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miércoles, 31 de agosto de 2016

A oscuras

   Las gruesas gotas que lluvia que cayeron esa tarde fueron suficientes para despertarme. Sin querer, me había quedado dormido a la mitad de una película. Tenía las arrugas de la sabana marcadas en mi cara y parecía que ya era bastante tarde, muy tarde para en verdad aprovechar lo que quedaba del día. Por el cansancio particular que sentía todas las tardes, me había perdido de nuevo de la mitad del día. Lo que menos me gustaba del caso es que, en algún punto de la noche, debía obligarme a dormir.

 Me puse de pie, cerré el portátil y me acerca a la ventana más cercana. Afuera no se veía nada. Estaba muy oscuro y solo se oían los constantes truenos y relámpagos que eran algo muy común de estas tormentas. Cada cierto tiempo un trueno iluminaba la noche y marca un espacio por un momento pero después cambiaba de sitio y jamás era lo mismo en toda la noche.

 Caminé en la oscuridad al baño, donde oriné tratando de despertarme por completo pero me di cuenta que, al menos en parte, eso no era posible. No porque estuviese cansado ni nada por el estilo sino porque siempre habían partes y cosas que yo no conocía, pequeñas sorpresas que mantenían siempre ocupado. Intenté usar agua para despertarme y eso fue lo único que funcionó, a medias porque al salir del baño patee sin querer el guarda escobas, lo que me causó un gran dolor. 

 Caminé a la cocina medio cojeando y allí busqué algo de comer pero no había casi nada. Lamentablemente, ninguno de mis clientes me había pagado hasta ahora y sin ese dinero no tenía absolutamente nada. Tomé lo último de jamón y de queso que tenía, sin la mantequilla que me encantaba, y me hice un sándwich con un pan duro que encontré en la alacena. Me dolió la mandíbula después de comer pero definitivamente eso era mejor que aguantar hambre y yo tenía mucha.

 Comí en silencio y a oscuras. No quería prender la luz porque me había quedado dormido en la oscuridad y sabía que mis ojos se habían acostumbrado a esa cantidad de luz.  Si prendía las luces de la casa, sería demasiado para mis ojos y dormir de nuevo sería casi imposible. Por eso me quedé un largo rato en la oscuridad después de comer mi sándwich, pensando sobre todo y nada.

 La verdad, el tema del dinero me tenía pensativo. Normalmente yo pedía un adelante siempre que hacía trabajos para la gente pero esta vez el cliente no había podido hacer eso por mi pero no era suficiente razón para negarle mis servicios. Al fin y al cabo que necesitaba el trabajo. Y ahora estaba terminado y la persona no aparecía. No era la primera vez y no sería la última, no con la gente como es.

 Decidí volver a mi habitación y tomar la billetera. No tenía mucho, más bien casi nada allí. Solo algunas monedas, nada importante. En el cajón en el que guardaba todo, mi caja de seguridad en cierto modo, tenía un billete que había pasado por alto o, mejor dicho, que había dejado para emergencias como un accidente o algo por el estilo. Pero ya que no me había pasado nada en tanto tiempo, decidió arriesgarme. El hambre que tenía era enorme y prefería vivir ahora y no después, si es que eso tiene razón.

 Mi barrio es algo oscuro y las luces de la calle no son muy brillantes, lo cual es perfecto para mi. Salí con mi viejo pero confiable paraguas. La tienda a la que iba estaba en la cuadra siguiente. Tomé una pizza congelada y una lata de mi bebida gaseosa favorita. Además, unas galletas de chocolate para comer en otro momento, tal vez antes de dormir.

 Cuando salí de la tienda estaban cerrando. Era medianoche. Tenía mucha suerte al vivir en un barrio lleno de fiestas y jóvenes en el que el comercio abría hasta tarde. Si no hubiera sido por eso no hubiese podido comer como lo hice después, pasada la una de la madrugada. Caminé alegremente bajo la lluvia con mi bolsita de provisiones y fue al cruzar la única calle que tenía que cruzar cuando pasó lo que debía pasarme por vivir distraído o por estar demasiado contento bajo la lluvia.

