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miércoles, 30 de enero de 2019

Entre nosotros y el final


   Las máquinas se movían con lentitud sobre el desierto. Parecía como si caminaran pero no eran piernas orgánicas ni pertenecían a un ser que tuviera la capacidad de pensar. Eran vehículos construidos de partes de otras máquinas, hechos en otros puntos de la región. Habían sido hechos precisamente para cruzar el gran desierto que dividía los grandes núcleos de población que existían o que al menos se sabía que todavía existían después de las grandes guerras y pequeñas batallas que habían tenido lugar.

 Por todo el desierto habían partes de aeroplanos y de tanques de guerra, ya oxidados y destruidos lentamente por el sol y el calor. Había equipos de personas que buscaban esos pedazos por todos lados, algunas veces excavando para poder encontrarlos y luego teniendo que llegar allí con máquinas especiales para poder trasladar los materiales a los talleres donde pudieran transformarlos en algo útil. Esos grandes depósitos estaban en las orillas del desierto, siempre contemplándolo.

 Los grandes caminantes metálicos, sin embargo, eran una creación diferente y para otro fin. No estaban hechos para buscar pedazos de metal y tampoco eran grandes talleres ambulantes, como algunos en los pueblos creían. Eran máquinas hechas para explorar los lugares más remotos del desierto que, a pesar de tanta exploración, seguía teniendo lugares desconocidos para los ojos humanos. Al fin y al cabo, toda la región era joven y había surgido después de que el polvo nuclear había caído a tierra.

 Los caminantes habían sido construidos por un grupo de hombres y mujeres que controlaban casi por completo el comercio de piedras preciosas en la región. Eran ellos los únicos, o casi, con la habilidad de perforar la roca y encontrar piedras que pudieran ser utilizadas como medio de pago. El dinero hecho con papel y metales había desaparecido casi por completo, siendo reemplazado por un sistema de intercambio de bienes que se consideraban de gran valor, fuera económico o personal.

 Las cosas funcionaban así y el casi monopolio del grupo de los caminantes les había proporcionado la posibilidad de hacer algo que su tribu siempre había creído necesario: la exploración del nuevo mundo que había aparecido después de las guerras. En sus creencias, el mundo ahora escondía muchos tesoros que podrían proporcionarles la clave para ser los gobernantes del mundo, no solo de un pequeño pedazo. Las diferentes tribus y grupos vivían en paz pero ellos creían en construir algo así como un imperio a partir de un poder creado gracias a sus hallazgos, a los que nadie más tendría acceso.

 Sin embargo, subestimaban de gran manera la curiosidad humana. Eso era algo que no había desaparecido después del derramamiento de sangre y era obvio que la radiación no la había logrado destruir. Las personas todavía querían saber más, incluso si su mundo parecía inescrutable y si conocimiento no parecía tener una utilidad práctica. Ya no importaba quién sabía más y mucho menos cómo. Ahora era importante sobrevivir pues nadie en verdad vivía. Solo querían llegar a ver el mañana, no pensaban en el gran futuro.

 O mejor dicho, casi todos pensaban así. Otros en cambio pensaban que todo ya había pasado, que las tragedias que ya habían ocurrido eran lo peor que les podía ocurrir. Creían que el mundo solo podía mejorar, que el futuro era de verdad brillante y podía tener en él la clave para de verdad vivir y dejar de sobrevivir día tras día. Creían que en el mundo existían maneras de aprender de la nueva situación, que a la larga no era tan nueva pues ya hacía más de cien años que todo había ocurrido, viéndose solo las consecuencias.

 Nadie existía ya que hubiese visto las bombas caer y el sin igual resplandor de estas cuando tocaban el suelo y hacían vibrar la tierra. Solo había relatos orales, pasados de una persona a otra hasta el tiempo presente. Por supuesto, la realidad se había transformado lentamente y algunas partes de la historia pasada habían desaparecido para siempre. Ya no sabían de las personas que habían vivido antes de las guerras, de hecho había muy poco de esos tiempo y eran objetos y registros muy difíciles de comprender.

