El domo

   Todos estaban despiertos cuando sucedió. Era muy tarde, o muy temprano, depende de cómo se mire. Pero todos sabían lo que iba a suceder y se habían alistado para ello pues era un momento histórico, un momento clave en sus días que, en algún momento, seguramente querrían recordar y contar a los más jóvenes.

 La gente de las tierras altas salió bien abrigada a la calle o a la mitad del campo. Lo mismo hicieron los de las tierras bajas pero con muchas menos ropa y complicación. Cinco minutos antes, se había cortado la electricidad. La idea era poder ver el suceso así que se había sometido a todos las ciudades y regiones a la oscuridad. Era solo por un momento pero la gente igual estaba preocupada. La oscuridad nunca significaba nada bueno para nadie. Las cosas que pasaban en la oscuridad nunca eran enteramente buenas.

 Pero la gente se sometió porque era lo que querían. No era la idea que la luz de las ciudades, que había aumentado cada vez más en los últimos años, dañara el momento más importante de sus vidas. Por eso las familias se tomaron de la mano y respiraron profundo al salir de casa para encontrar un lugar desde donde pudiesen ver lo que iba a ocurrir.

 Nadie sabía muy bien a qué hora pasaría, así que se habían asegurado de estar pendientes antes. Algunas personas sacaban ollas y hacían fuegos en los parques o los patios de sus casas. Sentían que la espera iba a ser larga pero también que debían celebrar la noche con una bebida caliente o con mucha comida deliciosa. Algunos hicieron café, otros bebidas de frutas e infusiones. Muchos aprovecharon para vender sus productos y así ganar un dinero extra que a nadie le sobraba.

 Al calor del café, esperaron todos por varios minutos. Se desataron conversaciones sobre cómo creía cada uno que sería. Conjeturaron y se imaginaron una y otra vez lo que podría ocurrir pero también rememoraron lo que había pasado en su país desde hacía tanto tiempo. Solo al hablar de ello se daban cuenta que lo que habían vivido no era algo normal o al menos no era algo que nadie debería haber vivido.

 Incluso los corruptos, de mente y alma, calmaron sus ganas de destruir y de destruirse esa noche. También para ellos el cambio iba a ser grande pues el espacio cambiaba para todos, así como la manera de vivir sus vidas y los conceptos que tenían del mundo y de su lugar en él. Fue pasadas las tres de la madrugada cuando por fin se vieron los primeros indicios de lo que tanto habían estado esperando. Cuando se dieron cuenta, quedaron todos en silencio y muy quietos.

 Era extraño no oír más que la respiración pesada de la gente y si acaso las aves y las moscas flotar por ahí, porque los animales sigues sus vidas sin importar lo que caiga. Y lo que caía ese día era el velo que los había separado por tanto tiempo del resto del mundo. Era un estructura, o eso habían dicho hacía mucho, delgada pero de una resistencia enorme. El material con el que se había hecho no era natural sino manufacturado en un laboratorio extranjero.

 Se notó que el domo, si es que así se podía llamar, empezaba a abrirse por poniente. Allí, a lo lejos, se veían las primeras fisuras. Lo extraño era que esas fisuras parecían líneas amarillas o blancas, muy brillantes y cada vez se hacían más notorias. El cielo lentamente pareció quebrarse en esa región y fue entonces que se dieron cuenta que no había nada que temer, que de verdad era algo bueno para todos pues la primera pieza cayó del cielo y se deshizo antes de tocar el piso.

 Lo gracioso fue que los granjeros de esa región, muy poco poblada, no se asustaron cuando el pedazo empezó a caer. Miedo no era algo que sintieran al ver el mundo que habían conocido por tanto tiempo acabar de una manera tan especial. Eso sí, había algunos, pocos, que habían estado alertando a todo el mundo sobre la caída del domo y como eso sería el comienzo del fin para ellos. Asustaban a la gente con historias del exterior y, temerosos, se habían escondido en unas cuevas para no salir nunca.

