La vista desde el dirigible era simplemente
increíble. Las nubes parecían estar a la mano y el suelo, plagado de pequeñas
casas de campo y lago en formas circulas, parecía ser más fértil de lo que
jamás había sido. El paseo tomaba unas tres horas y abarcaba un enorme espacio
que estaba más allá de las fronteras establecidas. Todo lo que veían desde
arriba estaba prohibido para cualquier propósito. De hecho, los vuelos en
dirigible eran muy populares por esa misma razón. Era algo único y nadie quería
perdérselo.
En las guerras del siglo anterior, varias
zonas del país habían sido devastadas por armas de diferentes tipos. Algunas
habían sido nucleares, otras habían sido químicas y otras habían sido
biológicas. Estas últimas habían sido utilizadas en los Planos, la región sobre
la que volaba la línea turística de dirigibles. Uno de ellos pasaba cada hora
sobre la región. La compañía hubiese querido más, pero el permiso del gobierno
era muy claro al respecto y no querían forzar la mano y luego tener que renunciar
a su negocio.
Los Planos habían sido, por siglos, lugar de
vida. No solo poseía varias fuentes de agua limpia sino que también tenía una
diversidad ecológica enorme. Tal vez por eso mismo había sido uno de los
objetivos de la guerra. Las armas utilizadas habían modificando de manera
lenta, pero contundente, todo el ecosistema circundante. Los animales que
alguna vez habían sido inofensivos, ahora eran bestias verdaderamente salvajes
que solo vivían para destruir a las demás, sin razón aparente. Era una
pesadilla.
Eso sin mencionar a las plantas, que también
habían desarrollado cierto grado de conciencia, haciendo que las más grandes y
hermosas ahora fuesen carnívoras, cazando igual o mejor que los animales que
podían caminar y correr. Lo peor de todo había ocurrido con el agua, que había
sido contaminada de manera irreversible. Por muchos años, el aire y el agua
estuvieron en tan mal estado que era impensable meterse en los Planos. Nadie lo
pensó hasta que Arturo Han estableció su empresa de transporte.
Su familia había llegado hacía años a raíz de
las guerras y se habían establecido en el capital. Era una ciudad inundada de
gente de todas partes que ahora era más caótica que antes, cosa que parecía ser
imposible. Arturo creció allí y aprendió a apreciar su entorno, cosa que muchos de sus compatriotas no
hacían. La mayoría de gente se quejaba y llevaban en esa actividad por muchos
años. Nadie hacía nada para mejorar las cosas y por eso Arturo se propuso a si mismo,
ser la persona que cambiaría todo para el lugar que había acogido a sus padres
y que le había permitido vivir.
En la universidad estudió ingeniería civil y
se especializó en nuevas tecnologías aplicadas, algo que era cada vez más
popular alrededor del planeta. Después de las guerras habían surgido muchas
nuevas ciencias y maneras de entender el mundo alrededor, por lo que los
transportes no tenían que ser tan rígidos como antes. Podían hacer casi lo que
quisieran, los límites los ponía la imaginación de cada constructor. Y Arturo
soñaba más que ninguno de ellos, día y noche, sin parar un solo segundo.
Estudiando conoció a la que sería su primera
esposa, Valeria. Ella era bióloga y fue quién le dio la idea de explorar Los
Planos. Era una región prohibida, eso todo el mundo lo sabía, pero también era
evidente que su tamaño implicaba que varios tipos de transporte tuviesen que
dar una vuelta enorme para poder llegar a las regiones y ciudades que estaban
del otro lado. Solo algunos equipos científicos habían sido autorizados a
visitar el lugar al pasar de los años, pero la verdad era que no habían sido
muchos ni conocidos.
Valeria, sin embargo, era una apasionada de su
disciplina y creía, fervientemente, que Los Planos no era la región casi muerta
que muchos pensaban. Estaba segura de que entre esas montañas y valles y
bosques, residían ahora criaturas nuevas que no solo eran hostiles sino también
fascinantes. Su teoría era que, si seguían con vida, era porque se habían
adaptado al cambio forzado y eso ameritaba estudio y reconocimiento científico.
