lunes, 22 de enero de 2018

Fuego en la selva

   El río parecía hecho de cristal. Solo se partía en el lugar donde la canoa lo atravesaba pero en ningún otro lado. El guía había nombrado varias de las criaturas que al parecer reinaban bajo la superficie, justo antes de embarcar. Decía que era un lugar lleno de naturaleza, en el que cualquier pequeño rincón estaba lleno hasta arriba de múltiples formas de vida, algunas tan sorprendentes que seguramente quedaríamos con la boca abierta por varios minutos. Pero desde entonces, no habíamos visto nada.

 Llevábamos más de una hora en la canoa, viajando río arriba a una velocidad constante bastante buena. De hecho, ya estábamos muy lejos del lugar donde habíamos parado a comer. El almuerzo había consistido en pescado blanco a las brasas y algo de fruta por dentro, una fruta muy dulce y llena de pulpa. Eso iba acompañado de una bebida embotellada, puesto que los indígenas habían tomado un gusto muy especial por las bebidas carbonatadas del hombre blanco. Esa había sido la comida, rico pero no muy sustancioso.

 Por alguna razón, Robert tenía más hambre después de comer. Al ser uno de esos gringos de huesos anchos, estaba más que acostumbrado a grandes porciones de comida y ese pescado no había sido ni un tercio de lo que él se comía a diario a esa hora. Su estomago rugió y rompió el silencio en la canoa. Todos los oyeron pero nadie dijo nada, tal vez porque cada uno estaba demasiado absorto mirando como la selva pasaba allá lejos, a ambos lados, tan silenciosa como el río.

 Adela, quién había invitado a Robert a la expedición, estuvo tentada a meter la mano en el río pero el guía les había advertido la presencia de pirañas y eso era más que suficiente para disuadirla de hacer cualquier cosa inapropiada. Hubiese querido saltar por la borda y refrescarse un rato. Aunque lo que Robert tenía era hambre, a juzgar por el ladrido de su estomago, Adela lo que tenía era un calor sofocante que no lograba quitarse de encima. De golpe, se quitó la blusa para quedarse solo en sostén.

 El guía la miró un momento pero ya había visto tantas mujeres blancas haciendo lo mismo que era casi algo de esperarse. Él, en cambio, vestía el pantalón corto y la camisa de todos los días, con un sombrero que un visitante le había regalado hace años y que al parecer lo hacía verse como uno de esos guías de las películas de aventura. Se hacía llamar Indy, por las películas del afamado arqueólogo. Su nombre real no lo decía nunca a los turistas, puesto que los mayores de su tribu siempre les habían aconsejado guardar el idioma propio para si mismos.

 El grupo lo cerraban Antonio y Juan José. Eran dos científicos bastante conocidos en la zona, sobre todo desde hacía algunos meses en los que habían vuelto de la parte más densa de la selva con diez nuevas especies descubiertas. Se habían quedado allí, internados en lo más oscuro y recóndito, por un mes entero. Estaban acostumbrados a comer poco y al inusual silencio de esos largos paseos en canoa. Conocían bien a Indy y sabían su nombre, pero respetaban sus tradiciones.

 A Robert lo habían invitado después de haberlo conocido en una conferencia de biología. El gringo no era biólogo sino químico pero les había dicho de su interés por visitar la selva alguna vez. Ellos lo arreglaron todo y el no tuvo más remedio sino aceptar su propuesta. Adela era una amiga botánica que todos tenían en común y que admiraban profundamente por su estudio de varias plantas selváticas en medios controlados. Rara vez se internaba en la selva, puesto que odiaba viajar en avión.

 Indy los sacó a todos de sus pensamientos cuando dejó salir un grito ahogado. Hizo que la canoa fuera más despacio y todos miraron hacia donde él tenía dirigida la vista. Lo que vieron era lo peor que podría pasar en ese lugar: un incendio de grandes proporciones emanaba humo a grandes cantidades hacia el cielo. Se podían ver unas pocas llamas pero casi todas se ocultaban detrás de la espesura, que seguro sería consumida con celeridad si no llovía pronto. A juzgar por el cielo, el agua no vendría en días.