 Mi pie derecho, por alguna razón, se deslizó mucho hacia delante. Perdí el equilibrio y caí al suelo, en la mitad de la calle. El susto grande no fue ese sino ver que un carro se me acercaba y paraba justo a un metro o menos de donde estaba yo tirado. Me levanté como pude pero no podía apoyar el pie pues me había hecho daño al apoyarlo mal sobre el piso mojado. El del coche no salió a ayudarme ni nada por el estilo. Al contrario, uso el claxon del vehículo para apurarme.

 Mojado y con dolor, tiré la sombrilla a un lado y me puse de pie como pude. El idiota del coche siguió su camino. Quise darme la vuelta e insultarlo y recordarle a su madre con algún insulto, pero no se me ocurrió nada en el momento. Estaba muy ocupado cojeando para apoyarme sobre el muro de un edificio, recogiendo mi bolsa y mi paraguas del piso.

 Allí me quedé un rato, sin pensar en nada, solo en el dolor que sentía. La puerta de mi edificio estaba solo a unos metros pero no me moví hasta pasado un cuarto de hora. La lluvia me caía encima y se mezcló con mis lágrimas. Mi caída había causado que algunos sentimientos guardados de hacía tiempo salieran sin control. Pero los controlé como pude para poder regresar a mi casa y seguir mi noche.

 Apenas entré en la casa, eché la pizza al horno y la bebida al congelador. Abrí el paquete de galletas y me comí un par, como para que el sabor dulce me ayudara para superar el tonto suceso que había acabado de vivir. Me limpie las lagrimas y me senté en el sofá, pensando que era una tontería pensar en mi soledad solo porque me había caído al piso. Porque cuando me puse de pie en la calle, pensé que hubiese sido ideal estar con alguien para que me ayudara y se compadeciera de mi.

 Pero eso jamás lo había tenido y, la verdad, no era algo que hubiese buscado nunca activamente. Por eso llorar por semejante cosa era tan estúpido. Sin embargo me hizo sentir mal, muy solo y patético. Tenía que admitir que pensaba que todo sería mejor con una persona a mi lado, alguien que no me dejara dormir en las tardes, que pudiese abrazar en las noches, que me acompañara a la tienda y que me ayudara a levantarme del suelo si me caía en la mitad de la calle.

 Había vivido ya muchos años pensando que era algo que no quería, que mi libertad era más importante que compartir mi vida con alguien pero ahora me daba cuenta que una cosa no tiene que ver con la otra. Podía haber optado por un poco de ambos. Hay gente que entiende lo de ser libre y es capaz de respetar eso en la vida de alguien más. ¿Porqué me había limitado tanto? ¿Porqué había hecho que las cosas fueran de un color o de otro en mi vida, cuando no tenía porqué ser así?

 El timbre del horno avisando que la pizza ya estaba lista me sacó de mis pensamientos. La saqué y la puse en un plato. Tomé la bebida y me senté en mi mesa de cuatro sillas a comer casi en la oscuridad. Afortunadamente entraba la luz de otros hogares y del tráfico de la calle, lo que era suficiente para poder cortar la pizza y comer con tranquilidad.

 Mientras comía, me daba cuenta que también había estado solo tanto tiempo porque nadie se había interesado en estar conmigo. Es cierto que había decidido no tener nada con nadie pero tampoco era que rechazara a gente todos los días. De hecho, era muy poco común que alguien me dirigiera un piropo o al menos unas palabras amables, claramente coqueteo. Eso solo había pasado un par de veces en mi vida y ambas cuando era muy joven.


 Creo que la gente ve en mi algo que les asusta, algo que les dice que no es seguro acercarse. Tal vez solo quieren estar un rato e irse o ni siquiera acercarse en primer lugar. No sé que es lo que piensan porque casi siempre siento que no me ven, que soy invisible. Pero no importa. Habiendo terminado mi pizza y mi bebida, vuelvo a la cama con las galletas. Gracias al dolor en mi tobillo, me quedo dormido rápidamente.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Paparazzi

   Trepado como estaba en el árbol, no podía tomar fotografías y al mismo tiempo contestar su celular. Cuando intentó hacer las dos cosas a la vez, la cámara fotográfica se le resbaló de la mano precipitándose al suelo. No se rompió en varios pedazos ni nada parecido. Pero la altura había sido suficiente para romper el lente por dentro. La cámara había quedado inservible. Además, no había podido contestar la llamada que no era nada más ni nada menos que una publicidad.