 La caída del primer pedazos dejó un hueco en el domo y muchos se dieron cuenta de algo: afuera había luz, era de día.  El gobierno había apagado la luz hace tanto que, aunque creían que eran las tres de la madrugada, en verdad era mucho más tarde.  Los pájaros no aprovecharon el hoyo pues el hueco que se había formado era en exceso alto y solo vientos fríos y poco oxígeno reinaban en esa parte del cielo.

 Otro pedazo cayó hacia el norte y en ese momento la gente sí gritó pero el material de nuevo se deshizo sin causar ningún daño. Despacio, como en cámara lenta, otros pedazos fueron cayendo en diferentes regiones. Se oía de ello en la radio y esa era la única manera de saber lo que pasaba lejos. Las familias escuchaban en silencio y el narrador trataba de no hacer aspavientos sino de confirmar con calma y serenidad cada fragmento.

 Pronto no hubo necesidad porque el cielo se fue fragmentando por todos lados. Los pedazos caídos habían afectado la integridad estructural del domo y ahora se estaba rajando por todas partes, listo para caer completamente y terminar una larga historia de odios y miedos y luchas incesantes sin ningún fin en la mira. Era un final, sin duda, un final hacia algo más, un nuevo capítulo limpio.

 El domo era una reliquia del pasado. Nadie vivo recordaba vivir en un mundo sin el domo. Según contaban, se había establecido como una manera de controlar a la población mediante su encierro permanente bajo un estructura masiva que contenía a todo un país en un mismo lugar. Antes, al parecer, habían tenido buenas relaciones con sus vecinos y con el resto del mundo. Pero había dejado de ser así cuando empezaron a pelearse, cuando se formaron pequeñas facciones por todo el territorio, luchando por tierra o por dinero.

 El gobierno de entonces, en colaboración con extranjeros, decidió que era en el mejor interés de la gente la construcción del domo. Se hizo a lo largo de cinco años y la gente no supo que estaba allí hasta que fue anunciado. Era un material muy especial, casi creado especialmente para ese uso. Cambiaba de apariencia a voluntad del que controlara un mando central que era el que decidía a que hora salía el sol o cuando había lluvia o sequía. Todo era manipulado por el gobierno de turno.

 Sí, seguían eligiendo a pesar de todo. Porque adentro del domo entendieron que no había caso en el desorden completo. La gente siguió eligiendo y la vida se hizo cada vez más “normal” para todos. Incluso, hubo un momento en el que algunos negaron la presencia del domo pero eso no tenían sentido alguno pues la gente que vivía en las fronteras, podía tocar el frío material que los separaba del resto del planeta.

 El domo los había protegido pero a la vez los había apartado del mundo y entre ellos mismos. Se habían negado a conversar, a hablar de los problemas que tenían porque ya no había mucho caso en nada cuando todos estaban metidos a la fuerza en el mismo lugar. No es que se acabaran las peleas y la violencia en general, sino que cada vez todo fue más calculado, cada acción debía hacerse con cuidado pues era un ecosistema efectivamente cerrado.

 Pero el domo por fin cayó, casi todas las piezas al mismo tiempo. Hasta la gente que había huido a las cuevas pudo darse cuenta de ello. Todos sintieron el nuevo viento, el sol real y un cambio extraño en el ambiente, como si algún tipo de brisa hubiera entrado y empezara a limpiar suavemente cada uno de los rincones del país, con cuidado de no alborotar nada.

 La gente vio el cielo real y lloró. Se dieron cuenta que el cielo falso, el del domo, jamás había sido tan hermoso. Las aves empezaron a cantar como nunca antes y pronto sintieron los rayos del sol que los acariciaban y los hacían sentirse parte de algo más grande. A partir de ese momento, sus vidas cambiaban. Ese día sería recordado por todos para siempre.

High stakes

   The wind blew gently through the trees. Some pinecones and dried leaves fell softly to the ground and small animals ran to their holes in the ground or in the trees. The weather was getting worse by the minute and they could all feel it. All except for Samira. She was a rather beautiful woman wearing a dress to big to walk around the wood. It had already been ripped apart in some areas and it looked dirty. Some stains on it were because of mud and water but others were clearly blood.

