Era difícil darnos la mano para subir por las
grandes rocas que cubrían el ascenso. Su mano estaba cubierta de sangre y la
mía se resbalaba un poco por el asco pero también por lo fresca que estaba.
Podía sentir el olor a hierro por todos lados, como si no fuera sangre sino
algún tipo de liquido metálico que se nos hubiera untado en el camino. Peor no
estábamos de paseo o por gusto en semejante lugar. El bosque era hermoso pero
era el escenario de nuestro escape del lugar más horrible del que jamás hubiéramos
oído y en el que habíamos tenido la desgracia de sobrevivir por más días de los
que podíamos contar en la cabeza. De hecho, yo no estaba seguro desde hace
cuanto no veía el sol.
Pero ahora era ese mismo sol el que me ardía
en el rostro y sin duda ya me había quemado la cara. Correr y subir y bajar en
semejantes condiciones era inhumano pero así eran ellos. Nos habían atrapado, o
eso creíamos, y nos habían internado en ese lugar, construido parcialmente bajo
el lecho de un lago. Alrededor solo había este bosque, que parecía continuar
por varios kilómetros. Sentí el roce de una bala por el hombro izquierdo y
menos mal me dejé caer pues una bala iba hacia mi cabeza pero falló su meta. Él
me tomó de la mano de nuevo y me haló. Era mucho más atlético que yo y podía
correr casi sin respirar o pensar. Llegué a pensar que era un robot hasta que
cayó sobre unas piedras y algo de sangre empezó a brotar. No hablábamos, solo corríamos.
Los guardias nos seguían con sus armas
mortales y el deseo obvio de matarnos y yo solo quería que todo parara. Era ese
mismo sentimiento el que me había llevado a escaparme en un principio y por
pura coincidencia, por raro que parezca, él estaba huyendo en ese mismo
instante. Nos unimos y asesinamos a muchas persona, entre personal con batas
médicas y guardias descuidados. Lo hicimos con cuchillos que encontramos,
instrumentos médicos que habían utilizado en nuestros cuerpos o las armas que
ahora usaban para cazarnos como animales. Era increíble, pero matar se me hacía
fácil, tal vez porque yo no los veía a ellos como seres humanos. Para mi ellos
eran los robots, los autómatas que cada noche nos torturaban.
Metían cosas en nuestros cuerpos, o quitaban
partes para poner otras o para no poner nada. Yo tenía cicatrices que no
recordaba y, de hecho, ese era mi más grande problema y al parecer el de todos
en el laboratorio. Todo el que podía gritar, incluyéndolo a él, decían que no
podían recordar nada. De hecho eso fue lo único que me dijo antes de tomar mi
mano y echarnos a correr. Y yo estaba igual, con la mente totalmente en blanco
o en negro o como se diga. No había nada allí adentro, ningún recuerdo de mi
vida anterior al laboratorio. Era como si se hubiesen asegurado de que nunca
indagara sobre mi mismo para así pertenecerles para siempre. Pero eso ya no era
así.
Seguimos corriendo hasta que encontramos un
abertura entre las rocas y nos metimos allí. Él tenía un cuchillo y yo una arma
eléctrica. Si se acercaban, debíamos matarlos y al menos así tendríamos algo
menos de que preocuparnos. Pero nunca llegaron adonde estábamos escondidos.
Esperamos horas y horas pero parecía que o se habían dado por vencidos o
simplemente estaban esperando a que saliéramos para darnos el tiro de gracia al
aire libre. Era poco probable que nos quisieran vivos, pues nuestra memoria de
corto plazo nos indicaba que cada día llegaban nuevos cuerpos para usar en
experimentos. No digo pacientes porque no lo éramos y tampoco prisioneros.
Esclavos se parece más pero no es correcto.
Me dejé caer sobre el suelo arenoso de la
cueva y empecé a llorar. No me importó hacer algo de ruido y, al parecer, a él
tampoco. Me sentía vacío, impotente, incapaz de salir de ese ciclo. Me dolía el
cuerpo ahora más que nunca y la verdad era que yo no quería escapar sino que
quería morir. Para que saber que era la vida después de todo lo que me habían
hecho. Porque muchas cosas las recordaba con claridad y eran esos recuerdos los
que quería eliminar para siempre, arrancarlos de mi cerebro. Pero eso no era
posible así que lo mejor era suicidarme y dejarlo todo atrás. Haciendo más
ruido, cargué al máximo el arma eléctrica y me dispuse a dispararme en la
frente pero entonces él pateó el arma al mismo tiempo que los guardias
irrumpieron en la cueva.
