No hay nada como el placer. Es una sensación
bastante simple, cuyo único objetivo es el de generar una respuesta más que
agradable en el cuerpo de un ser humano. Por supuesto, el placer puede ir mucho
más allá de una simple sensación física pero creo que no debemos ir demasiado
lejos con ello porque entonces ya no es placer sino algo más, más elaborado y
complicado, más hacia el terreno del amor y todos esos sentimientos que tienen
mil y un recovecos para recorrer durante la vida.
En cambio, el placer es simple y efectivo. A
todo el mundo le gusta sentirlo, venga de donde venga. De allí vienen
precisamente muchas de las obsesiones que los seres humanos pueden llegar a
sentir. Algunos no pueden dejar de vivir y pensar en aquellas cosas que les han
dado un gusto indescriptible y simplemente se amarran al hecho de querer
sentirlo a cada rato. Hay obsesionados con la comida, con el sexo y con la
adrenalina. Incluso hay personas obsesionadas con sentirse bien.
El placer más inmediato, sin duda alguna, es
el que nosotros mismos podemos proporcionarnos sin ayuda de nadie más. La
masturbación es seguramente lo que se viene a la mente de la mayoría pero no es
lo único. Los seres humanos somos capaces de encontrar placer en una gran
variedad de cosas, por lo que sentirse bien puede ser diferente pero igual de
fácil para todos. Algunos se sienten perfectamente al hacer ejercicio y otros
al probar el dulce sabor de un buen pedazo de chocolate. Todo depende.
La masturbación es solo una de muchas cosas
que podemos hacer solos para generar placer. A la mayoría nos gusta y para la
mayoría es un placer relativamente fácil de obtener. Además, sabemos
exactamente cual es su punto culminante pues existe la palabra “orgasmo”. Es
esa palabra y otras similares las que son claves cuando hablamos del placer. Es
esencial saber cual es el limite al que debemos llegar para que esos placeres
no terminen apoderándose de nuestra mente y convirtiéndose en obsesiones.
No hay nada peor que una obsesión que no deja
de crecer y de molestar en el interior del cerebro humano. Es casi como un
virus que se mete en el cuerpo y se rehúsa a salir pues el clima interior es
simplemente perfecto. Lo mismo pasa con una obsesión que encuentra un buen
lugar para crecer y ser más de lo que jamás pudo ser en otra persona u otra
situación. Por eso debemos conocer nuestro límites y, por supuesto, debemos
saber qué es lo que nos genera placer y porqué. Si nos entendemos bien, el
riesgo de que lo que nos gusta se convierta en algo perjudicial, baja sustancialmente.
Para esto, debemos reconocernos de la manera
mas honesta posible y encuentro que quienes tienen mayor facilidad para esto
son las personas que muestran al mundo quienes son en realidad. La mayoría de
personas jamás haría algo así porque se sentirían demasiado expuestos, tal vez
vulnerables a ataques externos de personas que quieran usar esos placeres para
atacarlos. No es poco común en el mundo que se usen cualidades humanas como
armas para atacar a dichos seres humanos.
Sobra decir que es un comportamiento bajo y de
ética reprobable pero no es poco común. Por eso muchas personas deciden no ser
ellos mismos o al menos no una versión completa a plena vista de todo el mundo.
Por ejemplo, es muy probable que cuando estábamos en el colegio nos gustaba
alguna serie o dibujo animado pero nos daba mucha vergüenza decirlo en voz alta
porque los demás opinaban que dicha pieza de entretenimiento era solo para
niños de mucha menos edad o algo por el estilo. La vergüenza entra en juego.
La vergüenza es como el miedo, armas que han
usado aquellos que no tienen ideas propias o fundamentos reales en sus
convicciones, utilizadas para demoler al ser humano desde adentro. Y cuando
digo esto no me refiero al corazón, un centro simbólico del alma humana, sino
al cerebro. Esas armas son como puñales que atacan directo a nuestras ideas, a
lo que genera cómo somos y cómo nos comportamos. Nos hacen retirarnos a un
rincón oscuro para que nadie nos mire como bichos raros.
