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sábado, 20 de febrero de 2016

Mukbang

   Algunos jóvenes la miraban desde detrás de los congeladores de comida de mar. Susurraban y miraban. Ella, tratando de no hacer caso, miraba las bolsas de anillos de calamares e imaginaba si el contenido de la bolsa sería suficiente para solo uno de sus videos. Decidió comprar dos bolsas de las grandes, así le sobraría en vez de faltar, y siguió a la zona de pescado fresco. Esta era especialmente provocativa para Suni, que desde hace un buen tiempo quería hacer de nuevo algo de sushi fresco. Compró atún y anguila y cuando se dio vuelta fue que los vio de nuevo pero decidió esta vez sonreírles y reconocer que estaban allí.

 Como si hubiese sido una clave secreta, los jóvenes se le acercaron rápidamente y le confesaron que la conocían bien de Internet y de sus videos. Le confesaron cuales eran sus favoritos y le pidieron que por favor se tomara una foto con ellos. Ella no tenía muchas ganas, pues tampoco se sentía tan conocida para eso pero terminó cediendo para dar por terminado el asunto con rapidez. Ya había gente mirando y nunca le había gustado ser el centro de atención, irónicamente. Cuando se fueron, sintió un peso de encima pero también se sintió rara.

 No tenía sentido, pensaba Suni mientras empujaba su carrito hacia la zona de sopas y demás, que le diera vergüenza cosas como esa y vivía de hacer videos de comida y subirlos a YouTube. Lo hacía ya desde hacía varios meses y la paga que recibía era bastante buena. Claro que todavía tenía un trabajo común y corriente pero de todas maneras ese dinero de los videos le daba para pagar, por ejemplo, todos los servicios básicos de su hogar y eso ya era bastante.

 Suponía que era diferente estar frente a una cámara cocinando y comiendo que estar frente a la gente socializando y demás. La verdad es que no tenía muchos amigos y los que tenía no hablaban de ella mucho del tema. Solo al comienzo le preguntaron algunas cosas, como para verificar que todavía estaba bien de la cabeza, y cuando se dieron cuenta de que lo estaba simplemente dejaron de hacer preguntas. No sabía si veían sus videos y prefería no saberlo. Al fin y al cabo cuando pasaban el tiempo le gustaba hacer otra cosa y no volver a lo mismo.

 Tomó uno de cada tipo de fideos que habían en el lugar (camarones, curri, pescado, pollo,…) y luego fue por la caja de huevos que tanto le hacía falta, no solo para los videos sino para la vida diaria. Suni se dio cuenta que lo que llevaba en el carrito ya era suficiente y se dirigió a una de las cajas a pagar. El total fue bastante elevado pero lo podía pagar y la sensación ya no era nueva para ella, la de poder comprar algo sin tener que mirar mucho los precios. Su vida había cambiado en algo y solo por algunos videos.

 Cargó todo en el auto, que había comprado hacía poco de segunda mano, y se dirigió entonces hacia la tienda de electrodomésticos donde la esperaba un conocido de una de sus amigas. El acuerdo que habían conseguido era el de hacerle un descuento a Suni en una nueva cámara de video si ella le hacía propaganda a un pequeño negocio que el hombre estaba iniciando por su cuenta de reparación de equipos audiovisuales. Una vez allí ella acordó que serían promociones durante los videos de todo un mes y que pondría siempre todos los datos existentes pero que no prometía resultados, simplemente no se podía hacer responsable de sus suscriptores.

 El hombre estaba tan entusiasmado que aceptó sin vacilar y le entregó su nueva cámara, de última generación y con capacidad para grabar en alta definición. Suni lo sabía todo de cámaras en este punto, había aprendido como iluminar correctamente, como trabajar los colores y algo de sonido también. Había estudiado contaduría en la universidad y trabajaba en una empresa haciendo precisamente eso, tablas y tablas de números e interminables listas que nadie nunca entendería. Un trabajo aburrido. Y sin embargo sentía que tenía algo artístico que mostrar al mundo, siempre había sido así.

