Mostrando las entradas con la etiqueta sentir. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta sentir. Mostrar todas las entradas

viernes, 10 de junio de 2016

El jarabe

   El jarabe que me había dado el doctor tenía un sabor horrible. No era algo sorprendente ya que prácticamente todos los jarabes sabían horrible, no importa de que sabor se supone que sea. Este era para mi garganta, pues la tenía bastante gastada por culpa de la gripa. Por un par de días no había podido hablar del dolor y el jarabe fue como magia para mi cuerpo, pues ya al otro día podía hablar con normalidad. Decidí ser juicioso y tomarme la cucharada que debía tomarme cada tantas horas sin falta. No deseaba quedarme con ese horrible dolor toda la vida.

 Lo malo de todo era que tenía que seguir trabajando, haciendo cosas para ganar al menos un poco de dinero para seguir viviendo. Mi trabajo consistía en moverme de un lado al otro de la ciudad, vendiendo productos por catalogo a quienes lo solicitaran. Internet hacía la mayoría del trabajo pero había quienes preferían hacerlo con un ser humano porque así podían hacer preguntas que serían respondidas al instante. Y la gente siempre tenía muchas preguntas.

 Cuando iba por la mitad del jarabe, tuvo que visitar a una señora mayor al otro lado de la ciudad. La casita en la que vivía no era nada muy especial por fuera. Sin embargo por dentro era como entrar en un museo de hace cincuenta años. Todo estaba perfectamente conservado pero nada de lo que había por ahí era actual. Lo único que contrastaba con el diseño general era el celular que la mujer cargaba en la mano.

 Tuve que llevar mi tableta electrónica para mostrarle a la mujer los productos. Mientras ella veía lo que había, me contaba de su hija la psicóloga, quien era la persona que le había recomendado el servicio. Me hablaba de ella como si yo la conociera y francamente no tenía idea de quién me estaba hablando. Debía ser que otro vendedor se había encargado de ella o que pedía por internet y la señora no entendía muy bien lo que eso significaba.

 Le tuve mucha paciencia. De hecho, estuve toda la tarde allí, esperando a que mirara cada una de las secciones del catalogo, incluso aquellas que obviamente a ella no le interesaban, como la de los juguetes o la de aparatos electrónicos. Me sirvió leche entera, que no puedo tomar porque soy intolerante a la lactosa, y varias galletas de avena que parecían hechas por ella misma.

 Las galletas me las comí despacio pues estaban algo secas y tuve que pedirle agua para poder comerlas. Le expliqué lo de la leche pero la señora no entendía nada de la lactosa y de las horribles cosas que me pasarían si me ponía a tomar leche. El caso es que me dejó servirme un vaso de agua en la cocina. Aprovechando, me tomé mi cucharada de jarabe ahí mismo.

 Esa jugada no fue la más inteligente. Siempre se me olvidaba que el medicamento me daba un sueño tremendo, una sensación debilitante bastante desagradable. Era como si me curar a partir de la destrucción de todo lo que era mi ser. Cuando me preguntó sobre el tipo de madera que habían usado para la tapa de un piano, yo ya estaba medio dormido, con la sensación de tener la cabeza inflada y llena de humo. Le respondí a partir de mi memoria y miré el reloj. No era tan tarde como creía pero tampoco tan temprano como para no irme.

 Le pregunté a la mujer si podíamos seguir otro día y ella me dijo que le parecía lo mejor. Sin embargo, me pidió que le repitiera lo que había pedido para asegurarse de no haber pedido algo innecesario y también para saber si se le había olvidado algo. Fue el momento más complicado de mi vida. Me sentía peor que borracho, me sentía a la merced de cualquier persona. Como pude, fui diciendo uno a uno los nombres de los productos que había ido anotando.

 Me esforzaba por pronunciar bien cada nombre, por no equivocarme y parecer un idiota. Sentí que el tiempo se dilataba y que cada palabra que salía de mi boca tomaba años para salir en verdad, como si fuera un truco de magia muy lento. Al terminar miré a la mujer y, como yo la veía, parecía calmada y no del todo extrañada por mi comportamiento. Mientras ella pensaba si faltaba algo, tomé más agua.