 Samira didn’t stop when the wind got stronger. She kept on walking through the forest, as she tried to make her dress fit between the trees and not get ripped apart more. But that wasn’t possible. She finally stopped when the forest got too dense and it was much darker in the ground that in the upper area of the trees. She just stayed there, in the spot she was, and waited. Sure enough, rain came some minutes after. The trees were protection enough but she got very wet anyhow.

 As the rain poured onto her, Samir began to cry, finally breaking down. She fell to her knees, which was not something very easy to do in that dress, and cried her eyes off. It was confusing to see the rain on her face and also the tears. It was difficult to know what was what but thanks to all that water she was able to finish crying fast and started thinking about what to do next. She had come a long way, or so she thought, and there was no way she would stop midway through the woods.

 Realizing her dress couldn’t come with her, she carefully removed it. It wasn’t easy as it opened in the back and there was no one to help her with that. But after a couple of tries, the zipper lowered enough for her to grab it and pull it down. Carefully she removed the top part and then pulled the dress down her legs. She moved to a side and the dress stood there, as if a ghost was still wearing it in that part of the woods.

 She felt cold and sad to leave her gown behind but life was much more important. So she kept on going. She had been barefoot for a while, as the heels she had been wearing had gotten stood in thick mud not very far from the edge of the forest. Samira decided to keep walking the way she was walking, sure that it was the right direction in order to get away from everything.

 The trees grew closer in that area, which was better for her because rain almost didn’t get to the floor. She was cold and trembling, but at least she could clean some of the water of her body as she walked over pieces of rotten wood, mud, puddles of water and tons of leaves that autumn was taking away from the forest. She didn’t stop until it was very dark and she realized she had to sleep at least a few hours.

 She chose a place between two trees where there was a huge natural bed made of leaves. She didn’t sleep much though, because her brain kept telling her to keep moving, that she wasn’t safe yet and that she just couldn’t get all relaxed and happy yet. Samira had to go on through the forest and then arrived to the fields and, after that, the ocean. At least that’s how she remembered it was. If she had mistaken her route, it would be a major problem.

 After only three hours of sleep, she kept on moving through the trees, in the dark. Sometimes, she had to clean her tears with her dirty hands because se remembered something she had left behind, like her mother and all the beautiful memories of being who she was. Samira had left much more than anyone else had ever left before and the decision had already been taken. And she was sure she had made the right choice. There was no other way around it.

 Finally, she reached the other edged of the forest and, as she had expected, there were fields after fields of different kinds. It was the rural area that preceded the ocean, were most of the food was grown in order for the whole country to have food in their plate. Or at least that had been the idea behind it. Her mother had been the one who had convinced her father to do something like that.

 He always needed someone to convince him, someone to tell him what he should do next. People around him were too kind to tell him that he wasn’t good at his job, at all. But he had advisors and he had Samira’s mother and that could be enough to be mildly successful as a ruler. People liked him but did not love him and it was the same for the family as a whole. However, that worked just fine for everyone. It was the barely minimum, as someone had pointed our once.

 Samira entered the field and hoped the people that worked in them wouldn’t be around for some time still. Because if they saw her, they would ask her why she was practically naked in their property. But after some walking, she realized it was far too early for anyone to be around there. Besides, it was an orange plantation and the fruits were just beginning to grow, so no big masses of people would look after those.

 She walked fast through the small trees until she reached a house. The lights were off. But, most interestingly, the family that lived inside had let a large assortment of clothing to dry out in the sun. Maybe they had forgotten to put it inside or maybe it had been because of the rain. Anyway, some of the things were not really wet so Samir stole a white blouse and some pants.