 Caminando de vuelta a su automóvil, recordó que cuando era pequeña le encantaba bailar siempre que estaban en casa de sus abuelos y tenía la tendencia, algo fastidiosa, de cantar siempre la misma canción todas las veces, una que había aprendido viendo una serie de dibujos animados que no sabía si todavía existía o si alguien conocía. El caso era que eso se convirtió en ser pintora en sus años adolescentes, nunca muy buena pero todo terminó cuando sus conservadores padres le exigieron una carrera de peso y de la que pudiera vivir cuando llegó ese momento. Ellos eligieron contaduría por ella.

 Suni aparcó justo a tiempo, ya cayendo la tarde, frente a un restaurante de comida estadounidense. Había quedado allí con dos chicas y un chico, ellos también famosos de la red. No los conocía muy bien y no podía decir que eran sus amigos pero se entendían bien y extrañamente podían comprenderse a otro nivel que sería difícil con sus amigos. Si ellos no querían hablar de lo que ella hacía pues esto tres eran el contrario por completo. Pasados cinco segundos del saludo inicial, empezaron a hablar de sus proyectos y de sus videos más reciente y de varias cosas graciosas que les había pasado preparando cada escena o editando. Una de las chicas tenía un vlog sobre su vida, la otra chica hacía videos de comedia y el chico, su vestimenta lo delataba, era fanático acérrimo de los videojuegos y el anime y de eso iban sus videos. Los tres eran tremendamente populares y creían que lo de Suni era la siguiente gran aventura en YouTube.

 Ella, tímida al comienzo, les explicaba que solo subía un solo video por semana para no complicarse las cosas y poder hacer mejores comidas y mejores presentaciones para la gente que la veía. Le preguntaron sin dudar que cuantos suscriptores tenía y ella, algo sonrosada, les confesó que ya eran más de trescientos mil. Todos ellos tenían cada uno mucho más que eso pero se alegraron por ella y pidieron con su cena cervezas para brindar por su éxito. Hablaron de lo extraño que era que a la gente le gustara ver video de gente comer y Suni teorizaba que era porque comer es algo tan social y que todos hacemos, que la gente simplemente se siente como en casa cuando alguien prende las hornillas, cocina y se alimenta.

 Una de las chicas lo calificó como algo “raro” y eso molestó un poco a Suni pero, mientras masticaba sus papas fritas y escuchaba al chico hablar de los nuevos videojuegos que le habían enviado de Japón, pensó que no tenía porque ofenderse. Al fin y al cabo era cierto. Ella no se sentía rara pues era quién se sentaba frente a la cámara y sonreía y cocinaba, olía los deliciosos aromas de la comida y explicaba a sus “televidentes” los sabores y las sutilezas del platillo que hubiese elegido. Incluso cuando comía comida rápida, le gustaba explicar bien qué era lo que tenía de particular y porqué había elegido lo que había elegido.

 Pero para los demás, para los que solo veían, si debía ser raro y ellos debían ser raros por verla pero la verdad eso no lo molestaba. Como había dicho, la gente tenía una relación extraña con la comida y si verla comer los hacía felices pues mejor que nada. Y encima había gente y empresas que la apoyaban con dinero. Ahora solo usaba una cierta marca de palillos y otra cierta marca de fideos y otra de arroz. Esa propaganda le daba el poder de hacer su show cada vez mejor. Show? Le pareció una palabra rara en la cual definir lo que hacía pero no le molestó.

 Se dieron besos y abrazos al terminar la cena y prometieron ver sus videos y reunirse de nuevo pronto. Suni condujo a su casa algo cansada pero también emocionada porque era la noche que había estado planeando desde hacía tanto. Cuando llegó a casa puso todo en la mesada, lo que había comprado y lo que ya tenía. Preparó la cámara y las luces que estaban todavía nuevas y entonces empezó a rodar. Hablaba desprendidamente, como si todos los que la fueran a ver fueran sus amigos más cercanos. Batía huevos y cocía arroz y cortaba aguacates y reía.

