Me dolía la cara de tanto sonreír y las manos
de tanto estar aplaudiendo. En mi mente pensaba “solo es un matrimonio”, pero
después caía en cuenta que era algo especial para ella, para mi mejor amiga, y
por eso era mejor mantener la sonrisa lo que hiciera falta. Obviamente bebí lo
que pude, que no era mucho pues ella tenía un padre alcohólico y lo único que
ofrecieron fue champaña para los brindis. No sé cómo tuve el valor de ir a las
cocinas y conseguir una botella para mí solo. Normalmente me hubiesen dicho que
no o algo pero no me dijeron nada. Seguro se notaba en mi rostro que necesitaba
el alcohol.
Por supuesto, fui solo al evento. No iba a
mentirme a mi mismo consiguiendo a alguien para que me acompañara cuando jamás
había tenido a nadie para ir a celebraciones de ese tipo. Así que estuve solo
en la ceremonia religiosa y en la fiesta me sentaron con algunos compañeros de
la universidad que no veía hacía mucho. Cuando me di cuenta de ello, me dieron
ganas de ahorcar a mi amiga con su velo pero ya estaba lejos, en su mesa
especial con sus padres y su esposo, así que mi momento había pasado y tuve que
resignarme.
Lo bueno fue que se aburrieron ellos primero
que yo. Solo se puede preguntar “¿Qué has hecho?” una cierta cantidad de veces,
hasta que se vuelve repetitivo y poco interesante. Y como mi respuesta era
mucho menos interesante que cualquiera que pudiese haber tenido, pues nadie
preguntó más después de un rato.
Sin embargo, tuve que escuchar sus largas
conversaciones sobre sus planes de matrimonio, sus increíbles trabajos y su
emocionante vida social y romántica. Incluso hubo un momento de comentario
bastante íntimos y no pude evitar tener que contar con los dedos hacía cuanto
tiempo yo había estado sexualmente con alguien. No lo logré contar los meses
porque me interrumpían con preguntas que solo buscaban hacerme parte de la
conversación, lo que agradecí pero no era necesario.
Lo mejor de todo tenía que ser la comida.
Primero, porque mi amiga se había esforzado en que el menú fuese delicioso y
diferente al del resto de las bodas. Y segundo, porque con la boca llena de
comida la gente no puede hablar idioteces o preguntarlas. Prefería mil veces
cortar mi carne y ver como sabía con los espárragos y una salsa con nombre en
francés, que tener que responder qué me parecía la calidad de la televisión hoy
en día.
Comí todo lo que me sirvieron y llené mi plato
dos veces en la barra de postres, una idea que yo mismo había plantado en la
mente de mi amiga con éxito. Fue allí que me encontré con otro compañero que no
veía hace mucho pero solo nos saludamos y sonreímos.
Esa historia sí era cómica. En una de las
pocas fiestas que había ido al terminar la carrera, lo descubrí en un baño
teniendo sexo con otro hombre. Otro hombre que yo conocía también porque,
curiosamente, había salido con él hacía
un tiempo y pensaba que me había equivocado al verlo en la fiesta. Lo cómico
del asunto era que ese compañero de la universidad siempre había sido uno de
esos machos cabríos, con una nueva novia cada semestre. Y siempre ellas eran
distintas: a veces rubias, a veces morenas, incluso un par de pelirrojas.
Cuando lo descubrí, solté una carcajada y
cerré la puerta del baño. De pronto por eso en la boda se ruborizó tanto y se
abstuvo de servirse helado, que era de lo mejor que había. Lo seguí con la
vista y solté una carcajada, como entonces, al ver que se sentaba al lado de
una mujer muy guapa que lo besaba en la mejilla y le reclamaba por el helado.
Iba a llenar mi plato una tercera vez con solo
macarrones en la barra de postres y fue entonces que me di cuenta que mi amiga
estaba paseándose por cada mesa con su nuevo esposo para saludar a la gente y
tomarse fotos con ellos. Se veía muy linda pero yo prefería los macarrones.
Cogí algunos de paso a la salida y me fui a un jardín del hotel donde estábamos
celebrando la unión.