 Cuando llegó a casa, revisó la cámara por todos lados. A primera visa parecía solo raspada pero el daño interno era severo. Consultó con sus compañeros de trabajo y le dijeron que así ya no podía trabajar y que ojalá tuviese algo de dinero ahorrado para una emergencia de ese estilo. Lastimosamente, Mateo no había tenido mucho éxito con sus últimas fotografías. Por alguna razón siempre llegaba tarde a los lugares donde había famosos o sus fotos no eran elegidas por los tabloides.

 Así es: Mateo era un paparazzi, un cazador de las estrellas. Se dedicaba, todos los días de su vida, a perseguir a los famosos y a los que tenían algo que perder. Su cámara era como su brazo derecho: sin ella no había nada. Se había quedado sin su principal fuente de dinero y eso que siempre tenía problemas para pagar sus deudas. Además no era barato mantener una cámara como esa o tener que ir a todas partes persiguiendo gente. Parecía un trabajo fácil pero no lo era.

 Y eso era descontando el hecho de que había que pelear para que las publicaciones compraran las fotos. No era solo oprimir el obturador sino saber llegarles a ellos con fotos perfectas para utilizar en sus páginas diarias. El pedido que tenían era de locura y por eso el negocio había crecido tanto. Ahora con la cámaras de los celulares y cámaras casi profesionales que se podía cargar con facilidad, el mercado de las fotografías de los famosos estaba cada vez más abarrotado.

 Mateo verificó en su cuenta y todo estaba como ya lo sabía: no tenía dinero suficiente para un nuevo lente, mucho menos para toda una cámara nueva. Además había estado ahorrando para pagar por el préstamo de unos equipos especiales que había alquilado con la esperanza de así poder tomar mejores fotos, sobre todo en la noche y sobre las vallas de las casas de los famosos pero todo eso no había servido de nada.

 Ahora tenía que pagar esa deuda y ni siquiera tenía como utilizar nada de lo que le habían prestado. Desesperado, acudió a otros fotógrafos del medio pero ellos no estaban en una mucho mejor posición. No tenían cámaras para prestar y era obvio que si hubieran tenido igual no le hubieran dado nada. Él era competencia y era mejor si ya no estaba en el negocio.

 La cámara rota se quedó por varios días en su mesa de noche. La miraba todos los días, casi como una sesión de tortura para forzarse a encontrar una solución satisfactoria a sus problemas de dinero. Estaba tan desesperado que había decidido pedirle a varios conocidos que lo conectaran para hacer trabajos con equipos prestados o en cualquier otro trabajo que pudiese hacer mientras solucionaba la situación de la cámara.

 Tuvo que trabajar lavando platos en un restaurante elegante y eso le ayudó para terminar de pagar su deuda. Cada cierto rato debía salir a la calle a fumar para resistir las ganas de mandar todo a la mierda. Para Mateo era un trabajo que había dejado de hacer hace años y además ya se consideraba muy viejo para estar usando esa estúpida manguera para limpiar los platos y la esponja con mucho jabón. Era humillante pero era lo único que había para hacer.

 Mateo nunca había tenido la oportunidad de estudiar. Terminó la secundaria porque el colegio era gratis pero sus padres no tuvieron dinero para darle una carrera. Él trató de estudiar, pagándose todo él mismo, pero solo logró entrar un semestre y ni siquiera pudo terminarlo pues sus obligaciones y las clases se cruzaban con frecuencia y tenía que tener sus prioridades. Había querido estudiar fotografía para ser un artista pero le tocó usar su talento para tomar fotos de gente que muchas veces ni sabía quién era.

