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viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.

lunes, 23 de enero de 2017

Remoto

   Los bordes de las ventanas estaban cubiertos de escarcha. La noche había sido muy fría y todo parecía indicar que el resto del mes iba a ser exactamente igual. Alrededor de la pequeña casita, ubicada en un claro de bosque, había un sinfín de charcos, grandes y pequeños, que habían formado lodazales que hacían casi imposible el ingreso o salida de la casa. Ciertamente era un lugar remoto y nadie nunca se habían molestado en arreglar uno o dos detalles que hacía falta atender.

 Adentro, el único hombre con vida en varios kilómetros estaba calentando agua en una tetera vieja, bastante golpeada, que parecía haber sido sacada directamente de un museo. El hombre se calentaba las manos con el fuego que bailaba debajo de la tetera, mirándolo fijamente, como si se fuera a escapar en cualquier momento. Tan distraído estaba que demoró en reaccionar cuando la tetera empezó a pitar. No era algo bueno, pues se debían evitar los sonidos fuertes.

 Vertió el contenido de la tetera en una taza igual de vieja y trajinada que la tetera y sopló repetidas veces hasta que se atrevió a tomar. Se quemó la lengua por no saber esperar. Sostuvo la taza con las manos cubiertas por guantes y, mientras esperaba a que se enfriase, miró a su alrededor como si fuera la primera vez que se fijaba en lo que había dentro de la pequeña cabaña. Se la sabía de memoria pero le gustaba jugar a ver si había algo, algún detalle que se le hubiese escapado.

 Era solo una habitación: en una de las esquinas estaba la cama y una mesita de noche con tres cajones. Al lado de la mesita había una armario viejo y ese ocupaba el resto de la pared. La cocina, o más bien la única hornilla que tenía, estaba en la pared opuesta, junto a una pequeña mesa y dos sillas. En una de las esquina de ese lado había una nevera pequeña, de esas de hotel, conectada a la única toma eléctrica del lugar. La puerta de la casa estaba en uno de las paredes más largas. De resto, no había casi nada.

 Eso sí, había muchas cobijas y abrigos hechos de pieles de animales. Él no los había cazado ni nada por el estilo pero seguramente el dueño anterior había utilizado la cabaña como base para su afición a la cacería. Las pieles parecían ser de animales varios pero el hombre jamás había querido averiguar más allá de la cuenta porque no estaba de acuerdo con eso de matar animales por su piel. Aunque, ahora que estaba donde estaba, no podía evitar encontrar la razón en esas acciones. Si no tuviera esas pieles, estaría congelado y muerto en vida en aquel lugar perdido.

 En cuanto a cazar, lo hacía todos los días. Trataba de no pensarlo mucho o sino el estomago se le revolvía y eso siempre era un problema aún mayor pues no tenía manera de comprar medicamentos y las plantas que había por la zona poco o nada ayudaban a los sistemas internos del ser humano. Debía comer lo que había y no pensar en su vida anterior que ahora estaba muy lejos de él. Ahora debía comerse lo que encontrara, como lo encontrara, fuese una ardilla o algo más grande.

 A veces encontraba hongos y sabía que serían más abundantes en la primavera, pero todavía faltaban un par de meses para eso. Él había llegado hacía solo un par de meses, durante el otoño, así que no había experimentado nada diferente al frío y la nieve en ese lugar. Siempre que lo pensaba parecía que había estado allí desde hacía mucho más tiempo. Se sentía como una eternidad y sus recuerdos eran como sumergirse en un lago oscuro que ya no es posible reconocer.

 La cabaña, lo quisiera o no, era ahora su hogar. Lo que había tenido antes ya no existía o al menos no debía existir para él. Había tomado la decisión de perderse en el bosque y no podía ya echarse para atrás, era muy tarde para arrepentirse. En todo caso sabía que era lo mejor pues nada en el mundo era para él. Lo había tenido que aprender casi a los golpes pero por fin había comprendido que no todo es para todos, que no todos somos iguales y que algunos deben tomar rutas alternas en la vida.

