El cuerpo de Fernando Trujillo cayó al río
como en cámara lenta. El tiro que le propinaron en la cabeza dispersó sus sesos
por el agua antes de que su cuerpo cayera allí mismo. No había sido algo
calculado por sus asesinos pero había sido el resultado directo de un asesinato
algo improvisado, pues Trujillo no debía morir en ese lugar al lado del camino
a la playa, sino que debía ser llevado a unos kilómetros de la ciudad para ser
asesinado en el cementerio. Ese había sido el plan pero finalmente no hubo manera
de ejecutarlo como se había pensado. El jefe de los matones, seguramente
apurado por algún hecho importante, cambió todo exigiendo que lo mataran donde
sea que estuviera y que, de ser posible, ocultaran el cuerpo para que no lo
encontraran.
Eso no iba a ser posible pues el área del mar
en la que había caído no era nada profunda pero la corriente sí era fuerte.
Apenas cayó, ellos miraron y luego se fueron. Si tan solo hubiese habido un
árbol o una barandilla, el cuerpo hubiese tenido que ser trasladado. Pero no
fue así. Durante toda la noche, el mar meció el cuerpo lentamente y lo fue
arrastrando hacia el centro de la bahía y hacia abajo. En el proceso, Fernando
Trujillo fue perdiendo lo que tenía en sus bolsillos: algo de dinero en
monedas, unas llaves y su billetera. También su celular cayó y pronto fue
despojado de sus viene materiales por el agua, que lo arrastró a un rincón
oscuro del que nunca salió.
De los objetos que se le fueron cayendo, casi
todo quedó en el fondo del mar que en esa parte debía tener solo cuatro metros
de profundidad. Después la bahía se volvía inmensamente profunda y tal vez era
por eso que se le avisaba a los bañistas que nunca se metieran al agua al final
de la tarde, pues podía ser peligroso. El caos fue que, con el tiempo, el
cuerpo se deterioró y solo los huesos quedaron en el fondo marino, lentamente
cubiertos por musgo y arena. A Trujillo lo recordaban en tierra pero solo su
familia y ellos se resignaron pronto. Al fin y al cabo conocían su pasado y
sabían que, tarde o temprano, eso vivido vendría a saldar cuentas de una manera
o de otra. Su mujer se casó el año siguiente, evento que no sorprendió a nadie.
Fue un día de sol del verano que siguió, en el
que Eva y su padre Julio se encontraron el celular de Fernando en la playa.
Estaba medio enterrado en las piedritas antes de entrar al mar y Eva lo había
descubierto al ir corriendo a meterse al mar y tropezar con la punta del
objeto. Después de llorar unos minutos, y de recibir el amor de su padre por
otro par de minutos, la niña de nueve años fue la que sacó el celular de la
arena y se alegró de verlo como si fuese un viejo amigo que se aparecía en la
arena como por arte de magia. Julio no le dejaba tener de esos aparatos, ella
era muy joven. Pero ambos se quedaron mirando el objeto por un rato, como si
fuera algo único.
Luego, Julio miró a su alrededor y buscó al
posible dueño del objeto. Pero la verdad era que, en esa parte de la playa, no
había nadie. Al fin y al cabo, era la parte donde terminaba la arena y había un
camino que venía del pueblo y nadie se hacía allí pues el ruido de la gente en
“hora pico” podía ser excesivamente molesto. Con Eva, revisaron el celular: no
prendía, tenía algo de agua en el interior y arena por todos lados. Eso sí,
tenía una memoria de la que podrían sacar algo. Julio sabía algo de tecnología
aunque más sabía su hermano Tulio (sus padres no habían sido gente muy
creativa), pues había estudiado ingeniería electrónica en la universidad. Se
guardaron el objeto y volvieron a su lugar en la playa con los demás miembros
de la familia, sin darse cuenta que a pocos centímetros del celular, el mar
enterraba una tarjeta con el nombre de Fernando.
Ya en casa, Eva tomó el celular y empezar a
jugar con él, imaginando que disparaba aves contra cerdos o que ella controlaba
una nave espacial a toda velocidad o que tocaba frutas cuadradas. Todo eso lo
había visto alguna vez pero solo cuando mamá dejaba que jugara con ella. Julio
y su esposa eran chapados a la antigua en ese aspecto y muchas veces se
preguntaban si era lo correcto. Pero cuanto más se lo preguntaban, menos hacían
algo a propósito. El celular del muerto se lo dejaron a Eva, mientras Tulio
venía o ellos iban a donde él. La segunda opción era la más probable pues él
casi nunca salía de casa.