 Era una novia la que le había dado la idea un día en el que estaban en su casa y ella tenía una de esas revistas. Mateo supuso que a esos fotógrafos les tenían que pagar bien pues no eran fotografías permitidas y se exponían incluso a ciertos riesgos al tomar las fotos así que se puso a averiguar y pronto encontró varios fotógrafos que le aconsejaron que hacer. Fue cuando sus últimos ahorros se fueron a la cámara que hacía poco se había estampado contra el suelo.

 Lo otro que era frustrante del trabajo en el restaurante, era que mucha gente supuestamente famosa iba allí a que la vieran o a fingir que no querían que los vieran. Desde políticos de dudosa reputación hasta estrellas temporales del canto, muchas veces estaban allí y no faltaba el tonto que iba y les pedía el autógrafo. Mateo no entendía eso de la fama por no hacer nada pero sabía que era algo bueno para gente como él.

 Cuando pensó eso, se dio cuenta de que ya no era fotógrafo y se sintió bastante mal. Para compensarlo, trató de diseñar una manera de tomarles fotos a los artistas sin que se dieran cuenta. Tenía que ser con el celular. O al menos podría grabar sus voces y venderlo a alguno de esos portales en internet que seguro estarían interesados en algo así.

 Pero no hizo nada parecido. Estaba demasiado ocupado tratando de ganar dinero para pagar sus deudas y todavía pensaba que podía arreglar su cámara. Todas las noches la miraba y revisaba el lente y los espejos internos. Siempre terminaba frustrado porque sabía que el daño era demasiado grande y que no tenía como reemplazar nada de ello. Esa cámara le había proporcionado una buena vida. Tal vez no excelente pero había puesto comida en la mesa y le había proporcionado algunas emociones fuertes, lo que siempre era divertido.

 Con ella había tenido que correr detrás de automóviles en movimiento y detrás de parejas que fingían que no sabían que les tomaban fotos. No solo se había subido a los árboles sino también sobre muros e incluso se había disfrazado con barba postiza y toda la cosa para infiltrarse en lugares de los que lo habían echado pero siempre con las fotos a salvo en la tarjeta de memoria que nunca olvidaba de sacar antes de que nadie tuviese la oportunidad de borrarle las fotos.

 Fue entonces cuando cayó en cuenta de que no había revisado si la tarjeta de memoria también se había dañado o si al menos la podía conservar. No sabía que utilidad podría sacarle sin tener un cámara pero de seguro podría hacer algo con ella. Tal vez venderla o esperar a que en algunos meses pudiese tener una cámara más barata o algo por el estilo.

 Sacó la memoria de la cámara y la insertó en su portátil. La tarjeta no podía ser leída por el computador. Se pasó toda una noche, en la que debía descansar para estar alerta en su trabajo en la cocina, tratando de que su portátil leyera la memoria. Parecía que se había dañado de alguna manera porque antes siempre había funcionado a la perfección sin ninguna situación rara.

 Muy tarde en la noche, por fin, el portátil pudo leer la tarjeta por unos segundos. Mateo aprovechó para copiar las pocas imágenes guardadas a su computador antes de que la tarjeta de memoria fallara de nuevo. La mayoría eran fotos desenfocadas o borrosas. Definitivamente nada especial. Era unas cien que había tomado en apenas un par de minutos. Las revisó una a una, con una esperanza que rayaba en lo tonto.


 Y sin embargo, encontró lo que buscaba: una foto limpia, con una definición lo suficientemente buena. Era de la actriz que había estado vigilando y algo interesante se veía en la imagen: otra persona. Y su cara era inconfundible. En una milésima de segundo, había tomado una foto que le podría generar mucho dinero. Sin dudarlo, hizo copias y decidió no ir a trabajar a la mañana siguiente. Tenía algo que vender, la solución a sus problemas.

viernes, 24 de junio de 2016

El domo

   Todos estaban despiertos cuando sucedió. Era muy tarde, o muy temprano, depende de cómo se mire. Pero todos sabían lo que iba a suceder y se habían alistado para ello pues era un momento histórico, un momento clave en sus días que, en algún momento, seguramente querrían recordar y contar a los más jóvenes.

