Dar el primer paso era lo más difícil de
hacer. De ahí en adelante se podía asumir que todo sería mucho más simple, más
relajado. El lugar no estaba lleno ni mucho menos, al fin y al cabo que era
temprano y la gran mayoría de bañistas estaban todavía en sus casas,
preparándose para salir a la playa o todavía algo tomados de la noche anterior.
El domingo era el día en que todo el mundo se ponía el traje de baño y se
dirigía a las hermosas playas cercanas a la ciudad.
Yo tomé el tren porque era la única opción. No
tenía automóvil y así lo hubiese tenido, creo que no sería muy inteligente
salir a manejar después de una noche como esa. Casi nunca salía de fiesta pero
como era nuevo en la ciudad decidí hacer algo distinto y no me arrepentía. La
había pasado muy bien, incluso había conocido gente y habíamos quedado de
buscarnos en la playa al día siguiente. Yo pensaba primero tantear el terreno
antes de decidir buscarlos, porque era mi primera vez allí.
Caminé despacio de la estación hasta la playa,
sin poner mucho cuidado en las calles o la gente, más bien pensando en lo que
estaba haciendo y en si no sería un paso demasiado lejos. Pero de todas manera
seguí caminando como si nada. De pronto me encontré con una tienda y me di
cuenta que, al salir con prisa de la casa, no había pensado en llevar nada de
comer. La idea era esperar hasta la tarde para almorzar, así que debía aguantar
comiendo alguna tontería antes en la playa.
En la tienda di vueltas por los cuatro
pasillos que había buscando galletas o algo así. Compré unas que parecían tener
buen sabor y luego me fijé en una nevera en la que estaban alineadas varias
ensaladas. También cogí una de esas y finalmente me dirigí adonde estaban las
bebidas para escoger algo. Me decidí por un simple jugo de naranja en botella,
pues cualquier otra cosa parecía alterar mi estomago, que no estaba
precisamente calmado después de tanto alcohol.
Pagué mis cosas y salí de nuevo hacia la
playa, consultando mi celular para saber si iba por el buen camino. Al cabo de
unos cinco minutos, no fue necesario saber si iba por el lugar correcto pues
llegué a la rambla de la pequeña ciudad y vi la playa extenderse por varios
kilómetros al lado de ella. La cosa ahora era caminar un buen tramo, pues la
playa que yo buscaba no era ninguna de esas que estaba al lado de la ciudad.
Era una un poco más allá, más alejada. Cuando terminó la calle, tuve que tomar
un sendero entre las rocas y entonces me di cuenta que no había marcha atrás.
Fue un momento después de pensar en lo cerca
que estaba que pude ver desde arriba la playa que estaba buscando. No era ni
grande ni pequeña, del tamaño justo se podría decir. El sol no estaba demasiado
fuerte tampoco y mientras caminaba pude ver que había lugar hacia la mitad del
terreno. Por un momento olvidé el tipo de lugar que era y casi dejo escapar una
risa cuando un hombre pasó por en frente mío completamente desnudo. Tuve que
taparme la boca y acelerar el paso.
Así es, era mi primera vez en una playa
nudista. Seguí caminando como si nada pero tengo que confesar que miraba a
todos los que estaban allí tomando el sol, hablando o nadando en el mar. Es
algo muy curioso eso de ver a la gente haciendo algo tan libre como eso, no es
una cosa que se vea todos los días. Cuando llegué al punto que quería, me quité
la mochila de la espalda y la dejé caer en la arena. Me senté a su lado y me
quedé allí como perplejo, mirando ahora solo al mar.
Estaba tan fascinado por el color del agua que
no me di cuenta que alguien estaba de pie a mi lado. Cuando lo voltee a mirar,
me quedé con la boca abierta. Era un hombre que, desde el suelo, se veía como
una estatua griega clásica. Su cuerpo era casi como si estuviese tallado, desde
sus piernas hasta su cara. Tardé en darme cuenta que no estaba completamente
desnudo sino que llevaba uno de esos salvavidas alargados en la espalda. Era el
encargado de la playa. Me puse de pie de golpe.
