Para Diego, lo más importante del mundo era
su profesión. Desde pequeño, cuando miraba la televisión o jugaba con sus
amiguitos, se imaginaba siendo el mejor de los odontólogos. Claro, no era un
sueño poco común pero había nacido de un sentimiento noble de ayudar a los
demás, dándoles algo en la vida de lo que pudiesen estar orgullosos. Los
dientes de pronto no eran lo más importante para nadie, pero son una de esas
cosas que es mejor tener bien cuidados y con todo en orden para no tener que
preocuparse.
Suponía que su idea de ser odontólogo había
empezado cuando, al ver sus programas favoritos, los personajes aconsejaban en
un momento determinado que los niños, es decir los televidentes, se cepillaran
los dientes después de cada comida para tener una boca sana y una sonrisa
perfecta. Por alguna razón, eso a Diego siempre le había parecido muy
importante y desde esos día siguió al pie de la letra las instrucciones para
cepillarse los dientes correctamente.
Cambiaba su cepillo regularmente, usaba diversos
tipos de dentífricos, tenía hilo dental de varios sabores para cambiar todos
los días y guardaba botellas y botellas de enjuague bucal, listas para ser
consumidas. Incluso tenía de esas pastillas que teñían los dientes e indicaban
donde hacían falta cepillarse. Todo eso lo compraba en el supermercado con sus
padres y era siempre muy insistente al respecto.
Cabe decir que este gusto por los la higiene
bucal, no le venía a Diego de sus padres. Su madre era asesora financiera en
una firma importante de la ciudad y su padre era abogado. Ninguno de los dos
tenía el mínimo interés por los dientes o por la salud en general. Es decir, se
preocupaban como cualquiera pero no insistían mucho en el tema pues creían que
era más importante tener una educación de calidad que nada más.
El día que llegó la hora de entrar a la
universidad, Diego no tenía ninguna duda de lo que quería estudiar. Sin
embargo, sus padres trataron de disuadirlo, tratando de convencerlo de estudiar
sus carreras y exponiendo porque era buena idea hacer una vida en esos campos.
Sus razones siempre giraban alrededor del dinero y de la estabilidad económica
pero su hijo no era un tonto: también él había ensayado su discurso.
Una tarde, les mostró una presentación que
había hecho, explicando porque quería estudiar odontología, centrada también en
el hecho de que se ganaba buen dinero y además sería feliz haciendo lo que
siempre le había interesado. Ellos no insistieron más y lo apoyaron en lo que
necesitara pues sabían que tenían un hijo decidido, con metas claras y
determinado a cumplir sus sueños a como diera lugar.
Los años de universidad fueron los mejores
años de la vida de Diego. No solo empezó a aprender más sobre lo que lo
apasionaba, sino que también conoció gente que compartía ese entusiasmo y para
la que sus particularidades respecto a la higiene bucal no eran excentricidades
sino productos normales de la preocupación de un ser humano por su salud. Las
conversaciones que tenían no solo giraban alrededor del tema dental pero casi
siempre lo hacían y a Diego eso le parecía en extremo estimulante e
interesante.
Sus padres estuvieron muy orgullosos el día
que presenciaron la graduación de su hijo. Al recibir el diploma, los saludó
enérgicamente y les mostró su cartón, indicándoles que había terminado esa
etapa de su vida de la mejor manera posible. En las prácticas que había tenido
que hacer, en las que ayudaban a personas que no tenían el dinero para pagar un
servicio dental adecuado, conoció a un profesor que le dijo que era uno de los mejores
alumnos que había tenido y que debería pasarse por su consultorio algún día.
Esa sugerencia dio origen a su primer trabajo,
siendo asistente del profesor por un periodo de dos años. Ganó buen dinero pues
los clientes que tenía el profesor eran personas acomodadas que se hacían
varios procedimientos estéticos al año y varis de ellos tenían que ver con los
dientes. Cada intervención era bastante compleja e interesante para Diego, por
lo que aprendió todavía más y encima ganó buen dinero.
