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viernes, 24 de febrero de 2017

Una de esas playas

   Dar el primer paso era lo más difícil de hacer. De ahí en adelante se podía asumir que todo sería mucho más simple, más relajado. El lugar no estaba lleno ni mucho menos, al fin y al cabo que era temprano y la gran mayoría de bañistas estaban todavía en sus casas, preparándose para salir a la playa o todavía algo tomados de la noche anterior. El domingo era el día en que todo el mundo se ponía el traje de baño y se dirigía a las hermosas playas cercanas a la ciudad.

 Yo tomé el tren porque era la única opción. No tenía automóvil y así lo hubiese tenido, creo que no sería muy inteligente salir a manejar después de una noche como esa. Casi nunca salía de fiesta pero como era nuevo en la ciudad decidí hacer algo distinto y no me arrepentía. La había pasado muy bien, incluso había conocido gente y habíamos quedado de buscarnos en la playa al día siguiente. Yo pensaba primero tantear el terreno antes de decidir buscarlos, porque era mi primera vez allí.

 Caminé despacio de la estación hasta la playa, sin poner mucho cuidado en las calles o la gente, más bien pensando en lo que estaba haciendo y en si no sería un paso demasiado lejos. Pero de todas manera seguí caminando como si nada. De pronto me encontré con una tienda y me di cuenta que, al salir con prisa de la casa, no había pensado en llevar nada de comer. La idea era esperar hasta la tarde para almorzar, así que debía aguantar comiendo alguna tontería antes en la playa.

 En la tienda di vueltas por los cuatro pasillos que había buscando galletas o algo así. Compré unas que parecían tener buen sabor y luego me fijé en una nevera en la que estaban alineadas varias ensaladas. También cogí una de esas y finalmente me dirigí adonde estaban las bebidas para escoger algo. Me decidí por un simple jugo de naranja en botella, pues cualquier otra cosa parecía alterar mi estomago, que no estaba precisamente calmado después de tanto alcohol.

 Pagué mis cosas y salí de nuevo hacia la playa, consultando mi celular para saber si iba por el buen camino. Al cabo de unos cinco minutos, no fue necesario saber si iba por el lugar correcto pues llegué a la rambla de la pequeña ciudad y vi la playa extenderse por varios kilómetros al lado de ella. La cosa ahora era caminar un buen tramo, pues la playa que yo buscaba no era ninguna de esas que estaba al lado de la ciudad. Era una un poco más allá, más alejada. Cuando terminó la calle, tuve que tomar un sendero entre las rocas y entonces me di cuenta que no había marcha atrás.

 Fue un momento después de pensar en lo cerca que estaba que pude ver desde arriba la playa que estaba buscando. No era ni grande ni pequeña, del tamaño justo se podría decir. El sol no estaba demasiado fuerte tampoco y mientras caminaba pude ver que había lugar hacia la mitad del terreno. Por un momento olvidé el tipo de lugar que era y casi dejo escapar una risa cuando un hombre pasó por en frente mío completamente desnudo. Tuve que taparme la boca y acelerar el paso.

 Así es, era mi primera vez en una playa nudista. Seguí caminando como si nada pero tengo que confesar que miraba a todos los que estaban allí tomando el sol, hablando o nadando en el mar. Es algo muy curioso eso de ver a la gente haciendo algo tan libre como eso, no es una cosa que se vea todos los días. Cuando llegué al punto que quería, me quité la mochila de la espalda y la dejé caer en la arena. Me senté a su lado y me quedé allí como perplejo, mirando ahora solo al mar.

 Estaba tan fascinado por el color del agua que no me di cuenta que alguien estaba de pie a mi lado. Cuando lo voltee a mirar, me quedé con la boca abierta. Era un hombre que, desde el suelo, se veía como una estatua griega clásica. Su cuerpo era casi como si estuviese tallado, desde sus piernas hasta su cara. Tardé en darme cuenta que no estaba completamente desnudo sino que llevaba uno de esos salvavidas alargados en la espalda. Era el encargado de la playa. Me puse de pie de golpe.

