La primera vez que tuvimos sexo fue en mi
automóvil. Era de noche y estaba allí, en la oscuridad del enorme
estacionamiento. Yo acababa de terminar mis correcciones del día en el salón de
profesores y caminaba hacia mi coche para, por fin, ir a descansar a casa. El
día había sido largo y tedioso, más que todo porque me había pasado todo el
rato vigilando a los jóvenes mientras presentaban sus exámenes. No era poco
común que alguno, o varios, trataran de copiarse o de hacer trampa de una u
otra manera.
Había llevado a dos chicos y una chica al
rector ese día y las tres peleas me habían dejado cansado. Eso sin contar que,
aunque los exámenes se habían terminado a las cinco de la tarde, había tenido
que quedarme hasta las nueve de la noche para corregirlo todo. Nunca me había
gustado ponerme a corregir en casa, sentía que estaría invadiendo un lugar casi
sagrado para mi con cosas que allí no tenían nada que ver. Por eso siempre
intentaba dejar el trabajo y mi hogar completamente separados.
Abrí la puerta del coche, dejé mis cosas en el
asiento del copiloto y me quité la chaqueta para dejarla sobre mis libros y
demás. No hacía calor pero yo me sentía abochornado. Estiré los brazos lo más
que pude, también la espalda, giré la cabeza a ambos lados y bostecé tratando
de despertar del letargo de la larga jornada. Fue entonces cuando escuché su
voz. Tuve que darme la vuelta para verlo allí, de pie en la mitad de un espacio
de parqueo. El lugar estaba casi completamente solo y oscuro.
Era Sebastián, de mi clase de las siete de la
mañana. Había presentado su examen como todos los demás y no había tenido
ningún problema con él durante el día y menos aún en el curso de la carrera. Se
acercó un poco más y me saludó, sin decir más. Yo lo saludé y le pregunté que
hacía en la universidad tan tarde. Me dijo que se había quedado con algunos
amigos para el partido de futbol, que se había terminado hacía poco. Yo nunca
fui fanático de los deportes, así que no me sorprendía no saber esa
información.
Pero, por alguna razón, le pregunté que tal
había estado. Me dijo que bien pero también que había querido buscarme porque
sabía que yo estaba allí. Por un momento no entendí lo que había querido decir
pero no tuve que preguntar nada. Sebastián se acercó a mi, casi corriendo, y me
abrazó de una manera un tanto extraña. Pensé que estaba triste o que algo muy
grave le podría estar pasando, pero fue entonces que sentí como una de sus
manos bajaba lentamente y se detenía en mi pantalón, más precisamente en el
lugar donde estaba mi pene. En ese momento, la adrenalina empezó a fluir a
borbotones.
No sé cuanto tiempo estuvimos así. Solo sé que
nos separamos eventualmente y el quitó la mano de donde la tenía, causando una
reacción física en mi que no podía eliminar. Sin embargo, reaccioné rápidamente
y le dije que no sabía qué le ocurría pero estaba seguro que no era algo que él
en verdad quisiera. Además, yo era su profesor, y no era correcto que algo
pasara entre un alumno y un profesor, más allá de una relación puramente
académica. Él me miró a los ojos y pude notar que estaban húmedos, al borde del
llanto.
Me respondió que yo no era muy mayor y que no
tenía porqué estar mal podernos ver como algo más que estudiante y alumno. En
lo primero tenía razón: él era un chico de unos diecinueve años y yo era un
profesor bastante joven de treinta y cuatro años. No era un viejo como sí lo
eran la mayoría de los miembros de la facultad. Pero eso no tenía nada que ver,
pues las reglas eran muy claras y nada así podía pasar entre un alumno y un estudiante.
No había excepciones ni nada que se pudiese decir para cambiar las cosas.
Yo se lo hice notar pero entonces él empezó a
llorar, sin decir nada. Quise acercarme pero pensé que podría no ser la mejor
idea. Después de todo, le estaba aconsejando tener cierta distancia entre
nosotros y acercarme para tratar de entender lo que le pasaba podía entenderse
mal. No solo él podría entenderlo incorrectamente sino que lo mismo podría
pasar con la universidad. El problema para mí sería enorme y no podía permitirme
perder el único trabajo estable que había podido conseguir en mi vida.