 Cinco minutos después estaba en la puerta, despidiéndome con un apretón de manos que de pronto fue muy fuerte. No se me podía pedir que controlara la fuerza en ese caso. Me sentía muy extraño y lo único que quería era volver a mi casa. Creo que tuve un ataque de pánico apenas estuve en la calle y tuve la suerte de no estar en un sitio concurrido ni nada por el estilo. Sentía mis dientes castañar y el sonido de mis rodillas al temblar.

 Decidí respirar profundo y caminar hacia la avenida, que no quedaba muy lejos de allí. Eran solo dos calles. Esa era mi primera misión. Ya después habría otras pero lo importante era ir paso a paso. Así que puse un pie frente al otro y empecé a caminar hacia la avenida. El mundo no se quedaba quieto, me daba vueltas y tenía unas ganas terrible de vomitar. Era la primera vez que el jarabe me sentaba así de mal.

 Tal vez había sido la mezcla con la galletas de avena viejas o ese sorbo que había tomado de la leche a petición de la mujer. Era ofensivo cuando alguien no creía que uno supiera sus propios gustos. Era algo insultante pero tuve que concederle el deseo a la anciana para que mi tiempo allí terminara lo más rápido posible.

 Cada paso lo daba como si sus pies fueran de plomo. Los exageraba mucho para poder sentir que estaba avanzando. Muchas veces me pasaba que creía haber caminado y de verdad no me había movido del mismo sitio. Era algo horrible pero eso al menos me había pasado en casa un domingo, cuando había tomado el jarabe y me habían dado ganas de ir al baño. Lo único terrible de esa historia es que tuve que cambiar las sabanas cuando recobré mi estado mental normal.

 Cuando por fin llegué a la avenida, tomé aire y respiré intranquilo. Sentía que sudaba frío, que las gotas me resbalaban por la nuca y por las sienes. Traté de no mirar a nadie a los ojos pero fracasé olímpicamente. Caminé hacia una parada de bus cercana y sentí como todo el mundo me miraba a mi. Me miraban de arriba abajo como si fuera un monstruo caminando suelto por ahí. Yo no mantenía la mirada con nadie y solo miré la calle, esperando que apareciera un taxi pronto.

 Jamás me subía a los taxis en mi ciudad. Los conductores eran groseros y no tenían ni idea de manejar. Además, cobraban como si estuviesen llevando a la reina de Inglaterra y no a mí, un pobre diablo que apenas y tenía un trabajo con el cual poder seguir viviendo de manera más o menos decente. Mantuve la mano arriba mientras pasaban los carros y por fin paró uno. Lo miré y, aunque la imagen era brillante, supo que sí era un taxi. Me subí con torpeza a la parte trasera y el conductor arrancó.

 Me preguntó para donde iba pero yo no podía hablar de inmediato. Necesitaba recuperar mis fuerzas. Sin embargo hice el mayor esfuerzo y dije algo que no supe que fue pero al parecer sí había sido mi dirección porque el hombre no volvió a preguntarme nada. Sin embargo, no confiaba en mí mismo así que saqué mi celular y busqué mi nombre. Tenía escrita mi dirección por si se me perdía el aparato alguna vez, aunque ningún ladrón devuelve nada en estos tiempos.

 Le mostré la dirección al hombre y creo que asintió. En el asiento trasero de ese taxi me sentí morir. Quería llorar y gritar y patear y hacer otro montón de cosas porque me sentía débil y a punto de perder el conocimiento. El viaje parecía no parar y yo miraba por la ventana y hacia delante moviendo las piernas con desespero, cruzando los dedos porque parara ya.

 Cuando por fin lo hizo, me enredé sacando dinero y creo que le di más de lo que era. No me importó, no en ese momento. Salí a la calle con mi maletín en una mano y mi celular en la otra. Caminé derecho y descubrí que sí estaba en mi edificio. Minutos después la ropa estaba por el piso y yo estaba metido en la cama temblando.