 Me saludo de mano y me preguntó si era mi primera vez allí. Lo hizo con una sonrisa que casi me hace quedarme callado de nuevo pero decidí concentrarme para no hacer más cara de idiota. Le contesté que era así, que acababa de llegar. El tipo asintió, miró al mar y de pronto me miró directo a los ojos. Tenía unos ojos muy claros y penetrantes, por lo que me sentí como si me estuviera viendo el alma, más que el cuerpo. Algo que me dijo que tuve que pedirle que repitiera.

 Lo que me dijo era que estaba prohibido tener ropa puesta en la playa. Solo se podía poner gente ropa al momento de salir y como yo acababa de llegar tenía que hacer exactamente lo opuesto. De repente dejé de mirarlo como lo estaba mirando y me di cuenta de que había llegado la hora de hacer lo que sabía que tenía que hacer. Asentí y le dije que entendía pero él no se movió. Me seguía mirando. Pasó un minuto o tal vez menos, pero se sintió como una eternidad, hasta que por fin el salvavidas se retiró y me dejó “solo” para hacer lo que tenía que hacer.

 Por el lado de que alguien me viera, era ridículo pensarlo: estaba rodeado de personas por todos lados. Lo bueno fue que pude darme cuenta que a ninguno parecía interesarle verme a mi, estaban demasiado ocupados divirtiéndose entre ellos o tomando el solo o haciendo cualquier otra cosa. Como en otras ocasiones en mi vida, había sobreestimado la cantidad de atención que me podrían prestar. Al fin y al cabo que para ellos yo era solo uno más en esa playa, en un día de todo el año.

Así que sin pensarlo mucho, me quité los zapatos deportivos que tenía puestos y luego las medias. A estas últimas las metí en los zapatos después de sacudirlos para quitarles la arena y los guardé en mi mochila. Después le tocó a mi camiseta, que doblé rápidamente y metí en la mochila también. Solo me quedaba quitarme el traje de baño, que me había puesto en mi casa sin razón aparente pues sabía que iba a un lugar donde los trajes de baño no tenían mucho sentido.

 Me puse de pie y lo hice sin miramientos. Cuando estuvo la bermuda en mi tobillos, la tomé y la doblé de manera impecable y la metí en la mochila. De ella saqué entonces mi toalla y mi celular, mi arma infalible para fingir que estaba leyendo algo o haciendo algo que no fuera ponerle atención a otros bañistas. También servía para no concentrarme en mi propia desnudez pública, cosa que, me di cuenta al instante, no me molestaba para nada. Es más, me sentía cómodo.

 Me puse a leer un articulo de verdad en el celular y cuando estaba muy concentrado sentí de nuevo la presencia de alguien cerca de mí. Voltee a mirar y me di cuenta que era uno de los amigos que había hecho la noche anterior. Era italiano y tenía los ojos igual de brillantes que el salvavidas. Nos saludamos de mano. Me dijo que acababa de llegar y que podía ser que sus amigos no vinieran pues estaban muy cansados. Empezamos a hablar de todo un poco, de lo que no hablamos la noche anterior.

 Pasadas las horas tuve que ponerme bloqueador solar pues los rayos del sol parecían potentes. Nos ayudamos mutuamente en esta labor con mi nuevo amigo. Sí, era algo un poco extraño pero la verdad no más que la vida común y corriente.