No me acerqué pero le pregunté qué pasaba. No
me respondió, así que le aconsejé visitar la oficina del consejero estudiantil
o el de la sicóloga de la universidad. Cualquiera de los dos podría ayudarlo, o
al menos eso pensaba yo. Él solo lloraba y se limpiaba las lágrimas con las
mangas de su chaqueta, que le quedaba algo grande. Tengo que confesar que se
veía muy tierno en ese momento, pero tuve que quitar ese pensamiento de mi cabeza,
porque no podía estar diciendo una cosa y pensando otra. Podría haber
problemas.
Fue entonces cuando Sebastián me dijo, ya un
poco más calmado aunque con lágrimas rodando por sus mejillas todavía, que se
había enamorado de mi desde el primer día de la universidad. Me recordó que yo
había sido el profesor que había dado el tour del lugar a su grupo, el mismo
que le había dado su clase de introducción a la carrera. Yo, por supuesto, no
lo recordaba. Pero él sí que lo recordaba, con gran detalle, y me dijo que yo
le había gustado desde entonces. De eso habían pasado ya casi dos años. Según
él, no había dejado de pensar en mí durante todo ese tiempo.
Le dije que me halagaba con sus palabras pero
que tenia que entender que las cosas solo podrían ser de una manera. Además, si
sus padres se enteraban podría haber un problema mucho más serio que solo con
la universidad. Traté de hacerle ver que había muchos chicos por todas partes y
que seguramente alguno de ellos podría sentir algo por él como lo que él sentía
por mí, y que eso sería mucho más fácil de manejar que una relación con alguien
que le llevaba quince años de edad. Era la simple verdad.
Él me explicó entonces que nadie sabía que era
homosexual, ni sus padres, ni sus amigos de la universidad ni nadie más. Según
él, había tenido muchas infatuaciones con hombres en su vida pero que la más
intensa había sido conmigo, puesto que me veía muy seguido y notaba cosas en mi
que le gustaban. Quise preguntar pero no tuve que hacerlo pues él mismo me dijo
que le parecía responsable y gracioso pero también serio y muy fácil de tratar.
Además, me había visto nadar en la piscina de la universidad.
Eso me dio algo de vergüenza y sentí que se me
ponía roja la cara. Fue cuando Sebastián sonrió y entonces, tengo que confesar,
me pareció ver una parte del chico que nunca había visto y que me gustó
bastante. Tenía una sonrisa hermosa que me hacía ver las diferentes capas de su
personalidad. Era un chico algo inseguro y temeroso, pero también parecía ser
alegre y optimista, tal vez a su manera. Creo que él se dio cuenta de lo que yo
pensaba, porque se fue acercando lentamente y, esta vez, me tomó de la mano.
Tengo que decir, de nuevo, que todo pareció
pasar muy rápido y a veces muy despacio. Es extraño de explicar. De un momento
a otro, resultamos en la parte trasera de mi coche. Creo que fui yo el que lo
invitó a pasar… Entonces nos besamos, lo besé por todas partes y eventualmente
le quité la ropa hasta dejarlo casi completamente desnudo. Él hizo lo mismo
conmigo y así fue como mi automóvil se fue cubriendo de vapor, a la vez que
Sebastián experimentaba su primera relación sexual con otro hombre.
No sé cuanto tiempo estuvimos allí. Solo sé
que cuando terminamos, le dije que lo llevaría a casa. No hablamos en todo el
camino pero había un ambiente bastante confortable en el ambiente, lo contrario
a lo que hay cuando sabes que has hecho algo que está mal y necesitas
arreglarlo. Era completamente al revés.
Cuando llegamos, nos despedimos con un beso en
la boca. Sus labios eran dulces y su piel tenía un aroma suave y perfecto. Me
dedicó una última sonrisa y salió del coche sin decir nada más. Lo vi entrar a
su casa y luego me fui. Cuando llegué a la mía tuve mucho que pensar, bueno y
malo. Como siempre.
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