 La gente de las tierras altas salió bien abrigada a la calle o a la mitad del campo. Lo mismo hicieron los de las tierras bajas pero con muchas menos ropa y complicación. Cinco minutos antes, se había cortado la electricidad. La idea era poder ver el suceso así que se había sometido a todos las ciudades y regiones a la oscuridad. Era solo por un momento pero la gente igual estaba preocupada. La oscuridad nunca significaba nada bueno para nadie. Las cosas que pasaban en la oscuridad nunca eran enteramente buenas.

 Pero la gente se sometió porque era lo que querían. No era la idea que la luz de las ciudades, que había aumentado cada vez más en los últimos años, dañara el momento más importante de sus vidas. Por eso las familias se tomaron de la mano y respiraron profundo al salir de casa para encontrar un lugar desde donde pudiesen ver lo que iba a ocurrir.

 Nadie sabía muy bien a qué hora pasaría, así que se habían asegurado de estar pendientes antes. Algunas personas sacaban ollas y hacían fuegos en los parques o los patios de sus casas. Sentían que la espera iba a ser larga pero también que debían celebrar la noche con una bebida caliente o con mucha comida deliciosa. Algunos hicieron café, otros bebidas de frutas e infusiones. Muchos aprovecharon para vender sus productos y así ganar un dinero extra que a nadie le sobraba.

 Al calor del café, esperaron todos por varios minutos. Se desataron conversaciones sobre cómo creía cada uno que sería. Conjeturaron y se imaginaron una y otra vez lo que podría ocurrir pero también rememoraron lo que había pasado en su país desde hacía tanto tiempo. Solo al hablar de ello se daban cuenta que lo que habían vivido no era algo normal o al menos no era algo que nadie debería haber vivido.

 Incluso los corruptos, de mente y alma, calmaron sus ganas de destruir y de destruirse esa noche. También para ellos el cambio iba a ser grande pues el espacio cambiaba para todos, así como la manera de vivir sus vidas y los conceptos que tenían del mundo y de su lugar en él. Fue pasadas las tres de la madrugada cuando por fin se vieron los primeros indicios de lo que tanto habían estado esperando. Cuando se dieron cuenta, quedaron todos en silencio y muy quietos.

 Era extraño no oír más que la respiración pesada de la gente y si acaso las aves y las moscas flotar por ahí, porque los animales sigues sus vidas sin importar lo que caiga. Y lo que caía ese día era el velo que los había separado por tanto tiempo del resto del mundo. Era un estructura, o eso habían dicho hacía mucho, delgada pero de una resistencia enorme. El material con el que se había hecho no era natural sino manufacturado en un laboratorio extranjero.

 Se notó que el domo, si es que así se podía llamar, empezaba a abrirse por poniente. Allí, a lo lejos, se veían las primeras fisuras. Lo extraño era que esas fisuras parecían líneas amarillas o blancas, muy brillantes y cada vez se hacían más notorias. El cielo lentamente pareció quebrarse en esa región y fue entonces que se dieron cuenta que no había nada que temer, que de verdad era algo bueno para todos pues la primera pieza cayó del cielo y se deshizo antes de tocar el piso.

 Lo gracioso fue que los granjeros de esa región, muy poco poblada, no se asustaron cuando el pedazo empezó a caer. Miedo no era algo que sintieran al ver el mundo que habían conocido por tanto tiempo acabar de una manera tan especial. Eso sí, había algunos, pocos, que habían estado alertando a todo el mundo sobre la caída del domo y como eso sería el comienzo del fin para ellos. Asustaban a la gente con historias del exterior y, temerosos, se habían escondido en unas cuevas para no salir nunca.

 La caída del primer pedazos dejó un hueco en el domo y muchos se dieron cuenta de algo: afuera había luz, era de día.  El gobierno había apagado la luz hace tanto que, aunque creían que eran las tres de la madrugada, en verdad era mucho más tarde.  Los pájaros no aprovecharon el hoyo pues el hueco que se había formado era en exceso alto y solo vientos fríos y poco oxígeno reinaban en esa parte del cielo.