Escribió su tesis al respecto.
Fue difícil hacer que las autoridades se
interesaran pero por fin la pareja dio con un empleado del Ministerio de
Energía. Resultaba que ellos tenían algún interés por Los Planos pero no tanto
por los animales y las plantas sino por el potencial que existía bajo tierra.
Según informes muy antiguos, de antes de la guerra, depósitos de potentes
materiales naturales podían existir bajo el suelo de Los Planos, algo que
podría convertirlos en un poder energético mundial, si se probara la existencia
de tanta riqueza.
Fue así que los tres se aliaron y lograron el
auspicio del gobierno para una primera exploración. La pareja visitó la región
con varios científicos y expertos en diversas materias y pudieron confirmar
todo lo que habían pensado. La región se había adaptado de manera maravillosa a
sus condiciones tóxicas y ahora crecía de una manera inusitada. Y los depósitos
de titanio, cadmio y tierras raras, fueron de los más grandes descubiertos en
al menos cincuenta años. Todos estaban locos de la alegría, pensando cada uno
en las posibilidades de lo que pudieron ver y descubrir.
Aunque la relación de Valeria y Arturo se
hundió con rapidez, su alianza científica siguió en pie. Ambos firmaron un
acuerdo multipropósito con el gobierno, en el que cada uno obtendría parte de
lo deseado, con la condición que respetaran los derechos de los demás sobre Los
Planos. Casi toda la región sería convertida en un parque nacional natural
excepcional. Y fue casi porque en instantes abrieron enormes minas para sacar
el material preciado que el país necesitaba para ganar importancia mundial.
Arturo ganó el derecho a ser el pionero de los
transportes sobre la región. Se firmó el contrato para una línea de tren de
alta velocidad que atravesaría Los Planos, así como rutas aéreas comerciales y
de turismo. Ahí fue cuando volvieron los dirigibles, que en si mismos eran casi
como dinosaurios para muchos de los habitantes del país que se dirigían a la
zona para realizar el vuelo. Era algo simplemente hermoso, con toda la atención
exclusiva a bordo que alguien pudiese desear.
Sin embargo, y a pesar de tantas cosas buenas
que pasaban, Los Planos seguían tan tóxicos para los seres humanos como
siempre. El aire era nocivo para cualquiera y el agua tal vez peor. En los
dirigibles no se permitía la apertura de las ventanas al surcar los cielos de
Los Planos y en las minas se trabajaba como en las bases de Marte e Hiperión,
con trajes especiales que protegían a hombres y mujeres de morir en segundos.
Lo mismo con el tren de alta velocidad y todos los equipos científicos que
quisieran explorar el área.
Fue entonces que nació un pequeño grupo, que
se fue haciendo cada vez más grande, que acusaba al gobierno del país de estar
aprovechando un recurso que podía matar a la gente con el tiempo. Lo que
extraían de las minas debía ser procesado para descontaminación y eso se hacía
en otro lugar porque el país no tenía esa tecnología. Lo que sacaban de Los
Planos no daba dinero a una sola persona en todo el territorio, excepto a
algunos funcionarios del gobierno que veían sus bolsillos más abultados.
La exploración biológica era interesante pero
muy limitada, sin perspectiva de verdad ser algo con potencial de cambio o educación.
Y los vuelos en dirigible, así como los otros transportes, eran solo bonitas
cosas que al final del día no servían para absolutamente nada. Todo era vapor y
espejos.
Pero las cosas no cambiaron por muchos años.
La guerra no había hecho a nadie más inteligente o menos ingenuo. Parecía que
las cosas en verdad no habían cambiado mucho o, mejor dicho, nada. La historia
se repetía y ya muchos esperaban, no con ansias, la próxima guerra que los
borrara del mapa.
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