 The only problem was her hair. It wasn’t that long but it was kind of obvious who she was. She found the solution only a couple steps away, in the shape of some gardening scissors someone had left inside a bucket. She grabbed the scissors, got her head a bit wet with water that had fallen into the bucket and started cutting. It took her a long time to get it even or what felt like even. They had no mirrors on the outside. The sun was rising and when she heard a metallic sound from inside the house, she knew she had to go.

 Samira penetrated the fields again and soon reached another plantation, a cornfield that looked ready to be picked. She had to find a road or something before she got mistaken with a worker or accused of being a thief. So she ran away in a different direction and ended up in a dirt road that seemed to link every single field in the area. There, she could walk down to the sea easier.

 The day began and people were pouring from every single place. Soon, there were carts passing through the dirt road and people working hard on the fields. There were even children playing with mud outside the houses. She thought it was something nice to see, that kind of routine and simple life of the people that worked the land. She even thought about staying but it was only for a second.

 She had to make it to a boat and get fast away from there. She had no choice. Samira had done something she really shouldn’t have and it wasn’t something that got forgiven. Maybe her parents could, but not her promised husband, He had been humiliated in public and soon everyone would know how she ran away form her in the wedding dress, fleeing an arranged wedding with one of the most powerful men in the country.

 What she had done could have serious implications for everyone, not only for her. After all, her marriage had to be fulfilled in order to for m an alliance between different powers in the region: between the wisdom and the strength, or that’s what her father said. But she couldn’t bear to be forced into something like that, out of nowhere. She had not known she was going to marry that man the morning of the wedding.

 Now, Samira looked like a lost boy, asking for work in one of the many ships that made it into the harbor, bringing fish and other goods from other places of the world. Finally, a crab fishing crew accepted her. Their captain happened to be a female, a woman that noticed right away that Samira was not the boy she was faking to be. The girl sailed that afternoon but her adventures were far from over.

Vigorexia y otros males

   Matías entrenaba todos los días, sin importar el clima o su estado de ánimo, nada lo podía alejar del gimnasio que tenía cerca de casa. Había empezado a ejercitarse durante sus años de universidad y ya hacía mucho había logrado todos sus objetivos. El primero había sido perder peso y lo había logrado en un tiempo menor al pensado. La verdad era que Martín jamás había sido gordo ni había tenido ningún tipo de problema de peso, solo tenía los mismos rollitos que todo el mundo.

 En todo caso, unos seis meses después de entrenamiento intensivo, toda esa grasa se había esfumado gracias a la ayuda de su entrenador, un hombre un poco mayor que él que recibía un pago aparte de la tarifa normal del gimnasio para que lo dirigiera y trazara para él un plan de ejercicio y una dieta acorde. Matías trabajaba en una oficina como mensajero y, en parte, había sido contratado por su físico: lo hacía ágil en la motocicleta y nadie podía negarse a recibir nada de un tipo de un metro ochenta de altura.

 Sin embargo, Matías nunca se había fijado en esas características de sí mismo. O bueno, sí que se había fijado pero no las tomaba como ventajas en ningún sentido. Pensaba que esas eran cosas con las que había nacido y que, al final de cuentas, no importaban mucho a la hora de definir su futuro en diferentes ámbitos. La verdad era que Matías sí sufría de un mal pero no era algo físico sino sicológico, algo que él no había querido enfrentar pero había estado allí siempre.

 Él nunca lo contaba. No era algo de lo cual estar orgulloso. El hecho era que en la escuela, con unos dieciséis años, había tenido graves problemas de bulimia. Tan grave había sido el lío que sus padres habían tenido que ser llamados a la escuela para que explicaran el comportamiento de su hijo. Las escuelas entonces no eran tan comprensivas pues mucho ha cambiado en tan poco tiempo.

 Ese día fue el peor de su vida pues tuvo que decirles a sus padres, llorando, que todo lo que comía lo vomitaba porque se sentía que había subido mucho de peso en los últimos meses. Además no le daba ningún placer comer, no como antes. No sabía explicar la razón pero todo le daba asco o simplemente no le atraía en lo más mínimo. Sus padres siguieron el consejo de la escuela y lo enviaron a un sicólogo calificado.