 De repente, una explosión bastante fuerte retumbo en la selva y terminó de romper el silencio. Una bola de fuego enorme pareció salir de las entrañas de la jungla y se elevó por encima de sus cabezas hasta deshacerse bien arriba. Nada explota en la selva sin razón. Por eso estaba claro para todos en la canoa que no se trataba de un incendio controlado o accidental sino de algo hecho a propósito. Los músculos de todos se tensaron, tratando de ver algún indicio de lo que tenían en mente.

 Lamentablemente, se dieron cuenta tarde de que una lancha había salido de la orilla del incendio y se dirigía a gran velocidad hacia ellos. Indy aceleró el ritmo, tratando de dejar atrás a la otra embarcación. Pero la verdad era que el aparato que los perseguía era mucho más moderno y tenía seguramente uno de esos motores que parece no cansarse con nada. En poco tiempo los tuvieron a un lado y se dieron cuenta, para su sorpresa, de que los hombres no llevaban armas ni los amenazaban. Al contrario, los pasajeros del barco rápido los alentaban a seguir adelante, sin detenerse.

 En esas estuvieron unos veinte minutos, hasta que en la lejanía se dejó de escuchar el ruido de los animales en la selva y se dejó de ver la fumarola de humo que se desprendía del incendio en la base de los árboles. Indy bajó la velocidad y lo mismo hicieron los del bote rápido que había recorrido junto a ellos un tramo largo del río, que ahora se veía mucho menos ancho que antes. Antes de cruzar palabra con los otros, notaron que el sol estaba bajando y que no faltaba mucho para que estuviesen sumidos en la oscuridad.

 En el otro barco había solo hombres, lo que inquietó mucho a Adela. No era la primera vez que era la única mujer en un lugar, pero siempre se ponía muy a la defensiva en situaciones así. Conocía a Juan José y Antonio, una pareja de científicos que todo el mundo admiraba y quería. E Indy era como un hermano. Robert… Bueno, la verdad no creía que Robert fuese alguien de quién tener miedo. Pero esos hombres eran extraños y tenía que estar preparada, sin importar sus intenciones.

 Se presentaron como científicos, miembros de un grupo especial enviado por la Organización Mundial de la Salud. Según ellos, habían estado en un bunker construido especialmente para ellos, sintetizando varios medicamentos utilizando como base varios tipos de plantas de la selva. Sin embargo, de un momento a otro habían sido atacado por un grupo enmascarado, que no había dicho una sola palabra antes de empezar a lanzar bombas de fabricación casera contra el bunker.

 En ese momento comenzó el incendio. Los científicos apenas tuvieron tiempo de pensar. Era tratar de apagar las llamas o correr, puesto que los enmascarados parecían preparar un tipo de arma mucho más convencional para tomar el control total de la situación. Fue entonces cuando ocurrió la explosión: las llamas se mezclaron con los químicos dentro del bunker y todo voló al cielo. No todo el equipo científico logró correr al barco amarrado a la orilla y escapar. Frente al grupo de la canoa, solo había cuatro hombres.

 Indy les preguntó sobre los enmascarados, si sabían quienes podían ser y si habían muerto con la explosión. Al parecer, toda la vestimenta era de color verde y habían visto al menos a uno apuntarles después de arrancar el motor del barco en el que estaban.


 Adela, Juan José, Antonio y Robert pidieron un momento para hablar sobre qué hacer. Ellos iban a un recinto científico apartado. ¿Sería mejor llevarlos allí o devolverse al pueblo más cercano? La noche era inminente y no ocultaba nada bueno ni para unos ni para otros.

viernes, 19 de enero de 2018

In the dark

   Adam just let it all out. In that tiny bathroom, with the blue light and the very crammed stalls, he knew he had too much to drink. Normally, he would have known that before having to head for the bathroom in a huff, but this time he had been too distracted by the deceiving amounts of alcohol in each drink and the beautiful looks of the bartender. Besides, the whole atmosphere invited anyone there to forget about the world outside and just focus on pleasure and fun in that moment.

