miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

lunes, 19 de marzo de 2018

Out for a date


   The moment the food arrived to the table, Anne started eating. She was please that Ryan had finally called her and asked her out for dinner but the truth was that she had been at home wondering about how she would survive the next couple of days, without any food on the cupboards or on the refrigerator. Then, she felt as if God himself had called her when Ryan timid voice came out of her cellphone, asking if she would be willing to go out with him for dinner and some drinks afterwards.

 Right after accepting, she realized she had probably made a mistake. After all, it wasn’t the first time that Ryan had come up to her and asked for a date. He was always looking at her in the office and would be kind of creepy about it, always nearby, pretending he wasn’t really looking but obviously doing it. For a moment, Anne had thought of even calling the police in order to ask for advice on how to handle a stalker. But she had other things to do and she eventually learned to live with it.

 He had actually stopped being so creepy until that night in which she had accepted his invitation. While dressing up, she tried to come up with ideas of what to say when he asked why she had finally accepted. Maybe Anne could tell him that she had always been very appreciative of his intentions and his presents, such as candy that he had always left on her desk. He never said it was him but it was obvious. She had a full jar, filled to the top with candy the candy that he had left her over the last year.

 As she put on her high heels, she realized it might be the best idea to tell him the truth. Maybe, as a person of the same age, Ryan would be able to understand how difficult of a time Anne was having with money. She was barely able to pay the rent and all of her taxes, so food money was always scarce and this was the first month she found herself trying to save every single piece of food for a later date. But now she had nothing at all. Maybe he would understand that.

 She grabbed her purse, her coat and walked to the main door. She looked back and realized she did feel guilty to take advantage of the poor man. It wasn’t fair for her to just take on his proposal when she could use it and then drop him like a bag of potatoes. It wasn’t fair. As she entered the elevator, she decided to tell him the truth and just try to enjoy the night. Maybe he would understand and they could become friends. After all, they worked together and sometimes people find out they have more in common that what makes them different, so they could really be friends, for real.

 Anne arrived at the restaurant just in time. She asked for Ryan and one of the waiters took her to their table. It wasn’t the fanciest restaurant in the world but it was much more than Anne would ever be able to afford with her salary. The people there looked entertained, some of them were clearly faking it but others did seem really happy. Other people were there for business meetings, some even with their families and, a couple or more, were there cheating on their wives or husbands. It was obvious.

 They finally reached the table, were Ryan had been waiting for under ten minutes. He helped Anne sitting down and they discussed what everyone discusses for the first five to ten minutes: the weather and what had happened that day. It was trivial talk and clearly none of neither of their interests, but it was always kind of expected to talk about how cold or hot the days are and criticize the taxi services in town or maybe blame some politician or group of people for traffic jams that have always been there.

 Passed that time, they ordered the food and then a very heavy silence fell between the two. It was difficult to really start a conversation with someone you already know but do not really know anything about. So Anne opened her mouth to talk first, ready to tell him the truth about why she was there but Ryan was the one to talk first. He looked really nice that night and it was the first time Anne really looked at him, paid attention to his face and his words and not the character she had made up in her mind of him.

 He said he was very glad she had accepted the invitation and talked a little bit about the restaurant and how him and his parents loved to go there together, whenever they were in town. He told Anne about how he had grown up very far from the big city, in a farm were everything was simpler and, somehow, better. He always had trouble communicating with people but he was happy that he was making some advances on that field. Again, Anne tried to talk but Ryan, with a hand, asked not to be stopped.

 He continued his monologue, saying he had met the most amazing woman ever. He was in love, deeply in love and he wanted to ask her hand in marriage. However, he didn’t feel he knew everything he needed to know about her and that’s why he had asked Anne for dinner. For a moment, Anne had no words. She had no idea of what was happening. What was Ryan thinking, just coming out of the blue with such a statement? Who did he think she was, an easy girl that would marry any man just because she’s single? She was about to stand up and leave when he spoke again.

