sábado, 23 de abril de 2016

Reconstrucción

   Conocía la ciudad como la palma de su mano. Así que cuando le dijeron que tenía que esperar hasta la tarde para que procesaran su pedido de información, supo adonde ir. La ciudad, como el resto de ciudades, había sido devastada por la guerra y ahora se reconstruía poco a poco, edificio por edificio. Había grúas por donde se mirara, así como mezcladoras y hombres y mujeres martillando y taladrando y tratando de tener de vuelta la ciudad que alguna vez habían tenido.

 El ruido era enorme, entonces Andrés decidió alejarse de la mayoría del ruido pero eso probó ser imposible. Tuvo que tomar uno de los buses viejos que habían puesto a funcionar (los túneles del metro seguían obstruidos y muchos seguirían así por años) y estuvo en unos minutos en el centro de la ciudad. Definitivamente no era lo mismo que hacía tiempo. El ruido de la construcción había reemplazado el ruido de la gente, de los turistas yendo de un lado para otro.

 En este mundo ya no había turistas. Eso hubiese sido un lujo. De hecho, Andrés había viajado con dinero prestado y solo por un par de días, los suficientes para reclamar solo un documento que le cambiaría la vida y nada más. No había vuelto a ver como estaban los lugares que había conocido, los edificios donde había vivido. Ese nunca había sido el interés del viaje. Pero la demora con el documento le daba un tiempo libre con el que no había contado.

 Lo primero era conseguir donde comer algo. Caminó por la avenida que en otros tiempos viviera llena de gente, casi toda ella peatonal casi exclusivamente para los turistas. Ahora, con tantos edificios arrasados, la avenida parecía respirar mejor. Para Andrés, la guerra le había servido a ese pequeño espacio del mundo. Además, no había casi personas. Las que habían iban y venían y parecían tener cosas más importantes que hacer que recordar el pasado.

 Andrés por fin encontró un restaurante y tuvo que armarse de paciencia pues estaban trabajando a media marcha. Al parecer habían cortes de luz a cada rato y no podían garantizar que los pedidos llegaran a las mesas completos o del todo. Andrés pidió un sándwich y una bebida que no requería refrigeración y se la trajeron después de media hora, pues habían tenido que buscar queso en otra parte.

 La vida era difícil y la gente de la ciudad no estaba acostumbrada. En otros tiempos había sido una urbe moderna y rica, con problemas muy particulares de aquellas ciudades que lo tienen todo. Pero ahora ya no tenía nada, ahora no había nada que la diferenciara de las demás y eso parecía ser un duro golpe para la gente.

 Cuando por fin tuvo el sándwich frente a sus ojos, Andrés lo consumió lentamente. La luz iba y venía, igual que el aire acondicionado. Por eso se había sentado al lado de la ventana que daba a la calle, para que siempre tuviese luz y no se sintiera demasiado desubicado. Miraba la gente que pasaba y todos parecían estar muy distraídos. Ninguno oía el caos causado por las máquinas ni parecía que les importase en lo más mínimo. La guerra había hecho estragos de muchas maneras.

 Apenas terminó de comer, Andrés dejó el dinero exacto en la mesa y se retiró. Quería seguir caminando porque, por alguna razón, quedarse quieto demasiado tiempo lo hacía sentirse ahogado. Recordó el mar y caminó por la avenida con buen ritmo hasta llegar a los muelles. Las gaviotas habían vuelto pero no los barcos. Solo había algunas lanchas de pescadores y, donde antes habían habido tiendas de lujo, ahora se había formado un mercadillo de pescado y marisco.

 Andrés entró al lugar y se dio cuenta del olor tan fuerte que desprendía todo aquello. Pero le gustó, porque era un lugar que, a diferencia del resto de la ciudad, parecía tener personalidad. Era más calmado que afuera y los compradores apenas negociaban. La gente no tenía energía para pujar o pelear o siquiera convencer. Solo vendían y compraban, sin escándalos de ninguna índole. Era diferente pero Andrés no supo si eso era bueno o malo. Solo era.

Cuando salió del mercado, decidió caminar por la orilla del muelle y se dio cuenta que algunas cosas todavía seguían de pie: un edificio antiguo sobre el que se habían izado muchas banderas, el monumento a un tipo que en verdad no había descubierto nada pero la gente pensaba que sí varios locales de comida mirando al mar. Lo único era que estos últimos estaban casi todos cerrados y los edificios en pie estaban sucios y esa no era una prioridad.