 Apenas terminó el té, lavó la taza en un cuenco de plástico enorme lleno de agua. Luego abrió el armario y, de la parte baja, tomó una ballesta algo rudimentaria y un carcaj con unas pocas flechas que él mismo había podido tallar a partir de algunos leños que había fuera de la cabaña. Por la tormenta reciente, los maderos debían estar congelados e incluso cubiertos hasta arriba de esa mugrosa mezcla entre nieve y barro. Prefería no pensar si llegase a necesitar esa madera.

 La calefacción que usaba era la hornilla que mantenía prendida todo el tiempo, a excepción de cuando salía a cazar. El gas que alimentaba el fuego llegaba de alguna parte, pero jamás le preguntó a la persona que le brindó ese refugio de donde salía el gas. Solo lo usaba y listo. Cuando la hornilla fallara, y algún día lo haría, sería el día de hacer hogueras y depender de la madera pero ojalá pudiera pasar el invierno sin  que eso pasara. Salió de la casa pensando en ello y se internó rápidamente en el bosque, caminando torpemente pero sin detenerse.

 Caminó por una media hora. El bosque se hizo más agreste a su alrededor e incluso más blanco. La nieve parecía haber congelado todo el paisaje y eso no era nada bueno pues los animales debían estar resguardados, lo que hacía casi imposible la casa. Empezó a caminar más y más despacio hasta que llegó a otro claro, parecido al de su cabaña, pero ocupado casi en su totalidad por un lago que parecía estar hecho de metal, pues estaba congelado. Puso un pie y empujó. Todavía no había congelado por completo.

 La grieta que se formó al él apretar se fue agrandando, hasta que apareció un hueco en la superficie del lago, tras el cual se podía ver el agua fría que había debajo de la capa de hielo. Se quedó mirando ese agujero por varios minutos hasta que se fijó que el tiempo pasaba y no podía demorarse demasiado fuera de la cabaña. Bordeó el lago hasta llegar al otro lado y allí se metió en el bosque de nuevo, mirando hacia arriba con atención. Cuidaba cada paso, para no asustar a presas potenciales.

 Al sentir un movimiento, alzó la ballesta y disparó. Al instante hubo un ruido y algo cayó de un árbol. Era un hermoso ejemplar de faisán, que por alguna razón, estaba en ese bosque. Peor para él. Le sacó la flecha que tenía atravesada, lo cogió de las patas y volvió caminando a la cabaña a paso firme, justo antes de que el sol bajara y se ocultara detrás de los altos árboles que formaban el espeso bosque en el que vivía aquel hombre cazador, misterioso y solitario.

 El faisán entero fue su cena. Lo hizo en una sartén después de desplumarlo y quitarles las partes que no se comían. Al final de todo, no era mucho animal el que había para comer, pero era suficiente para sobrevivir una nueva noche. Esas eran sus jornadas ahora: desayunar, pensar, cazar, preparar y comer. Todo culminaba con un él metiéndose en la cama que tenía, sin quitarse ni una sola prenda de ropa, donde se quedaba dormido después de varias horas de mirar al techo y escuchar el bosque.


 La hornilla se contoneaba cerca de él y muchas veces las sombras que se formaban a su alrededor hacían que el hombre recordara algunos pasajes de su vida anterior, de una vida que francamente ya no parecía la suya. Era como si recordara una película que había visto muchos años, solo que eran escenas que casi nunca se ven en las películas. Lo que más recordaba era a su padre y a su madre, a sus hermanos también. Pero a nadie más. El resto de personas siempre parecían, en los recuerdos y en los sueños, como sombras y nada más. Después de un tiempo trataba de ignorar todo eso y simplemente dormir. Recordar ya no servía para nada.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Natsukashii

   Apenas aterrizó el avión, empecé desesperadamente a revisar todo lo que tuviera que ver con la ciudad: el clima, el tráfico y otro sinfín de cosas que ya me sabía. Supongo que era porque hacía mucho tiempo que no iba allí, desde que había vivido durante un largo tiempo hacía más de diez años. Cuando tuve mi maleta en la mano, recorrí el camino que todavía me sabía de memoria hacia la estación del tren. Nada había cambiado excepto que ahora la parada del aeropuerto ya no era la terminal. Pero para el caso era lo mismo, según recordaba ese tren siempre iba lleno hasta la ciudad.