 Ryan was in love with Erica, from accounting. They had hit it off right away once he had been transferred there and he knew very well how good friends Erica was with Anne. So that’s why he had thought about her in order to discuss his next move. He wanted someone who knew her to tell him more about what she liked and didn’t like and to know if they thought it was a good idea to propose so soon. They had gone our countless times but maybe that wasn’t enough.

 Anne was speechless. She had really thought it was all about her. She was really prepared to yell at him and make a huge scene in order for everyone in the restaurant to know what a pig and crazy he was. But that wasn’t going to happen anymore because the man she had profiled a while ago as a creep, was not even interested in her. He was interested in Anne best mate at work. She wouldn’t even call her a friend, just a person that she liked to hang out with during lunches and such.

 So after the food came, which she practically devoured, Anne explained all of that to Ryan. She had to be very clear about her not really being friends with Erica. She didn’t even know much about her past or who her parents were or even what she liked to do as a person. But Ryan didn’t really mind about that. He needed a woman to tell him if what he was thinking of doing made sense, if it was the right move. He clarified he didn’t care about their relationship, he only needed urgent advice.

 Ryan suddenly got very grim and seemed to be on the verge of crying. Anne felt very sorry for him and started to talk about what most women like and don’t like and some clues he should be attentive for if he really wanted to pop the question. They talked for several hours, having drinks after the food and even laughing at some of the points they were trying to make. Anne realized it was good that she had come, not only because she was helping Ryan but also because she was making a friend.

 She eventually explained her reason for coming and Ryan just smiled, telling her it was not a surprise that a young person would have struggles with money. No one seems to have enough to survive anymore, or so he said. He was understanding and even charming about it.

 When the moment came for them to day goodbye, Anne decided to ask Ryan about the candy on her desk. She asked him bluntly if it had been him. But Ryan was confused by the question and then they went their separate ways. So Anne had a new friend but she also had a mystery to solve.

viernes, 16 de marzo de 2018

Por más lejos que vayas...


   Antes de aterrizar, solo vi un gran parche de selva y montañas a lo lejos. Antes de eso tenía los ojos cerrados, pues el cansancio me había vencido. La nave había tomado un desvío a causa de una explosión estelar imprevista, y el viaje se había alargado un par de días más. Por mucho que se pudiera viajar, a veces parecía no ser suficiente. Cosa que no me importaba puesto que el trabajo me tenía sometido, cansado, con cada musculo gritando en agonía y mi mente pidiendo dormir al menos una hora más.

 El viaje fue lo único que me dio esas horas extra de sueño que tanto necesitaba. Siempre decían que dormir era una excelente idea en esos viajes largos pero nunca lo había probado yo mismo y me alegró confirmar que era exactamente así. La joven asistente de vuelo que me había ayudado a quedar dormido, a través de una mascarilla especial, me saludó con una sonrisa y preguntó si alguien vendría por mi al aeropuerto. Le dije que no estaba seguro pero que encontraría mi camino.

 El planeta todavía no tenía grandes ciudades ni muchos sitios adónde ir, así que el único centro poblado era mi destino. Si mi compañía no había enviado a nadie, no era un problema. Perfectamente podría tomar un transporte local y ojalá llegar a un hotel para ducharme y descansar otro poco. Creo que la gente subestima lo bueno que es no hacer nada y solo echarse en la cama. Caminando por la plataforma, bajo un sol muy brillante, tuve la sensación de haber llegado a la mismísima selva amazónica.

 Pero no, estaba a millones de kilómetros de allí. Mi pensamiento, sin embargo, era completamente válido. Detrás del edificio del aeropuerto, bastante modesto, había una selva enorme, con árboles tan altos como rascacielos. Me pregunté si la zona del aeropuerto siempre había estado sin árboles pero pronto me di cuenta de que la pregunta era un poco inocente, incluso estúpida. En la terminal recogí mi equipaje, una sola maleta, y al cruzar la entrada vi como una mujer más joven que yo saltaba y saludaba con un letrero en la mano.