 Pero esas personas que exploraban aquí y allá, que se internaban en el desierto para buscar cosas diferentes a partes de máquinas, querían de verdad entender su mundo para poder aplicar esos conocimientos en proyectos que pudiesen mejorar las cosas. Uno de los grandes problemas, por ejemplo, era el abastecimiento de agua para los centros de población. La mayoría dependían de pequeños pozos subterráneos pero era obvio que en algún momento se vaciarían y no habría más agua que tomar.

 Los exploradores, que normalmente iban en grupos de cuatro personas o menos, habían ya descubierto varios pozos que antes nadie había visto. Pero ninguno de ellos era útil para que las personas tomaran agua pues el liquido tenía elementos radioactivos. Puede que estuviera limpia dentro de otro centenar de años, pero no podían arriesgarse. Ya había problemas de salud relacionados con la radiación y la idea era poder sobrevivir sin tener los mismos problemas que habían sufrido por tanto tiempo. Había que encontrar mejores maneras de vivir.

 Además estaba el problema de la tribu de los caminantes, que siempre eran violentos con otros que quisieran cruzarse en su camino. No dudaban un solo momento en usar los rifles que habían construido con cuidado las mujeres para matar a aquellos que pudiesen ser un problema para ellos. No les importaba que esos exploradores buscaran agua en vez de pedazos de máquinas. Para ellos, eran los únicos que debían de tener el poder y la capacidad de viajar por el desierto. Su imperio debía empezar en esas arenas.

 Ya habían matado a varios cuando un grupo de exploradores penetró el desierto más allá de lo que ninguna otra persona lo hubiese hecho. Llegaron a una cadena de montes secos, en los que crecían algunas plantas que apenas se notaban entre la arenisca. El viento era inclemente y fue por un accidente que ese grupo encontré el reservorio de agua más grande jamás descubierto en el desierto. Las primeras pruebas afirmaban que no había radioactividad en ese gran espacio, era agua pura cómo ninguna otra.

 El problema entonces radicaba en los caminantes, que podrían descubrir el reservorio y hacer una de dos cosas con él: podían aprovecharlo y tomarlo para ellos, dejando que toda la demás gente muriera de sed o simplemente podrían usar sus bombas para colapsar el techo de la caverna y así contaminar y destruir para siempre ese lugar de esperanza. Era imposible saber cómo responderían pero estaba claro que no dejarían que las personas de otros lugares utilizaran esa agua ubicada tan profundo en un territorio que reclamaban como propio.

 Los exploradores hicieron planos para una tubería a través del desierto que llevaría el agua al centro de población más grande cerca del desierto. Con el tiempo, extenderían la red a otros lugares y así todos podrían tener acceso al agua y las peleas por ese bien se terminarían. Pero solo era una idea, un proyecto que no parecía tener la probabilidad de volverse realidad con los caminantes en el desierto. Los exploradores estuvieron a punto de dejarlo atrás, lejos de sus mentes, pero entonces tembló con fuerza.

 Nunca antes se había sentido un terremoto en esa región pero había sido increíblemente violento, tanto que destruyó gran parte de los pueblos cercanos y colapsó por completo secciones de los montes en el interior del desierto. Los exploradores corrieron a verificar el reservorio, que no había sufrido daños.

 Lo que sí encontraron fueron los remanentes de un gran grupo de caminantes, colapsados dentro de una zanja que se había abierto en el desierto como una gran herida. Con sus talleres también destruidos, el gran imperio jamás surgiría del desierto ni de ninguna otra parte.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi nombre…


Mi nombre… Mi nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí pero no.

 Es algo complejo de pensar. Saber y entender que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero también tiene su aspecto complicado.

 Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que existe.

 Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.

 Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida, entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.

 Por eso es que cosas como nuestros nombres o nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.

 Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto. Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un futuro.

 Todos somos diferentes, en muchos niveles, y eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.

 En cuanto a lo físico, es obvio que todos somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos. Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.

 Y eso no debería hacer enojar a nadie ni debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada, excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos  darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un sustento en la realidad de la vida.

 Disculpen, a veces tiendo a irme por la tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos, como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.