 ¡Maldita medicina! Y yo no decía nada porque la porquería sirve y, ¿qué sentido tendría quejarse de lo que sirve?

miércoles, 18 de mayo de 2016

Incompleto

   Cuando me di cuenta, no estaba. Nunca supe en que momento se fue. Aunque, técnicamente, jamás estuvo ahí. Jamás lo tuve así que no puedo decir que extraño algo que ya no está. A veces pienso que podría adivinar como se siente estar completo, como se siente tenerlo, pero la verdad es que es solo una suposición. Lo más probable es que la sensación sea muy distinta a la que yo conozco, pues cuando no has experimentado o vivido algo, es muy difícil imaginarlo correctamente.

 Casi nunca pienso en ello. No es porque haga un esfuerzo consciente por no hacerlo sino porque simplemente no lo hago. No tengo nada mejor que hacer ni más interesante, pero es de esas cosas en las que uno no piensa pues son hechos y los hechos es muy difícil ponerse a discutirlos. Cuando las cosas son de una manera determinada, no sirve de mucho ponerse a pelear y quejarse. Lo mejor es hacer las paces con esa realidad o, como yo he hecho, no pensar en ello.

 Me ha funcionado bien porque, como no está en mi mente, simplemente no puede hacer daño alguno. Pero de vez en cuando, se me cruza por la mente esa ausencia y me hace sentir de muchas maneras. Un poco tonto porque no entiendo como me puede afectar algo que se me olvida con tanta frecuencia pero también muy sensible. Es difícil tener que confrontar hecho, tener que darse cuenta que las cosas son de una manera y que no van a cambiar, no importa lo que hagas.

 Por eso creo que supongo que prefiero cuando no me acuerdo de nada. No me hace daño de esa manera y es la mejor vía para tratar de aceptar mi problema. No importa si fallo una y otra vez porque ahí seguirá al otro día o en la siguiente ocasión que me acuerde que está ahí. No es algo en lo que pueda fallar por que no cambia nunca, ni para bien ni para mal, así que no tengo porque temer mis enfrentamientos con ello.

 Sucede seguido cuando estoy a punto de dormir o apenas despertando. Son esos minutos en los que estás más alerta o más sensible, en los que te das cuenta que hay algo que falta o que sobra, dependiendo del caso. En esos momentos uno está más consciente de todo lo que lo rodea, sea lo que eso sea. Mi cerebro trabajo a cuatro mil por hora, pensando y pensando, reordenado cosas como si sirviera de algo.

 El cerebro nunca se cansa de intentar, de crear soluciones para problemas que no son tal o evitando los problemas que sí son potencialmente peligrosos. Supongo que eso va a en cada quién y en como nos asumamos frente a las dificultades que se nos pueden presentar en la vida. Obviamente no todos reaccionamos igual frente a los mismos problemas.

 Aquellos que son de esta naturaleza, sin embargo, son siempre más frontales. Como decía antes, son hechos y los hechos son cosas que no cambian o que solo cambian con una voluntad o un acto físicamente increíble. De resto, siempre serán hechos como que el cielo es azul o que las nubes flotan en el aire. Son cosas que son así. ¿Podrían cambiar? Seguramente. Pero no es probable. Así pienso yo en las cosas. Si son fáciles de cambiar o si son simplemente imposibles.

 Detesto escuchar sonidos en la mañana, me saca de quicio. Lo mismo con las luces brillantes. Me parecen casi insultantes cuando no he acabado de despertarme, como ahora. Menos aún cuando trato de escribir sobre algo que me incomoda y sobre lo que la gente no quiere saber. Porque, al fin y al cabo, es algo que no le importa a nadie. Es de esos hechos, como decíamos, que solo me afectan a mi y a nadie más así que no tendría porque confesarlo como si fuera algo trascendental.

