Todo lo que había sucedido hasta entonces
había sido producto de las decisiones de otras personas. Siendo adolescentes,
ninguno de ellos había tenido control sobre su vida hasta entonces. O al menos
eso era lo que se suponía, porque por algún tiempo más seguirían dependiendo de
sus padres. De todas maneras, terminar esa etapa era un símbolo que significaba
un poco más de libertad en sus vidas. Sus padres ya no estarían encima de ellos
diciéndoles que hacer o que no hacer. En teoría, ahora irían por el mundo sin
nada más que su criterio personal.
Para todos había sido un año bastante difícil
y eso casi nada tenía que ver con los exámenes y demás pruebas que se hacían en
la escuela. Esa era la parte fácil. Lo difícil había sido ser parte del grupo
de chicos que se habían salvado, por azares del destino, del incendio ocurrido
en uno de los buses que transportan a los niños a diario a sus casas. Un día
horrible uno de esos buses explotó a plena hora de salida de clases, cuando
todos hacían fila para subir a ese y a otros buses. La ruta que cubría el bus
afectado era la más popular de todas.
Ese día murieron cuarenta niños, muy pocos de
manera instantánea. Lo que muchos tuvieron que ver y sentir ese día era mucho
más de lo que la gran mayoría de adultos siente y ve a lo largo de su vida.
Muchos de los muertos eran sus amigos y otros eran incluso parte de su familia.
Hermanos, primos y demás habían muerto. La escuela tuvo que cerrar por dos
semanas, mientras se esclarecían las razones del siniestro. Algunos pensaban
que era por culpa del colegio y su política de hacer que los niños abordaran
los buses a toda prisa.
Obligaban a los choferes a quedarse en los
vehículos con el motor encendido y a los niños a hacer filas ordenadas para
moverse lo más rápido posible y así terminar pronto el abordaje. Así se había
estado haciendo por años hasta que la tragedia tuvo lugar. El chofer del bus
comprometido también había muerto y muchos lo culparon a él de lo ocurrido. Su
familia tuvo que soportar insultos y otras humillaciones. Eso hasta que una
investigación juzgó culpable a la escuela y no a una persona en particular. La
ciudad se volvió un caos.
Y los niños quedaron en la mitad de la
controversia. A muchos los llamaban para dar testimonio, fuera en la policía o
con autoridades de más alto rango que se involucraron debido a la seriedad de
lo ocurrido. Algunos otros hacían entrevistas a la televisión, cosa que se usó
por un largo tiempo para ganar dinero fácil. La persona que estuviera un poco
mal de fondos nada más tenía que llamar a un periódico y decir que había sido
testigo de la masacre en la escuela, incluso si técnicamente no era un masacre.
Los medios querían sangre.
En la ceremonia de graduación de ese año
escolar, que tuvo lugar unos siete meses después de la tragedia, tuvo un minuto
de silencio en memoria de las víctimas. El problema que tenían los graduados
era que siempre los verían como aquellos que habían vivido, incluso si los que
no se habían visto afectados eran más que los muertos en la explosión. Eso no
importaba pues para siempre habían sido condenados a cargar esa cadena de
eventos. Toda la vida la gente les preguntaría sobre ello y tendrían que
responder de alguna manera.
Algunos de los chicos no podían vivir bajo
presión y decidieron irse de la ciudad y muchos del país. De los que se habían
graduado, más de la mitad había decidido que no podían quedarse en el lugar
donde siempre serían víctimas o sobrevivientes. Muchos querían ser más que eso,
querían ser su propia persona y no sombras de quienes habían muerto por lo que
había sido claramente un accidente. No querían vivir en un lugar don por el
pasado se los juzgaba sin tomar en cuenta quienes eran o lo que pensaban del
mundo que los rodeaba.
Incluso los que habían perdido a sus hermanos
y hermanas u otros familiares, estaban cansados de ser comparados con los que
ya no estaban. Algunos estaban tan enojados por la situación, que se volcaron a
las redes sociales para dejar salir su rabia. Hubo un chico en especial, uno
muy brillante y de los mejores académicamente, que publicó un articulo extenso
en su pagina de Facebook explicando como era de ridículo pensar que todos los
muertos eran buenos y que todos los vivos habían hecho algo mal para seguir
allí.
