martes, 2 de febrero de 2016

El restaurante

   Todo el mundo corría de un lado para otro, pero nadie más que Don Luis. Después de todo era su proyecto y debía estar pendiente de cada pequeño aspecto de todo el proceso. Verificaba que las verduras estuvieran en buen estado y que la cantidad fuera suficiente, lo mismo con los cortes de carne y las hamburguesas. No podía permitirse carne echada a perder en su primer día. El pollo venía de una granja especializada en pollo orgánico y eso era más por el precio que le habían ofrecido que por nada más. La pasta venía en cajas enormes y la cava se fue llenando poco a poco.

 El proyecto no había sido algo de la noche a la mañana, más bien lo contrario. Don Luis se había tomado por lo menos veinte años para pensarlo todo hasta el último detalle. Esto había sido desde mucho antes de jubilarse de su trabajo en la oficina postal central en la que había trabajado toda su vida. Sin embargo, el correo y todo lo que tenía que ver con ello, nunca le había fascinado de una manera especial. Era algo que había decidido hacer porque pagaba bien y cuando era joven le urgía el dinero pues ya tenía esposa y una hija.

 Pero durante mucho tiempo su primer amor fue, sin duda, la comida. Le encantaba ahorrar un poco y así poder pagarse una cena elegante con su esposa en los mejores restaurantes de la ciudad, así fuese una vez al mes o cada dos meses. Había veces que pasaba más tiempo entre una cena y otra pero valía la pena pues Luis estaba fascinado con todo. En casa se encargaba muchas veces de hacer de comer y con el tiempo fue mejorando bastante, recibiendo halagos de sus hijos y su esposa.

 Ella no siempre pensó que su esposo tuviese talento para la cocina pero vio su entusiasmo por aprender y lo apoyó cuando quiso tomar clases nocturnas. Era difícil porque casi no se le vio en casa por esa época y su humor no era el mejor. Al fin y al cabo no estaba durmiendo, pero al cabo de un año o poco más, se terminó el estudio y volvió a ser el hombre que todos adoraban. Y ahí empezaron sus planes: quería tener su propio restaurante donde serviría varios platos clásicos pero también creaciones originales que podría intentar con los comensales.

 No se había jubilado aún y Luis ya tenía hojas y hojas de anotaciones sobre recetas e ingredientes bien particulares que iba a necesitar. Creía que, como le habían enseñado, debía siempre utilizar los mejores ingredientes. Tanta era su pasión por el tema que varios fines de semana llevaba a su familia al campo, a visitar cultivos de diferentes productos para aprender más sobre ellos y así saber decidir, en un futuro, cual era el mejor producto para sus recetas. Lo mismo con las salsas, que intentaba con su familia, y demás aspectos de lo que sería su restaurante.

 Su familia siempre lo apoyó. Su esposa no encontraba su pasión molesta, incluso cuando una vez los despertó a todos a las cuatro de la mañana de un domingo para ir a visitar un cultivo de champiñones. Eso lo único que le probaba era que el hombre con el que se había casado tenía pasión y eso era algo apasionante de ver, sobre todo después de tantos años de pasividad y de verlo triste en el trabajo con el correo. Cuando esa pasión surgió, lo mejor era alimentarla y admirarlo por ello, jamás castigarlo ni reprimir eso tan bonito que nacía dentro de él.

 Para sus hijos fue algo más difícil pues los niños y los jóvenes son siempre más susceptibles a los cambios y no entienden siempre las motivaciones que hay detrás de muchas cosas. El día de los champiñones solo la más pequeña estaba feliz de poder recoger algunos por la plantación. Su hermana mayor y su hermano miraban el celular y tenían cara de pocos amigos, sintiéndose humillados sin razón aparente por las ganas de su padre de querer progresar. Él nunca los reprendió por ello. Después entenderían, cuando sintieran ellos mismos pasión por algo.

 Lo que sí gustaba a todos, incluida la madre de Luis, era sus recetas. A veces los intentos no salían tan bien pero otras veces era una delicia lo que salía y todos lo disfrutaban igual. Él se esmeraba por leer y aprender más de varios tipos de productos y no solo usar lo que tenía a la mano sino también aquello que podía ser más exótico o raro. Tener que conseguir esas salsas o frutos no siempre era fácil pero lo intentaba cuanto podía porque si no intentaba hacer lo que tenía en mente, nunca sabría si valía la pena su creación.