 Eventualmente, siguiendo los muelles, llegó a la playa. No había nadie, ni siquiera un salvavidas y eso que hacía el calor suficiente para meterse al agua un rato. Andrés lo pensó, de verdad que lo pensó pero prefirió no hacerlo. Sin embargo se quitó los zapatos y las medias y camino por la arena un buen rato, barriéndola con los pies y recordando la última vez que había sentido arena.

 Se sentía hacía siglos. Había estado casado entonces y había sido feliz como nadie en el mundo. Ahora estaba solo y sabía que nunca sería tan feliz como lo había sido entonces. Y estaba en paz con eso, porque las cosas eran como eran y no tenía sentido pretender cambiarlas. Su caminata le sacó una sonrisa y un par de lágrimas.

 Por fin, mirando al mar, su celular le vibró. El hombre del archivo le había prometido enviarle un mensaje cuando tuviera listo su documento. Así que se limpió los pies, se puso los zapatos y las medias y buscó algún paradero de bus en el que hubiese una ruta que pasara por el archivo. Solo tuvo que devolverse un poco sobre sus pasos y lo encontró.

En el bus iba muy nervioso. Se cogió una mano con otra y se las apretaba y las estiraba y abría y cerraba. No entendía porqué se sentía así si solo iba por un papel. Pero al fin y al cabo que ese simple pedazo de hoja blanca le iba a cambiar la vida pues tenía encima escrito que su matrimonio había sido real, que no había sido una ilusión y que tenía validez legal pues las leyes que habían estado vigentes en el momento de la unión no eran leyes temporales, de guerra o impuestas. Eran las de siempre y había que respetarlas.

 Cuando llegó al archivo, el hombre que le había ayudado lo recibió en su pequeño cubículo y le entregó una carpeta de papel con tres papeles dentro. El primero era el que había pedido, un certificado de matrimonio como cualquier otro. El siguiente era un resumen de las leyes de la región y el tercero una ratificación formal de que la guerra no había cambiado nada y que todo lo hecho a partir de las leyes vigentes antes de la guerra, seguía siendo vigente después.

 El hombre le contó que su caso era muy particular pues esa ley había empobrecido a muchos y había creado conflictos graves. Pero estaba contento de que a alguien le hubiese servido. Andrés se sintió un poco mal por eso pero el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que así era la vida y que no lo pensara mucho. Solo tenía razones para estar feliz así que todo lo demás era secundario.

 Se despidieron estrechándose la mano y Andrés caminó de vuelta a la parada del bus, pensando en que ahora solo tenía que regresar a casa y vivir una vida algo mejor. Seguramente no sería todo fácil pero de eso se había encargado el amor de su vida. Y esos documentos le daban el pase especial para que todo empezara a funcionar.

 En poco tiempo estuvo en su hotel y decidió solo salir al otro día para el aeropuerto y no ver más de la ciudad. Había visto lo suficiente. Confiaba en que todo se reconstruyera o al menos aquello que le daba vida a la ciudad. Necesitaban renovarse y utilizar la tragedia como un momento para el cambio. Era lo mismo que necesitaba hacer él.

 Esa noche casi no duerme, pensando en el pasado y en lo que había ocurrido no muy lejos hacía tanto tiempo.


 En un parque idílico, con árboles enormes y flores hermosas y el sonido del agua bajando de lo más alto de una colina hacia el mar, allí se había casado con la persona que lo había hecho más feliz en la vida. No sabía si había aprovechado el tiempo que había tenido con aquella persona pero eso ya no importaba. Lo importante es que estaba en su mente y de allí nunca saldría. Había cambiado su vida y se lo agradecería para siempre.

viernes, 22 de abril de 2016

Notice

   I took my shoes off on the wooden walkway, as well as my socks, which I put inside the shoes. I stared at the ocean for a while before I realized I was alone and it was no surprise: a very cold breeze was blowing that day and there was no way someone would choose that time of day to go around and have a stroll by the ocean. Well, except me of course. I stepped on the sand and was surprised to feel it very cold and humid, contrary to all my other experiences at beaches. That sounds odd but the point is I had never been in a “cold beach”.