 En el cartón estaba escrito mi nombre, por lo que me le acerqué lentamente. Me dijo que trabajaba para mi compañía y que había sido enviada para recogerme y llevarme a mi alojamiento. Le agradecí su entusiasmo y caminamos al vehículo, un jeep rojo al que subimos mi maleta y nuestros traseros. En poco tiempo estuvimos recorriendo la carretera que bordeaba la selva, nunca penetrándola por ninguna parte. Le pregunté si de ella no salían animales ni nada parecido y me dijo que desde la construcción del aeropuerto, no se acercaban mucho a la carretera.

 Media hora después, cuando ya el viento cálido había cambiado mi peinado por completo, se vieron las primeras casitas del único asentamiento humano del planeta. Estaba ubicado alrededor de un río, que cruzamos por un puente lleno de vehículos y gente. Me pareció una escena algo triste, pues nunca pensé que después de viajar una distancia tan larga, llegara a ver lo mismo: humanos irrespetando su entorno y haciéndolo todo casi siempre más feo de lo que era con anterioridad.

Mi hotel estaba sobre la margen del río. La arquitectura era mi particular: parecía una de esas pagodas japonesas, en escala real. La recepcionista era japonesa también, así como el chico que llevó mi maleta a la habitación. Una vez allí, me di cuenta de que el hotel era de hecho un “ryokan”, o un hotel de estilo japonés. No pregunté a la chica del jeep la razón de ese alojamiento pero sí cuando debía ir con ella a las oficinas centrales a comenzar mi parte en todo el asunto. Se le medio borró la sonrisa al instante.

 Sentía mucho decirme que solo tenía unos veinte minutos para descansar, puesto que le había encomendado llevarme lo más pronto posible a las oficinas. Ella les había dicho, según ella misma, que eso sería cruel puesto que nadie llega mi descansado de semejante viaje tan largo. Así que los convenció de darme algo más de tiempo, que ella aprovecharía para ir a la oficina de correos por algunos paquetes que tenía que recoger. Cuando volviera, yo iría con ella. Se disculpó pero le dije que no había problema.

 Apenas salió de la habitación, entré al baño y me desnudé. Me miré en el espejo como si jamás me hubiese visto a mi mismo en uno. Estaba sudando, varias gotitas adornaban mi frente. Mi cuerpo se veía diferente, más delgado tal vez. ¿Sería una consecuencia del viaje? Pues no me molestaba si así era. Entré a la ducha y estuve allí diez de los minutos más relajantes que había tenido en memoria reciente. El agua fría calmaba mi cuerpo y mi mente. Podía pensar mejor ahora, con las ideas frescas.

 Tuve el tiempo justo para ponerme otra ropa y mirarme una vez más en el espejo. Apenas bajé a la recepción, vi a la chica del jeep preguntando por mí en la recepción. La mujer japonesa le hizo un reverencia y ella le dijo algo en japonés que yo sabía significaba “gracias”. Nos subimos al vehículo y en muy poco tiempo estuvimos frente a un edificio blando, de unos veinte pisos, que se ubicaba en la margen de la selva. En el aire había un olor muy particular que no había olido en años. No lo veía, pero sabía bien que el mar no podía estar muy lejos de aquél edificio.

 Como siempre, saludé y sonreí más de la cuenta en un lapso de tiempo bastante corto. Agradecí tener a la chica del jeep conmigo todo el tiempo, puesto que ella era la única que me decía quién era quién y qué era lo que hacía. Por alguna razón, todo el mundo parecía demasiado ocupado para hablar más de dos palabras. Eventualmente subimos al último piso y ella me dirigió a una gran oficina toda adornada con objetos blancos y cromados. Me dijo que el gran jefe no demoraría y que lo esperara allí. Ella salió.

