lunes, 5 de febrero de 2018

La criatura

   La planta creció de golpe. Alcanzó en un abrir y cerrar de ojos el tamaño de los edificios cercanos, cada uno de veinte pisos de altura. La criatura se desdoblaba como cuando las plantas crecen y las ramas van cayendo a un lado y a otro y por eso todos pensaron que eso era lo que era, una planta descomunal que parecía haber adquirido la loca habilidad de crecer de golpe, más allá de lo que ninguna otra planta jamás había crecido. Cuando se detuvo, el viento la meció con suavidad.

 El charco de agua turbia del que había salido seguía siendo el mismo, aunque un poco perturbado por las vibraciones que producía la planta gigante. Ya no se escuchaba ningún pájaro, ninguno de los pequeños animales que por tanto tiempo habían poblado esa isla de biodiversidad en la mitad de la ciudad. Los nidos y las madrigueras habían quedado solas, ya no había más vida en aquel lugar. Solo quedaba la criatura, la que parecía planta pero nadie sabía si lo era de verdad.

 Cuando su crecimiento pareció haber parado, las personas que vivían cerca, e incluso algunos transeúntes, se acercaron un poco a ver de lo que se trataba. Todos se asombraron al ver lo hermosa que era la criatura, a pesar de su tamaño descomunal y su color verde que parecía haber sido creado en un laboratorio y no por la naturaleza. El viento meciendo las ramas, las pocas hojas que tenían, hacían pensar en un lugar idílico y un momento de esos que parece estar congelado en el tiempo.

 De repente, la planta se movió de nuevo. Pero esta vez no fue ese crecimiento desmedido de antes. Esta vez de verdad se movía, como un ser humano. Dos ramas, que parecían brazos alzándose hacia el cielo, crujieron con fuerza e hicieron que los curiosos echaran algunos pasos para atrás. Cuando las ramas como brazos se unieron en las alturas, varias hojas crecieron de la nada. Era como ver un video acelerado del crecimiento de una planta. Las personas ya no sabían qué pensar.

 Las hojas nuevas formaron algo parecido a un escudo cóncavo. Una de las personas que miraba desde la avenida más cercana dijo la palabra clave. “¡Es una antena!”. Y eso era precisamente lo que la planta gigante había creado. Unos doscientos metros sobre las cabezas de miles, del charco de agua sucia, de los nidos vacíos y de la bulla de la ciudad, se había formado una antena parabólica hecha por completo de hojas y ramas bien entrelazadas, apretadas las unas con las otras, creando una estructura que era simplemente sorprendente a la vista.

 Después de verificar que nada más pasaría, el gobierno decidió enviar un pequeño grupo al parque para analizar el agua del charco, las plantas cercanas y los animales y, si era posible, tomar una muestra de la criatura gigante para analizar en un laboratorio. Si querían tener algún tipo de respuesta, lo mejor era acercarse y no seguir con la estrategia de “dejar ser”. No podían permitirse no hacer nada justo cuando algo de una naturaleza tan extraña estaba ocurriendo en la mitad de una ciudad.

 El equipo estaba conformado por cuatro personas. Pensaron que lo mejor era no enviar grupos demasiado numerosos, puesto que no sabían bien si la criatura podía percibir peligro alguno. Era mejor no correr demasiados riesgos. Tomar las muestras de agua, tierra e incluso algunos cuerpos de animales y resto vegetales, fue relativamente fácil. Lo complicado era acercarse de forma casual a la planta gigante y simplemente quitarle un pedacito, como si no fuera nada más allá de lo meramente normal en casos parecidos.

 Pero no era un caso normal, ni de lejos. Nunca, en ninguna parte del mundo, se había visto algo de esa magnitud. Y mucho menos salido de la nada, sin previo aviso. Eso sin contar que la criatura había formado una antena y no se sabía cual era el punto de esa creación. Se llevaron varios aparatos para medir ondas electromagnéticas y de radio, pero no hubo nada que resaltara en toda la zona. La antena, al parecer, no emitía señales ni las recibía. Era un completo misterio para todos los seres humanos.

 Las pruebas científicas fueron llevadas a cabo en un corto periodo de tiempo. Al día siguiente, pudieron concluir que no había nada en el agua o en la tierra que causara semejante crecimiento tan desmedido de un ejemplar botánico normal. Los cadáveres de animales y los restos de plantas no decían nada de la situación: no había sustancias tóxicas ni ningún tipo de enfermedad particular de ninguna especie. En conclusión, toda la zona era completamente normal, a excepción de la planta de doscientos metros de altura.

