No pude contener la risa que se acumulaba
dentro de mi cuerpo. Fue como cuando se agita mucho una bebida gaseosa y está
estalla porque tiene que haber una manera de liberar toda la presión generada.
Así me sentía yo excepto que lo que había generado mi carcajada no era presión
sino un recuerdo de lo más privado que había surgido en el peor momento
posible. Estaba en un entierro, en el entierro de la persona con la que había
compartido ese recuerdo. Más de una persona me miró como si yo mismo lo hubiese
matado o algo peor.
Lo habían matado sus ganas de aventura, su
afán por estar en todas partes haciendo un poco de todo lo que hacían los
demás. Él no podía quedarse atrás, no soportaba vivir una vida sin emociones ni
nada que lo sacudiera de su asiento. El día que lo conocí me di cuenta de ello
pues había acabado de llegar de un viaje de varias semanas por el Amazonas. Le
contaba a todo el que quisiera sus aventuras por el río y por la selva. El
contaba todo como si fuera muy gracioso pero había muchas anécdotas que no
tenían nada de eso. Y sin embargo él se reía de sus propias vivencias.
Le parecía muy chistoso que se hubiese cortado
con una rama y que varias pirañas le hubiera mordido los pies antes de que lo
hubiesen podido sacar del agua. Igual que casi haber pisado una anaconda y
encontrarse con varias criaturas excesivamente venenosas. Él lo veía todo como
una verdadera aventura y parecía ignorar el peligro en cada una de las
situaciones. Cuando lo conocí mejor me di cuenta de que se preocupaba pero sus
ganas de vivir eran mucho más grandes que eso. Quería estar y hacer todo lo que
se pudiera y eso fue lo que me enamoró de él.
Yo nunca fui ni parecido a como era él, tan
lleno de vida y arriesgado en todas sus decisiones. De hecho, yo siempre he ido
a lo seguro en mi vida. Por eso me sorprende recordar que fue él quién me llamó
después de ese primer encuentro. Fue él quien quiso conocerme a mi y creo que
ese es uno de los misterios más grande que jamás podré resolver. No me explico
como alguien como él se interesó en alguien como yo. Y sin embargo empezamos a
salir y nos divertimos mucho. Nuestras personalidades se complementaban bien,
para mi sorpresa.
Cada vez que se iba de viaje a algún lado
o cuando practicaba algún deporte
peligroso, yo le pedía que solo me contara al respecto después de haberlo hecho
todo. No quería que me dijera los detalles antes, no quería preocuparme por él.
Pero cuando no lo veía igual me preocupaba así que todo daba lo mismo. Fue
después de que se fracturara una pierna que me pidió que viviésemos juntos. Fue
la mejor decisión que tomé y tuve la fortuna de poder compartir con él varios
momentos en nuestro lugar común. Fue lo mejor para ambos.
Y ahora esto aquí, tratando de reír todo lo
que puedo en un cubículo del baño para no seguir riendo en mitad de la misa que
su familia ha ofrecido. A él no le hubiese gustado para nada, pues no creía en
lo mismo que ellos pero al parecer eso a su familia le daba lo mismo. Yo
protesté pero mis derechos no eran los mismos, ni para ellos ni para la gente
de la funeraria. Así que mi deseo de algo privado se fue un poco por la borda y
tuve que aceptar lo que viniera con tal de poder asistir.
Lo que me había hecho reír era su sonrisa.
Normalmente nunca hubiese mirado el cadáver porque no creo que ese sea él. Tal
vez fue el envase en el que venía pero la persona que adoré y sigo adorando ha
dejado ese cuerpo hace tiempo y simplemente no está ahí. Sin embargo, me
acerqué de nuevo porque me sentí obligado por las miradas acusadoras de su familia
y amigos, que parecían desafiarme en todo. Nunca les había gustado porque en
vez de atar a su hijo a un solo lugar, lo había dejado ser quien era. Creo que
me culpaban de su muerte.