Allí me comí el primer macarrón, de dulce de
leche con sal o algo por el estilo. Después uno de limón y finalmente el de
sandía, que era un sabor particular. Entonces me limpié las manos y sacó un
cigarrillo de mi bolsillo. Había llegado con tres cigarrillos sueltos porque
sabía cuando los iba a usar. El primero ya se había ido mientras se
desarrollaba la ceremonia religiosa. Había tengo que salir un momento para
fumarlo y alguien que llegaba tarde me había mirado casi con asco. ¡Que
descaro!
El segundo me lo fumé allí, en el jardín del
hotel. Casi no esperé para encenderlo cuando ya lo tenía por la mitad. Odiaba
fumar, de verdad que lo odiaba. Pero me hacía sentir algo, como una pequeña paz
momentánea que me ayudaba en momentos en que mi autoestima no estaba en su
mejor momento. Lo consumí rápidamente y entonces pisé la colilla y la tiré en
un bote de la basura que había allí, supuse que para aquellos fumadores
empedernidos.
Pero cuando terminé no volví a mi mesa. Me
quedé en el jardín y me di cuenta que no me sentía bien, que el sonido y la
presencia de tanta gente me hacían sentir mareado. Entonces pensé en las
preguntas, en la demás gente, en lo ridículo que me veía con el traje y la corbata
puestos y me puse a llorar en silencio. Después, no tan en silencio.
Me frustraba mucho todo. La gente decía que
con esfuerzo se alcanzaba todo pero eso era mentira. Incluso para la gente que
se esfuerza mucho a veces no hay recompensar porque, ¿cómo puede haber
recompensas para todos? Es algo imposible. Me había esforzado en mis estudios,
me había esmerado y ahora había terminado siendo uno de los que atienden en los
mostradores de facturación del aeropuerto. Como no había estudiado para eso
(había estudiado arquitectura), tuve que ajustarme con rapidez y siempre sentía
una rivalidad extraña con los demás.
Ello siempre comían en un lado y yo en otro,
como si tuviéramos doce años o algo así. Creo que no les gustaba la idea de que
alguien que no sabía lo que hacía estuviese metido entre ellos. Lo que ellos no
sabían era que a mí también me incomodaba pero necesitaba el dinero y habían
estado contratando y por alguna razón me eligieron para uno de los mostradores.
Todo el día debía lidiar con quejas y reclamos
y gritos e insultos o con personas que parecían vivir en la Luna porque no
entendían nada o con problemas para los que yo no estaba listo y mis compañeros
tampoco pero me miraban mal de todas maneras, como si ellos sí supieran
resolverlo. Era un infierno. Pagaban mal, era lejos y llegaba exhausto. Pero
eso lo agradecía porque no me daba tiempo de pensar mucho.
Y de mi vida romántica detestaba contestar
preguntas y lo mejor era que nadie preguntaba, a nadie jamás le había
interesado esa parte de mi. Creo que la mayoría de personas me veía como un
personaje extremadamente secundario en sus vidas, como un figurante que no
tiene ni nombre en una película pero que de vez en cuando dice algo como para
ayudar a la trama. Ese era yo para la mayoría. No interesaba que pensara o que
sentía porque era solo parte del fondo.
Por eso había ido al matrimonio de mi amiga.
Al fin y al cabo era la única que se preocupaba algo por mí, aunque sabía que
no debía preguntar demasiado pues me podía poner bastante fastidioso con
cualquier tema. De verdad estaba feliz por ella pero no pude evitar llorar en
ese jardín hasta que me dolió la garganta. Entonces alguien salió y era el tipo
de la doble vida. Algo me dijo, pero no sé que fue. Solo me puse de pie y fui
al baño más cercano.
Me limpié la cara lo mejor que puse y la sequé
con varias toallas de papel. Mis ojos estaban muy rojos y tenía partes rojas de
la piel también pero sabía que no importaba pues se acercaba la parte del
baile. Atenuarían las luces y yo bailaría con mi amiga y seguiría sonriendo y
saludando hasta que la velada terminara y entonces pudiese volver a mí.
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