 En poco tiempo, el problema quedó solucionado. Si bien Matías nunca arregló su problema respecto al gusto por la comida, no volvió a vomitar su comida nunca más, optando mejor por el ejercicio unos años después. Su entrenador le había confeccionado una dieta tan perfecta, que se acoplaba de manera ideal con su apetito de siempre. Eran pequeñas porciones de comida que nunca tenía mucho sabor. Perfecto para él.

 Sin embargo, Matías renovó su membresía al gimnasio después del primer año. No solo había perdido el peso que quería sino que había ganado mucha masa muscular un poco por todo el cuerpo y había marcado casi todo lo que se podía marcar en el cuerpo. Estaba tomando vitaminas y muchas otras cosas para ayudar a que sus músculos crecieran un poco más, para llegar siempre a un nivel más alto. Aunque trabajaba todo el día, de lunes a viernes, siempre estaba a las ocho de la noche en punto en el gimnasio y no salía sino hasta cuatro horas después.

 El entrenador que tenía se convirtió en su amigo y dejó de ser su entrenador pues ya no había necesidad. Él le había insistido que quería seguir con él más tiempo, para aprender y saber como manejar sus dietas y ejercicios y demás pero el tipo le dijo que él ya no lo podía ayudar en nada pues Matías había pasado ya todo los niveles que él consideraba necesarios y que él conocía. De ahora en adelante estaba por su cuenta.

 Se puso a leer entonces páginas de internet y algunos libros y encontró recetas y rutinas para seguir trabajando su cuerpo. No le decía a nadie pero la verdad era que todavía veía los rollitos de antes, seguía viendo zonas de grasa en su cuerpo, parte de piel que no estaban tensionadas y trabajaba en ellos todos los días, sin poner atención a nada más en su vida sino a todo eso que no estaba allí.

 En el gimnasio nadie se daba cuenta pues mucha de la gente que iba tenía el mismo problema y los demás tenían los propios. Nadie tenía tiempo de darse cuenta que algo podría estar realmente mal. En su familia la cosa tampoco era muy distinta. Todos comentaban lo bien que se veía, que parecía más alto y que sus brazos fornidos seguramente eran la sensación entre las chicas.

Él era modesto y no decía nada pero la verdad que, aunque sí se le acercaban muchas mujeres, la mayoría salía corriendo apenas se daban cuenta de la personalidad que había detrás de los músculos. Normalmente sus relaciones sentimentales no pasaban de la primera semana porque Martín ya tenía sus prioridades y el gimnasio era una de esas y no lo cambiaría, a pesar de que se cruzaba con las horas perfectas para salir a comer, bailar, tomar algo y hasta tener sexo.

 Algunas chicas lograron meterse en su cama pero, como nunca habían planeado ir más allá, les daba igual la personalidad de Matías y la hora a la que se metieran en su cama. Lo hacían más porque era como un reto, como algo nuevo en su lista de ligues. No era todos los días que se estaba con un hombre con un cuerpo así.

 Con el tiempo, esos momentos fueron siendo cada vez menos hasta que Matías dejó de lado por completo su vida sentimental y se dedicó casi al cien por ciento al gimnasio. Aunque sus padres no supieron, dejó su trabajo de mensajero que le había dado el dinero para salir de casa y vivir solo, y decidió entrenar para un concurso de fisicoculturismo. Esa era su meta ahora, estar entre hombres que la gente consideraba dioses vivientes. Él quería estar entre ellos y sentirse por fin realizado.

 El concurso estaba a siete meses y por eso aumentó su régimen de entrenamiento y su dieta. Lo hizo todo solo, sin ayuda de nadie. Al comienzo los cambios no parecían ser muy efectivos. Matías se desesperó y no era extraño ver en su casa marcas en las paredes de cuando las había golpeado con fuerza, dejando la silueta de su puño o al menos algo de sangre sobre el blanco del muro.