 Mientras esperaba, me acerqué a la gran ventana que había a un lado del escritorio del jefe. Se podía ver a la perfección la selva en todo su esplendor. Era fascinante como, a lo lejos, se veían árboles tan altos como el edificio en el que estaba en ese momento. Era una vista hermosa y, irremediablemente, pensé de nuevo en la gran cantidad de árboles que habría que talar para hacer semejante edificio. Y muchos más para construir el pequeño pueblo que, tarde o temprano, crecería para ser una gran ciudad.

 Salí de mis pensamientos cuando vi algo salir de entre la selva. Era parecido a un ave, o eso pensé al comienzo solo porque vi sus alas. Parecía no poder moverse bien y apenas mantenerse a flote. Estaba lejos pero acercándome más al vidrio pudo ver que le gruñía a algo debajo, algo que estaba en la selva. Viéndolo de más cerca me di cuenta de que parecía más un murciélago que un ave común y corriente. Las alas eran delgadas, sin plumas. Su cara era horrible, algo inexplicable. No podría.

 Entonces algo saltó de la selva, algo enorme, y mordió al murciélago gigante. Un momento después, ya no había nada en el cielo, ni en ningún lado. Me di la vuelta, pues sentí justo entonces que alguien me miraba y tenía razón: era el gran jefe de las oficinas locales. Era mi subordinado, un hombre que yo mismo había elegido para este emprendimiento tan complicado. Sin embargo, lo que acababa de ver, cambiaba por completo mi perspectiva de lo que estábamos haciendo allí y la manera en la que lo hacíamos.

“¿Porqué nunca se me informó?”, le pregunté. Él dijo que sabían mantener a las bestias alejadas. Además, ellas no parecían tener interés alguno en los seres humanos o en sus actividades en el planeta. Pero yo no estaba tan seguro, había algo que no me gustaba respecto al “murciélago” y no era su aspecto.

 Le pedí que me entregara los informes más recientes y que convocara una reunión urgente. Él ya había pensado en eso, dijo que ya me esperaban en una sala cercana. Antes de salir de allí miré a la selva y no vi nada. Pero tuve mucho miedo, muchas dudas.

miércoles, 14 de marzo de 2018

La Vérriere


  The sound of a piano being played could be heard on the staircase that led to the each one of the seven floors that made up the building. In each floor, there were two doors: one for each apartment. Nevertheless, not all of the apartments in the Vérriere building were used as homes. Some of them were offices and others, like 7B in the upper most floor, had been in use for thirty years as a teaching hall of music. Some days you could hear a piano, some others a violin or even a flute.

 Below 7B lived an elderly couple, Ava and Michael. They had been living in Paris for almost seventy years, from the day they had visited as a recently married couple and had fallen in love almost instantly with the city. They loved the architecture and the vibrant artistic movements that you could see and feel all around. And the food, of course, was one of the big reasons for them to stay, as Michael had always wanted to become a professional pastry chef, and Paris was the perfect city to achieve that.

 They decided to move into the Vérriere less than a month after their marriage and announced their decision to family members and friends back home in England with a postcard of the city seen from the Eiffel Tower. Of course, everyone was surprised by their sudden decision. Yes, maybe Michael had always wanted to be a chef and he loved everything that had to do with pastries and bread, but they no one really thought he would follow the dream. And Ava… she was much too young.

 When they moved, Ava was seventeen years old and Michael was nineteen. They started working right away, Michael in a bakery and Ava in a bank. They didn’t ask for experience back then, just the language, which they had to learn bit by bit at nights. It was a hard life for a long time but they eventually moved up in their respective fields. Michael got enough money to enter school and become the chef he always wanted to be and Ava was able to be the accountant of a very prestigious chain of stores.