Me saludo de mano y me preguntó si era mi
primera vez allí. Lo hizo con una sonrisa que casi me hace quedarme callado de
nuevo pero decidí concentrarme para no hacer más cara de idiota. Le contesté
que era así, que acababa de llegar. El tipo asintió, miró al mar y de pronto me
miró directo a los ojos. Tenía unos ojos muy claros y penetrantes, por lo que
me sentí como si me estuviera viendo el alma, más que el cuerpo. Algo que me
dijo que tuve que pedirle que repitiera.
Lo que me dijo era que estaba prohibido tener
ropa puesta en la playa. Solo se podía poner gente ropa al momento de salir y
como yo acababa de llegar tenía que hacer exactamente lo opuesto. De repente
dejé de mirarlo como lo estaba mirando y me di cuenta de que había llegado la
hora de hacer lo que sabía que tenía que hacer. Asentí y le dije que entendía
pero él no se movió. Me seguía mirando. Pasó un minuto o tal vez menos, pero se
sintió como una eternidad, hasta que por fin el salvavidas se retiró y me dejó
“solo” para hacer lo que tenía que hacer.
Por el lado de que alguien me viera, era
ridículo pensarlo: estaba rodeado de personas por todos lados. Lo bueno fue que
pude darme cuenta que a ninguno parecía interesarle verme a mi, estaban
demasiado ocupados divirtiéndose entre ellos o tomando el solo o haciendo
cualquier otra cosa. Como en otras ocasiones en mi vida, había sobreestimado la
cantidad de atención que me podrían prestar. Al fin y al cabo que para ellos yo
era solo uno más en esa playa, en un día de todo el año.
Así que sin pensarlo
mucho, me quité los zapatos deportivos que tenía puestos y luego las medias. A
estas últimas las metí en los zapatos después de sacudirlos para quitarles la
arena y los guardé en mi mochila. Después le tocó a mi camiseta, que doblé rápidamente
y metí en la mochila también. Solo me quedaba quitarme el traje de baño, que me
había puesto en mi casa sin razón aparente pues sabía que iba a un lugar donde
los trajes de baño no tenían mucho sentido.
Me puse de pie y lo hice sin miramientos.
Cuando estuvo la bermuda en mi tobillos, la tomé y la doblé de manera impecable
y la metí en la mochila. De ella saqué entonces mi toalla y mi celular, mi arma
infalible para fingir que estaba leyendo algo o haciendo algo que no fuera
ponerle atención a otros bañistas. También servía para no concentrarme en mi
propia desnudez pública, cosa que, me di cuenta al instante, no me molestaba
para nada. Es más, me sentía cómodo.
Me puse a leer un articulo de verdad en el
celular y cuando estaba muy concentrado sentí de nuevo la presencia de alguien cerca
de mí. Voltee a mirar y me di cuenta que era uno de los amigos que había hecho
la noche anterior. Era italiano y tenía los ojos igual de brillantes que el
salvavidas. Nos saludamos de mano. Me dijo que acababa de llegar y que podía
ser que sus amigos no vinieran pues estaban muy cansados. Empezamos a hablar de
todo un poco, de lo que no hablamos la noche anterior.
Pasadas las horas tuve que ponerme bloqueador
solar pues los rayos del sol parecían potentes. Nos ayudamos mutuamente en esta
labor con mi nuevo amigo. Sí, era algo un poco extraño pero la verdad no más
que la vida común y corriente.
Más tarde nadamos un poco e incluso jugamos
cartas. Perdí casi todas las veces pero fue divertido. Cuando fue hora de
irnos, decidimos ir a comer algo juntos. Mientras nos poníamos la ropa, sin
embargo, me dijo algo que no esperaba: “Me gusta tu cuerpo”. Mi cara estuvo
roja todo el resto del día.