Martha se abrió paso con dificultad, con el billete del tren en una mano y halando una pequeña maleta con la otra. En una de las pantallas veía el nombre del destino y suspiró al sentir el calor generado por la gran cantidad de personas.
No pasaron ni cinco minutos cuando un tren blanco, haciendo bastante ruido, entró a la estación. Muchas de las personas en el andén se alistaron y pocos minutos después abordaron el tren.
Martha se sentó en el último coche, lejos del ruido de la parte frontal. Puso su pequeña maleta en la estructura metálica sobre los asientos y se sentó justo debajo, junto a la ventana.
El tren rápidamente tomó velocidad y una pequeña pantalla empezó a listar las próximas paradas: la de Martha era la última, lo que hacía que el viaje durara unas 2 horas. Había 3 paradas antes, la próxima a unos 45 minutos.
Un par de asientos fueron ocupados pero no se podía decir que el tren estuviera relleno ni mucho menos. De hecho, en el grupo de cuatro sillas donde estaba Martha, no había nadie más.
De un bolso que tenía en el hombro, la mujer de 30 años sacó una tableta electrónica y empezó a leer un libro. Lo había dejado en la mitad, oportunamente cuando la joven heroína se disponía a viajar en el Orient Express.
Cuando llegaron a la siguiente parada, Martha se había aburrido de leer y había empezado a jugar un juego de colores y esferas y demás. No era una opción ver por la ventana ya que todo estaba sumido en la oscuridad, así ahora las luces de la estación iluminaran un poco el panorama.
Fue en esa estación que un hombre, tal vez cinco años mayor que ella, se sentó en el asiento de enfrente. Ella apenas lo miró por encima de la pantalla de su aparato cuando el hombre guardaba su maleta y se sentaba, él sí mirando por la ventana, hacia la oscuridad.
Martha se aburrió rápido de su juego y, por primera vez, miró a la cara de su compañero de viaje, que miraba las luces lejanas de alguna ciudad.
- Guille?
El hombre se incorporó, como si acabara de despertarse de una siesta. Miró a Martha fijamente, entrecerrando los ojos y finalmente su cara formó una sonrisa.
- Tata?
- Sí, soy yo.
- No te reconocí cuando subí.
- Nadie pone mucha atención en los trenes - dijo ella, riendo tontamente.
Esto último no sabía porque lo hacía. De pronto se acordara de aquella época, en el colegio, en la que había coqueteado con Guille en su último año y se habían dado un beso el último día de clases, sin verse uno al otro nunca más.
- Que has estado haciendo? No nos vemos hace mucho.
Él también recordaba el beso. Siempre le había gustado Martha pero nunca tuvo el coraje de decírselo en el colegio.
- Pues trabajo como corredor de bolsa.
- En serio? Debes ganar mucho dinero.
- No me puedo quejar.
Guille se había divorciado hacía unos pocos meses e iba de camino a ver a sus hijos, que ahora vivían con la madre.
- Y tu?
- Voy de camino a ver unos inmuebles. Trabajo en una inmobiliaria.
- Divertido, no?
- A veces. Se conoce mucha clase de gente.
Ese mismo día, más temprano, Martha había entregado las llaves de una casa a una pareja bastante extraña: habían hecho preguntas del tipo "estas paredes son gruesas de verdad o se oye a través" o "el piso es fácil de limpiar".
De pronto había aparecido un hombre de la empresa ferroviaria, revisando los boletos. Martha y Guillermo le habían dado sus billetes y el hombre los había recibido alegremente, con una sonrisa e incluso una broma.
- También te bajas en la última parada? - preguntó Guille a Martha cuando el revisor había dejado el coche.
- Tu igual?
- Sí. Que raro no?
Ambos estaban felices por esta coincidencia. Sentían que había algo que no se había terminado de cerrar cuando habían estado en el colegio y cada uno por su lado sabía que no había mucho que se los impidiera.
- No estás casada...
- Disculpa?
- Lo siento, noté que no tienes argolla.
- Tranquilo. Sí, no estoy casada. Nunca me casé de hecho. Tu?
- Divorciado
Y esa pregunta desencadenó una larga conversación sobre las relaciones humanas y lo difícil que era ajustarse a otro ser humano, a veces tan diferente y otras veces tan parecido.
Martha recordó pero no habló de su más grande amor, un joven en la universidad que la cambió por una chica más bonita, de un día para otro. Guille recordó a su ex esposa y sus constantes discusiones.
La charla se alargó tanto que siguieron hablando de ello cuando el tren por fin se detenía en la última estación. Cuando salieron del vagón, caminaron juntos a la salida de la estación y rieron recordando anécdotas colegiales mientras esperaban el autobús respectivo.
La verdad era que Martha usaba otra línea de autobús, diferente a la de Guille, pero él había propuesto ir a comer algo y la vida de la mujer ya era muy monótona y negarse a una invitación como esta hubiera sido una tontería.
Mientras comían una hamburguesa, ambos pensaban en las posibilidades que la vida les ofrecía. Después de todo, coincidir en un tren parecía sacado de una romántica película del pasado.
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