 Los seres humanos estaban confundidos. Miraban y miraban a la criatura y no entendían cual era su propósito. Intentaron tomar muestras de su base, pero cada vez que lo intentaban un escudo de ramas y hojas salía del suelo para bloquearles el paso. Se intentó hacer la toma de la muestra desde lejos, pero el resultado era siempre el mismo. Era como si la planta, la criatura, supiera cuando estaba en peligro y cuando no. Parecía incluso estar al pendiente de los seres humanos, puesto que sabía en que momento venían y como parar sus intenciones.

 Una noche, alguien notó algo muy particular: sobre el escudo de la parabólica creada por la criatura, había miles de pequeñas esferas volantes. Eran como polvo pero más grande y brillante. Emanaban luz en todas direcciones y parecían danzar sobre las ramas y las hojas.  En ocasiones, había muchas de esas esferas. Otra veces, no se veía ni una sola. Varios científicos optaron por hacer observaciones de ese comportamiento y pronto pudieron establecer un patrón de comportamiento.

 Se creía que las esferas se formaban de la misma planta cuando esta se disponía a usar la antena. Lo que no estaba claro era si recibía información, si la transmitía o si hacía ambas cosas. El punto era que no funcionaba todo el tiempo. Tal vez la criatura se cansaba de trabajar o tal vez esperaba a ciertos momentos claves del día para poder hacer lo que tenía que hacer. Sea como fuere, muchos de los científicos se fueron enamorando por completo del extraño comportamiento de la criatura.

 Pasada una semana, concluyeron también que las hojas que le salían a la planta gigante no eran hojas normales, como las de los árboles comunes. Esas hojas eran más fuertes, más grandes y parecían tener vida permanente. Mejor dicho, no se marchitaban con nada. La lluvia apenas y las movía y el solo no causaba en ellas nada, no las calentaba ni las hacía arder. Era como si fuesen inmunes a muchas de las condiciones normales del clima. Todo aspecto de la criatura era extraño.

 Un día, cuando se dieron cuenta, ya no había nada. La planta gigante había desaparecido sin dejar rastro. Cuando entraron los científicos al charco para ver si había restos de la planta, no encontraron absolutamente nada. Estaba todo lo que siempre había estado allí pero nada tan fuera de lo normal como aquella cosa que los había fascinado por tanto tiempo. Muchos se alegraron de haberla estudiado, otros de tomarle fotos y muchos de solo decir que habían tenido la oportunidad de verla.

 Tiempo después, científicos incansables concluyeron que las esferas que se formaban sobre la antena, se distribuían sobre la superficie de ramas y hojas de una manera determinada, siempre bastante exacta. Pudieron pronto formar una secuencia de patrones.

Pero avanzar a partir de eso parecía imposible. Compararon los patrones, las formas que hacían las esferas sobre la superficie “vegetal”, con miles de fotografías  científicas varias. Con constelaciones, estructuras moleculares y miles de otras formas. Jamás se supo que querían decir y de donde había venido la planta, o lo que sea que habían visto.

viernes, 2 de febrero de 2018

Broken home

   Shaving had always been one of those things to do when things were about to change. For many people, it wasn’t like that. Most people would never do something like a ceremony to move from one place to the other. But Phillip was not like every person. He had always felt different from others even when he was certain there was nothing really special about him. Nothing at all. However, he felt he needed to shave before leaving his parents home for good. It felt like the right thing to do.

 As he was doing it, he realized he hadn’t shaved in a long time. The last time he had, another change had come to his life. He had done it after formally entering a relationship that didn’t last very long. Phillip found it funny that people talked about one, two or even five-year relationships. He had no idea what that was like or if it was even a real thing. Being together for that long wasn’t the difficult part, but being interested in the other person for that period of time seemed excessive to him.

 Then again, he really didn’t know any better. When thinking about his parents home, it has to be clarified he was talking about a place were both his parents lived but had decided to do it in separate rooms, with their lives almost completely apart except for the obvious part of living together. But he had seen, for the last two years, how they had transferred from being a couple that was always fighting, to a pair of people that would rarely even speak to each other, let alone fight.

 They had decided to divorce a long time ago, but the process had become stalled do to several complications with many documents that they had to fix with the law, one by one. Any time now, they would be divorced for good and his father would leave the house to finally start a new life on his own. At least that was what he told Phillip in numerous times, as if his son had any interest in what he was going to do next. Frankly, the kid only wanted to get away form all that madness.

