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miércoles, 30 de enero de 2019

Entre nosotros y el final


   Las máquinas se movían con lentitud sobre el desierto. Parecía como si caminaran pero no eran piernas orgánicas ni pertenecían a un ser que tuviera la capacidad de pensar. Eran vehículos construidos de partes de otras máquinas, hechos en otros puntos de la región. Habían sido hechos precisamente para cruzar el gran desierto que dividía los grandes núcleos de población que existían o que al menos se sabía que todavía existían después de las grandes guerras y pequeñas batallas que habían tenido lugar.

 Por todo el desierto habían partes de aeroplanos y de tanques de guerra, ya oxidados y destruidos lentamente por el sol y el calor. Había equipos de personas que buscaban esos pedazos por todos lados, algunas veces excavando para poder encontrarlos y luego teniendo que llegar allí con máquinas especiales para poder trasladar los materiales a los talleres donde pudieran transformarlos en algo útil. Esos grandes depósitos estaban en las orillas del desierto, siempre contemplándolo.

 Los grandes caminantes metálicos, sin embargo, eran una creación diferente y para otro fin. No estaban hechos para buscar pedazos de metal y tampoco eran grandes talleres ambulantes, como algunos en los pueblos creían. Eran máquinas hechas para explorar los lugares más remotos del desierto que, a pesar de tanta exploración, seguía teniendo lugares desconocidos para los ojos humanos. Al fin y al cabo, toda la región era joven y había surgido después de que el polvo nuclear había caído a tierra.

 Los caminantes habían sido construidos por un grupo de hombres y mujeres que controlaban casi por completo el comercio de piedras preciosas en la región. Eran ellos los únicos, o casi, con la habilidad de perforar la roca y encontrar piedras que pudieran ser utilizadas como medio de pago. El dinero hecho con papel y metales había desaparecido casi por completo, siendo reemplazado por un sistema de intercambio de bienes que se consideraban de gran valor, fuera económico o personal.

 Las cosas funcionaban así y el casi monopolio del grupo de los caminantes les había proporcionado la posibilidad de hacer algo que su tribu siempre había creído necesario: la exploración del nuevo mundo que había aparecido después de las guerras. En sus creencias, el mundo ahora escondía muchos tesoros que podrían proporcionarles la clave para ser los gobernantes del mundo, no solo de un pequeño pedazo. Las diferentes tribus y grupos vivían en paz pero ellos creían en construir algo así como un imperio a partir de un poder creado gracias a sus hallazgos, a los que nadie más tendría acceso.

 Sin embargo, subestimaban de gran manera la curiosidad humana. Eso era algo que no había desaparecido después del derramamiento de sangre y era obvio que la radiación no la había logrado destruir. Las personas todavía querían saber más, incluso si su mundo parecía inescrutable y si conocimiento no parecía tener una utilidad práctica. Ya no importaba quién sabía más y mucho menos cómo. Ahora era importante sobrevivir pues nadie en verdad vivía. Solo querían llegar a ver el mañana, no pensaban en el gran futuro.

 O mejor dicho, casi todos pensaban así. Otros en cambio pensaban que todo ya había pasado, que las tragedias que ya habían ocurrido eran lo peor que les podía ocurrir. Creían que el mundo solo podía mejorar, que el futuro era de verdad brillante y podía tener en él la clave para de verdad vivir y dejar de sobrevivir día tras día. Creían que en el mundo existían maneras de aprender de la nueva situación, que a la larga no era tan nueva pues ya hacía más de cien años que todo había ocurrido, viéndose solo las consecuencias.

 Nadie existía ya que hubiese visto las bombas caer y el sin igual resplandor de estas cuando tocaban el suelo y hacían vibrar la tierra. Solo había relatos orales, pasados de una persona a otra hasta el tiempo presente. Por supuesto, la realidad se había transformado lentamente y algunas partes de la historia pasada habían desaparecido para siempre. Ya no sabían de las personas que habían vivido antes de las guerras, de hecho había muy poco de esos tiempo y eran objetos y registros muy difíciles de comprender.