 Suni casi nunca reía y si sus amigos vieran sus videos, sabrían que hacerlos la hacía feliz. Porque al fin y al cabo eso era de lo que se trataba. No de cocinar ni de tener amigos ni de sentirse un poco menos sola en un mundo en el que lleno de gente nos sentimos todavía tan abandonados. Se trataba de hacer lo que le producía esa risa real, sincera.


 Horas después, fue guardando lo que había sobrado y descargó los archivos de video en la cámara. Por encima, supo que iba a ser uno de sus mejores videos. No solo porque la gente le había pedido sushi sino porque ese día se había desprendido de la pena, de la vergüenza de ser una de esas personas que son famosas por tan poco. ¿Pero quién juzga eso? A Suni le daba igual eso. Le hacía feliz pensar que alguien en algún lado compartía su entusiasmo y, por lo menos por esa noche, eso era suficiente para ella.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Beso en la espalda

   Sentí su beso de todos los días en la espalda y luego como su peso dejaba la cama y se alejaba de mi. La verdad yo estaba muy cansado. El día anterior había tenido que trabajar como nunca y no había tenido tiempo ni de voltearlo a mirar. A veces sentía culpa, pues en esos días que debía entregar mi trabajo, siempre pasaba a ignorarlo y él debía de ver que hacía mientras yo escribía sin cesar y gritaba por el teléfono. Cuando las cosas eran al revés, él siendo el ocupado y yo no, jamás me dejaba de lado. Me pedía consejos y que le corrigiera todo lo que pudiera, así yo no supiera nada de informes inmobiliarios. Juan parecía siempre estar allí para mi pero yo rara vez para él. Cuando me despertó con el beso, no lo sentí medio dormido como siempre. Y quise levantarme y pedirle que no se fuera o al menos darle un beso de verdad de despedida pero no sé que me impidió hacerlo.

 Cuando me liberaba de mi trabajo, había demasiado tiempo de sobra y esta vez me la pasé pensando en mis errores. La verdad, tenía miedo de que algún día de estos ese beso en la espalda dejara de existir. Tenía miedo que Juan decidiera no volver o si acaso volver solo para decirme que no aguantaba más y que prefería cualquiera cosa a seguir viviendo así conmigo. En ese momento de susto, lo único que me quedaba era mejorar como esposo. Así que me puse a hojear por varios libros de cocina que teníamos, rara vez usados, y encontré una que creí ser capaz de hacer. Primero tenía que ir al supermercado a comprar los ingredientes pues no habíamos podido ir por culpa de mi trabajo. Me di cuenta que hasta nutricionalmente mi trabajo estaba afectando mi relación y mi cuerpo.

 En el supermercado aproveché para comprar cosas que a él le gustan como cereal de colores y un café especialmente aromático. También pescado, que yo odio pero el adora, y otros productos que compartimos a lo largo de la semana cuando, por coincidencias de la vida, los dos estamos desocupados. Sin duda esos eran los mejores momentos, cuando nos quedábamos en la cama hasta tarde, abrazados o besándonos como cuando nos conocimos. Después nos pasábamos el día comiendo dulces y demás cosas no muy buenas para la salud pero compartidas en todo caso. Nos tomábamos de la mano y veíamos películas o lo que hubiese en televisión y por la noche seguramente hacíamos el amor en ese mismo sofá donde habíamos estado toda la tarde.