 He had achieved that by sending documents and filling forms for every single university he could find on the Internet. Not only colleges in his country but also abroad and with programs longer than four years. He really wanted to go away, to experience something new and different. Who knows? Maybe he would be able to find some really needed stability away from his crazy parents and from the person he had always been. Because he was also one of the problems he faces in life. Phillip had an issue with his lack of passion for anything other than getting away from his parents.

 He had tried though, a lot. In his last two years of school, Phillip had decided to try lots of new things and, thankfully, his school was a very good place to do that. He could include at least two classes each year that had nothing to do with the mandatory assignments. So he still had to go to math and physics class, but he was also able to attend some cooking classes, karate, football and even the woodwork workshop. He attended every single class until the end but the real results were very mixed.

 In cooking class, he had a tough time with the amounts of every ingredient he had to put into each concoction. He followed the recipe word by word but that didn’t seem like a good strategy because his creations would always taste awful or burn in the oven or something would happen. Phillip had to apologize to the teacher several times until he grew tired of doing that and he just tried to fix every single one of his failed attempts at making something edible. The teacher realized he tried, at least.

 In karate, he had the most fun out of all the classes. It came as a surprise to him that he was very strong in all the right ways for such a sport. The bad thing was that he wasn’t really able to channel that strength like he was supposed to. That meant that, although he could do all the exercises the trainer demanded from him, Phillip was the culprit of about five broken noses and several kicks that had left his opponents without any air and wanting to go urgently to the nurse’s office.

 In football, he realized he was out of his element the moment he put on the uniform. He felt strange and clumsy, which was kind of a premonition of his performance in every training session that season. He was so awful at even walking around the field, that the team’s coach decided to assign him as water boy for the remainder of the year. He was teased a lot because of that but at least that guaranteed him a good grade, which was all he really needed at the end of the day.

 Finally, it has to be said that Phillip really liked the woodshop. He was in his element when using the machines, because he was doing it all on his own. Unlike in the kitchen, he felt being alone there was relaxing and really a good way to spend the time. The only thing was his creations were never what the teacher wanted. He never really knew if he was bad at it or if it was all about that bald man not liking what he did just because. He got an average grade again and also the sense that people don’t really give a shit about how you do anything in this world.

 When the acceptance letters began to arrive, Phillip wasn’t surprised that the first two had been rejection letters. They all began in the same way, praising the idiot that had spend hours filling forms, only to say at the end that he wasn’t what they were looking for. Reading those letters, he wondered why would anyone spend so much paper only to say “no”. It would a lot easier to just send an email with the word “NO” and the words “rejection from this college” in the subject section.

 The third one was an acceptance, which was kind of exciting, but it was a college he didn’t even remembered reading about. Letters poured in for about two weeks. After that, he had received sixteen rejection letters and four acceptance ones. Three of the acceptance ones came from schools fairly close to home. Only one was from a university abroad that offered various programs but nothing that he was really interested about. He looked at their website for our but couldn’t make up his mind.

 That was until his birthday, the day his parents had agreed to behave like normal human beings. Or at least that was what was supposed to happen. Instead, it became the first time in two years that they engaged in fighting, this time over the size of the portions they should serve of the birthday cake. Phillip had so many feeling trapped up inside of him, that he just spouted out that he was about to leave them for good and that he was very happy he would probably never see either of them again.

 You see, Phillip’s parents had given him as a present a bank account with years of savings on his name. They had planned that since he was a baby, in order to give him the best education they could. It amazed him that they were able to do it, knowing how much they hated each other. The point was that he had the money to do with it whatever he wanted and, right then and there, he only wanted to run away from their crazy ways and every single thing that reminded him of them.

 For months, he prepared everything to leave the country. He finally decided on some career, not even knowing if it was the right choice. He made all the payments, got a place to live in and even tried to get a job at his destination, soon to be his home.


 The day he left, his parents agreed to take him together to the airport. Right before crossing the security checks, he apologized to them and told them he wanted to say “Thank you” for their efforts and also that they were finally free. And so was him.

miércoles, 31 de enero de 2018

Lo mejor

   Apenas abrí la puerta, nos dimos un beso y lo tomé por el cinturón sin pensar si alguien nos vería por el pasillo o si a él no le gustaría lo que iba a hacer. Nunca habíamos hablado mucho de los gustos que cada uno tenía en la cama, o mejor dicho, en el sexo. Nos habíamos conocido hacía relativamente poco, unos tres meses, y desde ese momento habíamos empezado a salir sin mayor compromiso. Creo que ambos teníamos la idea de pasarla bien con el otro y no pensar demasiado en nada más.