 Pero esas personas que exploraban aquí y allá, que se internaban en el desierto para buscar cosas diferentes a partes de máquinas, querían de verdad entender su mundo para poder aplicar esos conocimientos en proyectos que pudiesen mejorar las cosas. Uno de los grandes problemas, por ejemplo, era el abastecimiento de agua para los centros de población. La mayoría dependían de pequeños pozos subterráneos pero era obvio que en algún momento se vaciarían y no habría más agua que tomar.

 Los exploradores, que normalmente iban en grupos de cuatro personas o menos, habían ya descubierto varios pozos que antes nadie había visto. Pero ninguno de ellos era útil para que las personas tomaran agua pues el liquido tenía elementos radioactivos. Puede que estuviera limpia dentro de otro centenar de años, pero no podían arriesgarse. Ya había problemas de salud relacionados con la radiación y la idea era poder sobrevivir sin tener los mismos problemas que habían sufrido por tanto tiempo. Había que encontrar mejores maneras de vivir.

 Además estaba el problema de la tribu de los caminantes, que siempre eran violentos con otros que quisieran cruzarse en su camino. No dudaban un solo momento en usar los rifles que habían construido con cuidado las mujeres para matar a aquellos que pudiesen ser un problema para ellos. No les importaba que esos exploradores buscaran agua en vez de pedazos de máquinas. Para ellos, eran los únicos que debían de tener el poder y la capacidad de viajar por el desierto. Su imperio debía empezar en esas arenas.

 Ya habían matado a varios cuando un grupo de exploradores penetró el desierto más allá de lo que ninguna otra persona lo hubiese hecho. Llegaron a una cadena de montes secos, en los que crecían algunas plantas que apenas se notaban entre la arenisca. El viento era inclemente y fue por un accidente que ese grupo encontré el reservorio de agua más grande jamás descubierto en el desierto. Las primeras pruebas afirmaban que no había radioactividad en ese gran espacio, era agua pura cómo ninguna otra.

 El problema entonces radicaba en los caminantes, que podrían descubrir el reservorio y hacer una de dos cosas con él: podían aprovecharlo y tomarlo para ellos, dejando que toda la demás gente muriera de sed o simplemente podrían usar sus bombas para colapsar el techo de la caverna y así contaminar y destruir para siempre ese lugar de esperanza. Era imposible saber cómo responderían pero estaba claro que no dejarían que las personas de otros lugares utilizaran esa agua ubicada tan profundo en un territorio que reclamaban como propio.

 Los exploradores hicieron planos para una tubería a través del desierto que llevaría el agua al centro de población más grande cerca del desierto. Con el tiempo, extenderían la red a otros lugares y así todos podrían tener acceso al agua y las peleas por ese bien se terminarían. Pero solo era una idea, un proyecto que no parecía tener la probabilidad de volverse realidad con los caminantes en el desierto. Los exploradores estuvieron a punto de dejarlo atrás, lejos de sus mentes, pero entonces tembló con fuerza.

 Nunca antes se había sentido un terremoto en esa región pero había sido increíblemente violento, tanto que destruyó gran parte de los pueblos cercanos y colapsó por completo secciones de los montes en el interior del desierto. Los exploradores corrieron a verificar el reservorio, que no había sufrido daños.

 Lo que sí encontraron fueron los remanentes de un gran grupo de caminantes, colapsados dentro de una zanja que se había abierto en el desierto como una gran herida. Con sus talleres también destruidos, el gran imperio jamás surgiría del desierto ni de ninguna otra parte.

viernes, 13 de octubre de 2017

Varados en MR-03

   Quedar atrapados en la misma nave salvavidas era lo último que cualquiera de los dos hubiese querido. Era cierto que trabajaban junto en el puente, junto al capitán, pero eso no quería decir que se llevaran remotamente bien. Solo trabajaban juntos y nada más, no había una relación más allá de obedecer las ordenes y vivir una vida moderadamente tranquila en la nave Descubrimiento, que había sido lanzada hacía tan solo dos años. Ese era el tiempo que llevaban evitando hablar más de lo necesario.