 Todo eso normalmente pasaba un sábado o un domingo. Entre semana él estaba muy cansado y a veces yo tenía que ir a la oficina a discutir ideas, o más bien a refutar las ideas de mi editora. Solo teníamos esos dos días y eso era cuando el calendario era amable con nosotros. El mes en el que sentí miedo no habíamos tenido un solo fin de semana decente y eso que ya estábamos a veintinueve. No quería que eso pasara más, no quería que fuésemos de esas parejas que están contentas con no verse nunca, como si el compromiso fuera lo más importante. A mi los compromisos y las promesas me resbalan si no contienen nada y yo a él lo amo todavía y lo sé y lo siento. Lo necesito.

 Revisé la lista que había hecho para comprar los víveres y me di cuenta que me faltaban las especias que le daban el sabor preciso a la receta que pensaba hacer. Tenía que comprar orégano y pimienta , tal vez algo de laurel, tomillo y albahaca. Sin duda era un sabor muy italiano que yo nunca había tratado de hacer pero lo iba a intentar pues de ello dependía mi estabilidad mental ese día. Mientras observaba el estante de las especias, alguien cerca revolvía el contenido de uno de los congeladores. Era uno de esos que tienen las cajas de los helados y era un hombre el que sacaba uno y la volvía a poner, y movía unas para sacar la que estuviera más abajo y luego volvía y miraba y así. No le di mucha importancia. Tomé mis especias y caminé con cierto apuro a la caja.

 Fue saliendo del supermercado que una mano se posó en el hombro y me di la vuelta casi al instante por miedo de que fuera un ladrón o algo parecido. Resultó que no era un ladrón sino el tipo del congelador. Pero eso solo lo pensé por un segundo pues ese tipo resultaba ser también uno de los mejores amigos de Juan. Sonreí falsamente mientras le daba la mano y veía que sostenía en la otra una bolsa con dos cajas de helados. No nos veíamos hacía bastante, cuando en una fiesta yo me había sentido bastante incomodo y él me había ayudado haciéndome uno de los mejores mojitos que he probado. Recordamos ese momento y nos reímos. Viendo mis bolsas, me invitó a su automóvil y me dijo que me llevaría a casa para que no caminara tanto. Me iba a negar pero eso no hubiera servido de nada. Era de esas personas que insistían.

 En el automóvil, recordamos todo lo que tenía que ver con esa fiesta. Había sido memorable pues había sido una de las primeras a las que Juan y yo habíamos asistido como pareja de casados y mucha gente se incomodaba visiblemente cuando veían nuestros anillos y más aún cuando mis nervios me urgían a tomarle la mano a mi esposo, como si estuviésemos a punto de atravesar la línea enemiga. El amigo de Juan, que se llamaba Diego, de pronto anunció que muchas de esas personas ya no le hablaban por ese día. A mi eso me sentó muy mal pero él trató de animarme diciendo que la gente era toda una porquería y que no se podía vivir de lo que solo unos pocos pensaban.

 Me preguntó que pensaba mi familia y la de él y le conté que, por extraño que pareciera, todos parecían estar ahora más cómodos con nuestra relación que antes. De pronto era el hecho de haber formalizado todo lo que nos daba cierto grado de madurez y de respeto, pero francamente yo me sentía igual antes y después de casarme. Nunca le había dicho a nadie, pero todo eso para mi sobraba con tal de que pudiera despertarme junto a él todos los días. Juan era más tradicional en ese sentido y me casé para hacerlo feliz. Apenas dije eso miré la cara de Diego, pero no había en su cara nada que indicara que esa razón había sido errónea. Cuando llegamos a casa, lo invité a pasar.

 Hice algo de café y le pregunté por su vida mientras alistaba los ingredientes de mi receta. Me dijo que se había divorciado y en el momento estaba tratando de que su ex no le quitara su derecho de ver su hija, una bebé muy bonita de la que yo había visto fotos en esa fiesta hacía meses. Diego me dijo que no tenía mucho dinero ahora y que había tenido que mudarse. Él era periodista y trabajaba desde casa, lo que explicaba que estuviera en mitad de la tarde comprando helado en el supermercado. Estuvo de acuerdo conmigo en que la vida así podía destruir una relación pero, al ver mi cara de tristeza mientras cortaba unos tomates, dijo que no todas las parejas llegaban hasta el punto del divorcio. Muchas historias terminaban mucho mejor que la suya.