 Tuve que esperar un rato a que llegara el tren. Aproveché para verificar la dirección del hotel, uno que quedaba a solo unas calles del lugar donde había vivido. Me daba lástima solo tener dos noches allí pero el dinero que había gastado valía la pena. Avisé por el celular a Fran que ya había llegado. Él estaría apenas despertando pues era viernes, día de no trabajo para él y le fascina dormir como un oso todo el fin de semana. Y si no estoy yo para acosarlo para que salgamos o hagamos algo, entonces se la pasa en pijama todo el día sin hacer nada.

 Le escribí que lo amaba y que nos veríamos pronto. Dos noches no son mucho en una ciudad. El tren llegó y me aseguré de subir rápidamente pues sabía bien que el tren se llenaba bastante y ahora que la estación no era terminal, pues era aún peor. Logré sentarme en una de esas sillas plegables que ponen en la zona donde deben ir las bicicletas. A medida que el tren avanzaba, me sentía más y más emocionado. Era un sentimiento extraño que me llenaba pues no era solo felicidad sino una nostalgia extraña, casi melancólica.

 El tren cruzó la planicie que separa el aeropuerto de la ciudad. Como era verano, todavía había luz de sol y se podían ver las montañas. Recordé como me gustaba ir a caminar por esa zona. Me dolían mucho las piernas pero valía la pena por la vista y porque sentía que el mundo era solo mío cuando me paseaba por esos lados. Era una sensación tan extraña como la que sentía ahora que no veía ese lugar hacía tanto tiempo. De repente, el tren entró en un túnel y supe que habíamos entrado en la ciudad. Dos paradas más adelante, me bajé con una multitud.

 Tenía la opción de caminar unos 15 minutos o de tomar el metro. Me decidí por lo primero porque era la oportunidad perfecta de ver si la ciudad seguía igual o si algo había cambiado. Salí de la estación y confié solo en mis recuerdos, sin consultar el mapa en mi celular. Empecé a caminar por las calles que me sabía como la palma de mi mano. La verdad era que, aparte de algunos negocios que habían cambiado de dueño y algunas remodelaciones menores, el barrio que separaba la estación del hotel, estaba exactamente igual.

 También había vivido por esa zona y me di cuenta en un momento que no estaba caminando más, sino que me había quedado quieto, incrédulo de verlo todo de nuevo. Quería hacer rendir mi tiempo en la ciudad pero estar allí me producía muchas emociones que no podía explicar. Seguí caminando y pronto el calor me hizo dar cuenta de que debía llegar al hotel lo más pronto posible. Apuré el paso y estuve allí en unos minutos. Si algo me gustaba de esa ciudad, era que se caminaba muy fácil por ella y perderse era casi imposible.

 El hotel era uno de esos dirigidos a un público específico. No tengo ni idea porque lo elegí, sobre todo para solo dos noches. Supongo que fue el hecho de que durante todo el tiempo que viví allá, siempre pasaba por enfrente y quise saber como era por dentro. Y mi imaginación había acertado pues tenía todo el arte contemporáneo que había supuesto, más un diseño de vanguardia que me hacía sentir como si estuviese en la mitad de la semana de la moda o algo por el estilo. Me dieron en minutos la tarjeta de mi cuarto y subí casi corriendo para cambiarme y volver a salir.

 Me puse ropa más acorde al calor que hacía y salí a la calle para aprovechar el par de horas que había hasta que el sol de verano decidiese desaparecer. Esta vez si me dirigí al metro y compré un boleto de dos días. Seguía siendo más caro que el de diez viajes pero ese no tendría sentido en mi corta estadía. Me encantaba ver que el transporte seguía siendo tan eficiente como siempre. La gente en el tren estaba toda en lo suyo pero yo los miraba a todos y me sentía fascinado por cada cosa que veía, pues todo me llevaba a un pasado que no sabía que extrañaba.

