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sábado, 20 de febrero de 2016

Mukbang

   Algunos jóvenes la miraban desde detrás de los congeladores de comida de mar. Susurraban y miraban. Ella, tratando de no hacer caso, miraba las bolsas de anillos de calamares e imaginaba si el contenido de la bolsa sería suficiente para solo uno de sus videos. Decidió comprar dos bolsas de las grandes, así le sobraría en vez de faltar, y siguió a la zona de pescado fresco. Esta era especialmente provocativa para Suni, que desde hace un buen tiempo quería hacer de nuevo algo de sushi fresco. Compró atún y anguila y cuando se dio vuelta fue que los vio de nuevo pero decidió esta vez sonreírles y reconocer que estaban allí.

 Como si hubiese sido una clave secreta, los jóvenes se le acercaron rápidamente y le confesaron que la conocían bien de Internet y de sus videos. Le confesaron cuales eran sus favoritos y le pidieron que por favor se tomara una foto con ellos. Ella no tenía muchas ganas, pues tampoco se sentía tan conocida para eso pero terminó cediendo para dar por terminado el asunto con rapidez. Ya había gente mirando y nunca le había gustado ser el centro de atención, irónicamente. Cuando se fueron, sintió un peso de encima pero también se sintió rara.

 No tenía sentido, pensaba Suni mientras empujaba su carrito hacia la zona de sopas y demás, que le diera vergüenza cosas como esa y vivía de hacer videos de comida y subirlos a YouTube. Lo hacía ya desde hacía varios meses y la paga que recibía era bastante buena. Claro que todavía tenía un trabajo común y corriente pero de todas maneras ese dinero de los videos le daba para pagar, por ejemplo, todos los servicios básicos de su hogar y eso ya era bastante.

 Suponía que era diferente estar frente a una cámara cocinando y comiendo que estar frente a la gente socializando y demás. La verdad es que no tenía muchos amigos y los que tenía no hablaban de ella mucho del tema. Solo al comienzo le preguntaron algunas cosas, como para verificar que todavía estaba bien de la cabeza, y cuando se dieron cuenta de que lo estaba simplemente dejaron de hacer preguntas. No sabía si veían sus videos y prefería no saberlo. Al fin y al cabo cuando pasaban el tiempo le gustaba hacer otra cosa y no volver a lo mismo.

 Tomó uno de cada tipo de fideos que habían en el lugar (camarones, curri, pescado, pollo,…) y luego fue por la caja de huevos que tanto le hacía falta, no solo para los videos sino para la vida diaria. Suni se dio cuenta que lo que llevaba en el carrito ya era suficiente y se dirigió a una de las cajas a pagar. El total fue bastante elevado pero lo podía pagar y la sensación ya no era nueva para ella, la de poder comprar algo sin tener que mirar mucho los precios. Su vida había cambiado en algo y solo por algunos videos.

 Cargó todo en el auto, que había comprado hacía poco de segunda mano, y se dirigió entonces hacia la tienda de electrodomésticos donde la esperaba un conocido de una de sus amigas. El acuerdo que habían conseguido era el de hacerle un descuento a Suni en una nueva cámara de video si ella le hacía propaganda a un pequeño negocio que el hombre estaba iniciando por su cuenta de reparación de equipos audiovisuales. Una vez allí ella acordó que serían promociones durante los videos de todo un mes y que pondría siempre todos los datos existentes pero que no prometía resultados, simplemente no se podía hacer responsable de sus suscriptores.

 El hombre estaba tan entusiasmado que aceptó sin vacilar y le entregó su nueva cámara, de última generación y con capacidad para grabar en alta definición. Suni lo sabía todo de cámaras en este punto, había aprendido como iluminar correctamente, como trabajar los colores y algo de sonido también. Había estudiado contaduría en la universidad y trabajaba en una empresa haciendo precisamente eso, tablas y tablas de números e interminables listas que nadie nunca entendería. Un trabajo aburrido. Y sin embargo sentía que tenía algo artístico que mostrar al mundo, siempre había sido así.

