martes, 8 de septiembre de 2015

Breve vuelta a clases

   Cuando me desperté, sentía que no había dormido absolutamente nada. Apenas pude ponerme de pie, fui al baño y me miré la cara por varios minutos, casi quedándome dormido de pie otro rato. Pero me eché algo de agua en la cara y suspiré, resignado. Abrí la llave de la ducha y esperé a que se calentara el agua. Una vez adentro me puse a pensar, en nada en particular pero los cinco minutos que tenía para bañarme se pasaron volando por esta distracción. Me puse ropa bastante rápido por el frío que hacía tan temprano y entonces fui a la cocina a ver que había para desayunar. Me serví algo de cereal con yogur, pues la leche siempre me había caído mal y comí en silencio, como si esa fuese mi última comida en este mundo. Después de terminar fui al baño de nuevo y me cepillé los dientes.

 Una vez más, antes de salir, me miré en el espejo y agradecí estar algo dormido porque o sino todavía estaría tremendamente nervioso. Pero cuando salí a la calle con mi mochila en la espalda, el frío ayudó a despertarme por completo. Caminé hacia la parada de mi autobús y tuve que esperar unos diez minutos para que pasara. Tenía el tiempo justo para llegar pero igual recuerdo haber pensado que el servicio de buses era pésimo. Menos mal el vehículo no estaba lleno y la gente no empezó a bajarse hasta que yo tuve que hacerlo. Me bajé justo en frente del lugar, aunque tuve que darle la vuelta a la manzana para entrar por la puerta principal. En ese momento sí que atacaron los nervios, haciéndome sentir un vacío raro en el estomago.

 Cuando llegué a la portería, saqué de mi mochila la identificación que me habían entregado la semana anterior. El celador me saludó como si trabajara en el lugar desde hace quince años, con varios saludos y ya casi en el punto de la exageración. Cuando entré al recinto, el frío parecía no quererse retirar de encima mío. Sentía la columna vertebral como si fuese de hielo o de algún metal, incapaz de tomar calor. Caminé dos pasos y entonces frené en seco. Agradecí que nadie estuviera allí porque parecía un tonto, con una pierna en el aire y con cara de loco. Pero me había detenido así porque no sabía si debía presentarme primero en la dirección o si debía seguir derecho al salón de clases o que era lo que debía ser.

 Menos mal, justo en ese momento, la profesora que había conocido la semana pasada me saludó y me invitó a seguirla al salón de profesores. El lugar tenía un olor increíblemente fuerte, una mezcla entre café y cigarrillo Era un poco difícil de asimilar pero entonces la mujer se fue hasta un gran panel de caucho que había en una pared. Allí estaban todos los horarios de profesores. Era la manera más sencilla de encontrar mi salón y así de no perderme la primera clase que debía impartir. Porque debí empezar por ese lado: yo regresaba a mi colegio, en el que había estudiado hacía años, para enseñar. Y la primera clase empezaba en algunos minutos así que la profesora me explicó como llegaba y partí al trote.

 El edificio era enorme pero ciertamente no había tenido necesidad de correr para llegar a tiempo. Los niños normalmente se quedaban abajo haciendo filas por cada clase y era su profesor principal el que los subía a sus salones. Era algo así como una tradición. Mientras yo ponía mi mochila sobre el enorme escritorio de madera, recordaba las varias veces que yo había hecho esa fila allí abajo. Siempre había hecho frío, como hoy, pero también siempre había estado nervioso pues era uno de esos momentos en los que uno no sabía si había quedado en el mismo salón de la gente que le caía bien o si había quedado aislado de sus amigos. Era un poco tortura tener que leer las listas y darse cuenta si el año empezaba bien o empezaba mal. Respiré y espere que este empezara bien.