 Cuando salí a la calle, el montón de gente en el centro me asustó por un instante. Se me había olvidado cómo era ver esa marea de gente ir y venir por todas partes. El estómago me rugió, lo que me ayudó a recordar que no me habían dado nada de comer en el avión y que mi desayuno no había sido precisamente el mejor. Decidí caminar por entre la multitud para encontrar un buen sitio para comer. Menos mal, no tuve que ir muy lejos para ello. Apenas a dos calles del metro encontré un restaurante con terraza, lo ideal para mi pasatiempo de ver gente pasar.

 La cena estuvo deliciosa. Como ahora tenía más dinero que cuando vivía allí, aproveché para pedir una entrada, un plato fuerte, un postre y complementarlo todo con un buen vino recomendado por el entusiasta mesero del lugar. Hablé con él de lo que recordaba y de lo que no y me dijo que esa ciudad parecía rehusarse a cambiar demasiado. Era muy distinta a mi ciudad natal, que cambia de cara completamente cada diez años. El que no la visite seguido, no la reconoce.

 Esa noche caminé mucho y solo paré de recordar y tomar fotos como turista cuando me di cuenta que ya era muy tarde. Al otro día tenía planes y no quería que cambiaran. Al llegar al hotel, vi una pareja en la recepción y tengo que confesar que me puse como un tomate cuando uno de ellos me miró y me guiñó un ojo. Eso me hizo sentir raro pero, en el ascensor, recordé que no era algo tan raro en esa ciudad. Era el único lugar donde la gente era tan abierta y se sentía tan libre como para hacer algo así. Por alguna razón, quise contárselo a Fran.

 Al otro día le escribí, mientras me ponía la ropa para ir a la playa. Ese sería mi destino durante la mitad del día. Me sabía la ruta de memoria todavía: caminaría solo un par de calles para llegar a la parada de autobús que me servía. Antes de salir verifiqué que la ruta todavía estuviese vigente, porque nunca se sabe. Pero veinte minutos después ya estaba en el bus, que estaba tan lleno como lo recordaba todo los sábados. No solo había locales yendo a la playa y al sector cercano sino varios turistas a los que se les notaba a leguas que no entendían mucho del lugar.

 Siempre me había hecho gracia eso, no sé porqué. Supongo que porque allí yo no me sentía perdido, en cambio en otros lugares sí me había ocurrido. Me quedé pensando en ello durante el recorrido y luego me arrepentí de no haber tomado fotos para que Fran las viera. Cuando me bajé del bus caminé durante unos cinco minutos a la playa, que seguía tan estrecha y abarrotada como siempre. Solo estaría un par de horas, así que me daba igual. Las aproveché para tomar algo de sol y ver si el tipo de gente que iba allí seguía siendo el mismo. Y sí.

Se sentía muy bien estar allí en la arena y cerrar los ojos para disfrutar de la caricia del sol que se sentía tan bien. Me di cuenta que hubiese querido tener a Fran conmigo pero ya tendríamos tiempo de hacer un verdadero viaje juntos. Esto solo eran dos días que había tomado de mi trabajo y no eran lo suficiente para volverlo a ver todo. Tomé el autobús de vuelta pero me bajé en el barrio en el que había vivido y lo recorrí todo. Estaba todavía la tienda para adultos en la que había comprado un par de cosas en ese entonces y decidí entrar.


 El tipo que atendía era modelo, se le notaba. Y era muy amable. Decidí comprarle a Fran una bermuda y unas medias que me gustaron mucho, que podía usar para hacer ejercicio o para… Bueno, para otras cosas. Sonreí todo el tiempo, mirando lo que había en toda la tienda e incluso mientras pagaba por lo que estaba comprando. El tipo me miró y sonrió también, preguntándome por qué lo hacía. Le dije que estaba sintiendo muchas cosas a la vez por el pasado pero el presente solo me hacía sonreír.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Soñar despierto

   Aunque había parecido un sueño, la verdad es que lo que había hecho era solo recordar todo lo que había ocurrido con anterioridad, todo lo que recordaba haber visto con sus propios ojos y todo lo que sabía que había ocurrido pero no tenía idea de cómo probar. Ya no era como antes, tiempos en los que todo quedaba registrado de manera pública. No, ahora eran los ojos de las personas los que registraban todo lo que ocurría y toda esa información era almacenada pero jamás hecha pública a menos que fuese muy necesario.