 He was lucky there was a roll of toilet paper in the stall. He flushed the water down and then proceeded to clean the edges of his mouth. He felt more than dirty but decided the place wasn’t the proper place to feel like that. After all, people went there to loose themselves and not the other way around. As he threw the toilet paper into the basket, a man appeared from above, startling him. Adam recognized him as the owner of the establishment, who was the only one dressed differently.

 You see, that place was what they call a sex club in many places in the world. It was a mix between a bar and a hotel but without the burden of having to take an elevator and close the door. People would just have sex anywhere, except for the bar area which was strictly used to drink, smoke and have a little chat if that’s what you wanted. And it’s also important to note that Adam was in one that only accepted men inside, so there wasn’t a woman to be seen. Only a lot of male clientele.

 The owner asked Adam if he was ok and Adam told him he was and that he was craving something to eat. The owner disappeared, so Adam opened the stall, washed his mouth in one of the sinks and then head off to the bar again, where he would ask for a soda or something with no alcohol. As he put his arms on the bar, the bartender smiled at him again, as he had done many times before during the night, and that was more than enough for Adam to forget his short trip to the bathroom.

 As he sipped his soda, he look around and realized the amount of people in the club had doubled in the last thirty minutes, which made sense as it was peak time, the moment of the night when most men would seek that kind of place. It wasn’t expensive, or cheap. It was just the right price and that’s why some came in for some time and then just left, having received or given what they wanted. Some people would think it was a dirty and awful place but the truth was it was pretty much the contrary, considering people were having sex practically all over the place.

 The owner of the establishment appeared again at the bar. He was carried two big bowls: one contained popcorn and the other had potato chips. He told the bartender that he would be coming back with more in a minute. The young man working on the other side of the bar nodded and then looked at Adam, winking an eye to him. On the street, Adam would have never known what to do in such a circumstance, but in that place, not only did he smile openly but he also winked back to the bartender.

 For the next hour or so, he didn’t leave the bar area. He just looked around at the people that came and went and even engaged in conversation with many of them. It was funny how far those conversations were from sex or anything related to it. In an area closer to a big open window, some older men were discussing about politics and next to Adam, two younger men were gossiping about some of the people they knew in college. Apparently, one of their teachers was on one of the other rooms.

 Hearing that conversation, Adam realized he had been standing at the bar too long and that he had to go and check out the other rooms, at least once. It wasn’t like he only attended such places because of the drinks and ambiance, he also engaged in sex with strangers. But sometimes he didn’t felt like it as much as he would have wanted to. He didn’t feel the need to go and just do it. But he decided it was best to look around, especially because his legs hurt from not moving for such a long time.

 There were two floors: the lower level was where the bar and the reception area were located. The reception was not only a front desk, very similar to a hotel, but also a large room with lots of square shaped lockers all around. They were all adorned with a number and different colors and in the center of that room there were several benches, where the men could take off their clothes without any rush. Funny enough, almost no one looked at others there. It was something like an unspoken rule.

 Besides the locker room, the front desk and the bar, the lower level of the structure also house two rooms. The light was lacking there but that was compensated by the fact every single visitor to that place was given a colored bracelet at the entrance. The bracelet was there for purposes of lighting rooms and also giving a code to other people about your intentions in that place. It was a great achievement of homosexual men to have coded every single part of their behavior in order to avoid interference from other parties and unwanted attention.

The rooms in the lower level were almost empty. They were destined to certain tastes that only a handful in a large group would enjoy. But sure enough, there were enough people there to use everything they had at their disposal in those rooms. By the sounds, it was clear people were having fun and Adam decided he wouldn’t want anyone to spoil something like that for him. So he went back to the stairs he had seen before and started to walk up slowly, as some people were coming down and the spiral case was a bit narrow.