 No voy a decir que en ese momento un impulso se apoderó de mi. Ya había pensado que hacer y era una parte de mi personalidad el hecho de disfrutar el placer en todas sus formas, no iba a disfrazar esa parte de mi ser. Cerré la puerta con la otra mano, mientras lo iba halando lentamente hacia mi habitación. El dejó caer su mochila y una chaqueta algo mojada que traía en la mano. No me pudo resistir y ahí mismo le quité el cinturón, que cayó con un ruido sordo sobre el piso de madera pulida.

 Caminamos como bailando, despacio y sin hablar una sola palabra. Cuando llegamos a la puerta de mi habitación, la empujé de una patada. No sé porqué había cerrado mi cuarto, tal vez sentía que existía la posibilidad de que a él no le gustara todo el asunto y no quería parecer desesperado por tener sexo. Siempre he tenido inseguridades y creo que jamás dejarán de existir dentro de mi. Es algo que cargo encima, un peso muerto que se resiste a dejarse ir con la corriente.

 Ya dentro de la habitación, me senté en la cama y terminé de bajar sus pantalones. Él dejaba que hiciera, mirándome como si estuviese en un sueño. Sus ojos eran muy hermosos, parecían algo cansados pero brillaban de una manera especial, como cuando eres inocente y no sabes nada del mundo que te rodea. Como antes de que el mundo se encargue de corromperte con mil y una cosas que son inevitables. Sabía algo de su vida pero no todo y eso me cautivaba mucho más.

Su ropa interior era muy bonita. Era de un estilo que a mi me hubiese quedado fatal pero que en él se ajustaba perfectamente a su personalidad, a esa sonrisa, a su manera de ser e incluso de moverse. Bajé los calzoncillos mirándolo a él y después vino lo que era inevitable. Creo que lo que más me gustó de ese momento fue sentirlo a él y escuchar que le gustaba lo que estaba pasando. Creo que el placer jamás es completo entres dos personas si solo una siente algo y la otra solo es algo así como un espectador. Al rato nos besamos más y la ropa fue repartiéndose por toda la habitación.

 Él había llegado en la tarde, hacia las seis. Cuando me desperté, cansado de tanto ejercicio inesperado, eran las once de la noche. Eso no me hacía mucha gracia porque tenía hambre y comer tan tarde nunca me sentaba muy bien. Lo que sí me encantaba era verlo allí, con una cara tan inocente como el brillo de sus ojos, durmiendo tranquilamente a mi lado. Me quedé mirándolo un buen rato hasta que me sonaron las tripas y tuve que ponerme de pie e ir a la cocina a ver que podía comer.

 Entonces recordé que quería hacer del fin de semana algo especial y por eso había comprado varias cosas en el supermercado para cocinar en casa. Decidí hacer algo simple, pues no quería pensar mucho: pasta a la boloñesa era sin duda la mejor elección. En poco tiempo tuve todo listo. Incluso me dio tiempo de hacer una pequeña ensalada. Estaba cortando algo de apio cuando él salió de la habitación pero no caminó hacia mi sino al baño. Al fin y al cabo, no había podido ir antes.

 Cuando salió, me encantó ver su cuerpo completamente desnudo a la luz de los bombillos de mi sala comedor. En la habitación la luz había sido escasa o casi nula. Hacer el amor con las luces apagadas tenía ciertas ventajas bastante entretenidas. Pero había sido la primera vez que lo habíamos hecho y ahora que lo veía sin ropa me daba cuenta de que era también la primera vez que veía su cuerpo así. Era extraño pensarlo pues ya lo había tenido bastante cerca pero la vista es un sentido distinto.

 Le sonreí y él tan solo se acercó y me dio un beso que me hizo sentir mejor. No entiendo muy bien porqué o cómo pero así fue. Mientras él miraba la comida en su última etapa de preparación, terminé la ensalada y le pedí que se sentara a la mesa. Él se negó y propuso beber algo apropiado para la velada. Había pensado en comprar vino pero la verdad nunca me ha caído muy bien que digamos. Fue así que él sacó unas cervezas de la nevera y las destapó con bastante agilidad.