 Apenas abrió los ojos, se dio cuenta que el tren entraba lentamente a la estación. Apenas se detuvo, las puertas se abrieron y todas las personas que debían bajarse, lo hicieron. Fidel, que había quedado algo turbado por lo que había visto mientras “dormía”, se demoró un poco más en bajar y recibió la mirada poco aprobadora de los trabajadores del tren que esperaban afuera a que todo el mundo saliera. Eso sí, era su cara de siempre, pues su deber era revisar que nadie se quedara atrás, tratando de hacer algo no permitido, fuese lo que fuese.

 Fidel caminó por unos cinco minutos, por entre edificios viejos y abandonados, negocios de dudosa reputación y personas que parecían haber acabado de salir de la cárcel. El de la estación central del tren era un barrio bastante difícil: la presencia de la policía era constante así como de los cuerpos élite del ejército. Muchas veces se veían unos u otros entrando a hacer redadas a los enormes edificios que aglomeraban a miles de personas cerca de la estación. Eran edificios bastante oscuros y que daban miedo de solo oírlos nombrar.

 Fidel trotó un poco cuando sintió que ya casi llegaba a su hogar. También vivía en uno de los grandes conjuntos de torres pero era en uno de aquellos en los que la policía entraba menos. Sin embargo, el día anterior, la policía había descubierto dos laboratorios de droga en uno de los edificios. Fidel pudo ver, cuando salía para ir a trabajar, como subían todas las bolsitas a un camión blindado. Algo curioso es que nadie nunca había sabido que hacían con la droga decomisada. Se supone que la destruían pero en ese mundo a nadie le constaba.

 Fidel subió al destartalado ascensor, que solo funcionaba por temporadas, y apretó el botón cincuenta y tres, el cual era su número de piso. Pero antes de que cerrara la puerta, unas sombras entraron y resultaron ser algunos de los extranjeros que vivían en la torre. Era raro verlos fuera de la casa pues ellos no tenían implantes oculares y tenían prohibido salir a menos que fuese una emergencia y parecía que nada de lo que pudiese pasar pudiese ser considerado emergencia. En todo caso, no era normal verlos por ahí caminado como cualquier persona. ¡Eran extranjeros!

 Se bajaron en el piso veintidós, demasiado bajo para que vivieran en el sector más sano del edificio. Normalmente las viviendas con problemas siempre estaban debajo del piso cincuenta y en los que hubiese encima de ese número, solían haber poblaciones más tranquilas y no tan aterrorizadas como las de más abajo. Cuando el ascensor se abrió en el piso de Fidel, se acercó a su puerta y solo tuvo que pasar la palma de la mano encima del pomo para que sonara un “clic” y así se abriera la puerta. Era una ventaja de los implantes.

 Cansado, Fidel lanzó su chaqueta en el sofá que había contra la pared y se dirigió directo a la ducha, que estaba a pocos metros del sofá. En el lugar no había muchos muros y cuando los habían eran de vidrio o de materiales que harían fácil la interacción. Por eso, mientras se duchaba, Fidel hubiese podido ser visto por alguien desde su cocina o su sala o su habitación. A pesar de esa manera de vivir, la verdad era que le tenía cariño a su apartamento e incluso a la enorme torre de edificios donde vivía. Ya era algo a lo que había que acostumbrarse.

 Apenas salió de la ducha, se secó un poco pero se miró en el espejo y después comenzó, de nuevo, a “soñar”. No era lo normal que la gente pudiese acceder así a sus recuerdos pasados pero él, por alguna razón, sí podía hacerlo. Había pasado después de un accidente que había tenido, cuando un idiota se le había echado encima con su motocicleta y lo había hecho golpearse la cabeza. Algo había pasado en su cabeza, un cambio ligero pero esencial, para que Fidel fuese capaz de acceder con tanta tranquilidad.