 Otro pedazo cayó hacia el norte y en ese momento la gente sí gritó pero el material de nuevo se deshizo sin causar ningún daño. Despacio, como en cámara lenta, otros pedazos fueron cayendo en diferentes regiones. Se oía de ello en la radio y esa era la única manera de saber lo que pasaba lejos. Las familias escuchaban en silencio y el narrador trataba de no hacer aspavientos sino de confirmar con calma y serenidad cada fragmento.

 Pronto no hubo necesidad porque el cielo se fue fragmentando por todos lados. Los pedazos caídos habían afectado la integridad estructural del domo y ahora se estaba rajando por todas partes, listo para caer completamente y terminar una larga historia de odios y miedos y luchas incesantes sin ningún fin en la mira. Era un final, sin duda, un final hacia algo más, un nuevo capítulo limpio.

 El domo era una reliquia del pasado. Nadie vivo recordaba vivir en un mundo sin el domo. Según contaban, se había establecido como una manera de controlar a la población mediante su encierro permanente bajo un estructura masiva que contenía a todo un país en un mismo lugar. Antes, al parecer, habían tenido buenas relaciones con sus vecinos y con el resto del mundo. Pero había dejado de ser así cuando empezaron a pelearse, cuando se formaron pequeñas facciones por todo el territorio, luchando por tierra o por dinero.

 El gobierno de entonces, en colaboración con extranjeros, decidió que era en el mejor interés de la gente la construcción del domo. Se hizo a lo largo de cinco años y la gente no supo que estaba allí hasta que fue anunciado. Era un material muy especial, casi creado especialmente para ese uso. Cambiaba de apariencia a voluntad del que controlara un mando central que era el que decidía a que hora salía el sol o cuando había lluvia o sequía. Todo era manipulado por el gobierno de turno.

 Sí, seguían eligiendo a pesar de todo. Porque adentro del domo entendieron que no había caso en el desorden completo. La gente siguió eligiendo y la vida se hizo cada vez más “normal” para todos. Incluso, hubo un momento en el que algunos negaron la presencia del domo pero eso no tenían sentido alguno pues la gente que vivía en las fronteras, podía tocar el frío material que los separaba del resto del planeta.

 El domo los había protegido pero a la vez los había apartado del mundo y entre ellos mismos. Se habían negado a conversar, a hablar de los problemas que tenían porque ya no había mucho caso en nada cuando todos estaban metidos a la fuerza en el mismo lugar. No es que se acabaran las peleas y la violencia en general, sino que cada vez todo fue más calculado, cada acción debía hacerse con cuidado pues era un ecosistema efectivamente cerrado.

 Pero el domo por fin cayó, casi todas las piezas al mismo tiempo. Hasta la gente que había huido a las cuevas pudo darse cuenta de ello. Todos sintieron el nuevo viento, el sol real y un cambio extraño en el ambiente, como si algún tipo de brisa hubiera entrado y empezara a limpiar suavemente cada uno de los rincones del país, con cuidado de no alborotar nada.

 La gente vio el cielo real y lloró. Se dieron cuenta que el cielo falso, el del domo, jamás había sido tan hermoso. Las aves empezaron a cantar como nunca antes y pronto sintieron los rayos del sol que los acariciaban y los hacían sentirse parte de algo más grande. A partir de ese momento, sus vidas cambiaban. Ese día sería recordado por todos para siempre.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Meteorito

   El bólido iluminó el cielo por un segundo y luego desapareció, como si nunca hubiese existido. Al menos así sería si no fuera por que dos hombres jóvenes habían estado dando un paseo por la playa. Era un poco tarde y tal vez no era la hora para estar dando paseos, pero así eran las cosas. Ellos habían estado caminando de la mano, hablando de sus planes futuros y de banalidades típicas de todos los seres humanos, cuando de pronto el cielo se iluminó y alcanzaron a ver la estela de fuego encender y caer directo hacia un lugar delante de ellos.