 Mientras el bebía café, yo iba condimentado la carne y cortando más verduras y poniéndolo todo en el horno. La verdad es que nunca me había dado cuenta que Diego era tan entretenido. Como amigo de Juan, siempre me había parecido algo payaso, poco serio. Pero ahora parecía que su vida le había dado una lección muy dura y su personalidad parecía haber respondido a ello. De todas maneras, cada cierto rato, salían toques de ese humorista frustrado que tenía dentro. Me aconsejó un poco respecto a las especias y el tiempo y temperatura del horno, pues con su ex habían hecho un curso de cocina. Me iba a disculpar por recordarle esos momentos pero no me dejó, prefiriendo verificar todo él mismo.

 La tarde estaba terminando y le dije que se quedara un rato más para saludar a Juan. Miró el reloj preocupado y dijo que no podía quedarse mucho después de eso. Fue en ese momento que se me quedó mirando y entonces me dijo que no me preocupara pues mi relación con Juan tenía algo que la de él nunca había tenido de verdad. Le pregunté que era pero justo ahí timbró Juan y se saludaron con Diego como cuando estaban en el colegio. De pronto eran chicos de diecisiete años y me alegró verlos a ambos tan felices. Diego empezó a disculparse, argumentando que debía irse pero yo se lo impedí, invitándolo a probar la cena que él mismo había ayudado a lograr. Juan sonreía sorprendido y todos cenamos a gusto, riendo de las anécdotas de Diego y del día de Juan en la oficina y entonces supe, en un momento, cual iba a ser la respuesta de Diego.


 Cuando por fin lo dejamos ir, lleno y contento, nos despedimos con abrazos, prometiendo no dejar pasar mucho tiempo hasta vernos de nuevo. Apenas se fue, Juan me abrazó y me besó y me agradeció por esa noche. Después de limpiarlo todo, fui directo a la cama donde me esperaba Juan ya casi dormido. Me pidió acostarme junto a él. Nos quedamos mirándonos por largo rato hasta que nos besamos suavemente y entonces, después de un par de ajustes a nuestras posiciones, nos quedamos dormidos. Recuerdo que lo último en que pensé antes de sucumbir al cansancio fue en la mirada de Juan. Por eso tomé sus manos y las apreté con fuerza contra mi. Otro beso cálido en la espalda.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Correo misterioso

   Teresa ya estaba acostumbrada al trabajo y hacía todo de forma automática. Estando encargada de reabastecer los estantes de un pequeño supermercado, sabía cuando tiempo debía tomarse en cada estante para demorarse el tiempo justo hasta la hora de almorzar. Si hacía todo antes de esa hora y si los dueños decidían que estaba siendo muy lenta, la ponían a limpiar los pisos y eso era lo peor que podía ocurrirle. Los brazos terminaban doliéndole mucho y cuando llegaba a casa en la noche tenía espasmos al acostarse. Pero hacía lo que le pidieran pues necesitaba el trabajo y el dueño del lugar pagaba muy bien, pues solo tenía tres empleados: su hijo que ayudaba a veces con los mismo que Teresa y su esposa que atendía la caja.

 A la vez que trabajaba en el supermercado, Teresa también estudiaba en la universidad. Su sueño era convertirse en una arquitecta renombrada pero tenía que confesar que no tenía la misma imaginación e inventiva que muchos de sus compañeros de clase. Había momentos de lucidez intelectual, como a ella le gustaba llamarlos, pero no ocurrían todo el tiempo y menos cuando llegaba a clase cansada luego de trabajar de siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Estudiar de noche era lo único que le quedaba pero la mayoría del tiempo no sabía ni lo que estaba haciendo y eso que todo el resto de compañeros pasaban por lo mismo. Teresa luchaba muchas veces por estar despierta y poner atención pero las ideas simplemente no fluían tan fácilmente.