 Pero supongo que esa es la cosa con mucho de lo que sentimos y por lo que pasamos, no se trata de si a alguien más le importa sino si a nosotros nos parece relevante en nuestras vidas. A cada uno le parece importante algo distinto. Por lo mismo, no hay nada que sea poco importante o demasiado importante pues las prioridades de cada persona son completamente diferentes. Es como los gustos en colores o en ropa: no importa las diferencias, todo es válido.

 Pero creo que me estoy alejando un poco del tema y no es que sea algo difícil porque nunca es fácil hablar de uno mismo. Hablo de que hay algo que me falta y siempre me ha hecho sentir incompleto pero solo cuando me pongo a pensar en ello, cuando dejo todo por lo que camino en la vida y estoy vacío mirando a la nada. Es entonces que esa vieja preocupación, esa molestia, entra a mi cerebro.

 En principio, puede pasar cuando uso las manos. En la ducha era frecuente pero ahora me doy cuenta que ya no lo es tanto. Cuando vives poco satisfecho con tu apariencia física, todo es un problema entonces no hay nada que resalte más que lo otro, al menos no con frecuencia. Pero las manos, o mejor dicho la piel, es ese órgano que no puede mentir y que te hace pensar casi de inmediato.

 No por nada se usan las manos para revisar el mismo cuerpo y determinar si hay algo malo en alguna parte o no. Esas mismas manso sirven para explorar otros cuerpos y, al fin del día, sirve para sentir y sentir es lo mejor que tenemos en la vida. Es el sentido más completo, más real, y aquel que nos hace ser nosotros. Si no pudiésemos sentir, nada tendría el más mínimo sentido.

 Lo he investigado varias veces. Nunca he ido a un médico porque creo que no vale la pena. El médico no va a dar una solución de la nada porque no es algo que se solucione así como así. Supongo que por eso se le llama un síndrome y no una enfermedad o una condición. Un síndrome es algo mucho más permanente, algo que no tiene reversa y que es bastante difícil de deshacer. Es cuando la naturaleza ha hecho que ni siquiera los seres humanos pueden o incluso quieren arreglar.

 Creo que lo mío se podría arreglar. Requeriría una operación, o varias, y mucha piel extra. Seguramente cortarían partes de mi trasero o de mi brazo o no sé de donde para tener piel suficiente para recubrir lo nuevo que tendría encima. No puedo ni imaginar lo extraño que eso sería, lo poco natural que podría verse o sentirse. Ni siquiera sé si semejante procedimiento sea posible porque estamos hablando de músculos y los músculos están todos conectados.

 ¿O es que acaso la tecnología ya está tan avanzada que ha logrado conectar musculo y todo lo demás? Si así es, que me anoten para una de esas y para una operación para crecer unos cuantos centímetros. A eso no se le llama síndrome pero sí que es un problema que no tiene solución. Supongo que mucha gente nunca habrá vivido con la sensación de que son muy pequeños a comparación a los demás así que no tienen ni idea de cómo es.

 El punto es, que a veces me he sentido menos hombre, menos deseado, menos querido y menos buscado incluso por el hecho de que a la naturaleza, por alguna razón, no se le dio la gana de completar el trabajo que tantas veces había hecho. No sé cuantas veces pasamos en no sé cuanto millones. El punto es que no es frecuente y menos de la manera en la que está todo pero así es y así son las cosas.

 Siempre he pensado que es como esas armaduras del Imperio Romano, en las que el pecho no estaba cubierto por completo sino solo parcialmente. Caso siempre pienso en eso cuando recuerdo lo que no tengo. Es como si ellos también hubiese tenido el mismo problema y hubiese pensado en esa solución, como si los soldados no debieran salir sin esa protección a la batalla.