 La primera que entró fue una maestra de cierta edad, seguida de un grupo de casi treinta niños y niñas. Ya eran grandes, pues rondaban los dieciséis años de edad, al fin y al cabo yo les daba clase solo a los mayores. Había sido algo así como una de mis condiciones para trabajar allí. Cuando estuvieron todos sentados, la maestra se despidió de ellos y me lanzó una mirada que no supe interpretar en el momento: era de advertencia o era de desinterés? En todo caso allí estaban y era hora de comenzar mi primera clase de literatura, que yo había diseñado para ser más interesante que cualquier otra clase que esos niños hubieran recibido.

 La clase empezó con una simple pregunta: “Leyeron un libro durante las vacaciones?”. Las personas que alzaron la mano fueron una diez. Hubiera querido preguntar porque los demás no lo habían hecho pero no creí que juzgarlos fuese una buena manera de empezar. Así que pregunté que habían leído. La mayoría respondió con título de obras populares, algunas más cercanas a mi conocimiento que otras. Solo un niño, visiblemente dedicado al estudio, respondió que había leído tres libros, dos de los cuales habían sido en otros idiomas y eran obras de hacía casi doscientos años. Sin reprimirme, lo felicité por su dedicación y entonces les expliqué las bondades de leer y de tener una imaginación activa.

 Mientras hablaba, pues ya me sabía de memoria lo que estaba diciendo, observé a los niños  y me di cuenta de las varias personalidades que había en el lugar: había unos que me miraban con pereza, como poniendo atención pero a medias. Otros que anotaban hasta las pausas que hacía y otros más que no ocultaban su sueño. De hecho, uno que estaba atrás estaba claramente dormido. Así que, como quién no quiere la cosa, tiré una regla metálica que había traído a propósito y el alumno se despertó de golpe. Les dije que conmigo iban a leer pero también a entrenar su imaginación. Así que les pedí sacar una hoja y escribir un cuento de una página. Les di media hora, lo que quedaba de clase, para hacerlo.

 Yo quería dos bloques seguidos pero no hubo manera de lograrlo. Como era nuevo, solo tenía tres grupos así que era muy fácil de manejar pero los horarios de otros profesores simplemente no habían cuadrado con lo que yo quería hacer. Al final de la media hora fueron entregando sus cuentos y el último en hacerlo fue el chico dormido de la fila de atrás. No le dije nada, pero era obvio que iba a quedarse dormido en su próxima clase. Ese día no tenía que dar más clase así que regresé a casa y leí los cuentos. Me puso algo triste la falta de creatividad de algunos que, o no parecían tener el don de contar una historia o simplemente habían plagiado lo que se les había ocurrido de alguna película o videojuego. Menos mal yo era joven, así los sorprendería con mis anotaciones.

 El martes tuve bloque con mi segundo grupo, el miércoles con el tercero y el jueves la segunda parte del grupo del lunes. Era un horario  fácil de manejar y me quedaban libres las mañanas de los domingos para corregir exámenes y trabajos. A medida que el año escolar avanzaba, traté de darle a los niños algo de interés por la creación de una obra y no solo por el análisis de una. Les dije que, aunque el interés de la clase era que pudieran entender la literatura, la mejor manera de hacerlo era que ellos se convirtieran en escritores. Algunos fueron adquiriendo entusiasmo y se les notaba por su interés. A otros parecía darles lo mismo entrenar su imaginación.

 Había un caso especial, el de una niña muy brillante, que simplemente yo no entendía. Se leía los libros asignados con una rapidez impresionante, los analizaba de manera brillante e incluso hacía propuestas sobre significados y enlaces en las obras. Pero cuando entregaba trabajos de imaginación, eran simplemente pésimos. No había nada de creatividad, nada de lanzarse a buscar ideas nuevas o de hacer algo nuevo con lo viejo. Cansaba leer lo que ella escribía pues era obvio que había sido igual de tedioso para ella escribirlo. Se notaba que lo que había hecho, lo había escrito con el aburrimiento más grande de la vida y sin interés. Todos los demás profesores adoraban su genio pero para mi eso no era suficiente.