 Caminando de vuelta a su automóvil, recordó que cuando era pequeña le encantaba bailar siempre que estaban en casa de sus abuelos y tenía la tendencia, algo fastidiosa, de cantar siempre la misma canción todas las veces, una que había aprendido viendo una serie de dibujos animados que no sabía si todavía existía o si alguien conocía. El caso era que eso se convirtió en ser pintora en sus años adolescentes, nunca muy buena pero todo terminó cuando sus conservadores padres le exigieron una carrera de peso y de la que pudiera vivir cuando llegó ese momento. Ellos eligieron contaduría por ella.

 Suni aparcó justo a tiempo, ya cayendo la tarde, frente a un restaurante de comida estadounidense. Había quedado allí con dos chicas y un chico, ellos también famosos de la red. No los conocía muy bien y no podía decir que eran sus amigos pero se entendían bien y extrañamente podían comprenderse a otro nivel que sería difícil con sus amigos. Si ellos no querían hablar de lo que ella hacía pues esto tres eran el contrario por completo. Pasados cinco segundos del saludo inicial, empezaron a hablar de sus proyectos y de sus videos más reciente y de varias cosas graciosas que les había pasado preparando cada escena o editando. Una de las chicas tenía un vlog sobre su vida, la otra chica hacía videos de comedia y el chico, su vestimenta lo delataba, era fanático acérrimo de los videojuegos y el anime y de eso iban sus videos. Los tres eran tremendamente populares y creían que lo de Suni era la siguiente gran aventura en YouTube.

 Ella, tímida al comienzo, les explicaba que solo subía un solo video por semana para no complicarse las cosas y poder hacer mejores comidas y mejores presentaciones para la gente que la veía. Le preguntaron sin dudar que cuantos suscriptores tenía y ella, algo sonrosada, les confesó que ya eran más de trescientos mil. Todos ellos tenían cada uno mucho más que eso pero se alegraron por ella y pidieron con su cena cervezas para brindar por su éxito. Hablaron de lo extraño que era que a la gente le gustara ver video de gente comer y Suni teorizaba que era porque comer es algo tan social y que todos hacemos, que la gente simplemente se siente como en casa cuando alguien prende las hornillas, cocina y se alimenta.

 Una de las chicas lo calificó como algo “raro” y eso molestó un poco a Suni pero, mientras masticaba sus papas fritas y escuchaba al chico hablar de los nuevos videojuegos que le habían enviado de Japón, pensó que no tenía porque ofenderse. Al fin y al cabo era cierto. Ella no se sentía rara pues era quién se sentaba frente a la cámara y sonreía y cocinaba, olía los deliciosos aromas de la comida y explicaba a sus “televidentes” los sabores y las sutilezas del platillo que hubiese elegido. Incluso cuando comía comida rápida, le gustaba explicar bien qué era lo que tenía de particular y porqué había elegido lo que había elegido.

 Pero para los demás, para los que solo veían, si debía ser raro y ellos debían ser raros por verla pero la verdad eso no lo molestaba. Como había dicho, la gente tenía una relación extraña con la comida y si verla comer los hacía felices pues mejor que nada. Y encima había gente y empresas que la apoyaban con dinero. Ahora solo usaba una cierta marca de palillos y otra cierta marca de fideos y otra de arroz. Esa propaganda le daba el poder de hacer su show cada vez mejor. Show? Le pareció una palabra rara en la cual definir lo que hacía pero no le molestó.

 Se dieron besos y abrazos al terminar la cena y prometieron ver sus videos y reunirse de nuevo pronto. Suni condujo a su casa algo cansada pero también emocionada porque era la noche que había estado planeando desde hacía tanto. Cuando llegó a casa puso todo en la mesada, lo que había comprado y lo que ya tenía. Preparó la cámara y las luces que estaban todavía nuevas y entonces empezó a rodar. Hablaba desprendidamente, como si todos los que la fueran a ver fueran sus amigos más cercanos. Batía huevos y cocía arroz y cortaba aguacates y reía.