 When he got to the upper level, he saw the familiar doorways; he felt the weight of the air and the scent of it too. He had been in that place several times before, many more than he would even confess. He knew how the rooms were distributed and how much it all looked like a regular apartment, with different rooms for different purposes. There were bedrooms with large beds but also a couple of living rooms with large sofas and even a terrace, which was not very popular due to the freezing cold climate outside.

 People on the street couldn’t see up there because there were several small pine trees blocking the view by the edge of the terrace. The same thing happened with the windows, which had all been painted black in order to avoid any complaints by neighbors or passersby. It was a very large but also discreet place were men could just gather and do whatever they felt like doing, as long as they respected each other. No one said it but that was a huge part of a place like that: you had to respect everyone.

 Not everyone looked like a model and the truth was that most people liked that. Because the reality of it all is that people look like people and that’s it. So men went there to see other men, to find themselves in others. They went there to have sex, yes, but also to free themselves from the shackles they wore every single day at work or at home. Some had hurt others without wanting to and that place was one where they wouldn’t do that because honesty and respect were the norm there.

 Many people would not understand all of that. And that was ok, or so Adam thought. If everyone did the same thing, there wouldn’t be any special places or people or anything. We would just be copies of the same boring thing and, who wants that?


 In one of the rooms, Adam was grabbed by the waist and he suddenly felt someone’s lips on his lips and a couple of hands touching his back. His bracelet helped him identifying the bartender, who had apparently escaped his duties and had followed him into the darkness.

miércoles, 17 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 2)

   Federico no había exagerado cuando había contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román, este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran de alguien más.

 Román trató de mantenerse al margen, sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no verse, pero no era como en esas épocas pasadas.

 A veces había algo de tensión, unas veces romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.

 Es que por estar detrás de Federico, salvándolo de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.

 Después del colegio no había encontrado nada, por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.

 El fin de semana del día de San Valentín fue especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este caso, habían sido los recuerdos del pasado.

 Entre hipos, lágrimas y la resistencia de Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como estaba.

 Sin embargo, le contó a Román que ella había sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era la vida de Federico, perdido todavía.

 Román no sintió nada en especial cuando le contó esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.

 Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar, Román la colgó y se acostó en el sofá.

 Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.

 Román se dijo que le había puesto una cobija encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche anterior ni sobre nada de nada.

 Al sentarse a desayunar los huevos revueltos que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.

 Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.

 Eventualmente, Román volvió a su casa y allí pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que al menos él no sabía si eran o no eran realidad.


 Decidió simplemente hacer lo que se sentía correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que podían suceder.

lunes, 15 de enero de 2018

Mantis

   Marina had been trained by the best martial artists in the planet and she had been practicing other techniques to make her moves even more fluent than ever. She had always been interested in sports and being fit, especially since in high school she had always been such a chubby little girl. Many of her classmates would make fun of her because of that. She would cry and tell her dad or her mom but by the end of her school years, she didn’t care anymore. She would answer with silence.

 When in college, she decided to become more active and enrolled in karate classes and then she went to a special school were she could learn how to handle a vast assortment of guns. Of course, she would only learn how to use the least complex ones because of her status as a civilian, but that was enough to make adrenaline pump all over her body. When she pushed her body to the limit, whether it was on the shooting range or in the gym, she felt liberated, someone else even.

 It was a surprise to her when, two years into her studies, she was approached in the campus by a man in a black raincoat. It happened at night, which wasn’t the best setting for a woman in campus. Marina had noticed the man walking behind her for a while and when he was closer, she used her elbow to strike his nose and then her fist to punch him hard in the stomach. She started running away from him but she was stopped when he caught up with her, pulling Marina from her sweater’s hoodie.

 She felt to the ground but didn’t loose any time: she used a very powerful kick in the shins to topple the man down and she was about to pull out her pepper spray when the man showed her his CIA badge. She pulled back just in time, watching as his nose bled profusely. She was confused and thought trouble was just a small word for what could happen to her. She feared that she had probably punched some undercover guy in the face. But why was he chasing after her?