 Allá abajo está otra parte de nosotros, aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.

 Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.

 La humanidad necesita dejar de lado su falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo. Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.

 Hoy en día, estamos estancados en un mundo en el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.

 Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar cada vez más.

viernes, 8 de junio de 2018

Un estudiante y un profesor


   La primera vez que tuvimos sexo fue en mi automóvil. Era de noche y estaba allí, en la oscuridad del enorme estacionamiento. Yo acababa de terminar mis correcciones del día en el salón de profesores y caminaba hacia mi coche para, por fin, ir a descansar a casa. El día había sido largo y tedioso, más que todo porque me había pasado todo el rato vigilando a los jóvenes mientras presentaban sus exámenes. No era poco común que alguno, o varios, trataran de copiarse o de hacer trampa de una u otra manera.

 Había llevado a dos chicos y una chica al rector ese día y las tres peleas me habían dejado cansado. Eso sin contar que, aunque los exámenes se habían terminado a las cinco de la tarde, había tenido que quedarme hasta las nueve de la noche para corregirlo todo. Nunca me había gustado ponerme a corregir en casa, sentía que estaría invadiendo un lugar casi sagrado para mi con cosas que allí no tenían nada que ver. Por eso siempre intentaba dejar el trabajo y mi hogar completamente separados.

 Abrí la puerta del coche, dejé mis cosas en el asiento del copiloto y me quité la chaqueta para dejarla sobre mis libros y demás. No hacía calor pero yo me sentía abochornado. Estiré los brazos lo más que pude, también la espalda, giré la cabeza a ambos lados y bostecé tratando de despertar del letargo de la larga jornada. Fue entonces cuando escuché su voz. Tuve que darme la vuelta para verlo allí, de pie en la mitad de un espacio de parqueo. El lugar estaba casi completamente solo y oscuro.

 Era Sebastián, de mi clase de las siete de la mañana. Había presentado su examen como todos los demás y no había tenido ningún problema con él durante el día y menos aún en el curso de la carrera. Se acercó un poco más y me saludó, sin decir más. Yo lo saludé y le pregunté que hacía en la universidad tan tarde. Me dijo que se había quedado con algunos amigos para el partido de futbol, que se había terminado hacía poco. Yo nunca fui fanático de los deportes, así que no me sorprendía no saber esa información.

 Pero, por alguna razón, le pregunté que tal había estado. Me dijo que bien pero también que había querido buscarme porque sabía que yo estaba allí. Por un momento no entendí lo que había querido decir pero no tuve que preguntar nada. Sebastián se acercó a mi, casi corriendo, y me abrazó de una manera un tanto extraña. Pensé que estaba triste o que algo muy grave le podría estar pasando, pero fue entonces que sentí como una de sus manos bajaba lentamente y se detenía en mi pantalón, más precisamente en el lugar donde estaba mi pene. En ese momento, la adrenalina empezó a fluir a borbotones.

 No sé cuanto tiempo estuvimos así. Solo sé que nos separamos eventualmente y el quitó la mano de donde la tenía, causando una reacción física en mi que no podía eliminar. Sin embargo, reaccioné rápidamente y le dije que no sabía qué le ocurría pero estaba seguro que no era algo que él en verdad quisiera. Además, yo era su profesor, y no era correcto que algo pasara entre un alumno y un profesor, más allá de una relación puramente académica. Él me miró a los ojos y pude notar que estaban húmedos, al borde del llanto.

 Me respondió que yo no era muy mayor y que no tenía porqué estar mal podernos ver como algo más que estudiante y alumno. En lo primero tenía razón: él era un chico de unos diecinueve años y yo era un profesor bastante joven de treinta y cuatro años. No era un viejo como sí lo eran la mayoría de los miembros de la facultad. Pero eso no tenía nada que ver, pues las reglas eran muy claras y nada así podía pasar entre un alumno y un estudiante. No había excepciones ni nada que se pudiese decir para cambiar las cosas.

