nada que no pensara bien antes.
Cuando por fin habló dijo que era su hermana.
Eso me hizo sentir un poco más aliviado porque cabía la posibilidad de que
fuese casado. No voy a explicar como sé que eso puede ser una posibilidad pero
solo sé que lo es. Me dijo que estaba preocupada por él puesto que
recientemente había perdido a alguien que había querido mucho. Se puso de pie
de nuevo y, sin pensárselo demasiado, me dijo que yo no era el primero que
salía así de esa casa. Habían habido otros, no hace mucho.
Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Me
hizo sentir peor de lo que ya me había sentido al cambiarme o cuando estaba
viendo el hermoso paisaje por la ventana del cuarto de baño. Yo no era un
acompañante ni un trabajador sexual. Había sido una casualidad tonta que nos
encontráramos en ese bar porque yo casi nunca salía de mi casa, de mi rutina.
Pero estaba tan mal que quería alejarme de todo a través del licor y del ruido
de la gente. Así y todo, él había estado allí, invitándome a un trago.
Lo único que fui capaz de hacer fue pedir
permiso y dar la vuelta para irme. Casi corrí a la puerta, la abrí de un jalón
y caminé lo más rápido que pude hacia la reja perimetral de la casa. Hasta ese
momento me di cuenta de lo lejos que estaba de mi casa. No sabía ni como
llegaría pero no me importó. Solo quería salir de allí lo más pronto posible.
Un jardinero se me quedó mirando, justo cuando crucé una reja que ya estaba
abierta. No pensé en eso y seguí caminando, por varios minutos.
Horas más tarde, entré en mi casa y me quité
la ropa y todo lo demás de encima. Me sentía asqueroso, culpable de algo que no
había hecho. Me metí a la ducha de nuevo, con agua fría, y con eso me dio rabia
dejar que esa mujer dijera lo que había dicho.
Juré, con los huesos casi congelados, que no
volvería a hacer una cosa de esas. Me controlaría y trataría de manejar esos
momentos de ánimos bajos de alguna otra manera o bebiendo en casa. Mientras lo
juraba bajo el agua, mi celular se encendió al recibir un mensaje de él.