 Pero no hacía sino algunas horas desde que una nave no identificada había lanzado un ataque sin respiro contra la nave de exploración. Ellos tenían algunas armas para defenderse pero nada que pudiese aguantar semejante brutalidad. El capitán ordenó la evacuación inmediata, aprovechando la cercanía del planeta MR-03. El lugar había sido objeto de estudio por parte del personal hasta el momento del ataque. Todo el mundo corrió, evitando explosiones y gritones provenientes de todos los pasillos.

 Por alguna razón, los pasos del teniente y los del primer oficial los llevaron exactamente al mismo pasillo y, por consiguiente, a la misma nave de escape. Eran naves que podían servir hasta para diez personas. Pero nadie más venían y la nave no iba a resistir más. Fue el primer oficial el que desató el modulo de la nave, eyectándolo así hacia el planeta. El control sobre el aparato era mínimo pero tuvieron asiento de primera fila para ver la destrucción del que había sido su hogar por tanto tiempo.

 El disco principal voló por todos lados y después fueron los motores los que estallaron creando una onda tan fuerte que desestabilizó a la mayoría de las naves de escape. En el que estaban los dos hombres comenzó a flotar hacia un lugar muy distinto que el resto de la flotilla de sobrevivientes. Mientras la mayoría iba hacia el ecuador del planeta, donde habían detectado un continente amplio, el modulo de los dos hombres se dirigía sobre lo que parecía ser un mar eterno de un liquido parecido al agua.

 Sin decir una palabra, cada uno hizo lo que pudo para estabilizar el modulo. Lo único que consiguieron fue no convertirse en tostadas humanas al entrar a la atmosfera. Cayeron miles de kilómetros, convertidos en un bólido de fuego yendo a una velocidad extraordinaria. El aparato voló sobre el agua e impactó fuerte cerca de lo que en la tierra se llamaría un atolón. La nave pasó por encima de una arena muy fina, de color purpura, que pareció contener la mayoría de la fuerza del accidente. Cuando el modulo estuvo quieto por completo, los dos oficiales salieron del mismo.

 Sabían que podían hacerlo, pues así lo había confirmado su investigación del planeta. Pero aparte de eso, no había mucho que les sirviera para poder sobrevivir. Con aparatos que llevaban encima y dentro del modulo, pudieron deducir que estaban a unos tres mil kilómetros del continente, el único en todo ese mundo. Lo siguiente era saber si el agua era potable. Un simple experimento les aclaró la duda: tenía que filtrar el liquido antes de consumirlo. Fue así que armaron un pequeño campamento.

 El primer día, casi no cruzaron palabra. Lo que se decían era lo mínimo para no chocar el uno contra el otro tratando de sobrevivir. Si uno limpiaba agua, el otro trataría de averiguar como llegar al continente. Si uno estaba en el modulo tratando de que funcionaran los aparatos de comunicación, el otro estaría afuera clasificando las raciones que había en el compartimiento de emergencias. Estaban bien entrenados y eso los hacía un buen equipo, incluso sin tener que hablar.

 Sin embargo, no podían comunicarse con nadie. El modulo había sobrevivido casi completo al choque pero los sistemas internos estaban dañados y era imposible repararlos sin herramientas que solo quienes trabajan en la sección de ingeniería podrían tener a la mano. Ellos eran oficiales, por lo tanto no tenían acceso a nada que se pareciera a lo que necesitaban. Además, la comida era escasa. Y como tantas veces en el curso de la humanidad, fue la razón para establecer un enlace.