 Tomás corrió más rápidamente. Era el más alto y el mayor de los dos por un par de años. Siempre, desde pequeño, le había interesado todo lo que tenía que ver con el espacio. En su casa tenía todavía el telescopio que sus padres le habían comprado para su cumpleaños número dieciocho. Lo limpiaba todos los días y muchas noches, cuando no tenía mucho sueño, le gustaba mirar a través del aparato e imaginar  que descubría algo importante.

Pedro, por otra parte, no era muy fanático de esas cosas como su novio. De hecho no eran solo novios, sino que estaban comprometidos para casarse muy pronto. Habían salido a caminar precisamente para hablar detalles de lo que querían en la boda y de tonterías que les gustaría ver, detalles que en verdad no hacían ninguna diferencia pero que querían discutir para hacer de la situación algo más real. Era emocionante.

 El meteorito había interrumpido una conversación acerca de la comida que iban a servir. Tomás había dejado de hablar y había perdido al instante todo interés en el tema que estaban discutiendo. Pasado un minuto, ni siquiera fingió que no le interesaba. Miró el cielo y siguió la ruta del bólido con la mirada hasta que creyó saber donde había caído. Eso a Pedro no le importaba mucho pero sabía de los gustos de Tomás así que lo siguió despacio.

 Caminaron rápidamente un buen trecho de playa y llegaron hasta una parte rocosa, donde había un acantilado más o menos grande que parecía adentrarse en el mar como si fuese una película. Pedro estaba seguro de que lo había visto hace poco en televisión o al menos algo similar pero no recordaba en donde. No siguió hablando porque Tomás le pedía que se callara, como si eso le fuese a ayudar a encontrar el meteorito.

 Hizo caso pero se cruzó de brazos y se quedó quieto en un solo punto. Quería que su prometido supiese que no iba a hacer nada si no se disculpaba por parecer más preocupado por una piedra espacial que por la importancia de lo que habían estado hablando. Para ser justos, no era algo tan importante pero a Pedro no le gustaba sentirse ignorado.

 Tomás no se dio ni cuenta que Pedro se había quedado atrás. Se acercó al muro de roca y lo analizó. Miró el cielo hacia atrás e imaginó el camino recorrido por la piedra. Lo hizo varias veces hasta que estuvo seguro que el meteorito debía haber impactado contra el muro de roca o debía haber pasado justo por encima. Se alejó un poco para mirar mejor y, como no veía bien por la oscuridad, decidió acercarse al muro y escalar.

 La luna iluminaba la situación y Pedro no podía creer lo que veía. Rompió su promesa de no moverse al acercarse un poco a la pared y preguntarle a Tomás que era lo que estaba haciendo. Le dijo que era peligroso y que no era algo que debía hacer a esas horas de la noche y mucho menos sin un equipo apropiado. Podría caerse y golpearse la cabeza o peor. Pero Tomás parecía empeñado en escalar el muro de piedra y en llegar a la parte más alta. Afortunadamente, era un muro de unos cinco metros de altura, así que no era excesivamente alto.

 Pedro se desesperó mucho cuando las nubes en el cielo se movieron por el viento frío de la noche costera y la luna pudo salir con todo su brillo. Tomás quedó iluminado por su hermosa luz y Pedro pudo ver que su prometido llevaba la mitad del muro escalado. Su manos se agarraban de las piedras con fuerza y parecía una estrella de mar con sus extremidades estiradas por todas partes. Era algo gracioso y a la vez horrible verlo trepado allí arriba, sin ningún tipo de ayuda.

 Ese era Tomás, en resumidas cuentas, siempre autosuficiente y capaz de hacer las cosas por sí mismo. Desde pequeño sus padres habían trabajado mucho, tratando de darles a él y a sus hermanos la mejor vida que pudieran querer: iban a una escuela privada, comían bien, viajaban en vacaciones siempre, tenían una mascota,… Era todo perfecto, todo lo que un niño podía soñar. Y sin embargo, eso había resultado en que Tomás no necesitaba de nadie para hacer lo que tenía que hacer.

