No recuerdo muy bien de que estábamos
hablando pero sí que recuerdo que íbamos por la zona de la ciudad que empezaba
a elevarse a cause de la presencia de las montañas. Como en toda ciudad de
primer mundo, todo estaba cuidadosamente organizado y parecía que no había
mucho campo para algo estuviera mal puesto o que un edificio fuese muy
diferente al siguiente. Todo era muy homogéneo pero con el sol del verano no
parecía ser un mundo monótono sino muy al contrario, parecía que toda la gente
era auténticamente feliz, incluso aquellos que sacaban la basura o paseaban a
su perro.
Con mi amigo hablábamos a ratos, hacíamos
pausas para mirar el entorno. Nos entendíamos aunque tengo que decir que amigos
de pronto era una palabra demasiado grande para describir nuestra relación. La
verdad era que habíamos sido compañeros de universidad, de esos que tienen
clases juntos pero se hablan poco, y nos habíamos encontrado en el avión
llegando a esta ciudad. Como por no ir a la deriva y tener alguien con quién
hablar, decidimos tácitamente que iríamos juntos a dar paseos con la ciudad,
con la posibilidad de separarnos cuando cualquiera de los dos lo deseara. Al
fin y al cabo que ninguno de los dos conocía gente en la ciudad y no estaba mal
compartir experiencias con alguien.
Ese día estábamos juntos pero fui yo, cansado,
el que me senté contra el muro de un local comercial cerrado junto a unos
hombres de los que solo me había percatado que tenían la ropa blanca. Ellos
estaban agachados pero no sentados, seguramente para evitar manchar sus
pantalones blancos. Me di cuenta que me miraban hacia el otro lado de la calle
por lo que yo también hice lo mismo. Era la esquina de una de esas cuadras
perfectamente cuadradas de la ciudad. Había dos grandes locales: uno daba
entrada a un teatro en el que, justo cuando voltee a mirar, apagaron las luces
del vestíbulo. El otro local era una pizzería donde algunas personas se reunían
a beber y comer.
De pronto los hombres se levantaron y se
dirigieron hacia el teatro. Sin explicación alguna, yo también me puse de pie y
los seguí. No le avisé a mi amigo por lo que él se quedó allí, mirando su
celular. Yo entré al teatro que tenía sus luces encendidas de nuevo pero decidí
no acercarme al punto de venta de billetes porque no hubiera sabido que decir.
En cambio me senté en unas sillas vacías, como de sala de espera. Desde allí
pude ver que los actores que había visto afuera estaban discutiendo con alguien
que parecía trabajar allí también. No se veían muy contentos. La conversación
terminó abruptamente y los actores se acercaron a mi. Me asusté por un momento
pero solo se sentaron en las sillas al lado mío, hablando entre ellos y después
quedando en silencio.
No sé porque lo hice porque normalmente no soy
chismoso ni me meto en las cosas de los demás, pero allí estaba en ese teatro
sin razón alguna. Y cuando el actor sacó su celular, el mismo actor junto al
que me había sentado afuera, no pude evitar mirar la pantalla. Solo vi que era
un mensaje de texto pero no tenía tan buena vista como para leerlo y la verdad
no quería ser tan obvio, así que me puse a mirar los afiches de obras pasadas
que había en un muro opuesto, como si me interesaran.
El hombre entonces se puso de pie y se dirigió
adonde había unos teléfonos. Por un momento ignoré que la presencia de esos
aparatos fuera una reliquia del pasado pero no dudé su presencia allí. Mi amigo
llegó justo en ese momento, dándome un codazo y preguntándome porqué lo había
dejado solo afuera. Solo le pedí que hiciera silencio y nada más. No podía explicarle
porque estaba allí.
Miré al hombre hablar por teléfono durante un
rato. Quería saber que estaban diciendo, quería saber qué era lo que decía y
con quién hablaba. Era un presentimiento muy extraño, pero sabía que en todo el
asunto había algo raro, algo que había que entender y que no era solo entre
esos personajes sino entre todos los que estábamos allí, incluso mi muy
despistado amigo. Era una sensación que no me podía quitar de encima.
Cuando el hombre colgó, lo vi acercarse pero
me dirigí a mi amigo cuando ya estaba muy cerca. Le dije muy crípticamente,
incluso para mí, que nos iríamos en un rato. No tengo ni idea porqué le dije
eso pero estaba seguro de que era cierto.