A pesar de todo ese éxito, el resto de la vida
de Diego no iba tan bien. De hecho, jamás había sido algo muy estable. Durante
los años de universidad había tratado de tener relaciones sentimentales con
varias personas pero jamás había logrado establecer algo duradero con nadie.
Sentía que su profesión de alguna manera se metía entre él y la otra persona y
que eso creaba una barrera que era imposible de franquear.
Se daba cuenta de que muchos en el mundo
consideraban que ser un odontólogo no era lo que él siempre había pensado.
Claro, a él le encantaba y eso no iba a cambiar nunca, pero la mayoría de gente
que conocía fuera de su circulo de trabajo no eran tan agradable cuando él
empezaba a hablar de su trabajo y de lo que había visto en la semana.
Su vida sentimental era
nula e incluso su relación con sus padres se fue estancando a medida que se
hizo más exitoso. Su teoría, años después, era que a ellos jamás les había ido
tan bien en sus trabajos después de muchos más años de constante esfuerzo y
dedicación. Él, en cambio, había ascendido como la espuma y todavía podía
ascender más.
Cuando
dejó de trabajar con el profesor, fue porque quiso independizarse buscando un
espacio para él solo. Su sueño era ese, tener una consulta propia con todo lo
necesario para dar una atención de calidad a quien lo necesitara. Diseñó varios
planes para personas con poco dinero y estableció precios competitivos para
intervenciones que la gente con dinero se hacía con frecuencia. Adquirir los
equipos le costó casi todo lo que había ganado en los años anteriores, pero
estaba dispuesto a arriesgar. Y eso probó ser la mejor decisión de su vida.
Tan solo un año tuvo que pasar para que su
vida diera un cambio completo: se mudó de la casa de sus padres a un
apartamento de soltero muy cerca de su consultorio, se podía pagar las mejores
vacaciones a lugares exóticos y lejanos y además estaba más feliz que nunca,
ayudado de dos asistentes que le colaboraban con la gran carga de trabajo que
tenía. A veces tenía que trabajar demasiado pero valía la pena y seguía
aprendido, seguía fascinado por los dientes y eso era asombroso.
Sin embargo, Diego empezó a sentir más y más
que se estaba quedando solo. Sus amistades reales eran pocas, no hablaba casi
con sus padres y no había sentido nada por nadie en años. Hubo una temporada en
la que se decidió a salir a tomar algo en las noches, a bailar o a cualquier
sitio. Le pidió a sus pocos amigos que le ayudaran pero nada funcionó. Había
algo en su personalidad, algo que no podía ver él mismo, que alejaba a los demás.
Por un tiempo, su rendimiento en el trabajo bajó
significativamente. Sentía que el éxito laboral no podía ser todo en el mundo
para él. ¿De que servía todo ese dinero si no lo podía compartir con nadie? Fue
a un psicólogo para ver si podía averiguar que era lo que lo hacía tan
repelente pero dejó de ir a las dos semanas. No solo por el ridículo precio de
las consultas que no llevaban a ningún lado, sino porque las preguntas que
hacía el disque doctor no tenían nada que ver con lo que Diego quería saber.
Cuando su consultorio se hizo más grande y
tuvo otros odontólogos a su cargo, decidió que era el momento de unas largas
vacaciones. Se tomó varios meses y decidió explorar el mundo, alejarse de todo
lo que conocía y quería para ver si podía reconocerse a si mismo fuera del
mundo que había construido en su oficina y con los clientes y demás componentes
de su vida laboral.
Pero tras ese largo viaje, no encontró nada.
Volvió al consultorio acabado y sin ilusiones pero una vez allí, fue como inyectarse
con el elixir de la eterna juventud. Todo lo demás no importaba. Ese era el
amor de su vida, la razón de su existencia. No hacía falta más, o eso se dijo a
si mismo varias veces.
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