 Además, y puede que lo más difícil del cuento, es que Teresa vivía completamente sola en un pequeño apartamento y su universidad la pagaba el Estado. Esto era un arreglo modelado para ella pues sus padres habían trabajado para el país por muchos años y habían muerto en el trabajo. Hasta donde se acordaba, ellos habían sido trabajadores del ministerio de obras públicas y habían muerto atendiendo una tragedia natural pero no sabía si había sido un terremoto o un volcán u otra cosa. En todo caso el Estado, a modo de compensación, le pagaba la universidad. El apartamento era uno que había sido de su padre cuando joven, o algo así, y ella lo había heredado.

 A ella siempre se le había hecho curioso que una persona joven fuera dueña de un apartamento y que el Estado fuese tan atento con ella solo porque sus padres habían muerto en un accidente del que nadie hablaba. Muchas noches, cuando no estaba rendida, Teresa trataba de recordar las caras de sus padres y el momento en que ella había entendido que ellos habían muerto. Pero simplemente no recordaba nada de nada, ni de alguien diciéndole la noticia ni los detalles del accidente de sus padres. Solo sabía que era pequeña, que la cuidó una tía hasta que tuvo dieciocho años y ahí se independizó y empezó a estudiar y trabajar.

 Secretamente, porque de eso Teresa no hablaba con nadie, ella soñaba que sus padres volvían y que le explicaban que todo había sido un terrible malentendido, en el que habían confundido a su padres con otra pareja. Y la habían dejado sola porque eran espías o algo parecido. Al final, cuando terminaba de soñar despierta, sonría y se daba cuenta de lo ridículo de las cosas. Ella incluso había ido a las tumbas de sus padres pero no le gustaba ir al cementerio pues no creía mucho en ir a hablarle a dos personas que ni existían. Sonaba cruel, pero así eran las cosas y a pesar de que ella soñaba siempre con los mismo, la verdad era que ahora era una persona independiente y ya no necesitaba de ningún tipo de familiar que velara por ella.

 Sin embargo, alguien comenzó a preocuparse. Se dio cuenta uno de esos días que llegaba rendida, cuando revisó la casilla del correo y se dio cuenta que había un sobre blanco pequeño solo con su dirección. En su cama, abrió el sobre y al hacerlo vio como cayeron varios billetes y adentro del sobre había más. Era mucho dinero. Pero lo más sorprendente del asunto no fue eso sino que por esos días ella tenía una deuda que debía pagar con una tienda de suministros para estudiantes de arquitectura, donde vendían todos los materiales para hacer las maquetas y demás. En el sobre había un poco más de lo que necesitaba para saldar la cuenta.

 Al día siguiente fue a pagar y la mujer del lugar le contó que habían recibido su carta para esperar un poco más y darle un día más de plazo para pagar. Ella sonrió y no dijo nada pero la verdad era que no había escrito ninguna carta. Ella pensaba que el plazo vencería y el monto a pagar simplemente se volvería más difícil de pagar pero eso no fue lo que ocurrió. Alguien la estaba ayudando, enviando esa carta y el dinero para pagar su cuenta. No preguntó por la carta pues hubiese sido extraño pedirle a la mujer algo que ella misma había escrito. Tampoco quería que la gente pensara que se había vuelto loca y eso que ya lo parecía a veces, cuando tenían mucho trabajo y estudio acumulado. Después de pagar se fue a casa y la semana siguió sin nada a notar.

 Por lo menos fue así hasta que recibió una caja llena de bolsitas de té. Era muy curioso, no solo porque la caja de nuevo no tenía remitente, sino porque ella amaba el té y la persona que lo había enviado seguramente sabía que a ella le gustaba. Esta vez, dentro de la caja, había una pequeña nota escrita en computador. Simplemente decía “No duermas en clase”. Esto la asustó más que nada y dejó la caja en la cocina sin revisar nada más. Esa noche no pude dormirse rápidamente, pensando que la persona que le había escrito ese mensaje sabía que ese mismo día ella se había quedado dormida en clase, sin que nadie se diese cuenta. O eso pensaba ella.