 Pero no entre ellos y el resto de los sobrevivientes sino solo entre ellos dos, entre dos hombres que desde su experiencia académica se habían considerado no compatibles. No eran solo sus percepciones humanas sino también exámenes hechos por profesionales los que decían que ponerlos a los dos en el mismo espacio sería un peligro potencial. Pero ambos habían jurado mantenerse al margen de problemas personales y enfocarse únicamente en el trabajo.

Así lo habían hecho y sus superiores habían quedado tan satisfechos, que todos los exámenes fueron olvidados y a los oficiales se les dejó seguir en sus puestos como si nada. Pero en esa época iban a la cafetería de la academia, donde servían lo que uno quisiera, cuando uno lo quisiera. En el atolón solo tenían raciones de comida deshidratada, que debían tratar de comer con algo del agua descontaminada, que sabía a rayos después de procesar casi a mano. La primera conversación entre los dos fue una discusión por el tamaño de las raciones. El primer oficial pensaba tener la porción más pequeña.

 Era una discusión absurda, de eso no había dudas, pero cualquier detalle habría bastado para volverlos locos y ese era el que los estaba haciendo pasar por encima de sus limites, de las barreras que se habían puesto entre los dos. Cada una iba cayendo, a medida que se insultaban y empezaban a reclamarse por errores pasados, comenzando por las acciones cometidas en el modulo y terminando por hechos acaecidos en la academia, que a veces el otro ni siquiera recordaba con claridad.

 Pasados unos minutos, la cosa pasó al plano físico. El teniente se aburrió del aire de superioridad que se daba el primer oficial y le lanzó un puño directo a la nariz, que se quebró al instante. El atacado respondió con un gancho igual o más fuerte en el estomago del otro, haciéndolo revolver lo poco que había comido. Los puñetazos fueron y vinieron, incluyendo también patadas y más insultos y recuerdos que nadie más sino ellos tenían en la cabeza. La sangre caía por todas partes, ignorada por ambos.

 Parecía como si no quisieran parar nunca. Toda la rabia que tenían dentro, así no tuviese nada que ver con su relación laboral, había empezado a salir como espuma de un botella. Cada golpe, no importa donde o como, venía de lugares mucho más oscuros que simples envidias o una simple falta de empatía del uno por el otro y viceversa. Había algo más atrapado tras esa furia salvaje que estaban exhibiéndose en esa pequeña franja de tierra, en un planeta inhóspito y virgen.

 Eventualmente, sus cuerpos dejaron de tener energía. Sin embargo, arrodillados sobre el suelo purpura, se miraron el uno al otro con odio, con rabia, con asco y con resentimiento. Todo eso y más salía de sus ojos, como si fuera un arma mortal cargando hasta tener la energía completa para atacar a discreción. Pero ellos no eran armas. No podían luchar para siempre, no tenían la energía para hacerlo. Sin embargo, se levantaron como pudieron y se embistieron una vez más, con la poca fuerza que les quedaba.

 El único daño entonces fue mucho más profundo de los propuesto. Cayeron juntos al suelo, fundidos en una suerte de abrazo incomodo. Sin fuerzas para luchar, lo único que sus cuerpos pudieron hacer fue exhalar y tratar de seguir viviendo.


El abrazo se mantuvo un buen tiempo, hasta que no fue forzado sino natural. Algunas lágrimas surgieron y se evaporaron sin ninguna referencia a ellas. Al otro día, ya más descansados, comenzaron a hablarse. No solo lograron volver con los demás sino que descubrieron mucho más de si mismos, más de lo que creían saber.

jueves, 9 de octubre de 2014

Lo Natural

Después de dejar el automóvil en la entrada, el pequeño grupo de personas esperó mientras el guardabosques iba por el guía, que estaba en una cabaña cercana alistando lo necesario para la caminata.

Los miembros del grupo eran siete personas: había cuatro mujeres y tres hombres. Ninguno se conocía con el siguiente, eran desconocidos los unos con los otros y habían tenido distintas razones para venir al parque.