 Más tarde nadamos un poco e incluso jugamos cartas. Perdí casi todas las veces pero fue divertido. Cuando fue hora de irnos, decidimos ir a comer algo juntos. Mientras nos poníamos la ropa, sin embargo, me dijo algo que no esperaba: “Me gusta tu cuerpo”. Mi cara estuvo roja todo el resto del día.

miércoles, 15 de junio de 2016

Las pequeñas cosas

   La gente no sabe nada. La gente no tiene idea de lo que significa algo para alguien más, de lo que algo insignificante puede simbolizar para alguien que no tiene tantas cosas alrededor. Puede que sea cierto el hecho de que, en el mundo de hoy, se le ponga atención a un montón de cosas que la verdad no tienen nada de importancia. Pero así son los cambios, así son las nuevas olas que vienen a reordenar todo lo que no estaba bien ordenado. Porque las cosas que son estables y que tienen sentido no tienen porqué cambiar con el tiempo. Eso es evidente.

 No sé de qué estoy hablando y al mismo tiempo siento algo de rabia. Me siento un poco susceptible, tal vez por el virus que tengo en el cuerpo. O tal vez sea porque estoy solo y me siento solo y todo me hace sentirme cada vez peor. Siento que me atacan de un lado y de otro, siento que no quieren dejarme un piso sobre el cual caminar y es entonces que me pregunto: ¿que fue lo que hice?

 Sinceramente no sé que hice, a quien, como o cuando. No tengo la más remota idea si es eso o es que tengo complejo de persecución y en verdad no ha pasado nada como eso. Tal vez soy solo yo que creo que todos vienen por mi pero tal vez la realidad de las cosas es más evidente y recurrente de lo que pienso en primera instancia. Tal vez no se trata de nadie más sino de mi. Es decir, estas cosas pequeñas que me afectan tanto puede que sean mi culpa, incluida el virus que tengo.

 Ya me está doliendo la cabeza de nuevo, un poco detrás de los ojos. Me duele al tragar y también me duele el cuerpo, los pies y todo lo demás. Sin embargo cocino y hago ejercicio, trato de no encerrarme y hacer nada pero creo que podría ser una buena opción si las cosas siguen como están. Esas cosas pequeñas, eso que va pasando poco a poco, va rompiendo lentamente la resistencia de las personas, como las olas del mar rompen los obstáculos que les ponen.

 No puedo pensar bien. Ni siquiera sé si tiene sentido lo que estoy pensando. No sé si alguien me persigue o si todo es culpa mía. La verdad no tengo problema con que todo sea culpa mía pues no me sorprendería tampoco. No soy tan importante como para que alguien me siga y quiera destruirme. Soy tan insignificante que me daría risa que alguien se dedicara a destruirme a mi cuando hay mejores rivales.

 Me duelen los oídos también pero eso es porque me los tapo para dormir. No soporto el ruido de la gente en la mañana y no me gusta que me nieguen el derecho a dormir. Ya tengo suficiente con no poder dormir yo, no necesito que nadie empeore esa situación. Tal vez la falta de sueño tenga que ver con todo esto. Tal vez deba dormir más…

 Pero eso hice ayer. O traté de hacerlo, al menos. La verdad es que no cambió nada. Da igual si duermo o no, si me pongo sobre mi cabeza o me siento a no hacer nada. Parece que no hay cambio pero sin embargo las cosas pequeñas sí cambian y me saca de quicio. Me duele un poco y lo reconozco pero como no sentirse mal por algo que ha estado ahí por tanto tiempo y ahora ya no existe. Es una lástima completa.

 Antes tenía un lugar al cual acudir cuando me sentía mal, cuando quería que me subieran el animo. Después pasé a otro y ahora tampoco lo tengo. Creo que son lugares comunes que necesito, en los que me siento cómodo. Pero ya no. ¿Como sentirme cómodo de donde me echan? Eso no tendría ningún sentido. Creo que me he quedado sin ese rincón que solía necesitar o tal vez todavía necesite. Creo que ya no lo tengo y no sé si todavía me importa, es muy pronto para saberlo.

 Lo que más me preocupó, de entrada, fue recuperar todo lo que había construido. Al menos sé que eso, parcialmente, está a salvo. Y digo parcialmente porque no es por completo. Algunas palabras se han perdido, algunas conexiones que existían y ya no están. Ya no volverán a ser y se habrán perdido para siempre. No creo que importe pues esas cosas cambian todos los días y no se mantienen estables jamás, a lo largo de ninguna de nuestras vidas.

