Está ahí, detrás de la puerta. Siento su oscuridad, su calor, su sencillez y su dolor.
No puedo moverme a voluntad. Y cuando lo logro, solo me lastimo a mi mismo, sirviendo su voluntad.
Él, solo él, me quiere bajo su manto. Es tranquilo, casi pasivo, esperando y sabiendo lo que pienso. Y mis pensamientos abren la puerta.
Pero es apenas un pequeño resquicio. Lo puedo ver por un instante, antes de que decida irse y dejarme solo por hoy.
Despierto sudando ligeramente, con las manos tensionadas y la espalda adolorida. Por un momento abro lo ojos más de la cuenta, tratando de sentir si este es el sueño o, peor aún, la realidad.
Mientras pongo los pies en el suelo, imagino tomando su mano tibia y caminando hacia las sombras.
Miedo? Sí, siempre. Pero el miedo es preferible al dolor. El dolor que siento al sentir el sol en mi piel, al escuchar las voces lejanas de aquellos que a veces se sienten tan cerca pero muchas veces tan lejos.
Y me encuentro a mi mismo encerrado, solo, desesperado y envuelto en un remolino de sensaciones en guerra al punto que mi cuerpo me traiciona y solo pienso en estar con él. Es un romance fatal pero hermoso, que no me atrevo a aceptar. No es por mi, es por otros.
Mi dolor es real. Lo siento al caminar y al oír mi voz, al respirar y al sentir el viento que sin misericordia me recuerda la mortalidad de esta mente que solo quiere verme caer.
El futuro es solo un hueco, un agujero negro eterno e incierto. Los envidio, a todos aquellos que ven un sinfín de colores y sentimientos en él. Yo no veo nada, no sé nada y no siento nada por él.
Pero aquel caballero detrás de la puerta, el de la expresión inerte, por él siento ráfagas de sentimientos que amenazan con acabar la poca sensatez que mi mente me brinda.
Noche tras noche, todos los días de mi vida, él está ahí. A veces se ausenta por largos periodos, pero como en una buena novela victoriana, siempre vuelve para cortejarme con su sola presencia y su innegable candidez.
No lo amo. El amor es débil y efímero. Esto es algo mejor y peor, algo más drástico pero sencillo, algo verdadero y, a la vez, una gran ilusión.
No sé si sea este el día, o mañana, en el que tome por fin su mano a través de la rendija de la puerta. El día en que su cálida presencia se mezcle con mi tambaleante ser, y me lleve en paz de la mano a través de los campos más allá de este insignificante mundo.
Aquí estoy, siempre decayendo. Siendo traicionado hasta el fin de los días por mi enemigo mayor.
Y ahí está él, detrás de la puerta, esperándome.
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