Cuando vi su cara, maquillada y ligeramente
sonriente, recordé cuando había visto esa sonrisa pícara antes. Por eso se me
salió una carcajada y no pude parar ni estando en el baño. Nadie entendía mis
razones y no tenían porque hacerlo ya que lo que yo recordaba nunca nadie lo
iba a saber o al menos no era muy posible. Esa sonrisa era la misma que me
había dirigido muchas veces cuando hacíamos el amor. Podíamos estar en el
proceso durante varias horas y, en los momentos de descanso, él me dirigía esa
misma sonrisa.
Mi carcajada fue producida por el recuerdo
particular de un día lluvioso, en el que él me dirigió esa sonrisa y traté de
acercarse a mi como si fuera alguna especie de gran felino de la selva. Pero
puso una de sus manos muy cerca del borde de la cama y se resbaló, golpeando su
mentón en la cama y luego resbalando todo hacia el suelo, cayendo de la manera
más graciosa que nadie hubiese caído antes. Esa vez también reí, mientras lo
ayudaba a levantarse. Reí más cuando vi que tenía un ojo morado y varios cortes
en la cara, como si hubiese estado en una pelea.
La gracia del momento duró por mucho tiempo
pues a cada rato tenía que inventar razones para el morado y todas ellas me
hacían reír con ganas. Solo una vez dijo la verdad y la gente pensó que estaba
bromeando, lo que me hizo reír aún más. Algo que me gustaba mucho era que él
siempre me decía que le encantaba mi manera de reír. Me molestaba siempre
preguntando si era una geisha, pues tengo la costumbre de cubrirme la boca al
reír. Eso me causaba más gracia y nos acercaba siempre cada vez más. Creo que
dormimos abrazados todo el tiempo que estuvimos juntos.
En el baño del
cementerio, pude calmarme al fin. Me eché algo de agua fría en la frente y
traté de relajarme lo que más pude. Uno de los lavabos goteaba y se oían los
ruidos sordos de las voces de la gente al otro lado de la pared. Me di cuenta
de repente que no quería estar con ellos, no estaba listo para volver. Y no
porque me fueran a mirar como un alienígena de nuevo, sino porque necesitaba
estar solo. Algo me hacía sentí vacío de pronto, como si me faltara algo.
Obviamente, así era. Fue cuando empecé a
llorar y dejé que mis lágrimas recorrieran mi rostro sin detenerlas. Me sequé
los ojos después de un buen rato, cuando sentía que no podía llorar más, que ya
estaba demasiado débil para seguir drenándome de esa manera. Igual antes ya
había llorado mucho: en el momento en el que me avisaron de su muerte, cuando
tuve que reconocer el cadáver, cuando llegué a casa y sus cosas por todas
partes… No creo que la gente entienda en lo más mínimo como me sentí en aquel
momento y ahora que lo vi de nuevo.
Creo que a él le hubiese gustado que riera en
su funeral. Estoy seguro de que hubiese reído primero y me hubiera besado con
intensidad por hacerlo. Le encanta todo lo que era fuera de lo común, lo que se
salía de las normas de la sociedad. Esa era su razón por haber decidido estar
conmigo. Decía que, aunque yo no lo veía, era la persona más especial que
existía en el mundo porque no era nada común. Decía que mi sonrisa me hacía un
ser único e irrepetible y que no hubiese podido dejar pasar la oportunidad de
estar conmigo.
Yo siempre me reía cuando me decía todo eso.
No le creía ni media palabra pero lo que sí creía era que me quería y yo
ciertamente lo quería a él. Teníamos algunos planes para el futuro. De hecho el
día que iba a regresar de su viaje, íbamos a empezar a buscar opciones para
poder formalizar legalmente nuestra relación. No lo habíamos hecho porque era
muy complicado pero de repente nos dimos cuenta que valía la pena afrontar
todas esas barreras. Con tal de que lo hiciésemos juntos, no había nada que nos
pudiese detener.
Pero él nunca llegó. Y ahora me tengo que
enfrentar a las miradas frías de sus familiares y amigos, de gente a la que
nunca vi en nuestros momentos más felices. Nunca lo vi cuando él me contaba con
emoción todas sus locas vivencias, nunca los vi cuando compartimos nuestras
preocupaciones y vivimos momentos difíciles que superamos juntos. Así que la
verdad no me importa. Que me miren todo lo que quieran pues ellos nunca sabrán
que hacer el amor con la persona que más he querido podía ser otra más de sus
grandes aventuras.