Estaba, por ejemplo, Daniela. Era fotógrafa de corazón pero cardióloga de profesión. Siempre había querido tomar fotos de la naturaleza pero sus obligaciones en el hospital no dejaban que se alejara demasiado. Tenía 46 años y no se había casado. Su único compañero era Mateo, un gran danés que había querido traer pero el parque no admitía mascotas.

Al lado de ella estaba Clara. Era asistente en un estudio de moda y la habían enviado para revisar el sitio. Su trabajo era ver que posibilidades tenían ciertos sitios para ser utilizados como locación para fotografías varias. Ella no quería venir: era alérgica a muchas cosas y su nariz ya estaba roja en el transporte que los había traído.

El guardabosques volvió con otro hombre, un hombre bastante guapo. Las cuatro mujeres se quedaron mirándolo como tontas, por lo que no escucharon muy bien cuando el guía les explicó que el recorrido sería de tres horas, con un descanso en un hermoso lugar panorámico.

Vestidos con ropa térmica, se adentraron en el parque siguiente un sendero de tierra que pronto vieron cubierto de ramas, pasto y musgo.

Felicia y Amanda eran estudiantes. No habían venido juntas pero habían comenzado a charlar en el bus y ahora se ayudaban a no pisar los charcos de barro más peligrosos. Las dos tenían el mismo estilo: demasiado arregladas para un paseo por la naturaleza y visiblemente incomodas con todo. Ellos no sabían, pero tenían el mismo profesor. Y él les había puesto como tarea hacer un informe personal de un parque nacional. Él había asignado los parques y así, las dos distraídas chicas, estaban ahora haciendo equilibrio para no pisar plantas ni barro.

El guía ahora se detenía para mostrarles un amplio sector del páramo, que estaba cubierto de frailejones y de hongos. Mientras les explicaba las propiedades de algunas plantas, Rodrigo comía una barra de cereal. Estaba obsesionado con el ejercicio y las calorías y demás y había pensado que retar al cuerpo con la altura y una larga caminata era buena idea.

A su lado estaba Marcos, estudiante de biología, que se sentía como niño en una dulcería. Era el único que escuchaba con atención todo lo que decía el guía y anotaba algunas cosas en una pequeña libreta. Incluso hacía preguntas y algunos comentarios que buscaban denotar su conocimiento de la zona.

Por último estaba Walter. Era un hombre maduro, apasionado por la naturaleza, recorriendo el mundo visitando cuanto parque o reserva pudiera encontrar. Había dejado atrás una vieja casa en Londres para hacer su travesía y no extrañaba su casa en ningún momento. Eso sí, estaba cansado. Había llegado de Ecuador hacía unas horas y no había tenido la oportunidad de dormir como se debe.

El grupo siguió caminando por el sendero hasta llegar a un pequeño bosque que cruzaron con cuidado. El guía ayudaba a las chicas y a ellas se les olvidaba todo, encantadas de que les cogiera la mano para ayudarlas a seguir el camino.

Había llovido a cántaros y se notaba: no había animales en ninguna parte, ni siquiera en el cielo. El guía les contaba que alguna vez habían visto cóndores pero que ya nadie sabía muy bien si existían en los terrenos del parque. Eran criaturas muy sensibles. Al igual que osos y ciervos, que tal vez verían, según él.

Apenas salieron a un claro, se cumplió lo que había dicho. Les indicó que hicieran silencio y que no se movieran ya que había un pequeño venado con su madre sobre una superficie plana, no muy lejos de un abismo.

Todos sacaron sus cámaras fotográficas y tomaron un par, a tiempo, antes de que los animales se asustaran cuando Felicia tropezó y cayó de frente contra el suelo. Se llenó de barro y dañó su cámara. La ayudaron a pararse mientras ella sollozaba y decía que nunca se graduaría. Amanda dijo que le prestaría sus fotos y el guía se alejó apenas pudo: odiaba las mujeres quejumbrosas.