Eso siempre ha sido y será extraño pues el ser
humano parece incapaz de entender que todos somos raros, de una manera o de
otra. Por pura genética, somos cada uno diametralmente distinto al otro. Sí, de
acuerdo a la ley somos iguales para efectos de tener una sociedad funcional
decente pero biológicamente y neurálgicamente no tenemos mucho que ver del uno
al otro. Somos hombres y mujeres, tenemos pelo y apéndices, podemos hablar y
escuchar y reír pero eso no nos hace cien por ciento parecidos.
Adentro de nuestra cabeza, dentro de nuestro
cerebro, somos diferentes porque nuestras ideas originales nos hacen únicos.
Esa es la meta de muchos en este mundo: crear cosas que nadie más haya creado.
Y con cada una de esas creaciones, vamos construyendo un mundo mejor, a partir
de lo que cada persona va aportando, a partir de lo que cada uno es en
realidad. Son esas diferencias las que nos hacen ser capaces de construir
máquinas sorprendentes y de llevar nuestra conciencia a nuevos niveles cada vez
más increíbles. Y el placer es el que genera esas creaciones.
Sin el placer, nadie habría descubierto nada.
Se requiere de pasión, de amor por lo que sea que se está haciendo para se
genere el placer, el gusto máximo por lo que se siente en el cuerpo. Y como
dijimos antes, no todo es puramente físico. Es más una amalgama de amos estados
del ser humano, lo físico y lo mental. Lo espiritual es otra cosa más ambigua y
menos fácil de detallar pero nuestro cuerpo y nuestra mente están aquí siempre
y son aquellos que crean el mundo que habitamos, los únicos que pueden
cambiarlo.
Votar por quién se tiene una convicción
personal fuerte, hace parte de sentir placer. Se siente bien por el deber bien
hecho, por hacer parte de algo más grande que uno mismo. Igual que cuando
hacemos una obra de caridad. Eso que se siente después no solo es satisfacción
sino placer, de ver caras felices y de saber que el mundo no es solo lo que
tenemos por dentro ni lo que somos nosotros como seres humanos sino que va
muchos más allá de nuestras manos y nuestras mentes. Es más grande que todo.
Y por supuesto, el placer nos da esos momentos
privados que recordamos para siempre. De pronto nuestro placer son los
videojuegos y siempre recordamos aquella primera vez en la que pudimos terminar
un solo juego por nuestra cuenta. Tal vez nuestro placer es el de cocinar ricas
comidas y por eso siempre recordamos aquella vez que pudimos hacer feliz a
alguien con nuestras creaciones culinarias. O puede que nuestro placer sea
solamente sentarnos a leer lo que alguien más ha escrito.
Sin duda el placer más evidente, aunque tal
vez no el mayor, es el que relacionamos a las relaciones sexuales. No siempre
son placenteras, a veces son todo lo contrario. Pero cuando hay placer, es
bastante particular por una circunstancia que lo cambia todo: es una
experiencia que se comparte con una o más personas, dependiendo de los gustos
personales. No es algo que hacemos solos, físicamente o en nuestra mente. Lo
compartimos, casi como un ritual antiguo que se propaga para siempre.
Nuestra biología, la manera cómo nos
reproducimos en el mundo y nos perpetuamos en esta Tierra, tiene ese factor
metido ahí, como si alguien lo hubiese puesto a propósito para darnos una razón
más para seguir tratando de estar aquí. Un fragmento de felicidad en la
incertidumbre.
El placer es simple pero abre tantas
dimensiones, a tantos sentimientos humanos y realidades, que nos recuerda que
siempre es importante saber y reconocer quienes somos, pues es la única manera
de vivir una vida sincera y honesta, con nosotros mismos primero y, luego, con
todos los demás.
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