 I walked slowly towards the ocean. Mid way between the end of the walkway and the water, there was a big rock the appeared to emerge from the deepest parts of the Earth. I left my shoes on it and took a couple of seconds to raise my jeans as high as I could in order not to get them wet. Minutes later, I was in the water, enjoying the wind and the sound of the ocean crashing and forming foam all around me. Somehow, I felt free and better than ever.

 I stopped being alone after a while, when several seagulls landed near the rock and started poking the ground for food. I was surprised to see that one of them was able to pull a crab as big as my fist from the ground and then another one did the same. And then maybe the biggest bird of them all decided that my shoes were food or maybe my socks.

 I saw the bird exploring it all with its beak and I had to run like crazy back to the rock to scare the bird away. I always couldn’t do it because the seagull was not impressed by me running towards it. I had to scream and open my arms, as wings in order for it to release it just couldn’t win. It finally took off and I was able to grab my shoes but, as I pulled out both socks to see it the bird had damaged them, I felt a severe pain.

 Birds are not as stupid as we think. As it happened, there was a small crab inside my shoe. It must have gotten inside of it when I decided to go and soak my feet into the water. It had closed its larger pincer on one of my fingers and I had to shake my hand real hard until it released me. It fell to the ground and I hoped the big seagull would eat it. My finger had a deep cut and that ended my time on the beach.

 With my other hand, I put the socks on my pocket and when I reached the walkway I put on the shoes with no socks on. It wasn’t the best way to go but I just wanted to go back to where I was staying and cure my finger. It wasn’t a long walk, as the small bed & breakfast was on what they called the waterfront, even if the beach could not be seen from the rooms. I felt the blood dripping but didn’t mind at all.

 I asked for my key in the reception and once I had gotten into my room, I checked the front pocket of the bag I had brought and pulled out a Band-Aid. Then, I went out to the bathroom and cleaned my finger under the sink. It hurt but the blood worried me a bit more because it looked darker than usual. I tried to think about what I had eaten recently but couldn’t really remember eating something strange that would cause such a strange reaction.

 When I was finished, I put on the Band-Aid and went back to my room. I decided to stay there for the rest of the day and just be safe away from any crazy injuries. And then I removed my shoes and realized one of my feet hurt. I had a blister on my heel, probably because I had worn my shoes with no socks. My feet were really sensitive so I decided no to touch it too much and just rest my feet, my hands and everything in that room.

 Minutes afterwards, rain started pounding against the window’s glass. I had started reading a book I had brought but I had deceived myself again, because I couldn’t go beyond page five. I just read the same words, again and again, and decided to leave the book and just try to have a nap. After all, there was still light outside. So I closed my eyes and tried to sleep but just couldn’t. My finger felt as if it was pumping an amazing amount of blood and my foot hurt a bit if I moved. I felt so stupid and silly, being there just doing nothing.

 But I knew I wasn’t the kind of person to have adventures every four seconds like other people. I had discovered, through friends, that people normally lied about that so I felt less self-conscious, but I knew that somewhere, some person was actually having a lot of fun and just enjoying life. I was the kind of person that couldn’t walk without getting blisters or attacked by birds. Other people had no idea what that was like.

 It was after thinking all of these things that I felt asleep and did so for about two hours. I had no dreams but rather a really calm sleep. So calm in fact, that I woke up exactly in the same position I had fallen asleep in. That never happened at home anywhere.

 I decided to put some thick socks, the shoes and try to see more of the small town before I had to leave in two days. I had found about it when booking my holidays and decided that, after getting to know a large city, I also wanted to get lost in some small town when I just could feel that I was discovering a brand new world every single day. I had lived that many years ago and just wanted to have that feeling back with me. Besides, I was tired of cities and their people. I needed a change.

 I stepped out of the hotel, having left my key again with the receptionist who would always be on the phone or playing with her cellphone. I didn’t have my cellphone with my, on purpose. The first reason was that it didn’t work on the country and the second reason was that I did not want any distractions from my normal walk. I just wanted to open my eyes and look at people and their normal environment and whatever that part of the world had to offer.

 The town’s main square was located just ten minutes away by walking and I could tell it was a lively day for the town. There were more people that I could have imagined and many nice shops and tents all over were vendors would sell local products, mainly made from oatmeal and wild flowers and lemons. They even sold fish in some of them and the smell made me feel better, even if I didn’t really like fish.