 Por alguna razón me falta un musculo pectoral, el derecho. Mi mano y mi brazo son normales así como el resto de los músculos de esa zona. Pero allí faltó algo, algo que no está, que no existe y que tal vez nunca vaya a existir. Algo que me hace poco frecuente en la naturaleza pero también me pone en desventaja en un mundo en constante lucha por lo superficial, por lo físico. Soy un hombre incompleto, al que se le olvida muy seguido.

lunes, 2 de mayo de 2016

Siempre el ruido

   Siempre el ruido, el incesante ruido que nunca terminaba. Barcelona era una ciudad que solo se callaba cuando le daba la gana pero nunca cuando yo lo necesitaba. Nunca estaba callada a mi alrededor, cuando necesitaba descansar o quería pasar un rato alejado de todo. No. Siempre estaban los ruidos de personas que simplemente no les importaba un rábano los demás. No puedo generalizar y decir que sea algo común al lugar, pero la verdad es que estoy casi seguro de que es así.

 Por un tiempo, un par de días de hecho, estuve particularmente sensible a todos esos sonidos. Sentía la cabeza palpitar sobre mis hombros y todo lo que quería era quedarme en la cama y nunca salir. Quería apoyar la cabeza en la almohada y estar allí hasta la tarde, cuando me diera hambre o necesitara ir al baño. Pero, por supuesto, eso no pasó. El ruido una vez más me hizo abrir los ojos y dañó cualquier plan que tuviese para seguir en la cama todo el día, atendiendo a mi dolor.

 Yo creía que teníamos ese simplísimo derecho de hacer lo que se nos diera la gana con nuestra vida, cuando lo decidiéramos. Pero allí eso no parecía ser un factor. Parecía que lo más importante era cuando los demás pensaban que era hora de hacer algo o de que no hicieses nada. Porque también estaba lo exactamente contrario. Cuando me ponía activo y quería tener un día con buen rendimiento y productivo, las idioteces de los demás se cruzaban siempre de alguna manera, fuese como sonidos o con acciones.

 Esa vez me enrollé lo que más pude en la cama y traté de aguantar el mayor tiempo posible. Estaba usando tapones en los oídos e incluso así escuchaba todo, sus tosidos, la maldita ventana que alguien nunca cerraba bien, el ruido que hacían en la cocina haciendo desastres y no limpiando ni un milímetro de nada… ¿Era mucho pedir tener algo de paz, algo de tranquilidad por un minuto?

 Al parecer sí lo era y por eso ese día opté por dejar de engañarme y abrir los ojos y no encender la luz sino quedarme allí, tratando de anular la realidad que había a mi alrededor. Me imaginé, por un momento, que estaba de vuelta en mi verdadero hogar, en mi cama. Era algo fría por la cercanía de la ventana, pero increíblemente el ruido era menor. ¿O no lo era?

 No sé si estaba idealizando mi casa y me estaba engañando, inventando algo que no existía. Entonces cambié de pensamiento y recordé uno hotel en el que había estado recientemente. Y otro antes de ese. Había dormido tan bien en ambos, por varias horas y desnudo, como dormía más en paz, que terminé cerrando los ojos y durmiendo unos minutos más, a pesar del ruido que nunca paraba en la maldita Barcelona.

 Más golpes de puertas, siempre quejidos y música horrible y la maldita luz del pasillo que me golpeaba como queriendo decirme: “No eres bienvenido”. Creo que nunca olvidaré que nunca me sentí en mi lugar y, de pronto por eso, siempre tuve una parte de mi ser que nunca estuvo allí completamente. Incluso así seguí en la casi oscuridad, y traté de imaginar ahora mundos inventados, lugares que no existían y que serían mucho mejor que ese molesto y sucio apartamento.

 Por supuesto, casi siempre que imaginaba un lugar perfecto donde vivir, me lo imaginaba con algún chico con el que pudiese vivir en esos lugares. Normalmente pensaba en hacer el amor en lugares fuera de la habitación principal y eso ayudaba a hacer una verdadera imagen del sitio que estaba imaginando. Era como ver una película pero en vez de seguir la historia, me ponía a ver los decorados y todo lo que estaba alrededor, que parecía más fascinante porque le podía dar mayor detalle.

 Una vez imaginé una casa y no me suelen gustar mucho las casas. Esta era enorme, con una cocina grande e inmaculada, una sala de estar con mucha luz y afuera un jardín con perro incluido. En el segundo piso estaba la habitación que también recibía mucha luz y dentro de ella un baño en el que se podía pasear. No era nada apretado y daba la sensación de vivir con alguien que apreciaba esos mismos detalles de la vida, incluyendo el orden y la limpieza, que siempre me han obsesionado tanto.