 Al rato comimos juntos y me encantó cada segundo de ese fragmento de tiempo. Hablamos como amigos de hacía años, de lo que hacía él y de lo que hacía yo. Hablamos del pasado, del colegio y de la universidad y de nuestras familias, a las que cada uno considerábamos “locos de atar”, de la manera más cariñosa. Entre una y otra cosa, hubo caricias, sonrisas y besos. Y creo que puedo decir que fue uno de los momentos más felices de mi vida. No me importaba lo que hubiese fuera de mi apartamento, qué pasara con el mundo. Mi mundo estaba allí, en esos pocos metros cuadrados.

 Apenas terminamos la cena, lavamos los platos entre los dos y disfrutamos un rato de bromas y más abrazos y caricias. Le propuse ver una película y él aceptó. Elegí algo que no durara demasiado porque ya era tarde y estaba seguro de que caería rendido pronto. Sin embargo, fue él el que tenía más razones para quedarse dormido en pocos minutos. Lo ayudé a ir a la cama y nos acostamos juntos una vez más. Tengo que confesar que al verlo dormir de manera tan apacible, me contagió algo de ese sueño.

 La mañana siguiente me llevé un buen susto. Cuando desperté sentí de inmediato que él no estaba allí. Sentía todavía su calor en las sábanas, pero no estaba por ninguna parte. Salí de la habitación y lo busqué en el baño y en la sala comedor pero no estaba por ninguna parte. Por un momento, sentí que algo se hundía en mi pecho. Creo que de verdad pensé que se había ido así no más y que había considerado nuestra velada juntos algo pasajero y sin demasiada importancia. Me sentí morir.

 Pero entonces vi su mochila en una esquina. Su chaqueta no estaba, por lo que deduje que había tenido que salir por alguna razón pero que volvería. Me volvió el alma al cuerpo solo al ver la mochila. Justo en ese momento oí pasos en el pasillo exterior y su voz que se quejaba por no haber tomado mis llaves. Abrí la puerta de golpe y casi me le lancé encima, dándole un abrazo fuerte, casi haciéndolo caer para atrás. Llevaba una bolsa en cada mano pero no me importó.

 Lo gracioso fue que cuando me quité de encima, caí en cuenta de dos cosas: la primera era que yo estaba desnudo a la mitad del pasillo principal de mi piso, por el que pasaban las personas para acceder a sus apartamentos. Lo otro, era que un chico de unos diecinueve años estaba de pie junto al ascensor, mirándonos con los ojos como platos. Apenas lo vi, me di media vuelta y entré a mi apartamento. Él me siguió y cerró la puerta. Sin poderse resistir, soltó una carcajada. Yo, obviamente, hice lo mismo.

 Nos reímos todo el rato, mientras arreglábamos el desayuno que él había comprado y nos sentábamos a comerlo. Entonces lo miré de nuevo a los ojos y vi que el brillo seguía ahí. Fue entonces cuando me tomó de la mano y empezamos a charlar de cualquier cosa.


 Fue el mejor fin de semana de mi vida. Hicimos el amor varias veces, sí. Pero también nos conocimos mejor de muchas otras maneras. Creo que desde esa ocasión, no hay un día en el que él no tome una de mis manos entre las suyas y en el que yo no vea ese brillo en sus ojos que da energía a mi alma.

lunes, 29 de enero de 2018

No idea

   For a moment, we held our foreheads one against the other. It was not a comfortable position but it was the one we somehow needed to hold for a moment. I felt his breathing near me and even his heart pumping blood all over his body. I could see his pores and even smell the chicken and egg sandwich he had eaten for lunch. His eyes were shut but mine were open, looking at him and him only, wondering if that moment was really happening or if I had been transported to another strange dimension.

 But it was not one thing or the other. It was just one of those moments in drawing class when the teacher asks two students to come forward and pose for the rest. Of course, we would all be having actual models later in our careers and in college, but for the time being it was best to use ourselves as pieces of art. My partner in the exercise, Alex, was a kid that never spoke too much and that used to carry a huge block all over the place. He would always draw when there was no class to go to.

 What I did in those empty spaces of time between classes was to hang out with other students or go to the library and try to pass the time reading magazines or sitting in one of the many computers available for investigation. I would invent something to do for myself and then spend the rest of the afternoon there. I had never been a very social person, which might have made Alex and me really close but we were still two very different people. He was, and always had been an artist. I wasn’t.