 Las próximas clases, estuvo despierta y con los ojos muy abiertos pero más que todo por el miedo de alguien, un pervertido o un loco, la estuviera vigilando en todas partes. Lo sucedido la estaba volviendo paranoica pues saltaba con cualquier sonido y respondía de mala gana a cualquier pregunta. Ya no tenía la concentración de antes para arreglar las estanterías y tuvo que pagarle a la esposa del dueño dos frascos de aceitunas que fueron a dar al piso por ella estar distraída mirando a su alrededor a ver si alguien las estaba observando. Todos los días era lo mismo y a veces se volvía peor, en especial cuando le llegaba algún sobre con un mensaje parecido al anterior, alguna frase corta que destruía con un encendedor.

 Ella no quería consejos ni dinero ni ayuda de nadie. Quería tener una vida en paz, tranquila y sin tener que estar mirando pro encima del hombro. Era una pesadilla tener que abrir la casilla de correo para ver si ese día el loco o la loca que la perseguía le había enviado algo. Estaba tan mal, que empezó a pensar que de pronto era que sus sueño se había convertido en realidad y que sus padres habían vuelto de donde sea que estaban para hablar con ella y vivir juntos todos de nuevo. Pero esa conclusión tenía problemas pues no tenía sentido que sus propios padres jugaran a las escondidas con ella, y menos ella sabiendo que le habían dicho que estaban muertos. No hubiese tenido sentido que se ocultaran como si fueran asesinos o algo peor que eso.

 Nada parecía tener sentido. Al menos no hasta que Teresa decidió tomar el toro por los cuernos y se fue con todas las cartas más recientes a la oficina de correos, donde preguntó por el remitente de las cartas. Por ley, ella tenía derecho a saber quién era la persona que le estaba enviando tantos mensajes y dinero y cosas para comer. Un hombre de la oficina de correos, que parecía ser muy hábil con el sistema, le dijo que le prometía encontrar al remitente pero que tomaría tiempo pues la persona se había ocultado muy bien detrás de todo el embrollo que era el sistema de correos. El hombre trabajó en ello toda una semana hasta que dio con una dirección y se la dio a Teresa por teléfono.

 Ella fue hasta allí. Hubiese podido averiguar un teléfono o incluso un correo electrónico pero pensó que lo mejor era hacer las cosas en persona para que quien sea que la acosaba, entendiera el mensaje de que ella no iba soportar más esa situación. Tocó a la puerta y abrió una anciana, una mujer muy encorvada y con demasiadas arrugas en la cara. Al ver la cara de Teresa, la mujer empezó a llorar. Del fondo de la habitación, vinieron una mujer y un niño y cuando vieron a Teresa también hicieron caras pero se ocuparon primero de la anciana. Todos entraron a la casa y después de un rato, la mujer sentó a Teresa a una mesa y le explicó lo que había estado sucediendo.


 La anciana era su abuela, la madre del padre de Teresa. Ella se había distanciado de su hijo pero había sabido de su muerte hasta hacía poco y la culpa la había hecho investigar sobre él. Había dado con la existencia de Teresa y había utilizado a su enfermera y a su hijo para que siguieran a Teresa y averiguaran que necesitaba. Ellos la habían ayudado con todo y ahora la mujer estaba bastante frágil de salud, razón por la cual había hecho todo lo posible por acercarse a Teresa pero sin hacerle daño. Teresa tuvo sentimiento encontrados pero al fin de cuentas esa era su abuela. La cuidó unos meses hasta que murió y entonces empezó a ir al cementerio. Tenía que hacer las paces con su familia y con el pasado.