 No entiendo, ni voy a entender jamás, como alguien puede vivir una vida desordenada y sucia, como si tuvieran algo mejor que hacer que  mantener algo de orden en sus vidas. Hay gente a la que visiblemente le da pereza tener sus cosas limpias o que al compartir le importa un rábano lo que reciban los demás. Es un concepto muy feo de la vida en comunidad, que dice mucho de quienes son las personas y el tipo de educación que han recibido.

 Yo siempre he sido limpio y ordenado porque creo que es la única manera de darle importancia a las cosas que de verdad son importantes en la vida. Cuando te quitas de encima pronto cosas como arreglar el cuarto o tirar la basura o mantener el baño en condiciones higiénicas, creo que da más tiempo para pensar en cosas importantes como la educación o el trabajo o el amor o el entretenimiento.

 Ese día di algunas vueltas más en la cama, hasta que me di cuenta que no iba a poder dormir más. Mi dolor de cabeza persistía y ahora me daba cuenta que mi garganta se sentía seca y que pasar saliva dolía bastante. ¿Sería el frío de la noche o algún virus que había recibido de haber estado encerrado por tantos días en mi habitación?

 Porque a diferencia de mis compañeros que salían todos los días, con billeteras infinitas tengo que asumir, yo no tenía ni los fondos ni las ganas de vivir una vida social muy activa. Cuando lo intentaba, siempre había algún muro contra el que me estrellaba, que normalmente tenía que ver con la gente. Unas veces intentaba conocer mejor a las personas y las personas simplemente bloqueaban el paso y así no hay manera de conocer a nadie. Otras veces era yo que no estaba de humor y no preguntaba más de la cuenta para no hacer pensar que estaba interesado.

 Lo raro era cuando sí estaba interesado, o lo fingía muy bien, y de todas maneras la gente no quería hablar. Y luego me decían que no era muy sociable. Nunca lo entendí y sigo sin entenderlo. No, no soy muy sociable pero lo he intentado muchas veces y siempre me estrello contra gente que dice una cosa pero actúa de otra y eso me saca de quicio. Tal vez por eso prefiero conservar mis amistades como están y no quiero hacer amigos nuevos porque, ¿para qué? Si no los voy a volver a ver nunca, no tiene sentido.

 Ya pasé, hace un tiempo, por esa etapa en la que los amigos parecen fundamentales. Y durante esa etapa casi no tuve amigos. Así que si sobreviví a eso con escasos recursos, era obvio que iba a sobrevivir unos pocos meses en la misma situación y más aún si no necesitaba de esas amistades. Prefería tomar un libro o ver películas o lo que fuera. Podía tomar cerveza cuando yo quisiera y si necesitaba desahogarme normalmente era de manera sexual, algo con lo que ellos no me podían ayudar.

 Para eso usaba algún desconocido que, a su vez, me usaba a mi. Así que ambos ganábamos o perdíamos. No sé exactamente cual y supongo que depende de cómo saliera todo. El amor es un concepto que solo algunas personas se pueden dar el lujo de pensar y de obtener y no es algo que esté allí todo el tiempo y que se pueda tomar con una mano. El amor es, en esencia, una fantasma que cambia de forma para cada persona que lo ve, si es que lo ve.

 Nunca he visto ese fantasma o al menos no creo que lo haya visto. Si lo he hecho fue en momentos en los que no me servía de nada. Y sí, el amor tiene que servir de algo o sino se muere mucho más rápidamente o, como creo yo que pasa siempre, es que en la mayoría de los casos es solo una mentira que alguien se dice con muchas ganas para no sentirse solo.