 Con su esposa, un año antes de jubilarse, entró a una clase de vinos. Era algo que siempre había evitado porque la verdad no era un gran bebedor pero sabía que en los grandes restaurantes el maridaje era algo esencial y si él quería tener uno de los mejores lugares adonde ir a comer pues tenía que saber sobre ello. Para sus sorpresa, fue su mujer la que aprendió todo y entendió todo con claridad y sin una duda. Probaba los vinos como una profesional y al final de la clase fue nombrada como el profesor como una de las mejores alumnas que había tenido en mucho tiempo.

 Luis le pidió oficialmente que fuera la encargada de los vinos y ella, sin dudarlo, aceptó. Faltando ya tan poco para la jubilación, el momento en que sería libre de las cadenas que lo habían tenido amarrado por tanto tiempo, Luis se había puesto a planearlo todo con varios meses de antelación. Había buscado los mejores locales para el restaurante en una ubicación de calidad y había negociado máquinas y proveedores. Solo necesitaba tener el tiempo para sortearlo todo y estaría en camino a cumplir su sueño.

  Celebró una fiesta modesta en casa por su jubilación. Invitó a todos sus amigos, gente del trabajo y familia. Fue algo casual, pues la fiesta que hubiesen querido tener era imposible porque todo el dinero ya había sido gastado en el restaurante. Ahora que sus hijos estaban algo mayores, estaban preocupados por el dinero pero sus padres los calmaban con afirmaciones que no sabían si fueran ciertas. Porque en las noches se preguntaban lo mismo. Se preguntaban que pasaría si el restaurante no funcionaba. Y el miedo se asentó en un rincón de sus mentes.

 Pero pasaron los días y todo fue pasando acorde a lo planeado. Primero le entregaron el local a Don Luis, después fueron llegando las máquinas y los muebles y por último los productos. Con antelación, había contratado a varias personas para trabajar en la cocina y como meseros. La idea era que todos siguieran sus ordenes al pie de la letra, tanto así que los convocó al menos dos veces antes de la apertura para ensayarlo todo. Los meseros debían ser amables y rápido y los cocineros debían saber seguir la receta al pie de la letra, sin ponerse muy creativos. Eso sí, Don Luis le dejó a su chef introducir una creación personal en la carta.

 La crisis llegó cuando algunos productos parecían no poder estar para el día de la inauguración, que estaba siendo publicitada por todos lados incluyendo diarios y alguna revista. El dineral que eso costaba asustó en comienzo a la esposa de Luis pero él dijo que, si no lo hacían, simplemente no vendría nadie. Su hijo que estudiaba en la universidad diseño gráfico hizo una página web del restaurante y creó redes sociales para mantener a la gente interesada.

 El mismo Don Luis tuvo que ir con cada uno de los proveedores y revisar contratos y demás para ver si los terminaba pues no era posible que faltando una semana todavía faltaran tantas cosas. Lo último que llegó al local, la noche anterior, fueron los pimientos rojos. Estaba toda su familia allí, ayudando a acomodar todas las cajas y limpiando cada rincón para que estuviera impecable. Se adornaron las paredes con objetos personales y se alistaron las cartas. No había más que hacer.

 Lo último que hizo Don Luis fue reunir a la familia en la cocina y oler esos deliciosos pimentones. Cada uno se pasó el mismo pimentón y lo olió inhalando fuerte y sintiendo el aroma en cada lugar del cuerpo. Cuando la verdura volvió a su lugar en el refrigerador, Don Luis les agradeció a todos por su paciencia y comprensión y les prometió que ese sería el comienzo de una nueva época para todos ellos con familia. Les dijo que sin duda esa sería una nueva etapa llena de nuevas experiencias y alegrías para compartir entre todos, como familia.