 I went all around the market and then realized that people, some people at least, were looking at me. They seem to point and then hush and then be on their way and that for me was very strange. Back in the city I had visited earlier that week, not one person had ever acknowledged my presence except the ticket vendors in museums and waiters. I even had to yell a lot in a restaurant to get some service. But something was weird in that small town.

 Or maybe, I thought, I was imagining it all. Maybe I just wanted to be seen or something and was putting all of that inside my head and trying for it to be part of the world. So I ignored it all and kept on moving. Sure enough, being almost 8PM, I decided to have something small to eat and some hot beverage with eat in a nice pastry shop with terrace, on the main square. As I sat down, a very nice waiter came and took my order and complimented me on my hair.

 I almost laugh but didn’t because he seemed honest. He came back very fast with a cup of hot tea with sugar and lemon and some complimentary cookies. I also asked for a ham and cheese sandwich and just ate and drink as I saw the people move all around. Again, I felt people looking at me and little kids would wave and make faces to me. And by the end of the evening, I got used to it.


 When I went back to my hotel, I was able to sleep nicely and, after showering with hot water; I decided to make my last day in the village count. I would fish and eat something great, and walk to one of the lavender fields and maybe even get into one of those farm tours and milk a cow or something. I just felt people saw me and I wanted to be a part of anything that happened there. I guess I wanted to thank them, somehow.

jueves, 21 de abril de 2016

La espera

   Apenas se despertó, se puso a hacer la limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.

 Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo con algunas gotas de perfume.

 Para comer tenía en la nevera una ensalada ya lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos. Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.

 Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada, tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.

 Cuando estaba en un nivel bastante difícil, fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada divertido tener que esperar por tanto tiempo.

 Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de quedar dormido.

 Se despertó de golpe, en la mitad de la oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara, orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que no se notara que había dormido con él puesto.

 Fue a mirar el celular y tuvo que encender las luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer. Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido alertarle.

 Se sentó en la cama y, por varios minutos, se quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más tonta de la vida.

 A las ocho de la noche empezó a quitarse la ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos. Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera. De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.

 Fue a la cocina y sacó de la nevera una de esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los dos, pero eso no parecía posible.

 Casi se quema sacando la pizza del horno. La puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 A la mitad de la noche, las tres de la mañana según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el suave sonido del agua golpeando el vidrio.

 Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que cayó.

 Y se convirtió en uno de esos sueños en los que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo, como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso, simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era difícil de describir.

 Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba pensar lo que había hecho antes.

 Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí. Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así que dio media vuelta y se fue al baño.

 Dejó la ropa tirada en un montoncito en el suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme que nunca había necesitado.


 Entonces sintió sus manos en su cintura, subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e irrepetible.

miércoles, 20 de abril de 2016

Sweet life

   Peter had in front of him a huge selection of pastry. As the correspondent of the most important magazine in the business, he had the advantage of being able to go to any bakery in the city and being treated like royalty there. The owners would normally go out of their way in order to please him, showing him their latest innovations.

 They often tried too hard, combining too many flavors in one single piece of confectionery or trying to make a fantastic setting for the dessert when the flavor was not really the best part of it. And Peter always had the last word. He had eaten it all, everywhere, and his palate was respected by every single person except, of course, the people who he had damaged with his articles.

 He had being the cause of closure of more than one bakery, cupcake store and tearoom. With his writing, he really crushed the lives and aspirations of many people, all of whom only had the simple dream of baking the best desserts possible. It seemed like a simple dream, an easy one if you will, but it wasn’t because the competition was tough and everything had already being done. Nothing was good enough and every single idea had to be checked thoroughly in order to know if it was really original or just another copy.

 However, Peter was just another man. He only had this kind of power in a small community, where they all knew who he was. For many of his friends and people that knew him, Peter was just a big guy obsessed with desserts and he had been that guy since high school. However, people respected him because he had turned his love of sweets into a career and that wasn’t something just anyone could do.

 So you would think he should have been a happy person, doing what he had always wanted which was eating and writing about it. Well, Peter certainly wasn’t what you could call “happy”. The first reason was that he was overweight. He had always been and had been mocked tirelessly by his fellow classmates back in school. He had been called all kinds of names and had asked his parents to educate him at home because he couldn’t really take it anymore. He felt trapped.