 Para el trabajo de fin de primer trimestre, les pedí que me entregaran un relato de cuatro páginas en el que el personaje principal fueran ellos mismos. Era una ejercicio muy buen de auto-reconocimiento y serviría para entrenar su capacidad de creación. Con el dolor de ver lo buena que era en todo lo demás, tuve que reprobarla por su historia en la que no había nada de ella, no había interés ni pasión ni nada. Ella se quejó, argumentando que el texto era del largo adecuado y que su personaje era ella pero yo le dije que el relato no iba a ningún lado, que ella no parecía interesada en su propia historia y que había mucho más en este trabajo que el conocimiento de que escribir y que no. Había que sentirlo y ella lamentablemente no lo hacía.


 Los profesores e incluso la directora del colegio, criticaron fuertemente mi calificación de la joven. Decían que a alumnos tan distinguidos, que hacían que las notas generales subieran en áreas científicas como las matemáticas y otras ciencias, debían de tener un cierto permiso para pasar una que otra materia que, la mayoría pensaba, no era tan importante con las demás. Eso me pareció un insulto y le dije a la directora que me parecía el colmo que enseñaran relleno, pues al parecer eso pensaban que eran sus clases así como las de arte, música e idiomas. La mujer quedó de piedra cuando le hablé de frente, diciéndole que una niña genio no es genio si solo maneja números pero no maneja su imaginación. Sobra decir que no terminé mi periodo en el colegio. Ya habría otro lugar donde no hubiera prioridades educativas, fueran por un alumno o por una asignatura.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Not unique

   It’s amazing how sometimes you can torture yourself with so many stupid little things. I guess we want life to be so controlled, so perfect and calm that anything that poses a challenge or a sudden change makes us nervous. I personally don’t like people who say, “I like challenges” because no human with a proper brain would like to be proven wrong. What people that say that phrase mean is that they are not afraid of confronting themselves, but that doesn’t mean they are going to conquer their fears, it only mean they are going to face them. Fear is something very relative, almost having a world of its own. When you say you’re scared at night in a dark street, it is not the same fear that I experience when looking at a spider, even if it is on a TV screen.

 Anyway, we tend to make everything so big, so scary just to tell ourselves we can overcome it. Problems and dilemmas are now, at least in appearance, more stupid than ever before. I mean, people think it’s a problem to have fat on their bodies or to dress one way to a formal event and not the other way. These are dumb examples but they are the truth. People now have put their challenges at the same height of their apparent skills of when solving problems and facing life. They are so afraid of anything than even putting on a skirt or jeans is a life threatening decision. The idea behind this is that people face smaller problems, challenges, than they would usually do, avoiding the larger ones almost always. But when life comes and surprises them, they turn it into a drama only they can understand.

 Now that’s stupid. We are humans, a species that is quite abundant in the world, so thinking only one of us has experienced something that others haven’t, and it borders madness. We have a really big problem realizing that we are not unique; we are not as special as we have led ourselves to believe. The truth is, and always will be, that we are animals and, as such, our lives and pretty similar, no one really standing out. What makes humans stand out is the society and the rules we have built ourselves. It is not through nature that someone takes power over others or experiences a life of riches and others experience poverty. It is through the human condition, which can always change, at any time.

 Let’s say someone is born into a rich family. We would think that said person has been a very lucky one as money guarantees many things in life that, in any other way, you wouldn’t get. It wasn’t nature that gave that person’s parents’ money, it was the society they live in. And that same society can turn the tables on that family and make them poor, make them starve an d know what it is to have nothing on your stomach for four days in a row. It isn’t nature that took it all away from them, it was Man. In nature we are nothing too special but in society we can be the best or the worst, depending on how we play the game.