Como era uno de los alumnos más brillantes de
la escuela, su discurso no fue tan discutido ni controversial. Lo que hizo la
mayoría de la ciudad fue ignorar las verdades que decía, pues era siempre más
fácil quedarse con la versión simple de los hechos en los que todos los muertos
eran buenísimas personas. Nadie quería escuchar como uno de los matones de la
escuela también había muerto en el incendio. No, para ellos no era un matón
sino un alma inocente que había muerto de manera horrible como todo los demás.
Y hasta cierto punto, era verdad.
Lo que muchos querían que se supiera es que
muchos de sus compañeros muertos no eran precisamente hermanas de la caridad.
Aunque las directivas del colegio lograron disipar dudas a causa de la
tragedia, una gran crisis se estaba avecinando en el lugar por cuenta de la
venta de drogas en el colegio. Eso sin contar los alumnos que metían alcohol y
los que tenían relaciones sexuales en las instalaciones del colegio. Se decía
que alguna incluso lo había hecho con un profesor.
El fuego del incendio había sido, en ese caso,
como un bálsamo curador para la escuela. Se habían salvado por poco de la
humillación de haber sido declarados uno de los peores lugares para que los
padres enviaran a sus hijos a aprender. Se salvaron de que la gente se diera
cuenta que esa imagen perfecta que trataban de mostrar, esa imagen de
estabilidad, era una gran mentira. Y eso lo hicieron durante los meses
siguientes a la tragedia en incluso mucho después. Al fin y al cabo el dolor
era una manera de manipular más fácilmente a las personas.
Como respuesta, un grupo pequeño de alumnos,
casi todos egresados el año del incendio, decidieron crear una asociación para
denunciar todo lo que estaba mal con la escuela, incluyendo el destapar de
algunos de los muertos en la tragedia. Buscaban hacerle ver a la sociedad, con
fotos, videos y muchas otras pruebas, que no todo lo que pintaba la escuela era
verdad. Recordaron, por ejemplo, cómo tres alumnos se habían suicidado el año
anterior al incendio. No era algo que se recordara nunca, afortunadamente para
el colegio.
Eso sí, solo uno de ellos lo había hecho en
terrenos del colegio. El resto lo habían hecho en sus hogares. El punto era que
tres eran demasiados niños muertos, al comienzo sin razón aparente, de una
misma escuela y de edades similares. El grupo de alumnos descubrió, gracias a
declaraciones de amigos e incluso de familiares, que uno de los muertos en el
incendio los acosaba constantemente, insultándolos de mil maneras y ultrajándolos
mentalmente de las formas más asquerosas que alguien pudiese pensar. De haber sido juzgado, hubiese sido
considerado un psicópata.
Pero nadie quería ver lo que había pasado.
Incluso las familias afectadas parecían querer dejar todo como estaba, no
revolver las cosas porque siempre que el polvo de levantaba pasaba algo malo.
La gente joven, sin embargo, tenía mucha rabia. Así era porque la sociedad en
la que vivían parecía ser renuente a una acción tan básica como la de gritar,
denunciar así todo lo que estaba mal con todo. Muchos intentaron por mucho
tiempo hacer que la verdad saliera a la luz, pero casi siempre fue en vano. Por
eso decidieron también enfocarse en el presente.
Esa fue la llave del
éxito para la asociación de alumnos pues descubrieron que la escuela seguía
siendo la misma, incluso bajo esa capa de humildad con la que se cubrían
siempre que hablaban de la tragedia. El matoneo seguía, así como las drogas.
Con ayuda de alumnos más jóvenes, se destapó pronto la olla podrida y ni los
padres ni las autoridades pudieron seguir con la cabeza enterrada en el suelo.
Era la hora de abrir los ojos y poner manos a la obra para remover la mala
hierba de su atormentada ciudad.