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lunes, 12 de noviembre de 2018

Esto no es fácil


   No es fácil. La gente creo que es muy sencillo mantenerse siempre en el mismo lugar, hacer lo mismo todos los días, tener una rutina clara y estructurada. Incluso, hay muchos que creen que es lo que hacen los locos, aquellos que necesitan enfocarse en algo especifico para evitar matar gente o cosas así. No sé que tenga de cierto eso pero estoy seguro, sin duda alguna, que no se trata de algo simple ni de algo que todo el mundo pueda hacer. La mayoría enloquecería en poco tiempo.

 Además, parte de esta rutina se trata de escribir y es una de esas cosas que ya a nadie le importan. Sí, puede que haya algunos que crean que es algo fantástico y apasionante, pero a la gran mayoría no le podría importar menos. Están ocupados con las estrellas del momento y con sus problemas personales. Están ocupados creyendo que sus problemas son unos y no lo otros. Se engañan a si mismos y eso no es fácil de hacer. Consume energía y por eso no tienen nada de interés por lo que de verdad hagan los demás.

 Tal vez se trate de atención, puede que eso sea. Escribir implica dejar un poco de uno mismo en la hoja o en el portátil, y eso es lo que se trata de hacer todas las veces pero, sin duda, se está fallando más de la cuenta. No es que nadie haga la cuenta de verdad, nadie además del escritor, pero siempre afecta cuando algo que haces simplemente ya no funciona de la misma manera. Puede que todo haya cambiando o que la gente se aburra fácil, no es muy sencillo de esclarecer. Pero cuando se empiezan a ir, se nota.

 ¿Qué hay de malo en querer un poco de atención? Con tantas personas en el mundo, no parece ser demasiado para pedir. Sin embargo, el tiempo es cada vez más precioso y la gente cada vez lo usa peor. Sí, está claro que muchos hacen cosas muy buenas por el mundo, ayudando gente y llevando problemas a la luz para que otros ayuden. Pero en la mayoría de los casos, la gente se miente a si misma. Sea porque los problemas están más allá de un solución simple o porque ni siquiera son los verdaderos problemas.

 Es fácil ponerle atención a otra persona, hacerla sentir que vale la pena. Se trata solo de ponerle atención por un momento y decirle unas palabras de vuelta. Es sencillo, no cuesta dinero y solo requiere de un mínimo de energía. Parece ser simple… Y no lo es. Porque no todo el mundo quiere conocer a todos los seres humanos que residen en él. Muchos, desde antes de saber nada, simplemente piensan que muchas personas no valen la pena porque no tienen sus mismos gustos o porque no comparten diversas características sociales, como si eso dijera algo de nada.

 Y sin embargo, aquí estamos, con cada vez menos lectores, con cada vez menos público, tratando de entender lo que está pasando. No es una pregunta fácil de hacer, por la vergüenza, pero al parecer tampoco es fácil de responder, puesto que nadie se atreve a decir nada. Los únicos que responden son aquellos que no tienen nada que ver y que dan a conocer su opinión aún cuando jamás se han molestado en de verdad saber de qué se trata el problema. Es francamente el colmo pero así es la gente, no hay nada qué hacer.

 Obviamente, nadie debería cambiar por lo que dicen aquellos que solo muestran su cara una vez cada año bisiesto. Ellos simplemente no valen la pena, porque lo único que quieren es sentirse un peldaño más arriba que los demás y, aunque tal vez no sea su primer objetivo, causan daño con sus palabras mal elegidas. No entienden nada y eso es lo que duele más, porque los únicos que fingen querer saber en verdad solo buscan es que le pongan atención a ellos. Un ciclo interminable, que cansa.

La única solución a esta situación es simplemente seguir adelante, como si no pasara nada. O mejor dicho, como si pasara algo pero seguimos adelante porque no sabemos que cambios hacer. Tal vez nadie quiere que insistas, tal vez nadie quiere que sigas con lo mismo y todos estarían más contentos con que dejaras de abrir la boca para decir lo que piensas. Tal vez tu voz, tus palabras, tu manera de escribir, vuelve a la gente loca y la cansa cada vez más, y se refugian en el silencio tratando de ser amables.