 Tal vez le estoy dando demasiada importancia pero no lo sé. Como acabo de decir, apenas lo estoy procesando. Apenas estoy asimilando que hay una parte de mi que está furiosa, hay una parte de mi que tiene rabia. Pero también quiere volver a comenzar, quiere volver al ruedo y reiniciarlo todo de nuevo.

 Pero de eso no estoy seguro. Yo no soy como aquellos que dicen que si fallas una vez lo intentes una y otra vez hasta que aciertes. A mi eso me parece una tontería. Si solo fallas una vez e intentas de nuevo y vuelves a fallar, es hora de salirse del camino y dejar que atropellen a alguien más. Me parece que es lo más sensato que se puede hacer. Hay que saber rendirse en algún momento, saber cuando parar.

 Y creo que esta es una de esas oportunidades que me gritan: “¡Para!”. Y creo también que es hora de escuchar. Al menos por ahora no tendré el mismo empuje, las mismas ganas de hacer las cosas, de ir por ellas y de mostrarme orgulloso ante todo. Ya lo he hecho y lo único que ha respondido el mundo es que no le interesa en lo más mínimo lo que yo haga o lo que no haga. Al mundo no le importo pues somos demasiados y no tendría el mínimo sentido.

 Eso no significa que no haya gente a la que le importe. Claro que la hay. Pero todos sabemos que eso casi nunca es suficiente, siempre queremos más y más. Incluso yo, que no me considero una persona con ambición, quisiera que algo más de gente me apreciara o viera cosas en mi que yo no haya visto, con en las películas. Pero esas películas son inventos, son bonitas ilusiones que no reflejan nada la vida real de las personas. Son artificios que sirven solo para distraernos de nuestras aburridas vidas reales.

 Creo que por eso me gusta el cine. Porque me gusta sentirme engañado y hay engaños que son muy efectivos y saben llegar directo al alma. Algunos están tan bien hecho que es un placer contemplarlo y disfrutarlo, solo o con compañía. Yo casi siempre lo he hecho solo pero en ocasiones también con otra gente y, en esos caso también, las expectativas pueden variar bastante. En fin, todo el mundo es distinto.

 Por eso a algunos les dará igual lo que me pasó hoy a mi. Es ridículo despertar y ver que una parte de tu mundo, una pequeña parte, ha cambiado y las consecuencias que eso tiene para todo tu pequeño planeta, para las tontería que crees y en las que no crees nada, lo que piensas y lo que no y todas las variables que existen. Es todo un chiste que muchas veces no tiene la mínima gracia. El punto es que no es lo mismo para todos, de eso estoy seguro.

 Algunos caminarán derecho y pensarán: “¿Bueno, y a mi que me importa?” y seguirán su paso firme hacia delante, como siempre. Para otros será el fin del mundo e incluso derramarán lágrimas y se echaran a morir durante un tiempo sobre sus camas o en el mismo suelo. Tendrán recuerdos claros con esas pequeñas cosas y los tendrán en la mente como una de esas películas, pero con un guión todavía mucho más dramático y mucho menos pulido e interesante.

 En mi cabeza no sé qué pasa. El dolor de garganta que tengo hace una semana tiene la primera fila pues parece que se le da la gana de irse y eso me da miedo de verdad. Me pone a pensar como un loco y no quiero ponerme a pensar porque puedo llegar a conclusiones alarmistas que ahora mismo no me sirven de nada.


 Y además está todo lo demás, todas las otras cosas en las que tengo que pensar por estos días, por estos tiempos, y la cabeza no me da para tanto. Las pequeñas cosas son una patada fuerte en mi zona más vulnerable pero son cosas que pasan y que el tiempo se lleva como cuando se barren el polvo de la casa. Todo es polvo en esta vida, incluidos nosotros. Así que, sea o no sea nada, debo seguir porque me toca.