El actor se me sentó al lado visiblemente
compungido. Lo que sea que había hablado al teléfono no lo había recibido muy
bien. Se había puesto pálido y era obvio que sudaba por el brillo en sus manos.
Podía sentir su preocupación en la manera en que respiraba, en como miraba a un
lado y a otro sin en verdad mirar a nada y a nadie.
Mi celular entonces timbró una vez, con un
sonido ensordecedor. Como lo tenía en el bolsillo, el volumen debía haberse
subido o algo por el estilo, aunque con los celulares más recientes eso no era
muy posible. Al sacarlo del pantalón y ver la pantalla, vi que era un mensaje
de audio enviado por Whatsapp. El número del que provenía era desconocido. Miré
a un lado y a otro antes de proceder. Desbloqué mi teléfono y la aplicación se
abrió.
El audio comenzó a sonar estrepitosamente. Era
la voz del actor que estaba al lado mío que inundó la sala y la de otro hombre.
Torpemente tomé el celular en una mano y la mano de mi amigo en la otra y lo
halé hacia el exterior. Él no entendía nada pero como yo tampoco, eso no
importaba.
Lo hice correr varias calles hasta que estuve
seguro que no nos había seguido nadie. Fue un poco incomodo cuando nos
detuvimos darme cuenta que todavía tenía la mano de mi compañero de universidad
en la mía. La solté con suavidad, como para que no se notara lo confundido que
estaba, por eso y por todo lo demás.
La voz me había taladrado la cabeza y eso que
no había entendido muy bien lo que decían. Miré mi teléfono y el audio se había
pausado pero yo estaba seguro que no habían sido mis vanos intentos por apagar
el aparato los que habían causado que se detuviera el sonido. Con mi amigo
caminamos en silencio unas calles más hasta la estación de metro más cercana,
pasamos los torniquetes y nos sentamos en un banco mirando al andén. Allí saqué
mi celular de nuevo y vi que el sonido ya era normal. Miré a mi amigo y él
entendió. Puse el celular entre nosotros y escuchamos.
Primero iba la voz del actor, que contestaba
el teléfono en el teatro. La voz que le respondía era gruesa y áspera, como la
de alguien que fuma demasiado. Era obvio que el actor se sentía intimidado por
ella. Sin embargo, le preguntó a la voz que quería y esta le había respondido
que era hora de que le pagara por el favor que le había hecho. La voz del pobre
hombre se partió justo ahí y empezó a gimotear y a pedirle a la voz gruesa más
tiempo, puesto que según él no había sido suficiente con el que había tenido
hasta ahora.
Esto no alegró a la voz gruesa que de pronto
se volvió más siniestra y le dijo que nadie le decía a él como hacer sus
negocios ni como definirlos, fuera con tiempo o con lo que fuera. Le tenía que
pagar y lo amenazó con ir el mismo por todo lo que le había dado, además de por
su paga que ya no era suficiente por si sola. Antes de colgar, la voz de
ultratumba hizo un sonido extraño, como de chirrido metálico.
El tren llegó y nos metimos entre las
personas. Adentro compartimos con mi amigo un rincón en el que estuvimos de pie
todo el recorrido. Solo nos mirábamos, largo y tendido, como si habláramos sin
parar solo con la vista. Pero nuestra mirada no era de cariño ni de
entendimiento, era de absoluto terror. Había algo en lo que habíamos escuchado
que era simplemente tenebroso. Por
alguna razón, no era una amenaza normal la que habíamos oído.
Llegamos a nuestra estación. Bajamos y subimos
a la superficie con lentitud, sin amontonarnos con la masa. No nos miramos más
ese día, tal vez por miedo a ver en los ojos del otro aquello que más temíamos
de esa conversación, de ese momento extraño.
Esa noche no pude dormir. Marqué al número que
me había enviado el audio pero al parecer la línea ya estaba fuera de servicio.
No escuché la conversación de nuevo por físico susto, porqué sabía que entonces
nunca dormiría en paz.
Hacia las dos de la mañana tocaron en mi
puerta y creo que casi me orino encima del miedo. Esto en un par de segundos.
Fue después que oí la voz de mi amigo. Lo dejé pasar y esa noche nos la pasamos
hablando y compartiendo todo el resto de nuestras vidas, creo yo que con la
esperanza de que sacar a flote otros recuerdos nos ayudara a olvidar esa
extraña experiencia que habíamos tenido juntos.
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