 Now, what does this have to do with those things that torture us everyday? Well, society made those too. They made us be aware of things we do not really need to be aware with. Like the economy, some other things are meaningless in a real way. We have created them as humans, and they can be easily replaced at any time. That’s what has happened with the technological revolution, where one device is replaced by the next with the simplest of decisions. And, by the way, those decisions are never taken by only one man or one woman. They are taken by a group, no matter the size, and that’s what changes things. That’s why there are no more beepers and only smartphones, that’s why we want to control every person’s move and thought these days.

 The things that torture us have often much to do with those things we still can control. It’s funny but even if we think we have no control over something, we always do if it has been created by mankind. We cannot cure cancer and we cannot make a storm at will but we can make human things go our way. How do you think some people rob banks or create them? It doesn’t matter which one is it because the trick is that we can do whatever we want with it only because it has been created by us. We can always change things that we have done; it is only what happens beyond humanity that simply cannot touch.

 That said, we have done many great things, we have advanced in our evolution and have even forced a bit forward. That’s the most significant relation on how we have affected nature but we still cannot control that evolution. If we could, we would already have people living in other planets and on the bottom of the ocean. But we haven’t because we are still severely limited by nothing other than ourselves. The only way we can achieve these things it’s by reorganizing the world we have and creating new technology based on us. Because that’s what we have been doing for some time and what we will keep doing for a long while. Of course, not all of us are going to participate because evolution doesn’t need all of us but it does need a group.

 The realization that we are left behind is a great worry among humanity. It is practically the same than knowing you are alone, although you’re not ever really alone. We just feel that way precisely because we have been led to believe we are special, when we are not. It is true that our intelligence and ability to solve problems is quite remarkable but it is quite impossible for it to be unique. If other intelligent life exists in our cosmos, we wouldn’t be special at all and we are not now because it isn’t something of a single specimen but of a whole species. The fact that we are so many, makes us less special.

 But our numbers make us prone to surviving, even if we don’t really have that in us. Because not many people have real survival skills but the fact that we are so many, like ants, makes us difficult to eradicate unless a proper way to destroy us was invented. And it has, by us. There are artificial diseases and weapons that could destroy every single human on the planet and it would only take a few seconds. It would only involve the decision of one person, not even a group, to do that. And the fact that humanity has given power to one above others is simply ridiculous. That proves that we are not as smart as we think we are because we have basically told some people they can annihilate us whenever they want, they have our permission.

 It’s all because we live in a world of fear. We are not really free or will ever be because we tie ourselves down with the same ropes that some groups give us. Self-confidence, fear, angst, sadness… So many more that we use against each other, only to makes us feel a little less us and a bit more unique. What do you think a person who kills her or himself in the gym is looking for? They are not there to improve their health, no matter what anyone says. They are trying to achieve a physical state where they can be above the rest, be a little less them and a little bit someone better. That’s what has made this “physical” revolution a success: we hate ourselves and the fact that we are so, for lack of a better word, normal.

 I’m not saying that people that go to the gym hate themselves but most actually do. And not only them but all of us but every single person that had forced change into their lives because they feel they will never stand out if they keep behaving like the simple and boring organisms that they are. We try so hard to make everyone feel so unique and special, that it is a great pain when we realize that no matter what we do, we will never be really unique. We can put everything on us, we can take things away, but we are always the same people, no matter how many costumes we put on. Our personality is different, from person to person, but it is not unique either, just particular.