 Esa noche, Don Luis casi no durmió. Pensó en cada uno de los productos que descansaban en las neveras, pensó en el vino ordenado por su mujer, pensó en las cartas con letras color púrpura sobre el mostrador y hasta pensó en el ventilador que sacaría todo el calor y el olor de la carne hacia el exterior. Y luego, justo antes de por fin quedarse dormido, recordó como su madre le solía cocinar pequeñas creaciones propias que él adoraba cuando era pequeño y no había mucho dinero. Recordó su felicidad y espero que ese mismo sentimiento lo acompañase por muchos años más.

lunes, 1 de febrero de 2016

Hidden

   As the doors of the club opened, Hosni stumbled out flanked by two other guys, not one looking as lost as he was. He had to lean against a wall next to the club and just wait there. The two guys that had come out with him did not ask him if he was ok or if he wants some kind of help. Actually, they only looked at him glaringly and started talking on their phones almost immediately. His head felt very dizzy, he felt it turn and turn and not stopping but his body had no reaction further than that. He wasn’t going to vomit, so he just stayed there, looking wasted.

 The guys finally asked him if he was going with them. Hosni shook his head. He didn’t feel up to any task right now and just wanted to get home as soon as possible. As the guys left, he put his hands on the pockets of his jacket and checked everything that needed to be there was indeed there: the wallet, home keys, his socks and a candy. He even opened up the wallet to see how much money he had and realized he was obliged to walk back home, as he hadn’t enough money for a bus or the subway. And even if he had, he wasn’t in the best state to know where to walk to take any of those transportation options.

 So he started walking, at seven in the morning on a Sunday, through a neighborhood that he knew well as he had identified it as a go-to place since he had arrived in town five years ago. He remembered his excitement when seeing the order and the cleanliness and the coldness of people. It was very different from his home country, in both good and bad ways. The nice thing here is that his parents became a bit less religious and were not as tough with rules as hey had been before. The proof was that he was there, stumbling around corners at that time of day.

 Then he realized he hadn’t felt his cellphone in his jacket. He stopped right in front of a disco and people smoking outside watched as he furiously looked all over himself for the cellphone, only to find it in pocket close to the knee. He was wearing the cargo pants that his dad had felt would make a great worker, being able to carry all sorts of things everywhere. Even as he had studied to be a psychologist, his parents were still looking forward for Hosni to come to the family business, which was fixing all sorts of things, like a plumber.

 The walk was resumed, with Hosni checking out a map on the phone and rectifying his route. The small scare of not finding his cellphone had helped him being a little less wasted, he could see things little bit clearer. Yet, he wasn’t walking faster at all. He thought it would have been funny to go back to the club and make the owner or some guy turn on the lights to look for the cellphone. But then he remembered that couldn’t have been possible because electronic devices were not allowed in. He laughed stupidly, alone.

 After stumbling around for around thirty minutes, he finally got home safe and sound. It took him a while to open the main door of the building and he helped himself by holding the cellphone towards the door when opening the door of the apartment, in order not to wake up his family. He was very silent and when he got into his room he took every single piece of clothe of and just entered the cold bed stark naked, falling fast asleep in a matter of seconds.

 The following morning, the voice of his mother woke him up. She wasn’t calling for him but he could hear her in the kitchen, talking to his sister and father. They were probably having breakfast. He could smell the eggs and his stomach practically belched at the presence of the aroma. He would have wanted to eat but, again, his head was spinning. He was not wasted anymore, sleeping had taken care of most of the damage, but his head hurt and he just tried to fall asleep again but couldn’t.

 Besides, as he closed his eyes, he remembered various scenes from the previous night including many that he thought were not real. So he stayed with his eyes wide open looking at the ceiling, deciding which memories were real and which ones were fake. He knew he had a lot of beer and also some drugs, which weren’t allowed in the club but people still had them inside, when employees weren’t around and that was pretty often. The scent of the eggs felt stronger, so he got up.

 His family celebrated that he joined them and he was served a plate. Then, minutes later, he had to unfold the lie that he had been preparing since the day before. He said he had been in a friend’s house, drinking and having a small party with some of his friends that had recently arrived from his home country. All his parents could ask was what news they brought from home and how they were adapting to the city. They didn’t really care for anything else. It was his sister that asked at what time he had arrived and he had planned to lie about that too: he said he arrived around four in the morning, after helping a couple of his friends get home.

 The truth was he had arrived much later than that, even remembering seeing a bit of sunlight as he entered the building. He wasn’t asked much else, and he was thankful because remembering every single lie that he had planned before that night was difficult and made his head hurt even more. He just ate and enjoyed a time with his family and then went back to his room and tried to sleep some more but couldn’t. Again, he stared at the ceiling and just wandered about every single aspect of last night and how everyone had no idea of his real night.