 Pero con el tiempo se empezaron a ver los resultados y entonces fue cuando en verdad Matías perdió todo contacto con la realidad. No tenía más vida sino esa: de la casa al gimnasio y del gimnasio a la casa. La falta de dinero no era problema pues no gastaba en casi nada, solo en la nueva dieta y ya. Caminaba al gimnasio y su membresía estaba paga por un buen tiempo. Su cabeza solo servía para entrenar, comer y dormir. Había dejado todo lo demás de lado, incluidos sus amigos y su familia.

 Sus padres lo llamaban a veces preguntado que pasaba. Lo hacían al celular porque la línea de teléfono fijo había sido cortada. Era un gasto que no necesitaba ahora. Él apenas les hablaba, contestando con monosílabos y sin el menor interés por saber como estaban ellos, que pasaba con sus vidas ni nada de eso. Ellos se preocuparon pero al mismo tiempo pensaron que tal vez era ese momento de la vida cuando los hijos ya toman vuelo y no tiene caso seguir encima de ellos.

 El día del concurso, Matías preparó todo él solo. Era el único concursante que venía sin una comitiva. Algunos de los otros hombres trataron de hablarle, de crear una amistad basada en sus gustos, pero no sirvió de nada. En persona era igual que por teléfono. El concurso prosiguió todo ese día con diferentes tipos de desfiles y actividades hasta que, al final, Matías quedó segundo, después de un tipo que apenas ganó corrió a su esposa e hijos y los abrazó.

 Matías no sintió nada en ese momento más que pena por si mismo. Un segundo lugar no era lo que quería. Recogió todo lo suyo y salió del sitio corriendo, sin esperar un segundo más. En su mente, ya pensaba como ganar otros concursos. Estaba tan metido en eso que no vio el camión al cruzar la calle frente al recinto de espectáculos. Matías no pensó en nada, nunca más.

Aquarium

 He took a bite of the sandwich while looking at the huge shark as he passed by the glass. It was a majestic creature, a real wonder of the seas. Don loved to sit there every day at work and just watch such a creature swim from one end to the other of the tank. It was a very large ecosystem but the sharks had a tendency of always moving around, which made them very interesting.

 Of course, there were many other creatures like manta rays and several types of fish, but none of them had the beauty of the shark, its elegance and just utter grandeur. Don’s lunchtime would soon be over. He only had thirty minutes to eat whatever he brought from home or bought from one of the many stores in the park. He really liked the big hotdogs from the stand by the turtle’s pond. They were always covered in thick mustard that was spicy and so rich and delicious. When he was in a good mood, he bought two.

 It was also the day he had a night shift. He hated it because he had to parade all around the park, walking up and down with a flashlight, looking at nothing because there were never trespassers in an aquarium. Who was going to get in there? Some barracuda thief or someone who really wanted to have a real penguin as a pet? No one would do that. But the company that managed the park was so cheap with their hiring’s and expenses that they rather put him at night with a flashlight than invest in real security like cameras and all that stuff that any other place had.

 In any case, he took that time to see the animals when they were less stressed out and it happened to be really nice. They behave differently, as if a huge weight had been lifted from their… Well, not shoulders but, you know what he means. Don loved to see the penguins sleep because they got all together and put their heads in a funny position and it was like seeing an old man trying to sleep at the park. They were little funny creatures and he had grown to care for them.

 When he was finished with lunch, he had to go to his day job as a janitor. He knew he had to be close to the petting areas because kids always spilt water on the ground there and more than one mom had complained about the puddles there, which could cause accidents and a lot more things according to them but he rarely listened to the whole speech. It was funny to him how they thought he was like the owner of the place or something.

 He always had his mop and his little cart to clean the mop not very far from him. Also a wet rag to clean the glasses and a bottle that left those glasses looking perfect in order for all the visitors to have a good look at every single creature in the aquarium. That was his job and he was kind of proud of it after having done it for more than twenty years. He had to like something about it after doing it for so long.