 And that should be enough from us. Why singling us out to the world when we know we all have the capacity to do exactly the same things? We can all be singers and actors and engineers because we all have the capacity to be each one of those things and many more. What we decide in life, however, it is matter of the current conditions we live with and our personal convictions and tastes, that are also no special but at least they differ a bit from person to person because, as we all know, we are all made from the same stuff but we are not copies of one another. We are very similar and not identical and that should be enough for us to stop tormenting us by everything and start living for real.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Elefante de circo

   Todos los animales del circo escaparon tras el incendio. Excepto Binky. Binky era el elefante y en ningún momento se movió de su jaula durante todo el acontecimiento. De hecho, algunas personas que vinieron de los barrios cercanos para ayudar, aseguraron haber visto a Binky sentado mirando el fuego, como si se tratase de algún espectáculo muy interesante. No solo estas afirmaciones sonaban ridículas por el simple hecho de que los elefantes normalmente no se sentaban, a menos que fuera por entrenamiento y en una rutina, todos los animales instintivamente le tenían miedo al fuego, no se quedaban mirándolo como si fuera lo más divertido de la vida. Y sin embargo, ahí estaba Binky, que se había quedado con el circo a pesar de ahora no ser nada más sino ruinas.

 El payaso Bobo, cuyo verdadero nombre era Alfredo Ramos, era el dueño del circo desde hacía apenas cinco años y había trabajado en él desde el comienzo. Sabía todo lo que había que saber de los animales y lso artistas pero nunca había previsto semejante desastre. Bobo estaba tan devastado que no pudo hablar por unos días, paralizado por ver como el legado de su padre y de otra tanta gente del medio, se había esfumado en una sola noche. Se supone que la responsabilidad recaía en una falla eléctrica pero eso a él le daba un poco lo mismo. Todo estaba tan mal que no tuvo más opción que decirles a todos que buscaran otro circo o que se buscaran otro trabajo pues el Circo de Bobo oficialmente tenía que cerrar y posiblemente lo haría para siempre.

 Mireya, la mujer barbuda, fue la primera que puso el grito en el cielo, esto porque su padre había sido el dueño del circo antes que Bobo. Él no era su hija ni nada parecido pero le había dejado el circo porque decía que ese payaso tenía la visión y las ganas para sacar adelante este proyecto que había empezado hacía tantos años. Mireya nunca estuvo de acuerdo con dejarle el circo a Bobo y siempre resintió la decisión de su padre de pasar sobre ella, como si no existiera. A ella eso le dolió mucho y simplemente nunca lo pudo perdonar. Y ahora que el circo se había esfumado tras el incendio, tenía todo en su poder para no creer en lo que su padre había hecho.

 Con su esposo, el hombre fuerte, fueron los primeros en irse, no sin antes dejarle claro a Bobo que nunca habían confiado en él y que ojalá disfrutase sus últimas horas como dueño de algo. Bobo no respondió pues los músculos del esposo de Mireya siempre habían sido muy convincentes pero también porque no había nada que contestar. Él, a pesar de su amor por el sitio y por todo en el circo, nunca había tenido éxito absolutamente nada. La verdad era que, incluso como payaso, Bobo era simplemente patético. Cuando vio como todos se iban, uno a uno, se dio cuenta que todos lo miraban de la misma manera, como si no les sorprendiera nada.

 El único que se quedó con Bobo fue Binky. Los de un zoológico cercano lo quisieron llevar pagando una buena suma, pero fue dinero que Bobo nunca recibió pues Binky simplemente no quería irse de su lado. Nadie se atrevía a forzar al elefante así que, no habiendo más posibilidades, Bobo solicitó un permiso formal para tener a Binky como mascota. El permiso hizo titulares en todas partes pues al comienzo la gente pensaba que un viejo loco quería quedarse como mascota a un elefante y no era eso. Bobo sabía que Binky nunca podría sobrevivir a un zoológico o a algún tipo de lugar así.  Era triste pensarlo pero ese pobre elefante ya no estaba preparado para vivir fuera de del circo, no sabía vivir en la naturaleza y jamás sería capaz de readaptarse. No había más salida.

