La primera flecha fue certera. Le dio justo
entre las dos capas de armadura, clavándose con fuerza en la piel del hombre.
Tyr se quedó con el arco tendido, esperando a recibir algún tipo de señal que
le dijera que su disparo había servido de algo. Pero el hombre no se movía. De
hecho, no hacía nada. Tyr alistó otra flecha y disparó con rapidez, dándole
justo en la nuca. Eso hizo que la mole que había recibido el tiro cayera hacia
delante, por fin dando una señal de que estaba vencido.
El ejército liniense batallaba todavía del
otro lado de las colinas pero, habiendo encontrad la debilidad de su enemigo,
los tendrían a todos a sus pies en poco tiempo. Tur se acercó con el arco
tendido al hombre grande. Se había quedado arrodillado, allí en medio del campo.
El viento le movía el poco pelo que tenía, blanco como la nieve. Cuando por fin
lo tuvo cerca, Tyr alistó otra flecha y esperó. No hubo movimiento ni indicio
alguno de que seguía vivo. Sin embargo, dejó ir la flecha, directo a la frente.
La criatura bramó con fuerza, haciendo que Tyr
caminara hacia atrás y cayera torpemente. Sin embargo, el extraño hombre enorme
cayó como una torre hacia delante y quedó allí tendido, sobre el pasto. No
sangraba casi y Tyr se preguntó si se debía a la magia negra que lo había
revivido y transformado en una criatura tan vil y sedienta de venganza. No lo
sabría jamás ni hubiese querido. El punto era que todo había terminado, después
de tanto esfuerzo.
Media Linia estaba en llamas o destruida por
completo. Los campesinos no tenían casa y tampoco mucho de los señores que
habían enfrentado a la bestia y a su ejercito de muertos vivientes. Tyr bajó el
arco y se acercó a la criatura. Estaba muerto de verdad. Con un cuchillo, fue
cortando las partes que mantenían juntas su armadura y la puse toda a un lado.
Esa protección había sido forjada por alguien que lo había enviado. Era obvio
que había más detrás de todo.
Tyr cargó la armadura en su caballo, que vino
corriendo a su llamado, y con ella volvió a la capital para entregársela al rey
en persona. Fue de camino al palacio cuando recibió noticias de la desaparición
de todos los soldados muertos del ejercito que los había atacado. Ya todo
estaba hecho y sin embargo Tyr no se sentía seguro ni contento. Nada parecido.
Creía que las cosas apenas empezaban.
Grok, la criatura enorme con armadura, había
sido uno de los hombres más respetados del reino. Había sido un comandante, un
posible rey. Pero había muerto hacía muchos años y alguien lo había revivido
para causar caos e inyectar miedo en todos a través de una cara familiar. Al
comienzo todos veían la cara del comandante y no sabían si disparar o dejarlo
ir.
Ahora el cuerpo muerto dos veces no se parecía
mucho a nadie con tanto honor y de tan respetable origen. Era un cuerpo deforme
lleno de cambios extraños por todos lados, con la piel brotada y los ojos de un
color sucio, como si la magia negra que se hubiese apoderado de él hubiese
despojado al pobre comandante de todo lo que lo había hecho un hombre de bien
cuando estuvo vivo. Ahora no era nada, era menos que eso. Y nadie entendía como
y porqué.
Sin embargo, Tyr se dio
cuenta que a la gente no le importaba mucho. Apenas llegó a la capital, pudo
ver que todo el mundo estaba de fiesta. Celebraciones por un lado y por otro,
honrando a todos los grupos que habían tenido algo que ver con la destrucción
del ejército de los muertos. Incluso se habían sellado ya alianzas con viejos
enemigos por la ayuda que habían proporcionado en esos difíciles momentos
cuando todo parecía perdido.
Y es que los muertos casi habían ganado. Nadie
lo quería decir así pero esa era la verdad. El ejército de los no vivos
marchaba con firmeza hacia la capital y la hubiesen arrasado de no ser por el
escudero Pike y su descubrimiento en uno de los libros que tanto leía. A la
gente que celebraba en la capital no parecía importarles que el verdadero
salvador era un don nadie lector de libros y no un soldado ni el preciado rey.