 That afternoon, just before the park closed, he bought two hotdogs and asked the young lady to put them in a Styrofoam case, in which they sold burritos and nachos and other stuff. She complained because she knew he had the night shift and every one there was kind with whoever had the nightshift. Even Don would always give a chocolate bar to the person that had to do it all the other days. His name was Vinnie and he was an idiot but the surprising part was that Vinnie only worked for that job, four days a week. Don had to do it the other three days of the week. It was a fair settlement, although odd.

 Vinnie was the type of guy not many people would hire: he had been in jail a couple of times and he appeared to show some evidence of mental challenges, if you will. He was very kind, organized and loyal to the place but, he was very dumb, always asking silly questions about the job and the animals, like how they mated in the dark at night or how the manta was able to fly and if the shark could read his thought. He was really insane but people, the other workers, cared for him. He was part of the aquarium family.

 That day though, it was Don’s turn to watch around. He had his food, his flashlight had brand new batteries, and he had brought a bottle of fresh orange juice from home and a magazine he had found in the trash by the tank of the jellyfish. It was one of those celebrity magazines, where they show who has been doing who and how and where. He wasn’t particularly interested in all of that but the magazine had enough information to keep him interested all night and that was the real important part.

 He also wanted ice cream but he had no way to store in order for it not to melt in his hand or his pocket. The weather had recently changed, from very windy and rainy to a dry heat. There were rarely clouds in the sky; no matter if it was day or night, it was really disturbing sometimes. He would have wanted his uniform not to be pants and a thick shirt with a hat on top and those big black shoes. He had even approached his boss about it but he had been convinced that if he wore that in the day, he might as well do it by night.

 Don really didn’t get that logic because, after all, of the other guys in the aquarium got to dress in shorts and nice cotton shirts and sandals. The dolphin trainers were always half naked and no one said anything. There was even a girl in the shark tank that hated to wear shoes. She would never use them, even in winter. Her fashion only included sandals and that was it. She didn’t fell cold or so thought Don. In any case, he would have wanted a changed for the evenings.

 As the doors closed, he decided to change things without telling anyone. After all, no one was even there to tell him anything. He had brought some flip-flops from home and he put them on as soon as the park got deserted. His feet were actually very thankful for that. The black shoes and socks stayed in his locker as his shift started. He watched the main map at the entrance, as he always did, and tried to create a route that would pass once by every single tank or exhibition. That way he did his job right and he had time to read his magazine and eat whatever he had around. He brought it all in a plastic bag.

 It was strange to be the only one making sounds in the night. He thought it was funny how only was person was trusted to stay there at night, to take care of so many animals that needed constant care. Sometimes, he would chat for a while with the vets that came at night. It did happen every night but it wasn’t unheard of that one of the creatures was having problems with its food or something like that. And those men and women knew a lot. The night passed by fast when they were around, imparting their wisdom.

 But that night, there was no vet or anyone else. Don was alone to read about how some celebrity had entered a rehab program and then gone out a week later. He ate one of the chocolates as he stared at the tank holding the sea dragons and then moved on to the sea horses, which he had always considered very particular, because of the fact the male can hold the babies while the mothers do other stuff. It was a little miracle in the sea and he pictured what that might look like in humans.

 A noise good him out of his imagination. At first it seemed to be far, not very important. But then, it seemed to be getting louder, to be more and more serious. He realized it was water and the first thought he had was that he might have to go for the mop right away. As he ran towards the sound, Don thought that maybe one of the animals was restless. He had read about in a magazine, how aquariums weren’t a thing anymore. They had no whale there and the dolphins had a huge habitat but maybe it was them. But it wasn’t.

 The sound stopped before he could arrive. Just as he arrived to the jellyfish exhibition, he saw someone run away. He attempted to follow but he tripped with his flip-flops and his bag of treats slammed against the floor. The Styrofoam case spilled hotdog all over the place. But that wasn’t the worst. The tank was spilling water all over and it wasn’t because of the animals. It was because there was a body floating just above the jellyfish, who seem to carry the dead man. As he got closer, Don’s jaw dropped realizing the corpse was Vinnie’s. He was purple.