 Tal vez uno mismo es el problema y cuando eso pasa, todo es aún más complicado. Al fin y al cabo, no puedes dejar de ser tú mismo, porque si lo hicieras serías otro y ese otro tendría que ocupar un puesto diferente al tuyo en el gran marco de las cosas. Todo tendría que ser reordenado y el cambio tendría que ser total, sin excepciones. El antiguo ser debería de extinguirse para darle paso a otro que sea aceptado por la sociedad. A uno al que no lo callen ni le den silencios, sino que lo inviten a hacer ruido en grupo.

 Son esos grupos los que son mortales para muchos de nosotros, que nos hieren por el costado y nos dejan desangrando, esperando una muerte que parece jamás venir. Son esos los grupos que nos intimidan y nos reducen a un manojo de nervios y de dudas, dudas que solo tenemos en esos momentos, que aparecen de la nada y nos hacen pensar que siempre estuvieron allí, cuando en verdad han sido implantadas por esa noción que nos dice que tenemos que ser de una manera determinada o sino pagaremos caro a lo largo de la vida. Y es terrible porque sí es así y no lo queremos cambiar.

 Como seres humanos, estamos cómodos con que unos, los que creemos en la mayoría, se queden ahí para siempre. Nada nunca fue diferente antes y no se nos ocurre que lo pueda ser jamás porque siempre todo ha sido lo mismo. No logramos ver que las cosas no son así, que los cambios pueden ocurrir, que se puede tener interés sin tener que estar amarrado a la presión de la mayoría, a la de los grupos que buscan hacernos sentir que si estamos solos somos menos no solo en número sino en significancia.

 Y todo vuelve, otra vez, al asunto de estas malditas lecturas, de estos cuentos sin fin que no quieren decir nada y que, al fin y al cabo, son el producto de una mente que solo quiere estar ocupada y sentirse un poquito libre, tal vez incluso un poco entendida por un mundo que solo ignora. Tal vez sea pedirles demasiado y las cosas jamás puedan ser de otra manera, pero hay que creer en algo diferente, así nunca llegue a ocurrir.

 Hay que hacerlo porque o sino no hay razones para seguir adelante, y cuando dejan de haber caminos, es cuando tomamos las decisiones más serias que un ser humano pudiera tomar. Son esas decisiones que son personales, que los grupos y la mentalidad comunitaria jamás podrían entender.  Pero llegamos hasta ellas porque el tiempo y las personas nos van empujando, un poquito todos los días, hasta que nos damos cuenta de que estamos al borde y ya es muy tarde para ser salvados.

 Pero no estamos allí, todavía no. No sabremos cuánto falta hasta que estemos muy cerca, pero no creo que sea pronto. Tengo que pensar que las cosas van a ser mejores, que de pronto la gente se va a interesar y que van a encontrar en los escritos algo que ellos hayan pensando antes y que nunca pudieron o quisieron poner en escrito o delante del mundo en cualquier manera. Es lo único que se puede hacer en un mundo como el nuestro, que casi siempre es frío y desolador, que no parece ser humano.

 En este final, solo busco pedirles a ustedes que tomen en consideración todas estas palabras antes de simplemente dejar de lado algo, porque ese algo lleva un ser humano detrás, al que también están dejando de lado y puede que eso tanga más consecuencias de las que se podrían jamás imaginar.

 No se trata de culpar a nadie o de chantajear a las personas para que hagan lo que uno quiere que hagan. Se trata solamente de llamar la atención a algo que parece ser ignorado todos los días, a algo que no toma tiempo y que es fácil de entender, si hay la voluntad para de verdad entender a los demás.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Asesinato y demás

   El cuerpo de Fernando Trujillo cayó al río como en cámara lenta. El tiro que le propinaron en la cabeza dispersó sus sesos por el agua antes de que su cuerpo cayera allí mismo. No había sido algo calculado por sus asesinos pero había sido el resultado directo de un asesinato algo improvisado, pues Trujillo no debía morir en ese lugar al lado del camino a la playa, sino que debía ser llevado a unos kilómetros de la ciudad para ser asesinado en el cementerio. Ese había sido el plan pero finalmente no hubo manera de ejecutarlo como se había pensado. El jefe de los matones, seguramente apurado por algún hecho importante, cambió todo exigiendo que lo mataran donde sea que estuviera y que, de ser posible, ocultaran el cuerpo para que no lo encontraran.