 Suni casi nunca reía y si sus amigos vieran sus videos, sabrían que hacerlos la hacía feliz. Porque al fin y al cabo eso era de lo que se trataba. No de cocinar ni de tener amigos ni de sentirse un poco menos sola en un mundo en el que lleno de gente nos sentimos todavía tan abandonados. Se trataba de hacer lo que le producía esa risa real, sincera.


 Horas después, fue guardando lo que había sobrado y descargó los archivos de video en la cámara. Por encima, supo que iba a ser uno de sus mejores videos. No solo porque la gente le había pedido sushi sino porque ese día se había desprendido de la pena, de la vergüenza de ser una de esas personas que son famosas por tan poco. ¿Pero quién juzga eso? A Suni le daba igual eso. Le hacía feliz pensar que alguien en algún lado compartía su entusiasmo y, por lo menos por esa noche, eso era suficiente para ella.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Sushi

   Just when she was about to do it, a man passing pulled her back. Natalya tripped on her feet and landed on her behind, just at the feet of her so-called savior. But she didn’t see him as his savior; he was just an old fool meddling in things that were not of his interest. She got on her feet and just then the train stopped in front of them. She gave one last look of hate to the old man, who seemed to be oblivious to it, and boarded the train. It was peak time and everyone seemed to be too close from one another but she didn’t mind. She walked to one of the windows and just stood there the rest of the trip, staring at the tunnel walls passing by. She had been so close to do what she had imagined for days, and then the man had stopped her and she didn’t even knew why.

 Her foot had not even left the ground, she hadn’t begun to walk and he had pulled her back. Did he already know what Natalya wanted to do or did he just act on instinct? She didn’t care at all. It had been so close and now that it hadn’t happened she didn’t knew if she had to be grateful or not. She felt strangely alive, even there, in such a bleak part of town. In the following stop, she got out of the train and walked to the surface with one idea on her mind. She walked pretty fast, remembering a place where she had been pretty happy some time ago. Natalya wanted some of that happiness now, as she could really use it. She didn’t have to walk a lot. The restaurant only had a few costumers and the waitress recognized her from the last time.

 Natalya sat on a table by the window and decided to have anything she wanted, never mind the price or the amount. She needed to feel better and maybe food was the way to do it. As she waited for the dishes, the woman looked at the window. But instead of looking at the exterior, she found herself in there. Her face was still young but her body was older, as if the two parts that formed her being, body and soul, had decided at one point to age differently. Her eyes were sad and her mouth had always been arched in a way that always seemed to be sad too. Thankfully, the nice waitress came back with her drink. She was seeing the reasons why she had decided to kill herself and she just wasn’t ready to do that, to confront herself right now.

 For the next hour, all that she did was eating. The restaurant served Japanese food mostly but it also had some dishes from other parts of Asia. The waitress commented that one of the cooks was from India, so he had the idea to make rice and curry as a companion to every dish. Natalya thought that was a clever idea and asked the waitress to thank him for his idea. Surprisingly, he came out of the kitchen after the waitress had disappeared and shook Natalya’s hand. She was a bit surprised but she smiled and thanked him again anyway. He left with a clear sense of pride and that was good enough to make her day a better one.

 When the waitress came with the bill, Natalya asked her to sit down. The woman, a young Japanese girl, started to speak rapidly. She thought that her client was going to demand an explanation of her bill or have some criticisms about the food or even complain about the cook. But the truth was that Natalya just wanted to speak to her. She asked her where she was from, how old she was and, at last, her name. Misako was only twenty-four years old and had been born right in the city, her parents been immigrants that left Japan because his father wanted to have a restaurant and there was too much competition in Tokyo. So they emigrated to be more successful. Before paying, Natalya asked Misako if they could have a drink before leaving and Misako said she had to ask, as she was still working.

 They waited until the restaurant was closed to talk and then Natalya found out that the young woman had a life that fascinated her. The fact that she had lived all of her life in the restaurant and knew how to make every dish in the menu was outstanding. Misako clarified that she never cooked for the restaurant but that she tried the recipes at home to check on her skills but she ate it all alone as she was too scared to tell her father that she cooked. She explained that he had an education thought for her: she had already finished law school and now wanted her to get the following degree, for which they were saving. But she had no courage to tell her parents that she didn’t wanted anything to do with law.