 Viendo el contexto de las cosas, el permiso le fue dado a Bobo que, con el dinero que pudo obtener del seguro, se compró una casa en el campo donde podía vivir tranquilo por el resto de sus días. Bobo siempre había sido soltero y ahora lo sería para siempre con un elefante de mascota. Solo pensar en la cantidad de comida por comprar lo hacía sentir un mareo ligero pero las cosas eran de ese tamaño, extra grande, y había que afrontarlas. Consiguió hacer un trato con un granjero vecino, quién prometió traer todas las frutas que plantaba que estuviesen algo estropeadas para que Binky las comiera. Él no le ponía peros a la comida y sí la recibía feliz, algo que hacía sonreír, así fuera poco, a Bobo.

 Pero no pueden ver a un pobre feliz, como dicen por ahí. Uno de esos grupos que protestaban contra todo ahora la había emprendido contra él y contra Binky. Con tanto titular a razón del permiso que había recibido, muchas personas se habían unido y querían forzar al gobierno a que le quitasen el permiso a Bobo para poder enviar al elefante a un santuario en África. Lo más cómico del cuento era que ellos querían que fuera el mismo Bobo el que pagase por todos los gastos, citando “daños y prejuicios al animal y estrés emocional relacionado a una vida de tormentos y daños materiales y personales a raíz de la cultura circense”. Para Bobo, era todo una idiotez.

 A diario los tenía allí, frente a la casa, protestando con pancartas de varios colores y tratando de que Binky les pusiera atención. Pero ese elefante solo tenía ojos y trompa para Bobo. El granjero que le traía fruta un día trajo a sus nietos y ellos pudieron tocar y jugar con Binky pero la verdad era que él eso le daba igual. Él era feliz si Bobo era feliz y no era muy difícil saber cuando ese pobre hombre era feliz pues jamás sonreía y sentía a diario que su vida era una recolección de errores que habían comenzado el día que había decidido convertirse en payaso. El adoraba su profesión pero ahora sabía lo que había conllevado para él.

 Los protestantes se salieron con la suya  y el gobierno cita a una audiencia para determinar si el permiso debía ser revocado. En los días anteriores a esa vista, algunos expertos vinieron a ver a Binky, revisando cada centímetro de su cuerpo. Esto ofendió a Bobo, que jamás había lastimado a ninguno de los animales del circo. No que eso sirviera de nada pues muchos de ellos los había matado la policía después del incendio, pero al menos él tenía la conciencia tranquila respecto  a como había tratado al elefante durante su época de dueño del circo. Le tomaron fotos de los colmillos, así como de la boca, la trompa, las patas, la cola,… No hubo centímetro que no revisaran y prueba extraña que no hicieran. Pero al final, Binky los sorprendió despidiéndose de ellos con una pata.

 El día del audiencia, Bobo tuvo que dejar a Binky con el granjero vecino, quién prometió cuidarlo con la vida si era necesario. Bobo temblaba como un papel al viento y estaba del mismo color, solo al pensar que le podrían quitar lo único que lo unía a un pasado que lo había hecho tan feliz. De hecho, esa fue la historia que contó. Les habló de cómo  su padre y su madre habían trabajado toda su vida en el circo. Ambos eran trapecistas y de los mejores que hubiesen existido en el mundo. Mostró una foto y le dijo al jurado que por ellos tenía tanto amor por el circo y todas sus criaturas. Les contó que desde esa época había querido ser payaso y que ahora entendía el porqué de sus decisiones.

 Bobo había nacido para hacer reír a la gente, para que todos estuviesen felices por un momento de sus vidas. Era tan apasionado en sus primeros años, que por eso llamó la atención del dueño del circo, que siempre fue machista y por eso no creía que su hija fuese capaz de mantener el circo en pie, una vez él hubiese muerto. Confesó en la audiencia que ese fue un error pero en el momento pareció un bonito gesto: dejarle todo a él. Mientras tanto, había mejorado su relación con todos en el circo, incluido Binky que en ese entonces era más joven y gracioso. Los dos se la pasaban juntos con frecuencia y fue Bobo quién le enseñó algunos de los trucos que sabía. Fueron amigos al instante.