 Eso no iba a ser posible pues el área del mar en la que había caído no era nada profunda pero la corriente sí era fuerte. Apenas cayó, ellos miraron y luego se fueron. Si tan solo hubiese habido un árbol o una barandilla, el cuerpo hubiese tenido que ser trasladado. Pero no fue así. Durante toda la noche, el mar meció el cuerpo lentamente y lo fue arrastrando hacia el centro de la bahía y hacia abajo. En el proceso, Fernando Trujillo fue perdiendo lo que tenía en sus bolsillos: algo de dinero en monedas, unas llaves y su billetera. También su celular cayó y pronto fue despojado de sus viene materiales por el agua, que lo arrastró a un rincón oscuro del que nunca salió.

 De los objetos que se le fueron cayendo, casi todo quedó en el fondo del mar que en esa parte debía tener solo cuatro metros de profundidad. Después la bahía se volvía inmensamente profunda y tal vez era por eso que se le avisaba a los bañistas que nunca se metieran al agua al final de la tarde, pues podía ser peligroso. El caos fue que, con el tiempo, el cuerpo se deterioró y solo los huesos quedaron en el fondo marino, lentamente cubiertos por musgo y arena. A Trujillo lo recordaban en tierra pero solo su familia y ellos se resignaron pronto. Al fin y al cabo conocían su pasado y sabían que, tarde o temprano, eso vivido vendría a saldar cuentas de una manera o de otra. Su mujer se casó el año siguiente, evento que no sorprendió a nadie.

 Fue un día de sol del verano que siguió, en el que Eva y su padre Julio se encontraron el celular de Fernando en la playa. Estaba medio enterrado en las piedritas antes de entrar al mar y Eva lo había descubierto al ir corriendo a meterse al mar y tropezar con la punta del objeto. Después de llorar unos minutos, y de recibir el amor de su padre por otro par de minutos, la niña de nueve años fue la que sacó el celular de la arena y se alegró de verlo como si fuese un viejo amigo que se aparecía en la arena como por arte de magia. Julio no le dejaba tener de esos aparatos, ella era muy joven. Pero ambos se quedaron mirando el objeto por un rato, como si fuera algo único.

   Luego, Julio miró a su alrededor y buscó al posible dueño del objeto. Pero la verdad era que, en esa parte de la playa, no había nadie. Al fin y al cabo, era la parte donde terminaba la arena y había un camino que venía del pueblo y nadie se hacía allí pues el ruido de la gente en “hora pico” podía ser excesivamente molesto. Con Eva, revisaron el celular: no prendía, tenía algo de agua en el interior y arena por todos lados. Eso sí, tenía una memoria de la que podrían sacar algo. Julio sabía algo de tecnología aunque más sabía su hermano Tulio (sus padres no habían sido gente muy creativa), pues había estudiado ingeniería electrónica en la universidad. Se guardaron el objeto y volvieron a su lugar en la playa con los demás miembros de la familia, sin darse cuenta que a pocos centímetros del celular, el mar enterraba una tarjeta con el nombre de Fernando.

 Ya en casa, Eva tomó el celular y empezar a jugar con él, imaginando que disparaba aves contra cerdos o que ella controlaba una nave espacial a toda velocidad o que tocaba frutas cuadradas. Todo eso lo había visto alguna vez pero solo cuando mamá dejaba que jugara con ella. Julio y su esposa eran chapados a la antigua en ese aspecto y muchas veces se preguntaban si era lo correcto. Pero cuanto más se lo preguntaban, menos hacían algo a propósito. El celular del muerto se lo dejaron a Eva, mientras Tulio venía o ellos iban a donde él. La segunda opción era la más probable pues él casi nunca salía de casa.

 Al cabo de dos semanas fueron todos a visitarlo pero, intrigado por la historia del celular, decidió revisarlo momentos después de Julio haber concluido la historia. Según él, el aparato como tal no podía ser salvado. Pero la información que había dentro seguramente sí. Usó varias de los aparatos que guardaba por todos lados y les dijo que tomaría un tiempo, pues el agua salada a veces hacía que todo fuese algo lento, además que el aparato parecía estar lleno de información. Mientras esperaban, Tulio ofreció café y galletas. Las aceptaron por cortesía pero, siendo familia, ellos sabían que Tulio siempre ofrecía café con sabor a cigarrillo y las galletas más viejas que tuviera en ese momento en la alacena.