 They drank a couple of Asahi beers each, until they all stepped out of the restaurant. Natalya got to meet the Japanese cook, a very private man who only raised his hand to say “Bye”. She also shook hands again with the Indian one, who was still very happy to have his ideas praised. Then, she met Misako’s brother Kenzo, who worked at the cash register. He was younger than her and was visibly sleepy. She realized it was better to let them go to their home. Before doing so however, she gave Misako her number and her email, in order for them to be in contact. She told her that she would come again anyway but that it was necessary for her to guarantee that they would keep on speaking.

 As she walked home, Misako realized she had been maybe too desperate but at this point of her life she didn’t really care. And that was because she was indeed desperate for friends, attention, love and anything in between. Maybe the only way to make friends was to just improvise in a moment such as the one in the restaurant. When she got home, she got into bed thinking of her insecurities but she decided not to do a thing about them. After all, it was them that had almost pushed her over the edge, literally. She was going to make one final effort to be a happy person and Misako would be her first friend to help her do exactly that.

 As she walked up very early for the office, a place she hated more than anything, Natalya got a text from Misako telling her that she had an idea she wanted to discuss with her. Thrilled to know her new friend’s idea, she answered the text right back, on her way to the office. Sad for her, she only got the response once she had started working on the most boring papers ever. Natalya was a teacher on the department of philosophy and the truth was that she hated philosophy and all the pretentious people that populated the campus. They were so filled with hot air; she thought they could fly to Europe and back. She hated that place where everyone tried so hard to be considered smart and unique when, and she had realized this long ago, no one was really special or unique. We are all the same kind of pretenders, of fakes.

 Or maybe not… Now that she had the way of friendship so close, Natalya thought that maybe she had been wrong about people and some of them could actually be real and interesting. Misako was exactly that and she was relieved to get a call from her at lunch. The proposal involved the two of them, and whoever else that wanted to join, cooking Japanese dishes in order to learn more and surprise her parents with a feast in the future.  Natalya thought that was a great idea and proposed they do it in her house. Misako said maybe a cousin of hers would join and that she could bring any friend or family member she wanted, as learning was more fun in groups.

 Unfortunately, Natalya had no one she could ask to come to their first attempt of a class. Many women worked in faculty but they weren’t her friends and she knew it would be weird to ask them, so she didn’t. As for family, she had lost that a long time ago. The following Friday, Misako showed up with her brother, her cousin and an aunt. She had brought every ingredient and when Natalya tried to pay her for the class, she said she had done enough by providing them with a place to practice. In just an hour, they were already rolling sushi and frying tempura. Natalya was a bit clumsy but they all had fun and joked around. They put on music and even danced as they put all the finished dishes together.

 When it was time to eat, they all enjoyed every single piece of food. Besides, Natalya realized the aunt and the cousin were just as nice as Misako, telling her about ancient Japanese tradition when eating and various other dishes they could try to make in the future. That made her happy and she decided to join the following Sunday at the market, to buy fish and eel and crab to make more dishes. Before she even knew it, they were all friends. They shared their thoughts, laughed together and even care for each other. When they felt it was time, they held a great feast at Misako’s home, with traditional decorations and all details taken care of.

 She was delighted to meet Misako’s parents, who were just the nicest couple in the world. They were older than her but wiser without a doubt. The father did not budge, the mother was obviously eager to know what it was all about. When the food came out, they all ate in silence. At the end of the meal, the father spoke in a harsh Japanese, which the aunt translated for Natalya. The father asked two things: where had Misako learned all of this and who was the woman that had joined him. Natalya felt out of place and insecure for a moment but then Misako put her hand on her shoulders and told her parents she had been the friend she needed. She explained how she learned by watching the cook at the restaurant and how she practiced in secret.


The father did not say a word for some time until he asked for everyone to raise a glass for his daughter, and her brilliant future. Misako cried in joy and Natalya felt she had found more than friends: she had found a family.

sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.