 Yo se lo hice notar pero entonces él empezó a llorar, sin decir nada. Quise acercarme pero pensé que podría no ser la mejor idea. Después de todo, le estaba aconsejando tener cierta distancia entre nosotros y acercarme para tratar de entender lo que le pasaba podía entenderse mal. No solo él podría entenderlo incorrectamente sino que lo mismo podría pasar con la universidad. El problema para mí sería enorme y no podía permitirme perder el único trabajo estable que había podido conseguir en mi vida.

 No me acerqué pero le pregunté qué pasaba. No me respondió, así que le aconsejé visitar la oficina del consejero estudiantil o el de la sicóloga de la universidad. Cualquiera de los dos podría ayudarlo, o al menos eso pensaba yo. Él solo lloraba y se limpiaba las lágrimas con las mangas de su chaqueta, que le quedaba algo grande. Tengo que confesar que se veía muy tierno en ese momento, pero tuve que quitar ese pensamiento de mi cabeza, porque no podía estar diciendo una cosa y pensando otra. Podría haber problemas.

 Fue entonces cuando Sebastián me dijo, ya un poco más calmado aunque con lágrimas rodando por sus mejillas todavía, que se había enamorado de mi desde el primer día de la universidad. Me recordó que yo había sido el profesor que había dado el tour del lugar a su grupo, el mismo que le había dado su clase de introducción a la carrera. Yo, por supuesto, no lo recordaba. Pero él sí que lo recordaba, con gran detalle, y me dijo que yo le había gustado desde entonces. De eso habían pasado ya casi dos años. Según él, no había dejado de pensar en mí durante todo ese tiempo.

 Le dije que me halagaba con sus palabras pero que tenia que entender que las cosas solo podrían ser de una manera. Además, si sus padres se enteraban podría haber un problema mucho más serio que solo con la universidad. Traté de hacerle ver que había muchos chicos por todas partes y que seguramente alguno de ellos podría sentir algo por él como lo que él sentía por mí, y que eso sería mucho más fácil de manejar que una relación con alguien que le llevaba quince años de edad. Era la simple verdad.

 Él me explicó entonces que nadie sabía que era homosexual, ni sus padres, ni sus amigos de la universidad ni nadie más. Según él, había tenido muchas infatuaciones con hombres en su vida pero que la más intensa había sido conmigo, puesto que me veía muy seguido y notaba cosas en mi que le gustaban. Quise preguntar pero no tuve que hacerlo pues él mismo me dijo que le parecía responsable y gracioso pero también serio y muy fácil de tratar. Además, me había visto nadar en la piscina de la universidad.

 Eso me dio algo de vergüenza y sentí que se me ponía roja la cara. Fue cuando Sebastián sonrió y entonces, tengo que confesar, me pareció ver una parte del chico que nunca había visto y que me gustó bastante. Tenía una sonrisa hermosa que me hacía ver las diferentes capas de su personalidad. Era un chico algo inseguro y temeroso, pero también parecía ser alegre y optimista, tal vez a su manera. Creo que él se dio cuenta de lo que yo pensaba, porque se fue acercando lentamente y, esta vez, me tomó de la mano.

 Tengo que decir, de nuevo, que todo pareció pasar muy rápido y a veces muy despacio. Es extraño de explicar. De un momento a otro, resultamos en la parte trasera de mi coche. Creo que fui yo el que lo invitó a pasar… Entonces nos besamos, lo besé por todas partes y eventualmente le quité la ropa hasta dejarlo casi completamente desnudo. Él hizo lo mismo conmigo y así fue como mi automóvil se fue cubriendo de vapor, a la vez que Sebastián experimentaba su primera relación sexual con otro hombre.

 No sé cuanto tiempo estuvimos allí. Solo sé que cuando terminamos, le dije que lo llevaría a casa. No hablamos en todo el camino pero había un ambiente bastante confortable en el ambiente, lo contrario a lo que hay cuando sabes que has hecho algo que está mal y necesitas arreglarlo. Era completamente al revés.

