Al comienzo creyó que estaba enloqueciendo,
que había imaginado cosas que después afectaban su vida de forma directa. Pero
entonces parecía que no había imaginado nada y que todo era verdad. El problema
era que esa verdad tampoco era completamente probable y parecía algo salido de
la imaginación de alguien. Cuando empezó todo, eran cosas pequeñas que daban
indicaciones, así que nunca se fijó mucho en ellas. Afectaciones ligeras a los
objetos a su alrededor o incluso algunos que desaparecían del todo para volver
a aparecer meses después como si nada. Como no se daba cuenta de los cambios en
el momento, no había manera de que se enterara lo mucho que estaban cambiando
las cosas a su alrededor y de lo mucho que seguirían cambiando.
A veces había lagunas mentales y eso le
molestaba. Era como si se la pasara bebiendo todas las noches cuando casi nunca
lo hacía. Y esas veces, muy pocas, en las que salía a tomar algo, siempre
recordaba todo. Las lagunas iban acompañadas de pesadillas, de despertarse
tarde en la madrugada de un golpe por el miedo a que todo lo que había visto en
su mente se convirtiese en realidad. Se sentaba en la cama cubierto de sudor y
tratando de recuperar el aliento, como si hubiese luchado con una criatura
enorme. Se masajeaba el cuerpo para relajarlo y solo después de varios minutos
podía volver a recostarse y tratar de dormir. A veces lo lograba pero muchas
otras simplemente se quedaba mirando al vacío toda la noche, sin dormir un solo
segundo.
Entonces, las cosas se pusieron más raras. En
sus sueños o pesadillas (no importaba que fueran) empezó a ver objetos flotar,
a verse a si mismo flotando sobre la ciudad y a sentir su cuerpo más allá de lo
que nunca lo había sentido. Lo más curioso es que esto último fue algo que se
pasó del sueño a la realidad. Un día después de ducharse, se dio cuenta que
podía sentir la sangre por su cuerpo, sus neuronas muriendo y su piel
regenerándose lentamente. Podía sentirlo todo y era inquietante, como si miles
de pequeños organismos gobernaran su cuerpo y no fuese él el maestro del lugar.
Acudió a médicos pero le aseguraron que no tenía nada malo, que debía
descansar.
Pero descansar no servía de nada cuando era
precisamente durmiendo cuando tenía más sueños extraños, más sentimientos raros
contra todo lo que lo rodeaba. Al dormir, y de esto también se dio cuenta
rápidamente, estaba completamente consciente de que dormía y en que posición y
como. Era horrible estar dormido y saberlo y casi poder controlar el sueño a
voluntad. Con el tiempo lo podía controlar por completo pero eso le molestaba
puesto que ya no era un sueño sino que era un escenario completamente
construido por él sin la magia de los sueños normales que son improvisados,
siempre sorpresivos.
Desde que empezó todo había pasado un año
completo cuando algo más concreto lo sobresaltó más allá de lo que nada más lo
había hecho. Un día, cuando despertó, se dio cuenta que su cama de hecho
flotaba unos centímetros por encima del suelo. Solo fueron unos segundos, pues
sintió la cama caer esa pequeña altura y todo pasó antes de que estuviera
totalmente despierto. Nunca supo como probarlo, como probárselo a si mismo,
pero estaba seguro que la cama había flotado. De hecho, estaba seguro de que
había muchas más cosas raras pasando a su alrededor pero no quería
descontrolarse pues todo era muy ambiguo y no quería que la gente lo tomara por
loco. Necesitaba pruebas de que, de hecho, no estaba enloqueciendo.
Lo primero que se le ocurrió fue grabarse a si
mismo durmiendo pero eso no resultó en nada. O la cámara no capturaba ningún
hecho extraño o se apagaba en la mitad de la noche y no había manera de saber
si algo había pasado o no. Dejó de lado sus responsabilidades y se obsesionó
gravemente consigo mismo, con su situación mental y con esas supuestas cosas que
pasaban a su alrededor que nadie más podía explicar. Por todo esto su vida
empezó a cambiar y, la verdad, fue para lo peor. Estaba tan ocupado pensando en
tonterías, que dejó a un lado las cosas que sí estaban allí y que sí
necesitaban de su atención constante y de su ingenio e interés. Él ya no
estaba.
Eventualmente lo echaron del trabajo y los
pocos amigos que tenía dejaron de hablarle. Su familia era escasa entonces no
era de sorprender que no lo buscaran mucho. Y aparte de ellos no había nadie
que se interesara por él así que por los siguientes meses se la pasó encerrado
en su apartamento. No comía por días seguidos y después recordaba que tenía
hambre y pedía a domicilio lo que era más loco aún pues el olor en su casa
alarmaba bastante a los repartidores. Algunos incluso se negaba a ir por miedo.