  The man asked for help to get up and she did held her arm forward to pull him up. The man tried to clean his coat, covered in dirt and dead leaves, without taking a long look at what was happening in his face. He was still bleeding a lot. He only pulled out a handkerchief from one of his pockets kind of wiped some of the dried up blood off his face, not that it helped much. Marina stood there, afraid to run away but also to stay by the man. She grabbed her backpack, which she had removed when she landed on the campus’ floor.  Everything was fine inside it.

 The man finally started talking. He said he worked with the CIA and that he frequently probed the grounds looking for new recruits. He had been interested in Marina for a long time and had decided to talk to her that night. He admitted to the idea being a little bit stupid, with everything that happened to young women in that context, but he was also glad she had responded in such a manner when he came after her. It really showed that what they were looking in her was definitely there.

 Before Marina could ask any more questions, he gave her his card, with a few droplets of blood. He told Marina to arrive to that address the next day at five o’clock in the afternoon. He would be there to talk to her about the possibilities she could have with the agency and about her past, present and future in college. Before she could even say a word, the man turned around and walked away rather fast. Maybe he was afraid of getting hit again or he had realized how serious the nose thing was.

 Marina arrived at her dorm in minutes but she couldn’t sleep at all after what had happened that night. She was already beneath a lot of pressure from college, with all the work she had to do. She also had her training and her gym schedule. She was even considering helping in a fundraiser which was about helping young woman in campus but everyday seemed to disappear after that man had told her she could have “possibilities” with him and the agency he represented.

 She arrived right on time the next day. There, she met the man again, who had apparently been at the doctor’s because his nose had been properly taken care of. The bandages made him look a little bit different than the night before, or maybe it was the lighting. The point was that he was not alone. A woman, around his age, sat on the desk when Marina came in. None of them smiled or did anything to greet Marina in their space. They just went right to the questions and they did have a lot of those.

 After a long sessions, maybe two hours, of questions about her childhood, upbringing, education and interests, the woman asked her coworker to tell her again about what had happened the night before. Marina was a bit ashamed to hear about it, especially when she wasn’t asked herself about it, so she remained in silence, nodding when the woman seemed to need confirmation of what the man said. The story was short, so she didn’t have to endure that awkward moment for too long. The woman then asked Marina to meet them again the next day, in a new address, inscribed in another card.

 The next day, Marina entered her gym very late at night. The moment she had seen the address on the card, she had realized she knew the place by heart. Her trainer was there and she was glad to have a familiar face there. But he seemed very concerned and could only give her a nod when she entered the place. The woman and the man from the CIA were there and also two other men, closer to her age or at least so it seemed. They were dressed in gym clothes and looked at her as angry bulls.

 They all walked towards a corner of the space, one covered in mats. The woman from the CIA told Marina that she needed to see for herself that what her partner said that she was able to do was actually true. It was the only time the woman asked Marina if she wanted to go through with it all. Marina thought about how weird the whole thing was, how strange it was to be in one of her favorite places in the world but feeling as uncomfortable as she had never really felt.

 She had arrived in gym attire, so the first match began right away. One of the big guys she saw at the entrance was her first match. She guessed the second one was going to be against the other one, if she survived. The man behave more like a bull than like a man but she was able to counter every single one of her blows, no matter if they were kicks or punches, with relative ease. He was close many times, but Marina had trained hard in order to be not only effective but also incredibly fast.

 When she finally did her gut punch move, the other guy entered the fray and toppled her to the ground, making her feel like she had lost every bit of air that was inside her body. She tried to stand up but the second brawler kicked her hard on one side and the other was preparing to ram her again. What she did next was something based more on her instincts than on her actual skills. She jumped on top of the biggest guy, sat on his shoulders and tried to asphyxiate him with her thighs.

 Then, after a few seconds, she jumped down, taking advantage of the movement to kick the other guy straight in the face. He fell down like a deck of cards. The remaining guy was about to punch her when the woman yelled: “Stop!” And he did.


 Her trainer and the CIA guy were looking at her with eyes wide open. But the woman was actually smiling, something that didn’t really fit her appearance. She then walked closer and grabbed Marina by the hands “I have work for you”, she said, without dropping the creepy smile from her face.