 Pero cada vez que lo hacía sabía que estaba llamando la atención de medio mundo, pues nadie salvo él podía acceder a recuerdo a voluntad. Era solo un privilegio para las fueras del orden y, obviamente, toda la élite de la sociedad. No había manera de saber si ya sabían que lo había hecho varias veces. Al fin y al cabo que todos los implantes oculares eran básicamente cámaras de seguridad del ejercito, así que en teoría ellos los podían usar como quisiera. La idea detrás había sido crear un mundo más seguro pero eso no había resultado como tal.

 De pronto, la puerta principal del apartamento se abrió y Fidel dio un salto del susto, pues había estado bastante concentrado en sus recuerdos. Fue a la puerta y recibió con un beso a Martín, que parecía llegar tan cansado como él. Martín no sabía lo que le ocurría a Fidel así que no habló del tema ni preguntó nada. Fidel se quedó mirando sus hermosos ojos color miel y se dio cuenta de cómo esos funcionaban a la perfección, enfocando y desenfocando en los momentos correctos.

 Martín le contó a Fidel que la policía había entrado al conjunto de torres y parecían a punto de hacer alguna acción contra el crimen. Sin dudarlo, Martín aplaudió el esfuerzo de la policía y le confesó a Fidel que, aunque muchas de las reglas y cosas que pasaban eran a veces difíciles de procesar, estaba seguro de que todo se hacía para su mejora en todos los aspectos. Por eso Fidel decidió no decir nada acerca de sus implantes. En cambio se fue a cambiar y más tarde empezó a cocinar, algo que no llevaba mucho pues cada vez hay menos que hacer.

  Hacer la cena consistía básicamente en la mezcla de varios ingredientes secos a los que se les agrega agua para que tengan una contextura bastante cercana a la real. Cuando se sentaron a comer, Fidel se dio cuenta por primera vez que nada de lo que había cocinado tenía sabor. No se podía sentir nada más sino un gusto bastante genérico que él ahora ya no disfrutaba para nada. En cambio Martín comía como si nada. Incluso pidió repetir, lo cual era posible pues esa semana habían podido tener varios bonos de comida.

 Mientras lavaba los platos, Fidel recordó una vez hacía mucho tiempo, cuando tenía unos siete años. Recordaba el sabor de una hamburguesa y todos los elementos que la hacían una hamburguesa. El tomate, la cebolla, el queso, la carne, la lechuga y el pan. Todo volvía a su mente de forma sorprendente. Tuvo que dejar de limpiar pues el recuerdo se hizo tan vivido que sus manos temblaron y casi hace un desastre. Martín, en la sala viendo televisión, ni se dio cuenta de lo que pasaba. El estaba tranquilo, sin vistas al pasado.

 Cuando se fueron a dormir, Fidel no pudo apagar sus receptores oculares para lo que supuestamente era descansar. Se le había ocurrido la idea de que habría más gente como él, capaces de recordar el mundo que había existido antes. Muchos odiaban el pasado y estaban seguros de que todo lo actual para ellos era lo mejor que se podía haber creado. Pero Fidel nunca había sentido esa aversión y ahora tenía una ventana a todo lo que había existido antes y, la verdad, le gustaba mucho echar un ojo de vez en cuando al pasado.


 No despertó a Martín pero se rehusó a dormir. A lo lejos, se escuchaba como la policía usaba sus amas. Pudo oír gritos, algunos pidiendo ayuda. No sabía dónde estarían pero sabía que poco a poco se estaban acercando a él. De alguna manera sabía que ese sueño no podía ser. El orden del mundo estaba establecido y estaba seguro de que tarde o temprano, alguien notaría que sus implantes no estaban funcionando correctamente. Vendrían a encerrarlo o peor. No sabía que les pasaba a los que habían visto la verdad.