 Cuando llegamos, nos despedimos con un beso en la boca. Sus labios eran dulces y su piel tenía un aroma suave y perfecto. Me dedicó una última sonrisa y salió del coche sin decir nada más. Lo vi entrar a su casa y luego me fui. Cuando llegué a la mía tuve mucho que pensar, bueno y malo. Como siempre.

lunes, 26 de febrero de 2018

Los casados


   Mucha gente habla del matrimonio. Es una de esas cosas que parecer ser imposibles de entender si no se está directamente involucrado. Y en parte, así es. Pero después hay otros que lo adornan todo con bromas sobre lo terrible que puede ser y hay otros que usan más detalles bonitos y romanticones, como tomarse de la mano y hacer todo juntos. El caso es que la mayoría son cosas que le hemos ido poniendo al matrimonio encima, al concepto. Pero como en todo lo que hacen los seremos humanos, es único según el caso.

 Les pongo el ejemplo de mi amigo Juan. Lleva casado un año completo. Lo sé muy bien porque la semana pasada estuve en su casa, celebrando el aniversario. Antes, en los viejos días, la gente celebraba cosas como esa en privado. No era algo para que todos los amigos y familiares se unieran. Al fin y al cabo una relación es normalmente entre dos personas, y son esas dos personas las que construyen o destruyen dicha relación. Así que el asunto fue extraño pero fui porque soy soltero y no tengo mucho que hacer los viernes en la noche.

 No sé si lo mencioné, seguramente no, pero Juan se casó con otro hombre. Hoy en día es algo bastante común en países civilizados y muy pocas personas, solo los ignorantes o los muy mayores, lo ven como algo raro o “malo”. El caso es que yo a Juan lo conozco desde el primer día de universidad y, por extraño que parezca, salí con el que es ahora su esposo hace un par de años, cuando ellos no se conocían. Fue algo que Carlos, el esposo de Juan, quiso ocultar pero yo le dije que eso sería una tontería.

 Cuando le conté a Juan, casi se desbarata de la risa. Tengo que confesar que al comienzo me sentí bastante confundido por la risa. Cualquier otra persona se hubiese enojado o hubiese querido una explicación más a fondo de la situación. Pero Juan lo único que hizo fue casi morirse de la risa, para luego explicar que la idea de Carlos y yo saliendo le parecía ridícula. Eso me ofendió tanto que busqué una excusa para salir de su apartamento lo más rápido que pude. Cuando llegué a casa, me sentía algo tonto pero igual enojado.

 De hecho, sí era algo ridículo pensar en que nosotros pudiésemos ser una pareja. De hecho, cuando salimos solo tuvimos sexo y eso solo fue unas tres veces, hasta que nos cansamos el uno del otro. Carlos es una hermosa persona pero simplemente no tenemos nada en común. En cambio, parece tener todo en común con Juan. Obviamente, ninguno nunca aclaró la verdadera naturaleza de nuestra relación. Sobraba decirle a Juan que el sexo había sido casi rutinario, incluso aburrido. Bueno, esa sería al menos mi perspectiva de todo el asunto, pero lo bueno es que nunca tuve que decir nada.

 En la fiesta de aniversario, sin embargo, había al menos tres personas que sabían muy bien lo que había pasado entre Carlos y yo.  Eran amigos de él y me habían conocido en el mismo lugar que yo lo había conocido a él: una discoteca de esas en las que la música suena tan fuerte que tienes que gritar para poder tratar de transmitir cualquier mensaje. Fue en una ida al baño en la que lo vi y me pareció interesante. Recuerdo que por esos días no quería pensar en nada, especialmente en nadie.

El resto de cosas pasaron de manera muy apresurada: bebimos y bebimos, me presentó a sus amigos, bailamos muy de cerca y cuando ni se había acabado la noche, lo dejé que me llevase directamente a su casa. Aunque no es una excusa, estaba tan bebido que francamente me hubiese ido con cualquiera. Puede que eso no hable bien de mi pero esta historia no es para hacer eso, sino para contarlos lo fuerte que puede ser una relación, así yo no esté directamente involucrado en ella.