 Después presentaron los resultados de los exámenes que le habían hecho a Binky y parecía que todo estaba perfecto con el elefante. Lo único que notaban era que su alimentación no era ahora tan buena como antes. Bobo no pudo responder al porqué de esto pero la razón era obvia. Esto fue usado por la parte demandante, argumentado que un hombre no tenía los medios para cuidar con propiedad de un animal tan grande. Dudaban de la capacidad de Bobo para mantener a Binky en condiciones correctas y alegaban que un animal no pertenecía al espectáculo, así Binky hubiese nacido en cautiverio.

 Al día siguiente, la ley les dio la razón a los otros. El juez dictó sentencia diciendo que Binky se merecía una vida tranquila después de todo y Bobo no pudo argumentar que la vida que tenía con él era la mejor que pudo tener. Binky casi no se deja llevar y cuando por fin pudieron hacerlo, se volvió violento. Lo confinaron a un zoológico lejano que había pedido el derecho de tenerlo pero todo fue para nada pues apenas una semana después Binky murió en cautiverio, sin haber visto nunca a Bobo una vez más. Bobo, por su parte, comenzó a beber todos los días, hasta que no sabía quién era o donde estaba. Curiosamente, el pobre payaso también moriría poco después por un fallo hepático grave. A su funeral fueron algunos viejos amigos pero Bobo igual murió como vivió, solo

sábado, 5 de septiembre de 2015

World of twilight

   Somehow, the temperature had begun to drop so fast it was impossible to get used to. The days turned darker and it was some sort of twilight that ruled over the world instead of the light people had enjoyed for so long. No one knew exactly why this was happening but many people pollution and others climate change. But it didn’t matter what humanity thought of the matter, the planet had changed and it was beginning to die faster that ever before. Animals and plants started disappearing forever and people had to build new homes in order to survive. Whatever had happened it was too late to fix it and people had no other way but to endure what had come for them. Many died in the first few weeks.

 Not all people had been created to resist something like this. Most humans had been too comfortable in recent times to even bother to think: “What if everything changes? Am I going to be ready?”. No one asked that and that’s why people just died in the middle of the streets or even killed themselves. They had no idea how to survive, how to keep going, so they chose death over life. But others did endure because they loved life so much they couldn’t just let it go. Some people got organized and created small communities that moved around the globe looking for a better climate and others occupied places where they could live a sheltered life, surviving by eating bugs or whatever there was at hand. They did what they had to do and no one in those groups ever complained.

 In one of those groups, of the kind that migrated around the world, there was a woman named Ylia. Before the transformation, she had a family consisting of a husband and two children. She wasn’t rich but she wasn’t poor either. She had a good life, living in a small apartment and working for a small tourism office. She wasn’t exceedingly happy about her life but it was her family that made her happy and fulfilled. She had always dreamed to go with them to one of the destinations she showed her clients and had been saving for that everything changed. The transformation took her children and then her husband, mad with pain and grief, killed himself when she was out trying to find some food.

 Since then, Ylia decided to start moving. She broke in several abandoned stores and gathered winter clothes and tried to get some food but she could only get her hands in frozen fish. So every night she would make a small fire with some igniting stones and eat the frozen fish, that was always small and tasteless but it was better than to eat nothing. She moved on foot and off the roads, in order to avoid groups of people that had come to realize how much they loved to kill people. According to them, as humanity was already doomed, they only wanted to help by moving on with the process. So Ylia stayed far from roads and turned off her fires when she was done cooking her fish.

 One day, when she was doing that same thing, she noticed a presence near her. It was something scary, as if she was about to be attacked by monsters or something. So she stood up and yelled like mad towards the tall grass around her. Soon, a group of three children came out of the grass. They were all filthy and it was obvious they hadn’t had anything to eat for days. She could see the rib cage of one of them. They didn’t talk, just sat down near her and stayed there. She took some of her fish and cooked a piece for every one of them. To be honest, she did it kind of reluctantly because the fish was not eternal and soon she would have to start hunting or stealing something else. She had to feed herself and know; apparently these ids needed her in order to survive.