 Later that Sunday, he took something for his headache and by night he was feeling better. He helped his dad around at the hardware store the family owned, as it opened every day, and just tried not to think about that night anymore. Now that he was better, he felt guilty and kind of scared that someone would be able to really now what he had been doing that night and so many other nights, because that one had not certainly being the only night he had gone out in order to be closer to what he thought was being his own real self.

 Since arriving to the city, he had been going out to places his parents had no idea he went and the thought of them knowing was enough to make the headache come back. He was afraid of the response, not only from his father but from his mother too. Even his sister’s response would be very hard to take in. He loved his family and wouldn’t want them to disappoint them or make them feel like he had betrayed them. But the fact was that he couldn’t tell any of them the truth. Because he knew how they would respond and he wasn’t ready for that yet.

 As if his thoughts had been heard in heaven, his father rolled out his prayer mat and felt in one very specific part of the store. Hosni did the same, just next to his father and prayed for a while with him. The amount of guilt that was piling up in his mind was too great and he seriously thought that his mind would explode one day. But it didn’t, because he was much stronger than he realized. After all, he had kept them out of the truth for many years and was ready to do it for many more.

 A couple of friends told him to be real, to live a more honest life and to lift that weight from his shoulders. But they didn’t understand how his family worked, how his religion and traditions really set a standard in which he didn’t fit in at all. Sometimes he had to go to his room when his parents had discussions over news in the TV that were “immoral” to them. He just couldn’t bear to hear them argue over something he felt they didn’t understand. He was just trapped between the life he had while a kid and the life he had now, after being able to go to college and have a real education.

 So, as always, for the following week, he was the Hosni everyone knew. He worked in the store and then he applied for jobs, some very far away, trying to get into the work world and into his profession, which he actually loved. He was charming with people all around him and loving with his parents and friends. He was just a young man full of dreams as anyone else, ready to take on life and just try to get the best out of it. He really wanted to be happy and thought that lying was part of that idea. It was unavoidable and he didn’t really mind.


 H was back in the club the following Saturday night. He had bought a year pass many months before so they knew him well. They gave him a token for a complimentary beverage and then he moved on the locker area, where he proceeded to strip down and only keep on his sneakers and his underwear. Then, he crossed a curtain to the bar where he drank vodka straight. Five minutes afterwards, Hosni was walking downstairs, to the dark room below, where his dreams did not live and he could be as close as he thought he could to the person he thought he was.

sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.

viernes, 29 de enero de 2016

The other son

   Lady Rosamund was seated in one of the top balconies, just in front of the stage. She was tired, as half of the show had already passed. At age seventy-five, she was too tired to watch a whole opera, even if it was her dear Anthony that did the music. Only for him she had walked out of her house, she would never do that for anyone else. The last time she had been really out was the time of her husband’s death, over ten years ago. Actually, it had been that moment in her life that made her decide to stay at home and just take care of things there.

 After all, she had many things to do still, for a woman her age and status. Her husband had left their son John the biggest company called Alesia, which imported tobacco from the Americas. Her son was living there, in a plantation in Cuba where he got to manage the business first hand. Lady Rosamund had received the management of other parts of the enterprise and smaller business around town such as a grocery store and two stalls in the market. She was in charge of asking for that rent and talking to her tenants, making sure everything was ok.

 She had been happy for a while, so she didn’t really mind staying at home and getting things done from there. Moomoo the dog would keep her company and she had a whole garden to take care of, as she had decided not to pay a gardener anymore as she felt she could do a much better job. That turned out to be not exactly true, but she didn’t care. She liked all of those mornings, when the sun wasn’t too bright, when she would sing to her roses and tulips and just be there by herself.

 Her daughter Josephine visited her every other day and read her the letters that John sent from the other side of the world. They learned that way that he had gotten married and that he was also expecting his first child. Josephine had two of her own already, which she sometimes brought to her mother but not every time because she saw how rowdy they would get and how old her mother was getting. She didn’t want her to feel ill so she decided not to do it too often.

 It was almost always a subject of them to talk about Anthony. He was always somewhere in Europe or even elsewhere, taking his music to every kind of people. They also read his letters and they both loved that because he had always had the best sense of humor. He could transform even the direst of circumstances into the funniest event he had ever witnessed. They would laugh reading the letters and, when he visited, they would ask him to tell the anecdotes himself and they certainly didn’t change at all from the written versions. Anthony was not blood but he was more than family, something that couldn’t be explained.