Al cabo de dos semanas fueron todos a
visitarlo pero, intrigado por la historia del celular, decidió revisarlo
momentos después de Julio haber concluido la historia. Según él, el aparato
como tal no podía ser salvado. Pero la información que había dentro seguramente
sí. Usó varias de los aparatos que guardaba por todos lados y les dijo que
tomaría un tiempo, pues el agua salada a veces hacía que todo fuese algo lento,
además que el aparato parecía estar lleno de información. Mientras esperaban,
Tulio ofreció café y galletas. Las aceptaron por cortesía pero, siendo familia,
ellos sabían que Tulio siempre ofrecía café con sabor a cigarrillo y las
galletas más viejas que tuviera en ese momento en la alacena.
Cuando ya querían irse, la información no había
terminado de salir. Tulio les propuso que fueran a casa y él los visitaría tan
pronto todo hubiese terminado. Eva no quería dejar su nuevo juguete pero la
convencieron recordándole que debía terminar cierto juego de té en casa. Tulio
se puso a trabajar hasta muy tarde y fue en un momento de la madrugada que la
descarga terminó y pudo ver que era lo que había en el celular. Al comienzo, se
sintió confundido pues las carpetas típicas estaban mezcladas con otras con
nombres parecidos pero cuando por fin dio con algo real, se llevó el susto de
su vida. Lo primero que vio fue una foto en la asesinaban a alguien.
La calidad no era la mejor, pero estaba claro
lo que sucedía. Así fue que miró las demás fotos y todas tenían como tema, sin
lugar a dudas, el crimen. En unas había gente recibiendo dinero, en otras más
asesinatos e incluso lo que parecían violaciones. Había archivos de video pero
no se atrevió a mirar ninguno. Algunos audios existían pero el sonido era
pésimo y apenas se podían distinguir voces distintas de ellos. Tulio lo dejó
todo por un momento y fue a la cocina a tomar agua fría. Cuales eran las
posibilidades de encontrar un celular en la playa con esa clase de información?
De quién sería el móvil y por que había sido abandonado, si es que había sido a
propósito? Todo era muy extraño. Tulio decidió llamar a su hermano, así tuviese
que despertarlo y decidir que hacían.
Siendo el bueno de los hermanos, Julio se
decidió por ir a la policía. Se encontró con Tulio, muy a las cinco de la
mañana, frente a la estación de policía del pueblo, que a esa hora parecía una
de esas villas fantasma de las películas. Cuando entraron, solo había un
oficial masticando chicle y leyendo una revista de chismes. Le tuvieron que
llamar la atención tosiendo para que los mirara. Julio explicó a lo que venían
y él solo les pidió que esperaran, indicándoles sin mirarlos unas sillas contra
la pared. Esperaron una hora hasta que empezaron a llegar más oficiales. La
verdad era que el pueblo no era muy activo y no valía la pena trabajar
veinticuatro horas a toda máquina. El hombre que los atendió se fue y tuvieron
que exigir hablar con alguien.
Había una oficina de tecnología y fue allí que
por fin pudieron mostrar lo que tenían. Tulio había guardado todo en una
memoria portátil. Primero lo vio un policía, después otro, y otro y otro y así
hasta que hubieron unos doce en la pequeña oficina y decidieron llevar todo a
un laboratorio. A Tulio y a Julio se les impidió el paso y solo les preguntaron
donde habían encontrado la información y si era la única copia. Lo primero lo
contestó Julio y se lamentó ser sincero pues tuvieron que dar todo, incluso el
aparato dañado que él quería de juguete para Eva. Tulio respondió lo segundo,
pero mintió. Dijo que solo había una copia pero la verdad es que había guardado
la información para él.
Cuando se fueron, vieron que más oficiales
corrían al laboratorio pero ya no le dieron más importancia. Ya en casa, Tulio
guardó la información en un lugar que hasta él se le olvidara. La había
guardado toda por si acaso, pero lo más probable es que nunca se atreviera a
ver todo eso de nuevo. Julio tuvo que comprarle su primera tableta electrónica
a Eva, después del berrinche de dos horas por no haberle traído el celular de
vuelta. Al final, fue la mejor decisión pues le podía enseñar mucho más de esa
manera, con juegos y demás.
Nadie supo que por esos días los matones
volvieron al pueblo pero no para matar sino porque les había gustado el lugar y
querían tomarse un tiempo libre del crimen. Eran dos hombres y eran pareja pero
su jefe, al que llaman “el idiota ese”, no tenía ni idea. Mientras ellos
compartían un beso cerca de la orilla, los huesos de Fernando estaban siendo
revolcados en el fondo del mar por una red que buscaba peces. Los pescadores
casi se mueren del susto al ver la calavera en la parte más alta del montón de
peces.