 Cuando llegamos a su casa nos dirigimos a la habitación y no volvimos a salir sino hasta varias horas después. Y no, no es porque hubiésemos estado teniendo sexo por horas y horas sino porque nos quedamos dormidos al instante luego de hacerlo. La bebida tiene ese efecto en mi: puedo dormir fácilmente catorce horas seguidas después de una noche de fiesta extendida. Por suerte ese día no dormí tanto porque tuve la sensible idea de irme antes de verlo despertar y así tener un momento incomodo.

 Como dije antes, nos vimos dos o tres veces más después de eso. La verdad no recuerdo cuantas veces fueron porque siempre hubo alcohol de por medio. A él le encantaba beber, no sé si todavía. De hecho, al verlo tomar la copa de vino que tiene en la mano, me pongo a pensar en como hará Juan para aguantarle las borracheras si es que todavía hace eso. Es decir, están casados. No es como si cada uno tiene un sitio privado a parte para separarse por un tiempo. Están amarrados, en el mejor sentido o esa es la idea.

 Lo dejé de ver porque me parecía tremendamente aburrido. No solo el sexo carecía de interés, sino que las pocas conversaciones que tenía con él eran extremadamente sonsas. A veces él hablaba y yo simplemente hacía como que lo escuchaba pero en realidad estaba pensando en las cosas que tenía que hacer en el trabajo y en mi casa. Lo bueno es que siempre he sido bastante directo y nunca me ha gustado perder el tiempo. Más pronto que tarde le hice saber que no me interesaba de ninguna manera. Él entendió y solo llamó una vez más, en una de sus “urgencias” nocturnas.

 Recordando todo esto me pongo a pensar en dónde lo habrá conocido Juan. La verdad creo que perdí la oportunidad de poder hacer la pregunta cuando le dijimos que nos conocíamos de antes. Por fortuna, su risa había cerrado la puerta a más palabras que en verdad nadie quería oír y ninguno de los dos quería pronunciar. Cuando nos vimos después de tanto tiempo, en una fiesta en otra cosa, nuestros ojos se dijeron con simpleza lo que nuestras mentes elaboraron en segundos.

 Sin embargo, es bien sabido que en todas partes hay metiches, sobre todo metiches que al parecer no están contentos con sus vidas y deciden cagarse en las vidas de otros por diversión. Nuestra metiche se llamaba Luisa, una amiga de Carlos que se sabía de manera enciclopédica todas las relaciones, sexuales y románticas, que su amigo había tenido en la vida. Es de esas personas que hacen bromas sobre otra gente cuando esa gente está ahí frente a ellos y pretenden que todo pase como una broma tonta.

 Fue a ella a la que se le soltó lo de nuestras “noches de pasión”, como ella misma lo dijo. Mi primera reacción fue ahogar una carcajada, porque pasión era algo que nunca hubo entre Carlos y yo. Pero entonces fue cuando me di cuenta que Juan estaba a apenas algunos metros y era obvio que había escuchado lo que Luisa había dicho. Su cara se tornó casi verde pero de todas maneras se acercó y preguntó de que estaban hablando en ese rincón. Luisa, descarada como todos los metiches, repitió lo que había dicho.

 Tengo que aclarar que nunca me sentí mal por nada de lo sucedido. Era imposible haber previsto que un buen amigo fuese a casarse con un mal polvo de hacía años. ¿Cuantas posibilidades podría haber? De hecho fue este pensamiento el que me impulsó a romper el silencio que se había establecido en el apartamento. Miré a Luisa y le recordé del novio feo que le había visto, y comenté de sus gustos y de cómo algunas personas no deberían hablar de otras, con un historial tan malo.

 Verán, incluso borracho tengo buena memoria. Y esa noche recuerdo haber visto a Luisa besuqueándose con un tipo mientras el feo de su novio esperaba afuera del baño con sus tragos en las manos. También eso se lo recordé, y todos rieron. Incluso Juan y, pasados unos segundos, Carlos.

 Fue Juan entonces el que me miró, sonrió y dijo en voz alta que estaba orgulloso de tener buenos amigos todavía en el mundo. Más tarde lo vi darse un beso con Carlos, mientras se tomaban de la mano y se decían cursilerías típicas de los casados. Pero de eso yo no sé nada. Prometí jamás cometer ese error.