 Now, Ava and Michael are in their early eighties. They are still in love with each other and they rarely leave their apartment, for which they paid rent for many years but they were eventually able to buy it, as the owner had became a great friend of the both of them. They had two children; now living in the country they had both came from. Somehow, the love the couple had for the city had not being transmitted to their children. They rarely visited, the only foreign sound in the apartment coming from the music lessons above, which were an entertainment for them, more than a nuisance.

 In the middle of the building, in 4A, lived a young man that had recently moved from an eastern European country. It was almost a year ago that he had entered the building, only to check it out with a friend. But they hadn’t been looking for an apartment to live in. His friend ran a production company that produced pornographic content on the Internet and he was looking for a place that looked old and could be used to set various types of productions, somewhere versatile they could use.

 Both of them loved it but Karl, the boy with a thick accent, was truly enthralled with everything about the location. He liked every single little details like the door handles and the sink appliances, but he also loved the views from the windows and the fact that there were very well lit rooms and other one that seemed flooded with darkness. The high ceiling and beautiful wallpaper sold the deal for him. His friend, however, thought the place was a little pricey and that’s when Karl proposed a deal to him.

 Karl would give money to his friend, in order to cover the price of rent, but with the condition he would be able to live there, use it as his home. His friend was doubtful because he knew it could get annoying if someone lived there and a filming crew would suddenly need one of the rooms for a movie. But Karl assured him he was very used to the whole filming scene, being an actor himself, so he assured nothing would go wrong and no problems would show their ugly heads.

 Actually, he said that not being sure of anything, only knowing he just wanted to live there. But he eventually realized he had been correct: the place was not only perfect to live as it was huge and conveniently located, but it proved to be a great setting for lots of movies. Karl even participated in some of them. The incredible surprise was that the building was so sturdy, that people were not able to hear anything on the other floors. And the fact that there were offices around was even better for them.

 Eventually, Karl met a nice young man like himself during another location scouting. They talked and dated for several months until he asked him to move in with him. Karl’s friend eventually found other locations and he eventually stopped using the apartment in the Vérriere building for his films. The place turned into the home of Karl and his boyfriend, who would eventually become his husband. They made great friends in the building, including the elderly couple made by Ava and Michael but also the dozens of cats that Mrs. Laffite had taken in.

 She lived in the only apartment located on the ground floor. She was the person in charge of getting the building clean, on the outside and the inside. Mrs. Laffite was also the only person to have an actual garden in the building, complete with a small bench to sit down and several plants that made her home look like something of an anomaly for such a huge city. Nevertheless, she wasn’t the most sociable person ever, so most people didn’t even know about her beautiful apartment.

 Sometimes called Lala by other people living there, she had surrounded herself with dozens of cats. It was common to see her entering the building holding one or two cats on her hands, just as if she had came into the building with two bags of groceries or something. She always brought in new kitties, mostly strays that she found around the marketplace and other corners of the city she liked to walk around. Granted, she never went to far from the building and never spent more than two hours outside.

 The rest of the day was spent inside her house and sometimes standing in the frame of her door telling the cleaning lady how to do her job. There was always a different woman or man cleaning the place, as she grew impatient with them very fast. She never liked how they clean, how not thorough they were. She trembled when thinking about their homes, and how dust and dirt would be slowly accumulating in corners and under the furniture. Lala was a big germophobe, odd for such a cat lover.

 When someone talked to her, saying “Hi” or something, she always responded by nodding. If people started talking more, she continued answering with head movements and other gestures. It wasn’t that she couldn’t talk but she simply didn’t like to interact with people. And those who had been living there for a few months already knew how to handle her situation. And they didn’t mind and she didn’t really mind any of them, she didn’t really care too much to be very honest.

 Her happiest moment was being in her garden, tending to her plants. She would sing to them and that was the only time some of her tenants were able to hear actual words coming out of her mouth. Her voice was beautiful, soothing and simply magnificent.

 La Vérriere was a building filled with so many people from different backgrounds, doing different things and having different thoughts. It was pretty much as any other building in the world. A place where everything and nothing meets at the same time.