  In her youth, recently married, Lady Rosamund convinced her husband to adopt a kid from the streets. As a young bride, she was almost forced to do charity work, a thing many of the ladies where doing to look good in the public eye. But Rosamund had learned to like it, going to many of the hospices around town and reading to the sick or giving away old clothes to the needy. The children especially touched her because she felt they were all innocent of the lives they had been forced to live in. She cried often when she saw them dying of hunger or begging in the streets.

 One day, she started working in the darkest of allies with other women, tending to the women that not even the church recognized as part of the community. Those women sold their bodies and Rosamund never found one that had to do it because she liked it. They all needed money to survive, they needed to live day by day, paying high prices for smelly rooms in awful places and often raising children that way. It wasn’t the life a child should have.

 It was one of those days that she met Alice. Her face was very slim, her cheekbones very prominent due to the lack of food. Her skin had lost all natural silkiness and looked almost green in color. Rosamund was almost certain that women was not much older than her but from her face it was difficult to see that as she looked almost ancient in that alley. She had been beaten by her clients multiple times and hadn’t enjoyed a warm meal for many nights. So when the ladies invited her to a soup kitchen they had arranged for the people of the streets, she went gladly.

 Alice ate very fast; almost as if she was afraid the bread and the soup would run out in any second. When she finished, a man guarding the door detained her as she was trying to smuggle out two pieces of bread. The man shamed her in front of everyone and stepped on the bread, Alice crying in horror. Her noise was heard by the ladies who came at once and saw what had happened. They expelled the man from the premises and asked Alice why she was taking food outside the dining hall. And she explained she had a son, a baby that was very ill because she had nothing to give him to eat.

 Rosamund was shocked when she saw the baby, as green as his mother, not doing one sound. She felt sick and sad and decided to help Alice. She would try to get them both food every night and she did do that, even when she couldn’t be there in person. Alice thanked her for her support and then she had an idea that she had to confess when it was obvious she looked too much at the rich and beautiful woman. She asked Rosamund to take her baby as her son and give her the opportunities she could never give him. She knew the lady loved the baby, the way she played with him and looked at his little face.

 Although her first thought was to say “No”, Rosamund knew that Alice was right. That baby was going to die soon if he didn’t get the help he needed. So she decided to ask her husband and the answer was a resounding “No”. He opposed the idea because he wanted their first son to be theirs and not and adopted kid from somewhere. She thought he was cruel and vile for not thinking about others, about the possible life that they could be saving if they took that baby in. Rosamund had to convince him for several days, even going to the length of seducing him and having intercourse with him.

 She thought it was a message from God when she learned from her doctor that she was pregnant. She told her husband and begged, once again, to take in the baby. They could hide him until after their own son was born and then reveal him as a twin or a cousin or whatever. She just wanted that kid to have a chance. Her husband, already in love with their first child, finally accepted the proposal.

 The separation of Anthony and her mother was fast but tragic: only a kiss in the forehead and some hushed words as he slept. Then Alice gave him to Rosamund and she left, not before giving her some money to try to make her life better, even if she wouldn’t have her son with her. She didn’t wanted the money at first, but the young woman, whose belly was beginning to grow, convinced her to do the best for herself and just invest that money in getting out of the streets. Sadly, that never happened. Rosamund would learn years later that Alice was victim of a crime in one of those dark allies and had died alone.

 The babies grew at the same pace, Anthony always a bit bigger but weaker. As he didn’t move much when he was a kid, she decided to relate him to music, even hiring a piano teacher for both of her children. But John would rather play in the garden or in the park, with other kids. By the time Josephine was born, Anthony was already admired by the men in the Academy of Music. In a matter of a few years he became a sensation, even writing his own material. Rosamund would always go and see him play and kiss him dearly in the forehead, as Alice had done.


 In time, she told him the truth and he just loved her more because of that. Inspired by the rough streets where he had been born and by the tragic story of his birth mother, he wrote of the best and most passionate operas that have ever been written. It was that piece that Rosamund hear from the balcony, very tired but still proud of the son who wasn’t her son and of his strength of character. It was the best way to honor both his mothers and the proof that all life is precious.