 A los doce años ya cocinaba y lo hacía muy bien. Esto era porque muchas veces no había cena porque sus padres no llegaban sino hasta muy tarde y a él le tocaba cocinar algo para él y para sus hermanos, ambos menores. Así que a fuerza de el hambre que todo el mundo siente de vez en cuando, aprendió a cocinar y hoy en día era simplemente el mejor, al menos en el concepto de Pedro.

 Había convertido esa habilidad salida de la necesidad en su profesión y le iba bastante bien. Era el chef en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y planeaba abrir su propio local con comida que él había inventado a través de los años. Así había conocido a Pedro, comiendo.

 Cuando llegó a la parte superior del muro de piedra, el corazón de Pedro descansó. Le pidió que lo esperara arriba y que se verían en un rato, cuando pudiera dar la vuelta por el otro lado pero Tomás le gritó que no se moviera, que en un momento ya volvería a estar con él. Y después de decir eso, desapareció. Pedro lo llamó varias veces, casi hiriéndose la garganta al gritar. Pero Tomás o no lo oyó o no le hizo caso.

 El clima empezaba a enfriar y Pedro estaba en pantalón corto y ahora que estaba solo le había dado por mirar a un lado y al otro, como esperando que alguna bestia le saltara de alguna sombra. Pero eso no iba pasar. Era solo que siempre se había sentido inseguro cuando estaba solo. Era algo que tenía en común con Tomás y por eso lo pasaban tan bien juntos cuando se trataba de pasarlo bien un día, solo ellos dos. Cuando estaban juntos todo era mejor y se divertían más.

 Desde el momento que se conocieron en el restaurante en el que Tomás trabajaba, tuvieron esa conexión especial que se da en ciertas ocasiones. Solo pudieron hablar unos minutos pero en ese momento se dieron cuenta que había cosas en las que eran similares y la misma cantidad de cosas en las que no tenían nada que ver. Y eso era intrigante y los hacía quererse ver de nuevo. Fue Pedro quién volvió al restaurante a beber algo un día, con unos amigos y entonces se atrevió a hablarle a Tomás y darle su numero.

 La relación se desarrolló rápidamente. Un año después ya vivían juntos en un pequeño apartamento no muy lejos del restaurante. Pedro trabajaba desde casa entonces le venía bien también. Como estaban siempre ahí, se acompañaban y tenían mucho tiempo para hablar y para compartir. Por eso la idea de casarse había surgido con tanta facilidad. Ninguno le había pedido la mano al otro, solo lo habían hablado. No había anillos ni nada por el estilo.

 Tomás regresó, en lo alto del acantilado. Venía, por alguna razón, sin camiseta. Le dijo a Pedro que esperara y, sin escuchar las preguntas de su novio, empezó a bajar lentamente por la pared de roca. Era obviamente mucho más difícil porque no veía donde ponía los pies. El corazón de Pedro retumbaba en sus oídos y se acercó más para estar más cerca pero no sabía que podría hacer por él si caía.

 A la mitad del recorrido, uno de los pies resbaló y lo único que hizo Pedro fue correr. Lo hizo justo a tiempo porque una de las piedras que tenía Tomás en la mano se desprendió y cayó para atrás. Afortunadamente, cayó justo encima de Pedro, que lo tomó de manera que el impacto fuera menos fuerte. En todo caso los dos cayeron al suelo y se rasparon codos y rodillas.

 Enojado, Pedro le reclamó a Tomás que tenía que hacer arriba del acantilado, qué era tan importante que no podía esperar al otro día. Y entonces, después de mirarse uno de sus codos raspados, Tomás sacó de un bolsillo su camiseta hecha un ovillo. La abrió de golpe sobre la arena y entonces una piedrita salió volando de adentro y cayó justo al lado de Pedro. Los dos la miraron juntos: una piedrita color plata que brillaba con fuerza a la luz de la luna.

 Tomás miró a Pedro sonriendo y le dijo:

      - Tenemos anillos de bodas.


 En las horas siguientes hubo muchos besos y abrazos y muchas más cosas. Pero sobre todo la realización de que todo era real y nada podía cambiarlo.