Se reunieron en el sitio donde estaban los venados y el guía les dijo que era hora del descanso. Mientras sacaban de comer, les advirtió que no podían dejar basura, ni siquiera restos de comida porque un oso podría seguirlos y eso no era muy buena idea.

Walter y Daniela se acercaron al abismo que había cerca del plano donde habían estado comiendo los venados. Aunque con pésima visibilidad, podían ver el cañón que había abajo y las montañas verdes que se extendían muchos kilómetros más allá.
Y los dos empezaron a charlar, en inglés, ya que Daniela sabía muy bien el idioma por sus estudios. Rodrigo había sido odontólogo y compartieron anécdotas médicas mientras comían compartían un paquete de galletas.

Marcos hablaba con el guía, con quien compartía un sandwich. Hablaban de las nuevas especies descubiertas en Guyana y lo que significaba poder descubrir nueva vida en un mundo ya viejo.
El guía se sentía muy a gusto hablando con Marcos, ya que compartían ese gusto enorme que él tenía por los animales y la vida en general.

Felicia le decía a Amanda que fotos tomar y como tomarlas y ella asentía ante todas las peticiones de la otra. Amanda era del tipo de chica que quería caer bien y Felicia del tipo que le gustaba tener el control. Y lo hacían de maravilla.

Rodrigo hablaba con Clara de sus ambiciones de ser modelo para diferentes marcas y ella solo asentía. Ya conocía a los modelos y sabía que el tipo iba a hablar horas, quisiera ella o no. La joven solo sonreía en los momentos apropiados, asentía y pedía, en sus adentros, largarse de allí lo más pronto que se pudiera.

Pasados unos minutos el guía dijo que tenían que continuar. Revisó minuciosamente el sitio donde habían comido y, tras recoger una envoltura de barra de cereal tirada, prosiguieron con el recorrido. La idea era bajar a una zona del cañón para buscar vida salvaje y luego volver a subir por un lugar que no habían pasado, donde solo crecía musgo y habían restos arqueológicos.

Y así lo hicieron. Bajaron, unos quejándose más que otros, hasta encontrar el arroyo que pasaba por el cañón. Les advirtió no tomar de allí ya que podían contaminar el lugar. Felicia ordenaba a Amanda tomar fotos y Rodrigo ya ni se molestaba en fingir poner atención: se había puesto los audífonos y oía música electrónica.

Tras no ver nada en el cañon, subieron con dificultades por un tortuoso sendero hasta una pequeña meseta, despejada. Allí no crecía nada más que brotes de musgo. Habían varias piedras distribuidas por el sitio, algunas hundidas en el suelo. Formaban una marca circular, con otro circulo adentro de ese. La sensación fue de asombro general.

Todos tomaron fotos e incluso posaron junto a las rocas. Y después, en silencio, cada uno dio una vuelta por el lugar. Según el guía, esto era tradición.

Rodrigo pensó en que le gustaría no sentir tanta presión de todos, por ser más y mejor. Walter quiso volver a su hogar y dejar flores en la tumba de su mujer. Marcos tomó una decisión: haría un año académico en Brasil. Y el guía solo inhaló el aire puro y agradeció estar allí todos los días.

Amanda pensó en que querría tener un buen trabajo al salir de la universidad, mientras que Felicia solo pensó en pasar la materia. A Daniela se le aguaron los ojos pensando en lo sola que se sentía todos los días y Clara, como Marcos, tomó una decisión trascendental: dejaría la agencia para dedicarse al teatro, su verdadero amor.

Algo más felices de lo que habían entrado, el grupo dejó el parque tras media hora más de caminata. Le agradecieron al guía y al guardabosques y se alejaron en el pequeño bus que los había traído.

Antes del anochecer, un oso de anteojos visitó el sitio arqueológico, también llamado Templo de la Revelación. Y la criatura se sentó allí largo tiempo hasta que fue de noche y se alejó para cazar.