 My family was made up by my father who was an engineer, my mother who was an architect and a sister that had recently left to pursue her career as a publicist. She would write to my mother almost daily about all the exciting things she was doing for herself and I would have to listen to my mom talk about it over and over again, during breakfast, lunch and dinner. Don’t get me wrong, I love my sister too but sometimes it was a bit too much of the same damn subject. But then again, there wasn’t another.

 My decision to become an artist had been subject of the most passive resistance I had ever witnessed for my parents. Thank God, that had happened only for a month, the time between the first payment and the first actual day of college. And had decided that to be my route in the blink of an eye after coming out of high school. My parents were not only against the decision because of the career being Arts but because I had never really shown an interest in it or, to be fair, an actual talent for anything that someone might consider an art form.

 Nevertheless, I assured them I was certain that it was the career I needed to achieve my dreams and goals. So they paid for it. My parents would never be the kind of parents that would say “no” to their children. Not that we were spoiled or anything like that, but they always knew when was the moment to say “yes” and they had to intervene. Apparently, this life choice had to be respected, so I entered my first year with the goal to make it all work and make them see that I was right.

 However, my second year had begun and I still had no idea why I was there. To be honest, being weird and not social wasn’t the only reason why people wouldn’t really talk to me. You see, artist love to have other artists to talk about… Well, arts. They don’t really care that much for people with other interests. Just look at any tabloid: most actors or actresses marry other actors or actresses or maybe someone in the business anyway. Yes, they might be exceptions but that seems to be the rule.

 And in my second year, it was quite obvious. Some of my fellow classmates, most of them to be honest, had already discovered what they wanted to do for the rest of their lives. The first year had been an introduction to the whole things, so after that, it was kind of expected by the teachers that every single person would have an interest that was more of a goal than any of the other things they would learn about. And the cool thing is that they could start choosing classes that suited those interests.

 That was the reason why my schedule for the year was all over the place. Contrary to most people, I was having a little bit of everything. I had music and pottery and then photography and drawing and writing. There was even a women studies class that I included solely because it gave me necessary credits to graduate. But I had no idea what people were discussing most of the times, except when the discussions got very heated. Then, I loved to see people fight for their causes, even if they were clearly wrong.

 The point is, I had no interests and I wasn’t good at anything. Yeah, my grades were fine. Not excellent or dreadful, just fine. I didn’t excel in anything and I wasn’t a total disaster either. I was one of those students, which always got asked their name, even if I had said it out loud in at least twenty different classrooms. I was sometimes tempted to lie about it but then all these issues and problems came to mind and I just decided either not to raise my hand ever in class or simple say my name always before answering any questions or stating my personal opinion.

The second year drew to a close fast. There were two more years and then we would have to choose what we would do for our finals. We didn’t really have many exams, like in other careers. We had to build a project and then just do it. I think that was the worst part of it all. I had no idea what to do and I started worrying about it the day that second year ended. Those holidays were not really relaxing at all. My back would hurt every single day and the number of nightmares was growing exponentially.

 It was so bad, that I decided to go to the shrink that the university had in campus to help students. Of course, he helped people with bigger issues than mine but I went there anyway because I actually thought he could be able to help me. The moment I saw the amount of people waiting for their slot of time, I was baffled at either how many people had so many issued in college or how bad this doctor was at what he did. You’re supposed to not go back if your problems were solved, right? Isn’t that the deal?

 I went there for about two weeks and then never came back because I had no idea why I was going at all. I realized the problems I had were becoming worse because that damn shrink wasn’t helping at all. He was actually trying to get to my deepest insecurities and private pains, and that would have been a box that I didn’t need to have open. The weirdest thing was, a month later, when I ran into him in an elevator and he looked at me the whole ride, clearly wanted some sort of an excuse from me.

 Surprisingly, I came up with my project’s idea one day, when Alex came into the library and just started talking about what he was going to with his own project. I listened to him for a while and then we had to leave because the librarian thought we were being too loud. He finished telling me his story sitting on a bench near the cafeteria. I remained silent until he asked me for my opinion and I had to be honest with him: I had no opinion because how would I dare to criticize someone who had already thought it all through?

 And then it hit me: I was going to be the subject of my own project. I would do something like a collage of various forms of art in which I would always be at the center. My struggle to know who I was would be my theme and the subject would be me.


 I had fun making it all, coming up with the ideas and telling all the professors about it. Yeah, they didn’t really get as excited as I was but at least I got a nice grade and Alex became some sort of friend. We even talk nowadays, when he’s not looking up at the ceiling. Oh, and I still don’t know who I am.