 When the light was even dimmer in the world, she knew it was night so she lay down in the ground and the children did the same. She didn’t have anything to give them to sleep better but the only thing she could for them is to ask them to sleep all together, all very close to one another in order to keep the heat. They seemed to understand, so they got close to her and fell asleep fast. It was difficult not to think about his own children, who had no chance against this kind of life, against the destruction of what humanity used to mean and of the world, that had become visibly fed up with every single person. It wasn’t a secret any more that our own world wanted us out fast.

 The next day, Ylia and the children started walking up, through the forest towards the tallest part of the hills that separated the city from the ocean. Her logic was that maybe the ocean creature had not died out yet, so maybe there was a way to catch something to eat before it died or got extinct soon. But having the children with her proved good and bad at the same time.  They were fast and agile but sometimes they got tired really fast and she needed to have a certain rhythm when going cross-country like this. In the mornings she would always tell them that they needed to be fast and never to stop for hunger or thirst. All of that could wait once they were safe somewhere else.

 But they were children and she knew she couldn’t ask that much of them. They were often afraid and even one of them seemed to be closer to death that the other two. She didn’t discuss it because she didn’t want to face something like that again, but it was obvious he wasn’t doing well.  The day arrived when they saw the end of the hills and knew the ocean could not be very far. But then, an arrow flew directly at the sick child, taking his life. The others reaction was slow and Ylia had to push the other two children in order to avoid the arrows that flew their way.

 Hidden behind a rock, Ylia confirmed what she had thought: it was a group of killers and they knew there were more humans to kill. A bit nervous but resolved, Ylia came out of hiding, surprising the children, and took out a gun she had hidden inside her big coat. It was a revolver that she started shooting with, wounding at least three of the members of the killer gang. She was not very good at shooting and new she wouldn’t manage to kill anyone but she was successful in scaring the hell out of them. They all ran, turning back to where they had come from. When they disappeared, Ylia and the children when back to where the kid had fallen and decided to bury him beneath the rocks that covered the hillside. She was about the leave the place when she saw the children doing something she hadn’t seen in a while: they were praying.

 They spent some time there, the children praying and Ylia thinking what their next move should be. She knew she needed a better weapon than the one she had but that revolver was the only thing she could find. In fact, it was that revolver that took away her husband’s life. But had not thought about him when she fired towards the killers. She had not thought of anything. Ylia realized she was becoming like all those people that were just shadows of what they used to be, just killers or machines that lived but not really liked to be alive. Ylia was on that edge but she knew she wouldn’t be there for long.

 With the remaining children she started walking towards the ocean. She knew it couldn’t be too far so she kept on walking, despite the complaining of the children that did not talk but did growl and complain on their own way.  She gave them some hours to rest but then they were attacked again. More arrows fell off the sky, like rain, and landed in one of the children, killing him and on Ylia’s shoulder. She took the hand of the remaining child and ran like mad towards where she thought the ocean was. They didn’t stop for a minute and then she knew the kid wouldn’t survive. She was carrying dead weight and it may be her fault that he was dead. He collapsed a few minutes later, dead too.


 She went on alone, running at times but tired and bleeding from her should. Ylia looked around and then ran and then stopped and ran again. She was erratic and insecure because she knew what had come. Then, she heard the sound of the waves and felt sand that was wet. Her happiness filled her so much that she just ran towards the water and got in the ocean, wanting to swim there and drink the water even if it was salty. But it wasn’t. The ocean was now acidic and she had just drunk a huge amount of poison, not unlike cyanide. Ylia died with a rather disturbing smile on her face and with the realization that she had done what she could but her death and everyone else’s, was already written.