 Pero bueno, cada uno con sus cosas. Al fin y al cabo yo estoy aquí, desnudo en mi cama, tratando de calentarme y de tomar aliento para soportar otro día de ruidos interminables… ¡Ahí va otro golpe de esa maldita ventana!

domingo, 17 de abril de 2016

De fondo

  Me dolía la cara de tanto sonreír y las manos de tanto estar aplaudiendo. En mi mente pensaba “solo es un matrimonio”, pero después caía en cuenta que era algo especial para ella, para mi mejor amiga, y por eso era mejor mantener la sonrisa lo que hiciera falta. Obviamente bebí lo que pude, que no era mucho pues ella tenía un padre alcohólico y lo único que ofrecieron fue champaña para los brindis. No sé cómo tuve el valor de ir a las cocinas y conseguir una botella para mí solo. Normalmente me hubiesen dicho que no o algo pero no me dijeron nada. Seguro se notaba en mi rostro que necesitaba el alcohol.

 Por supuesto, fui solo al evento. No iba a mentirme a mi mismo consiguiendo a alguien para que me acompañara cuando jamás había tenido a nadie para ir a celebraciones de ese tipo. Así que estuve solo en la ceremonia religiosa y en la fiesta me sentaron con algunos compañeros de la universidad que no veía hacía mucho. Cuando me di cuenta de ello, me dieron ganas de ahorcar a mi amiga con su velo pero ya estaba lejos, en su mesa especial con sus padres y su esposo, así que mi momento había pasado y tuve que resignarme.

 Lo bueno fue que se aburrieron ellos primero que yo. Solo se puede preguntar “¿Qué has hecho?” una cierta cantidad de veces, hasta que se vuelve repetitivo y poco interesante. Y como mi respuesta era mucho menos interesante que cualquiera que pudiese haber tenido, pues nadie preguntó más después de un rato.

 Sin embargo, tuve que escuchar sus largas conversaciones sobre sus planes de matrimonio, sus increíbles trabajos y su emocionante vida social y romántica. Incluso hubo un momento de comentario bastante íntimos y no pude evitar tener que contar con los dedos hacía cuanto tiempo yo había estado sexualmente con alguien. No lo logré contar los meses porque me interrumpían con preguntas que solo buscaban hacerme parte de la conversación, lo que agradecí pero no era necesario.

 Lo mejor de todo tenía que ser la comida. Primero, porque mi amiga se había esforzado en que el menú fuese delicioso y diferente al del resto de las bodas. Y segundo, porque con la boca llena de comida la gente no puede hablar idioteces o preguntarlas. Prefería mil veces cortar mi carne y ver como sabía con los espárragos y una salsa con nombre en francés, que tener que responder qué me parecía la calidad de la televisión hoy en día.

 Comí todo lo que me sirvieron y llené mi plato dos veces en la barra de postres, una idea que yo mismo había plantado en la mente de mi amiga con éxito. Fue allí que me encontré con otro compañero que no veía hace mucho pero solo nos saludamos y sonreímos.

 Esa historia sí era cómica. En una de las pocas fiestas que había ido al terminar la carrera, lo descubrí en un baño teniendo sexo con otro hombre. Otro hombre que yo conocía también porque, curiosamente, había salido con él  hacía un tiempo y pensaba que me había equivocado al verlo en la fiesta. Lo cómico del asunto era que ese compañero de la universidad siempre había sido uno de esos machos cabríos, con una nueva novia cada semestre. Y siempre ellas eran distintas: a veces rubias, a veces morenas, incluso un par de pelirrojas.

 Cuando lo descubrí, solté una carcajada y cerré la puerta del baño. De pronto por eso en la boda se ruborizó tanto y se abstuvo de servirse helado, que era de lo mejor que había. Lo seguí con la vista y solté una carcajada, como entonces, al ver que se sentaba al lado de una mujer muy guapa que lo besaba en la mejilla y le reclamaba por el helado.

 Iba a llenar mi plato una tercera vez con solo macarrones en la barra de postres y fue entonces que me di cuenta que mi amiga estaba paseándose por cada mesa con su nuevo esposo para saludar a la gente y tomarse fotos con ellos. Se veía muy linda pero yo prefería los macarrones. Cogí algunos de paso a la salida y me fui a un jardín del hotel donde estábamos celebrando la unión.