 Cuando ya querían irse, la información no había terminado de salir. Tulio les propuso que fueran a casa y él los visitaría tan pronto todo hubiese terminado. Eva no quería dejar su nuevo juguete pero la convencieron recordándole que debía terminar cierto juego de té en casa. Tulio se puso a trabajar hasta muy tarde y fue en un momento de la madrugada que la descarga terminó y pudo ver que era lo que había en el celular. Al comienzo, se sintió confundido pues las carpetas típicas estaban mezcladas con otras con nombres parecidos pero cuando por fin dio con algo real, se llevó el susto de su vida. Lo primero que vio fue una foto en la asesinaban a alguien.

 La calidad no era la mejor, pero estaba claro lo que sucedía. Así fue que miró las demás fotos y todas tenían como tema, sin lugar a dudas, el crimen. En unas había gente recibiendo dinero, en otras más asesinatos e incluso lo que parecían violaciones. Había archivos de video pero no se atrevió a mirar ninguno. Algunos audios existían pero el sonido era pésimo y apenas se podían distinguir voces distintas de ellos. Tulio lo dejó todo por un momento y fue a la cocina a tomar agua fría. Cuales eran las posibilidades de encontrar un celular en la playa con esa clase de información? De quién sería el móvil y por que había sido abandonado, si es que había sido a propósito? Todo era muy extraño. Tulio decidió llamar a su hermano, así tuviese que despertarlo y decidir que hacían.

 Siendo el bueno de los hermanos, Julio se decidió por ir a la policía. Se encontró con Tulio, muy a las cinco de la mañana, frente a la estación de policía del pueblo, que a esa hora parecía una de esas villas fantasma de las películas. Cuando entraron, solo había un oficial masticando chicle y leyendo una revista de chismes. Le tuvieron que llamar la atención tosiendo para que los mirara. Julio explicó a lo que venían y él solo les pidió que esperaran, indicándoles sin mirarlos unas sillas contra la pared. Esperaron una hora hasta que empezaron a llegar más oficiales. La verdad era que el pueblo no era muy activo y no valía la pena trabajar veinticuatro horas a toda máquina. El hombre que los atendió se fue y tuvieron que exigir hablar con alguien.

 Había una oficina de tecnología y fue allí que por fin pudieron mostrar lo que tenían. Tulio había guardado todo en una memoria portátil. Primero lo vio un policía, después otro, y otro y otro y así hasta que hubieron unos doce en la pequeña oficina y decidieron llevar todo a un laboratorio. A Tulio y a Julio se les impidió el paso y solo les preguntaron donde habían encontrado la información y si era la única copia. Lo primero lo contestó Julio y se lamentó ser sincero pues tuvieron que dar todo, incluso el aparato dañado que él quería de juguete para Eva. Tulio respondió lo segundo, pero mintió. Dijo que solo había una copia pero la verdad es que había guardado la información para él.

 Cuando se fueron, vieron que más oficiales corrían al laboratorio pero ya no le dieron más importancia. Ya en casa, Tulio guardó la información en un lugar que hasta él se le olvidara. La había guardado toda por si acaso, pero lo más probable es que nunca se atreviera a ver todo eso de nuevo. Julio tuvo que comprarle su primera tableta electrónica a Eva, después del berrinche de dos horas por no haberle traído el celular de vuelta. Al final, fue la mejor decisión pues le podía enseñar mucho más de esa manera, con juegos y demás.


 Nadie supo que por esos días los matones volvieron al pueblo pero no para matar sino porque les había gustado el lugar y querían tomarse un tiempo libre del crimen. Eran dos hombres y eran pareja pero su jefe, al que llaman “el idiota ese”, no tenía ni idea. Mientras ellos compartían un beso cerca de la orilla, los huesos de Fernando estaban siendo revolcados en el fondo del mar por una red que buscaba peces. Los pescadores casi se mueren del susto al ver la calavera en la parte más alta del montón de peces.