Tyr llevó la armadura ante la corte y explicó
lo que había sucedido. Dijo donde encontrar el cuerpo de la criatura y, antes
de que pudieran preguntar nada, se retiró. No tenía ánimos de responder
tonterías ni tenía el mínimo interés de unirse a sus celebraciones vacías.
Prefería cabalgar de regreso a casa y tener algo de paz para poder pensar sin
interrupciones. Unos momentos después, se le vio alejándose a toda velocidad de
la capital, en dirección a su faro.
Vivía allí desde que podía recordarlo. No
siempre había estado solo, pues su abuela lo había criado y le había enseñado
todo lo que un hombre debía aprender, las cosas que en verdad valían la pena.
Pero ella había muerto hacía mucho tiempo y Tyr agradeció que, entre el
ejército de los vivos, no estuviese ella. Ese golpe hubiese sido demasiado duro
para él, pues todavía pensaba en ella, en su sabiduría y sus palabras.
Cuando llegó al faro, dio de comer a su
exhausto caballo y entró a la estructura ya muy cansado de todo. Subió las
escaleras con pesadez y, cuando llegó al primer piso habitable, se despojó de
sus flechas y de su espada y se sirvió un vaso de agua lleno hasta arriba para
mojar la garganta que la tenía terriblemente seca.
El hechizo que había revivido a todos los
muertos debía ser muy poderoso, una magia no vista en el mundo hacía muchos
años. Pero él de eso no sabía nada pero estaba seguro de que su abuela sí
tendría alguna idea al respecto. Por eso subió a la siguiente planta, donde era
su habitación, y se quitó toda la ropa que tenía encima. Todo lo que olía a
muerte, a sangre y al veneno que había tenido que crear con el joven escudero
para poder vencer a las fuerzas del mal.
Ese niño, porque eso era, había encontrado un
viejo libro en la biblioteca de la capital donde decía que el veneno de una
rana en particular era el preciso para anular toda clase de magia oscura. Tyr
fue el único que le puso atención y entre los dos buscaron los animales y los
molieron en una prensa para hacer extracto de rana venenosa. Hubiese querido
dejarlas vivas pero no tenían idea de cómo quitarles el veneno sin matarlas.
El caso es que mojaron flechas y espadas en
ese veneno y las repartieron por el frente, sin explicaciones. Fue entonces
cuando las cosas empezaron a dar la vuelta a favor de los vivos. Y nadie se
preguntaba porqué. Tyr confiaba que la explicación al rey hubiese sido suficiente
pero no confiaba en ello. Al fin y al cabo, el rey era un idiota y todo el
mundo lo sabía. Solo se había encerrado en su palacio y había dejado que todo
ocurriera como si no fuera con él, como si no fuese su reino el arrasado por
muertos.
Desnudo, Tyr subió a la tercera planta, la que
estaba en la punta del faro. Allí ardía una hoguera que no podía dejar apagar
pero también había varios libros en un estante metido en la pared. Estaban
protegidos del fuego y el humo por un vidrio que su propia abuela había traído
de muy lejos. Jamás le explicó de donde exactamente pero siempre había sentido
que ella era mucho más conocedora del mundo de lo que aparentaba.
Uno de los libros era uno sobre la historia de
Linia. Tyr lo cogió y bajó a su habitación. Allí se recostó en el alfeizar de
la ventana y buscó la parte que buscaba. Iba sobre un ejército que había
atacado hacía muchos años a un reino vecino. Tyr recordaba haber oído la
historia de su abuela, que le leía de esos libros con frecuencia. Estaba seguro
de que una de las historias era muy parecida a lo que había acabado de pasar en
el mundo.
Cuando encontró lo que buscaba, se dio cuenta
que le dolía el costado. Por lo visto se había cortado y había empezado a
sangrar. No recordaba esa herida de la batalla pero fue a buscar con que
detener la hemorragia, dejando el libro abierto sobre una mesa. No recordaba
que ese corte se lo había hecho una de las armas de los muertos, antes de
atacar a Gork. No recordaba que había derribado a aquel soldado no vivo con
facilidad.
En la historia del libro, los muertos se
multiplicaban y la única solución que los antiguos habían encontrado contra
ellos era el fuego. Y Tyr necesitaría mucho de él pues las cosas apenas estaban
empezando.
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