El arma le dio a uno de lleno en la frente y
lo dejó revolcándose en el piso, retorciéndose de forma grotesca y echando
espuma por la boca. El otro se abalanzó sobre mi pero él me protegió y le clavó
el cuchillo en el estomago varias veces. De nuevo me tomó la mano pero esta vez
me dijo que debíamos alejarnos lo más posible ya que solo enviarían más
guardias si se daban cuenta que los que habían salido no llegaban. Según él,
teníamos hasta la puesta de sol para
alejarnos. Eso me dio algo de energía para correr de su mano y tratar de no
respirar tal como él lo hacía. Varias ramas no pegaban en el rostro y los pies
los teníamos destrozados con tanta cosa tirada en el suelo del bosque.
Cuando la luz empezó a cambiar, llegamos a
unas colinas que subían cada vez más. Cuando no hubo más luz, estábamos en la
cima de la colina más alta de todas. Estaba bien cubierta de musgo y matorrales
pequeños y desde ella se veía el lago que tornaba verdosa la luz del
laboratorio. No se veían la entrada del sitio, por donde habíamos escapado
matando a mucha gente, ni tampoco se veía a los guardias que ya debían de haber
salido a buscarnos. Caminamos un poco más, hasta estar del otro lado de la
colina, un sitio cubierto por algunos charcos de agua estancada y árboles
increíblemente altos que parecían salir de un cuento ya olvidado hace mucho.
Con algo de asco tomamos agua de uno de los
charcos entre las manos y tomamos. No sabía bien pero tampoco era horrible y
sin duda era mejor que deshidratarse. La comida que nos daban en el sitio era
intravenosa así que cualquier tipo de liquido era una mejora. Yo no sabía bien
de donde había adquirido la fuerza para aguantar semejante escape pero sabía
que no era algo natural o por lo menos de mi cuerpo. Era algo más, como
adquirido de la nada o tal vez a través de los experimentos hechos. Estaba
cansado pero sentía que podía seguir corriendo si era necesario. Él se veía
mucho mejor. Se había quitado la poca ropa, que era solo la bata que nos ponían
de color rojo, y se metió en uno de los estanques, el que parecía menos sucio.
Yo lo imité y me di cuenta de porqué el había
hecho eso. El agua parecía calmar de golpe todos los dolores. Mi herida de
bala, los golpes, muchos cortes,… Todo parecía sellarse y desaparecer gracias
al agua. No tenía idea como él sabía de las propiedades de los estanques pero
preferí no dudar de la única persona que me había ayudado hasta ahora. Sin duda
este escape sería mucho más complicado sin alguien quien me apoyara como él lo
había hecho. No sé que me hizo hacerlo, pero me le acerqué y nos besamos. Fue
como si algo se moviera en mi mente pero desapareció de golpe. Lo vi en sus
ojos también pero solo fue un brillo, un pequeño destello que podía no
significar nada y, a la vez, todo.
Salimos del estanque y acordamos seguir
desnudos hasta encontrar nueva ropa que vestir. Enterramos las bastas rojas en
un hueco hecho a mano y nos retiramos. El sol empezó a desaparecer Se iba el
calor por el que agradecí estar sin ropa y sin pelo. Los dos habíamos sido
rapados por la gente del laboratorio. No recordaba haber tenido mucho cabello
antes pero algo me decía que sí había sido así. Mientras bajábamos hacia un
valle profundo recogimos algunas frutas de los árboles y arbustos cercanos. No
nos importó si eran venenosas ya que nada peor de lo que habíamos vivido podíamos
pasarnos ya. Mientras caminábamos, descubrí cicatrices en mi cuerpo que ya
había olvidado. Él también tenía bastantes.
Ya en la parte más baja del valle, con el
sonido de un riachuelo y la luna en el cielo, nos relajamos un poco. Seguimos
caminando, porque parecía lo único que podíamos hacer, pero lo hacíamos más
lento, observando el entorno. Él dijo entonces que tal vez si seguíamos el río
podríamos llegar a otro sitio con seres humanos, tal vez menos agresivos y
sádicos que los del laboratorio. La sola idea de un lugar lleno de humanos fue
suficiente para hacerme parar mi caminata. No quería eso para mí, no quería
vivir con miedo toda mi vida, no quería tener nada que ver con otros. Él era el
único que quería cerca, de resto todo podían morir o perderse en la infinidad
del mundo, eso no era mi problema.
Pero entonces oí el silbido que había oído
antes. Pero ya no fue sobre mi hombro sino sobre mi cabeza. Para cuando caí en
cuenta que pasaba, ya había ocurrido lo peor que podía pasar: él había sido
impactado por varios proyectos y caía, lentamente, a algunos metros frente a
mi. Como yo me había detenido, ellos habían fallado. Mi instinto me dijo que
corriera pero también que lo mirara en sus últimos momentos. No tenía armas,
pues las habíamos dejado atrás. Así que solo me entregué a mi destino. Primero
me puse de rodillas juntos a él y le di un segundo y último beso. Luego, me
puse de pie y grité con todas mis fuerzas: “¡Muerte!”. Y entonces ella vino por
mi como una amiga que no conocía, llena de compasión, sabiduría y amor.
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