Otros en cambio iban porque el loco nunca pedía el cambio así que las
comisiones eran muchos mejores que en otros sitios.
Se dejó crecer el pelo y la barba y no tocaba
agua ni por equivocación. Vivía solo para hacer cálculos e imaginarse las
posibilidades, para plantear que podría haber pasado y que era lo que tenía en
su mente. Se preguntaba si más personas vivían con eso adentro, con ese miedo
de que todo cambiase lentamente y de golpe estuviesen en un mundo donde su
capacidad de controlar era casi nula. Su obsesión con lo que pasaba le impedía
muchas veces dormir, lo que era contraproducente pues muchas de las cosas que
le pasaban ocurrían durante el sueño. Pero es que ya no podía dormir, ya no
estaba tranquilo cerrando los ojos y dejándose ir, o al menos no era como
antes. Ahora le daba miedo.
Un día, en el que por fin había podido
quedarse dormido, los despertaron de golpe. Por un momento pensó que era un
sueño particularmente violente pero se dio cuenta pronto que todo era real.
Unos cuatro hombres vestidos de blanco entraron en su casa, tumbando la puerta
principal, y se dirigieron directamente hacia él. Por supuesto, él peleó. Los
rasguñó con sus largas uñas y les dio patadas y puños a la vez que gritaba y
les rogaba que dejaran de tocarlo, pues de nuevo sentía todo al triple y el
tacto de otros lo volvía loco. Le inyectaron algo y eso lo aflojó lo suficiente
para que lo sacaran. Antes de desmayarse por completo logró ver algunos vecinos
que lo miraban con lástima y a los policías que habían acompañado la operación.
Luego, todo se puso negro.
Cuando despertó, ya no había razón alguna para
seguir luchando. Tenía puesta la clásica camisa de fuerza y estaba tumbado en
un espacio blanco con poca luz. La única luz que entraba era la de la luna y de
la ciudad por una ventana pequeña. La habitación no tenía cama sino que estaba
toda acolchonada, incluso alrededor de la taza del baño. Había una mesa también
y nada más. Algunas lagrimas salieron de sus ojos y se dio cuenta de que hasta allí había
llegado su vida. Ya no había vuelta atrás, ya no habría manera de recuperar
nada de lo que hubiese tenido en el pasado. Todo eso había muerto ahora y lo
único que le quedaba era si mismo. E incluso él sabía que eso no era mucho.
Al otro día, le quitaron la camisa y pudo
deambular a sus anchas por el lugar. No tenía entonces ganas de pelear con
nadie ni de gritar. Le hacían pruebas pero él las ignoraba, tratando de
concentrar su atención en cosas menos importante que le hicieran pasar el
tiempo para no enloquecerse de verdad. Jugaba cartas con otros pacientes, veía
televisión y trataba de disfrutar la asquerosa comida del lugar. Cuando tenía
su cita asignada con el psiquiatra o con el médico, procuraba nunca decir ni una
palabra pues no quería que le dieran más tiempo en semejante lugar por una
respuesta mal hecha. Así que por meses, no dijo una sola palabra a nadie,
prefiriendo su propia tranquilidad.
Aparte de ese aislamiento impuesto por sí
mismo, los doctores no veían que hubiese algo verdaderamente mal con él. Era un
hombre joven y sano que simplemente había tenido una crisis existencial, cosa
que existía y que era muy común. Así que le dieron un mes más en el sitio y al
cabo de ese tiempo retornaría a casa y tratarían de ayudarlo para conseguir un
trabajo y alejarse del estrés que seguramente lo habían hecho caer tan bajo.
Cuando estuvieron todos de acuerdo, se dirigieron a la habitación del joven
para informarle la decisión. Cuando abrieron, sin embargo, solo hubo gritos de
horror.
Él estaba sentado con las piernas cruzadas,
casi como un practicante muy dedicado de la meditación. Pero era seguro que
ellos no podían hacer que una carta, el control remoto de la televisión y una
pelota pequeña flotaran sobre sus cabezas. Era él quien lo controlaba todo.
Pero entonces los dejo caer y fue entonces que la puerta se desencajó de golpe
y salió volando a un lado. Él caminó con paciencia, retirando una a una las
puertas y demás obstáculos, hasta que estuvo afuera. Y allí, después de inhalar
el aire puro de la noche, se elevó sobre los sorprendidos loqueros, y nunca más
lo volvieron a ver. Muchos dicen que eso nunca pasó y otros que él hizo que
todos olvidaran. Nunca se sabrá a ciencia cierta y la verdad es que no es necesario
saberlo.