Las máquinas se movían con lentitud sobre el
desierto. Parecía como si caminaran pero no eran piernas orgánicas ni
pertenecían a un ser que tuviera la capacidad de pensar. Eran vehículos
construidos de partes de otras máquinas, hechos en otros puntos de la región.
Habían sido hechos precisamente para cruzar el gran desierto que dividía los
grandes núcleos de población que existían o que al menos se sabía que todavía
existían después de las grandes guerras y pequeñas batallas que habían tenido
lugar.
Por todo el desierto habían partes de
aeroplanos y de tanques de guerra, ya oxidados y destruidos lentamente por el
sol y el calor. Había equipos de personas que buscaban esos pedazos por todos
lados, algunas veces excavando para poder encontrarlos y luego teniendo que
llegar allí con máquinas especiales para poder trasladar los materiales a los
talleres donde pudieran transformarlos en algo útil. Esos grandes depósitos
estaban en las orillas del desierto, siempre contemplándolo.
Los grandes caminantes metálicos, sin embargo,
eran una creación diferente y para otro fin. No estaban hechos para buscar
pedazos de metal y tampoco eran grandes talleres ambulantes, como algunos en
los pueblos creían. Eran máquinas hechas para explorar los lugares más remotos
del desierto que, a pesar de tanta exploración, seguía teniendo lugares
desconocidos para los ojos humanos. Al fin y al cabo, toda la región era joven
y había surgido después de que el polvo nuclear había caído a tierra.
Los caminantes habían sido construidos por un
grupo de hombres y mujeres que controlaban casi por completo el comercio de
piedras preciosas en la región. Eran ellos los únicos, o casi, con la habilidad
de perforar la roca y encontrar piedras que pudieran ser utilizadas como medio
de pago. El dinero hecho con papel y metales había desaparecido casi por
completo, siendo reemplazado por un sistema de intercambio de bienes que se
consideraban de gran valor, fuera económico o personal.
Las cosas funcionaban así y el casi monopolio
del grupo de los caminantes les había proporcionado la posibilidad de hacer
algo que su tribu siempre había creído necesario: la exploración del nuevo
mundo que había aparecido después de las guerras. En sus creencias, el mundo
ahora escondía muchos tesoros que podrían proporcionarles la clave para ser los
gobernantes del mundo, no solo de un pequeño pedazo. Las diferentes tribus y
grupos vivían en paz pero ellos creían en construir algo así como un imperio a
partir de un poder creado gracias a sus hallazgos, a los que nadie más tendría
acceso.
Sin embargo, subestimaban de gran manera la
curiosidad humana. Eso era algo que no había desaparecido después del
derramamiento de sangre y era obvio que la radiación no la había logrado
destruir. Las personas todavía querían saber más, incluso si su mundo parecía
inescrutable y si conocimiento no parecía tener una utilidad práctica. Ya no
importaba quién sabía más y mucho menos cómo. Ahora era importante sobrevivir
pues nadie en verdad vivía. Solo querían llegar a ver el mañana, no pensaban en
el gran futuro.
O mejor dicho, casi todos pensaban así. Otros
en cambio pensaban que todo ya había pasado, que las tragedias que ya habían
ocurrido eran lo peor que les podía ocurrir. Creían que el mundo solo podía
mejorar, que el futuro era de verdad brillante y podía tener en él la clave
para de verdad vivir y dejar de sobrevivir día tras día. Creían que en el mundo
existían maneras de aprender de la nueva situación, que a la larga no era tan
nueva pues ya hacía más de cien años que todo había ocurrido, viéndose solo las
consecuencias.
Nadie existía ya que hubiese visto las bombas
caer y el sin igual resplandor de estas cuando tocaban el suelo y hacían vibrar
la tierra. Solo había relatos orales, pasados de una persona a otra hasta el
tiempo presente. Por supuesto, la realidad se había transformado lentamente y
algunas partes de la historia pasada habían desaparecido para siempre. Ya no
sabían de las personas que habían vivido antes de las guerras, de hecho había
muy poco de esos tiempo y eran objetos y registros muy difíciles de comprender.
Pero esas personas que exploraban aquí y allá,
que se internaban en el desierto para buscar cosas diferentes a partes de
máquinas, querían de verdad entender su mundo para poder aplicar esos
conocimientos en proyectos que pudiesen mejorar las cosas. Uno de los grandes
problemas, por ejemplo, era el abastecimiento de agua para los centros de
población. La mayoría dependían de pequeños pozos subterráneos pero era obvio
que en algún momento se vaciarían y no habría más agua que tomar.
Los exploradores, que normalmente iban en
grupos de cuatro personas o menos, habían ya descubierto varios pozos que antes
nadie había visto. Pero ninguno de ellos era útil para que las personas tomaran
agua pues el liquido tenía elementos radioactivos. Puede que estuviera limpia
dentro de otro centenar de años, pero no podían arriesgarse. Ya había problemas
de salud relacionados con la radiación y la idea era poder sobrevivir sin tener
los mismos problemas que habían sufrido por tanto tiempo. Había que encontrar
mejores maneras de vivir.
Además estaba el problema de la tribu de los
caminantes, que siempre eran violentos con otros que quisieran cruzarse en su
camino. No dudaban un solo momento en usar los rifles que habían construido con
cuidado las mujeres para matar a aquellos que pudiesen ser un problema para
ellos. No les importaba que esos exploradores buscaran agua en vez de pedazos
de máquinas. Para ellos, eran los únicos que debían de tener el poder y la
capacidad de viajar por el desierto. Su imperio debía empezar en esas arenas.
Ya habían matado a varios cuando un grupo de
exploradores penetró el desierto más allá de lo que ninguna otra persona lo
hubiese hecho. Llegaron a una cadena de montes secos, en los que crecían
algunas plantas que apenas se notaban entre la arenisca. El viento era
inclemente y fue por un accidente que ese grupo encontré el reservorio de agua
más grande jamás descubierto en el desierto. Las primeras pruebas afirmaban que
no había radioactividad en ese gran espacio, era agua pura cómo ninguna otra.
El problema entonces radicaba en los
caminantes, que podrían descubrir el reservorio y hacer una de dos cosas con
él: podían aprovecharlo y tomarlo para ellos, dejando que toda la demás gente
muriera de sed o simplemente podrían usar sus bombas para colapsar el techo de
la caverna y así contaminar y destruir para siempre ese lugar de esperanza. Era
imposible saber cómo responderían pero estaba claro que no dejarían que las
personas de otros lugares utilizaran esa agua ubicada tan profundo en un
territorio que reclamaban como propio.
Los exploradores hicieron planos para una
tubería a través del desierto que llevaría el agua al centro de población más
grande cerca del desierto. Con el tiempo, extenderían la red a otros lugares y
así todos podrían tener acceso al agua y las peleas por ese bien se
terminarían. Pero solo era una idea, un proyecto que no parecía tener la
probabilidad de volverse realidad con los caminantes en el desierto. Los
exploradores estuvieron a punto de dejarlo atrás, lejos de sus mentes, pero
entonces tembló con fuerza.
Nunca antes se había sentido un terremoto en
esa región pero había sido increíblemente violento, tanto que destruyó gran
parte de los pueblos cercanos y colapsó por completo secciones de los montes en
el interior del desierto. Los exploradores corrieron a verificar el reservorio,
que no había sufrido daños.
Lo que sí encontraron fueron los remanentes de
un gran grupo de caminantes, colapsados dentro de una zanja que se había
abierto en el desierto como una gran herida. Con sus talleres también
destruidos, el gran imperio jamás surgiría del desierto ni de ninguna otra
parte.