 Allí me comí el primer macarrón, de dulce de leche con sal o algo por el estilo. Después uno de limón y finalmente el de sandía, que era un sabor particular. Entonces me limpié las manos y sacó un cigarrillo de mi bolsillo. Había llegado con tres cigarrillos sueltos porque sabía cuando los iba a usar. El primero ya se había ido mientras se desarrollaba la ceremonia religiosa. Había tengo que salir un momento para fumarlo y alguien que llegaba tarde me había mirado casi con asco. ¡Que descaro!

 El segundo me lo fumé allí, en el jardín del hotel. Casi no esperé para encenderlo cuando ya lo tenía por la mitad. Odiaba fumar, de verdad que lo odiaba. Pero me hacía sentir algo, como una pequeña paz momentánea que me ayudaba en momentos en que mi autoestima no estaba en su mejor momento. Lo consumí rápidamente y entonces pisé la colilla y la tiré en un bote de la basura que había allí, supuse que para aquellos fumadores empedernidos.

 Pero cuando terminé no volví a mi mesa. Me quedé en el jardín y me di cuenta que no me sentía bien, que el sonido y la presencia de tanta gente me hacían sentir mareado. Entonces pensé en las preguntas, en la demás gente, en lo ridículo que me veía con el traje y la corbata puestos y me puse a llorar en silencio. Después, no tan en silencio.

 Me frustraba mucho todo. La gente decía que con esfuerzo se alcanzaba todo pero eso era mentira. Incluso para la gente que se esfuerza mucho a veces no hay recompensar porque, ¿cómo puede haber recompensas para todos? Es algo imposible. Me había esforzado en mis estudios, me había esmerado y ahora había terminado siendo uno de los que atienden en los mostradores de facturación del aeropuerto. Como no había estudiado para eso (había estudiado arquitectura), tuve que ajustarme con rapidez y siempre sentía una rivalidad extraña con los demás.

 Ello siempre comían en un lado y yo en otro, como si tuviéramos doce años o algo así. Creo que no les gustaba la idea de que alguien que no sabía lo que hacía estuviese metido entre ellos. Lo que ellos no sabían era que a mí también me incomodaba pero necesitaba el dinero y habían estado contratando y por alguna razón me eligieron para uno de los mostradores.

 Todo el día debía lidiar con quejas y reclamos y gritos e insultos o con personas que parecían vivir en la Luna porque no entendían nada o con problemas para los que yo no estaba listo y mis compañeros tampoco pero me miraban mal de todas maneras, como si ellos sí supieran resolverlo. Era un infierno. Pagaban mal, era lejos y llegaba exhausto. Pero eso lo agradecía porque no me daba tiempo de pensar mucho.

 Y de mi vida romántica detestaba contestar preguntas y lo mejor era que nadie preguntaba, a nadie jamás le había interesado esa parte de mi. Creo que la mayoría de personas me veía como un personaje extremadamente secundario en sus vidas, como un figurante que no tiene ni nombre en una película pero que de vez en cuando dice algo como para ayudar a la trama. Ese era yo para la mayoría. No interesaba que pensara o que sentía porque era solo parte del fondo.

 Por eso había ido al matrimonio de mi amiga. Al fin y al cabo era la única que se preocupaba algo por mí, aunque sabía que no debía preguntar demasiado pues me podía poner bastante fastidioso con cualquier tema. De verdad estaba feliz por ella pero no pude evitar llorar en ese jardín hasta que me dolió la garganta. Entonces alguien salió y era el tipo de la doble vida. Algo me dijo, pero no sé que fue. Solo me puse de pie y fui al baño más cercano.


 Me limpié la cara lo mejor que puse y la sequé con varias toallas de papel. Mis ojos estaban muy rojos y tenía partes rojas de la piel también pero sabía que no importaba pues se acercaba la parte del baile. Atenuarían las luces y yo bailaría con mi amiga y seguiría sonriendo y saludando hasta que la velada terminara y entonces pudiese volver a mí.