 That was when he started learning more about what he ate and his interest in food grew and in turned into a career. He wasn’t just a fat guy who ate desserts for a living. He was also a man that knew every single nuance of every ingredient that had ever been using in the making of any sweet good. He could tell the ingredients of any dessert after just one bite and that made him a huge star in the small world he had entered in. But he was still mocked.

 Of course, it was always the people that he had attacked with his articles. They felt the best way to attack him was to create rumors or to write pieces about him online. With the Internet, he often saw videos appearing all over the places with pictures of him doing pig sounds and things like that. People were never really creative when it came to insulting. They always attacked the same spot and, to Peter’s chagrin, it always worked. Because he was fat and he didn’t want to be.

 But his job depended on him eating. He couldn’t just stop eating and then go on with life as normal. That wasn’t an option. Besides, he loved eating and the flavors and everything that had to do with confectionery and sweets. He had never properly learned to do it himself because he thought it would be counterproductive. In other words, baking himself would not help his problem and would only fuel the hate that people felt towards him

 So one day, in secret, he decided to try several ways to lose weight. The first attempts were somewhat light, relying on a diverse set of pills and massages and kind of “magical” techniques to become skinny. Of course, those didn’t work at all. He was hoping they did but none of those products ever worked, except on the ad were the fat guy or lady always becomes this weightlifter or something like that. So after one month, he moved on to dieting.

 That wasn’t as hard as he thought. He just reduced his meals drastically, trying to eat healthier and less without really pulling the plug on the desserts. He just couldn’t do that because most of them he had to eat because it was his job. That sounds like an excuse but it certainly wasn’t. His boss was very pleased with his work. After all, it was the best food magazine in the country, so any absence or refusal to work would be just devastating.

 The diet thing kind of worked but it took time and, like anyone in his position, Peter wanted to have instant results. He wanted to be leaner and more beautiful in the blink of an eye but that wasn’t possible. So he decided to go to a doctor and try to learn more about his body in order to know how to solve the problem.

 It was really confusing to have to go and eat at least four different desserts in the morning and then having an appointment with his doctor in the afternoon and complain about his weight. It was crazy but he had no other way of doing things. The doctor told him that he was fat because of the food. It wasn’t a hormonal thing. So he could lose the weight easily. He gave him advice on dieting and sent him on his way.

 Four months after that, people started noting Peter had changed his posture and walked a bit differently. His waist seemed less prominent, as well as his behind. Everyone looked at him; especially in the bakery shops where they noticed his face had changed too. He had a bit more color in his skin and seemed to be happier. Of course, his enemies took the time to attack him for this changes too, saying that a person that wasn’t proud of who they were, was always a danger for the rest because you could never really trust them.

 Those were real haters, never really setting on one thing, always having an excuse to attack someone. But, strangely, Peter lost any interest in them. His relationship with many friends had improved, mainly because they noticed he really cared for his health and that he had qualities they had never realized like a great sense of humor and a way of giving very good advice. They had never realized that because they judged too soon and Peter had paid for that.

 But things were changing. Even his boss noticed the small changes and decided to have a talk with Peter. He asked him if he wanted to have some time for himself or if he needed someone to talk to. The boss thought his weight loss was due to something bad but then Peter explained and he understood. Incredibly, his boss cried and explained he had a son who was having kind if the same problems, being bullied at school and all. Peter promised to talk to him.

 He realized soon that it wasn’t about being skinny. That’s not why people pay attention to other people. It’s when they notice you have the will to care about yourself that they make contact with you. If you are a decent human being you don’t really care about someone’s weight or their physical appearance or anything like that. But it certainly makes you interested if someone is making the impossible to improve themselves, in any way possible.

 Peter did it with his body but many people try to learn new things or create new stuff for others. He realized that’s what people really were interested in and soon, although he didn’t loose all the weight he had envisioned, he became happier with his own self. He would always be more willing to help the bakers that were starting and just ate less because he had more to do.

 A couple of years after his decision to make something different, he met a baker named Anna and they married and had two girls who became the love of their father. And Anna was always there for him, supporting Peter in new adventures like writing books about his passions, whether they were sweets or fighting yourself.


 Of course, haters were still around. But Peter just lost his ability to care about them.